miércoles, julio 03, 2019

Pericles (10: primero Samos, luego los corfiotas)

Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón
Cuando los colonos ingleses lograron imponerse sobre los primigenios holandeses que se habían establecido en la isla que los indios locales llamaban de Manhattoes, quisieron llamar al lugar donde se establecían en referencia a aquél del que venían, y lo llamaron Nueva York. De haber sabido que su emplazamiento iba a tener el éxito que ha tenido, probablemente lo habrían llamado Gran York. Eso y no otra cosa es lo que hicieron los romanos cuando, a la hora de ponerle nombre a los emplazamientos itálicos sobre los que fueron extendiendo su dominio, comenzaron a conocer al conjunto del sur de la península italiana como Magna Grecia, la Gran Grecia.
Y es que fue precisamente así. Una tierra relativamente pequeña, la Hélade, se las arregló para sacar provecho de sus extraordinarias habilidades navegantes para expandirse hacia el oeste, donde encontró en Italia y en Sicilia un terreno muy propicio.

La Magna Grecia, junto con la banda de costa de Asia Menor, fue el gran experimento de expansión de los griegos; un experimento que venía produciéndose desde el siglo VIII antes de Cristo pero en el que, sucintamente hablando, los atenienses no habían tocado bola. Atenas, ya lo hemos dicho, fue una talasocracia tardía que hasta que no probó su fuerza contra los persas y, sobre todo, hasta que no dominó recursos mineros y comerciales suficientes como para poder financiar la construcción de portaaviones, no fue una polis especialmente activa en lo que a la expansión territorial por mar se refiere. Tuvieron, además, los atenienses que consolidar su poder en el Ática, cosa que en su inicio no estaba del todo clara; lo cual dejó el espacio para que otros griegos les robasen aquella merienda.

Ésta fue, sin embargo, una de las cosas que cambió con la profunda reforma militar, política y de modelo económico que se produjo en Atenas durante el quinto siglo antes de la fábrica de Papas. En dicho siglo, atenienses fueron ya los colonizadores de Turios, en la que de todas formas participaron otros griegos y que fue una fundación que buscaba, por así decirlo, quitarse una espina, ya que Turios se fundó sobre el suelo de la antigua Síbaris, una ciudad legendaria entre los griegos por su estilo de vida lujurioso (de ahí sibarita) y que había desaparecido a causa de diferencias entre los propios griegos. La tradición nos dice que Hipodamo de Mileto trazó el mapa de la ciudad y que el filósofo Protágoras redactó su cuerpo legal.

No existen evidencias de que Pericles fuese el ideólogo de la creación de Turios, pero lo que normalmente se acepta es que no debió de oponerse a ella. En el momento de la colonización (444), el ateniense se estaba deshaciendo de su gran rival Tucídides Melenesiou, y comenzaba un largo periodo ininterrumpido de quince años de generalato. Era, pues, una de las personas más respetadas de Atenas, sino la que más. Esto es lo que hace pensar a casi todo el mundo que, si no habló a favor del proyecto, sí por lo menos no habló en contra.

En todo caso, la movida de Turios lo que está revelando es un cambio de estrategia por parte de Atenas, ciudad que, hasta entonces, había dejado a los corintios y algunos de sus asociados, como los calcídidas, que se adelantasen en la expansión por el Mediterráneo occidental. De hecho, el poder de Corinto en Italia no es ajeno al estallido de las grandes hostilidades entre Atenas y Esparta. De dominación corintia era la más famosa y rica de las ciudades de Sicilia, Siracusa. Los siracusanos se habían convertido en un centro de poder de gran importancia en toda Sicilia, y es fácil imaginar que, cuando vieron que los atenienses llegaban a la isla con la intención de abrir mercadonas, no les hiciera ni puta gracia. Esto hizo que los corintios tampoco se quedasen muy tranquilos, afectando con ello al panorama político de la Hélade y, al fin y a la postre, colaborando para el estallido de la guerra. De hecho, como veremos más abajo, Corinto acabará siendo la principal razón de que las cosas entre Atenas y Esparta se pongan mal.

Mientras estos hechos se producían, la carrera política y militar del hijo de Xántipo iba ganando momento. Alrededor del 440 tuvo novedades en su vida personal, dado que probablemente se casó, o se pulió en todo caso, con una mujer de las colonias de Asia Menor, Aspasia. La ciudad de procedencia de Aspasia, Mileto, tuvo un papel importante en la acción militar más ambiciosa afrontada por Atenas en aquellos años, que fue el enfrentamiento con Samos. En efecto, esta isla entró en conflicto con Mileto. Ambas unidades políticas se peleaban por el control de una ciudad, Priene, y es probable, yo al menos lo pienso, que los de Samos considerasen que aquello iba a ser como quitarle un caramelo a un niño (es una frase hecha; cualquiera que haya intentado quitarle un caramelo a un niño sabe que es más difícil que desinstalarle el Tinder a un milenial), dado que Mileto había quedado hecha una mierda después de la rebelión de los griegos jónicos contra los persas.

Tanto Samos como Mileto eran miembros del montaje ligoso de los atenienses y, por lo tanto, podían reclamar de su metrópoli, so to speak, que les ayudase. Atenas, en esa situación, acabó optando por Mileto y exigiéndole a Samos que renunciase a las primeras ventajas que había obtenido y sometiese la cuestión a un arbitraje por su parte. Los testimonios que nos han llegado son muy claros al establecer que Mileto solicitó la mediación de Atenas una vez que había sido ya derrotada por Samos; por ello, no es en modo alguno descartable que el movimiento de Atenas estuviese provocado por el deseo por parte de la metrópoli de reconstruir un equilibrio de poder que ya le venía bien a ella. Samos, sin embargo, encontró esta imposición como algo injusto; en la lógica de la Antigüedad, había habido una guerra, y ellos la habían ganado. ¿Qué leches de arbitraje ni qué mierda?

La comprensión de esta dinámica, que era general en aquellos tiempos, es lo que comenzó a labrar la mala fama, que fue mucha y muy duradera, de Aspasia, la churri de Pericles. Los atenienses, con razón o sin ella, concluyeron que la pareja del general le había comido la oreja (entre otros apéndices) con el tema de que había que ayudar a su Mileto del alma, incluso cuando Samos, de forma como digo percibida como justa bajo la ética de aquel tiempo, rechazó la intervención de Atenas en el conflicto. La respuesta de Pericles fue enviar un ejército a Samos, que sometió la isla, hizo rehenes en la misma, e impuso un gobierno democrático.

Los habitantes de Samos, sin embargo, no se sometieron tan fácilmente. La resistencia samiana, por así decirlo, organizó un golpe de Estado para retomar el control de su isla. Conscientes de que no podían ganar aquella guerra solos, apelaron a los de siempre, esto es, los persas. Así las cosas, una vez que capturaron el fuerte de la isla que habían tomado los atenienses, se lo cedieron al sátrapa persa.

Atenas, ahora cabreada en grado sumo, envió una importante flota a Samos. Hizo valer su superioridad naval en una batalla que ganó fácilmente, y que le permitió sitiar la isla. Nueve meses tardaron los samianos en rendirse y, una vez que lo hicieron, pudieron comprobar que la consecuencia de su rebelión era que habían perdido su capacidad de gobernarse por sí mismos, aunque fuese a través de gobiernos satélite: Atenas tomó el control directo del territorio, convirtiéndolo, pues, en un protectorado. Asimismo, la isla fue castigada con unas fuertes indemnizaciones de guerra.

Si Pericles atacó Samos con todo lo gordo, desde luego, no pudo ser por otra razón que haber ganado las correspondientes votaciones en las asambleas y contar, por lo tanto, con el apoyo explícito, entusiástico incluso, por parte de los atenienses. Pero eso no quiere decir que no tuviese que enfrentarse con oposiciones. Aparentemente Elpinike, la hermana de Cimón que lo había sobrevivido, atacó al general muy duramente acusándole de hacer guerra contra los griegos y no a quien tenía que hacérsela, esto es, a los persas. Sin embargo, no hay trazas de que ese grupo de oposición fuese importante o inquietase mucho a Pericles. De hecho, además, la importancia con la que se tomó el tema de Samos, también cuando la isla volvió su rostro hacia los persas, sugiere con bastante claridad que, en su mentalidad estratégica, Pericles estaba para entonces, alrededor del 440, personalmente convencido de la inevitabilidad de un nuevo enfrentamiento con el imperio oriental. Como sabemos, sin embargo, el enemigo fue otro.

En algún momento que solemos fijar, para entendernos, en el año 435 antes del Amigo de la Paloma Muda, la ciudad de Epidamno, situada en el noroeste de la Hélade y famosa en el mundo entero por lo difícil que es pronunciar su nombre con siete copas en el cuerpo, vivió una especie de guerra civil, tras la cual expulsó a algunos de sus ciudadanos. Los exiliados no se quedaron quietos y, uniéndose con algunos no griegos de la zona, atacaron la ciudad. Los epidamnitas, viéndose jodidos, apelaron a su metrópoli, que era la polis de Córcira, situada en la isla de Corfú, pero ésta se hizo la orejas. Consecuentemente, Epidamno decidió apelar a la polis de la cual la propia Córcira era tributaria, esto es Corinto, quien sí decidió ayudarlos. En ese momento los de Corfú, que un poco tocahuevos sí que eran, encabronados porque alguien interviniese en los asuntos de una polis tributaria suya, comenzaron a ayudar a los rebeldes que la atacaban.

Hay que decir que llovía sobre mojado, puesto que Córcira y Corinto se tenían ganas desde hacía como tres siglos, sobre todo los tiempos de Periandro, un dictador de Corinto cuyo hijo lo fue de la Córcira. Ambas poleis tenían importantes flotas y luchaban por extender su influencia en el Mediterráneo occidental.

En el año 435, en todo caso, corintios y corfiotas se arrearon de leches en una batalla naval, en la cual éstos derrotaron a aquéllos. Aquella derrota clamaba venganza, así pues los corintios comenzaron a preparar una invasión de Corfú. Por su parte los corfiotas, poco confiados en sus fuerzas si la lucha alcanzaba las playas, decidieron buscar alianzas que les pudieran ayudar; no tardaron mucho en marcar el móvil de Pericles. Los corintios, por se parte, previendo claramente este movimiento, enviaron una embajada a Atenas previniendo a la ciudad de que todo aquello era un problema interno dentro del conjunto de sus tributarios, y que no se metiesen.

La decisión lógica por parte de Atenas hubiera sido, probablemente, hacer caso de los corintios. Corinto, ya lo he dicho, era miembro de la liga espartana; era, de hecho, la base naval del complejo militar-político liderado por los espartanos, a los que arrearse de hostias en los desfiladeros se les daba de coña pero, en cambio, de navegar sabían menos que El Barquito Chiquitito. Atenas había firmado en el 446 una paz con Esparta que tenía la ambición de durar mucho tiempo, pero tenía bases muy leves. Los espartanos, por otra parte, ya no eran los espartanos de la primera guerra del Peloponeso y los años que la siguieron. Se habían repuesto del tema del terremoto, habían sofocado la rebelión de los ilotas. Eran un enemigo temible. Los corintios que se presentaron en Atenas en amable embajada sabían muy bien lo que estaban haciendo y, de hecho, yo me apuesto doble contra sencillo a que estaban seguros de conseguir el efecto buscado.

Aparentemente, la facción más poderosa de Atenas, de la que Pericles tenía que formar parte aunque Tucídides, no sé muy bien por qué, se guarda mucho de pronunciar su nombre, decidió favorecer la alianza con Córcira. Su principal argumento fue la fatalidad: los generales y políticos en el poder en Atenas habían llegado ya a la conclusión de que la Paz de los Treinta Años no duraría tanto, que la guerra con Esparta era inminente; y, por lo tanto, veían el tema de Corfú como una primera toma de posición estratégica en un conflicto que entendían sería más global. Personalmente a mí esto, la verdad, me suena a justificación a posteriori. En términos de la Hélade antigua, los embajadores de Corinto tenían toda la razón en su argumento. Tenían derecho, por así decirlo, a reclamar la neutralidad ateniense en el tema de Corfú. Si la facción gobernante de Atenas propugnó la idea contraria, tuvo que ser, únicamente, por conveniencia particular, y echando mano de esa capacidad que siempre tienen los modelos imperialistas a la hora de interpretar que, cuando la legalidad internacional (por llamarla de alguna manera) entra en conflicto con los intereses particulares, son los segundos los que han de prevalecer. Siempre, desde luego, dentro del terreno de las interpretaciones particulares, para mí está bastante claro que Atenas tomó una decisión muy consciente de que la tomaba, muy consciente de que hacía una interpretación torticera del, por así decirlo, acervo constitucional heleno y del propio acuerdo de paz con Esparta, porque quería una guerra. Ya que, la verdad, la mejor forma de considerar inevitable una guerra es querer que estalle, como bien saben George Bush padre, e hijo. Pericles no pudo ser ajeno a todo ello.

Los propios atenienses eran muy conscientes de lo que estaban haciendo, y es por ello que lo que acabaron aprobando fue una alianza defensiva con los corfiotas, que garantizaba su asistencia si eran atacados; pero dejando explícitamente fuera una eventual ayuda ateniense en el caso de que Córcira atacase Corinto. Haciéndole un guiño al presente, pues, sabedores de que era mala decisión implicarse en una guerra de coalición, se implicaron en una de coordinación.

Atenas intentaba hacer lo que le interesaba, esto es ganar control sobre un punto neurálgico del tráfico el Mediterráneo central y occidental; mientras, a la vez, trataban de argumentar que mantenían impoluto el tratado de paz con Esparta.

Eso, claro, es lo que ellos creían.

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