miércoles, mayo 15, 2019

Pericles (3: Xántipo, Micala, y el coleguita Leotícides)

Ya hemos estado en:
Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo

Clístenes, mediante sus reformas, se convirtió en el campeón, por así decirlo, del pueblo de Atenas. Sin embargo, este gesto habría de provocar la oposición cerril del otro gran poder naciente dentro de la Hélade, que era Esparta.
A los espartanos no les hizo ninguna gracia que apareciese en el Ática un nuevo régimen político que había sido resultado, al fin y a la postre, de una relación matrimonial (un pacto de negocios, pues) entre la familia de Pisístrato, él mismo un dictador; y Clístenes, que no dejaba de ser el nieto de otro tirano (el que había llevado su mismo nombre y había reinado en Sición). En uno más de los extraños oximoron que nos aporta la llegada del sistema democrático, pues, el principal valedor de la misma, del poder del pueblo, era un hombre creado a los pechos del poder tiránico. De forma bastante lógica (se diga lo que se diga), los espartanos fácilmente pudieron ver esta nueva forma de gobierno como una nueva forma de tiranía, y con seguridad recelaron de los resultados que podría tener para el frágil equilibrio de poder en la Hélade. Consecuentemente, decidieron ponerle la proa.

Tuvieron, además, una razón legal para actuar. Iságoras, rival de Clístenes, solicitó su intervención para recuperar el viejo equilibrio en Atenas; y los espartanos respondieron marchando hacia el Ática bajo la admonición de que la ciudad se deshiciese de “los malditos”, como se referían a los alcmeónidas en general. Fueron capaces, con el apoyo de muchos atenienses, de apartar a Clístenes y su clan del poder; sin embargo, se encontraron, para su sorpresa, con el problema derivado de que Atenas se había acostumbrado a según qué cosas a las que ahora no quería renunciar. Como ya hemos visto, es ésta la principal característica de esos tiempos, y recuerda mucho a la huella dejada, siglos después, por la Revolución Francesa: incluso las personas que la rechazaron se vieron “contaminados” por sus ideas. A los atenienses les pasó algo parecido. No parece que estuviesen muy en contra de la intervención espartana pero, sin embargo, cuando los triunfantes peloponésicos pretendieron instaurar en la ciudad una especie de dictadura militar muy de su corte, la gente se revolvió. En esas circunstancias, parece lógico que, nada más abandonar los espartanos el Ática, los atenienses llamasen al móvil de Clístenes.

No estamos muy ciertos de lo que pasó después, pero los indicios más claros apuntan a que Clístenes, quien probablemente estaba mucho más preocupado por apuntalar el bienestar de su familia que por crear el régimen político que sería cantado por miles de políticos después de él, mucho menos por darle al pueblo lo que es del pueblo ni mandangas por el estilo; Clístenes, digo, preocupado por la inestabilidad de su familia, que en cualquier momento podía terminar sangrando abundantemente bajo la espada espartana, buscó ayuda en algún otro aliado. En el entorno geopolítico de su tiempo, ese aliado no podía ser casi otro que Persia. En este punto, Clístenes cometió un error base de político, un error que han cometido, cometen, y cometerán, muchos gobernantes después de él: asumir que un movimiento de alianza que a él ya le viene bien va a ser comprendido por los votantes que le apoyan. La Atenas clisténica vivía ya, en buena medida, bajo el síndrome persa. Igual que los atenienses soñaban con expandirse más allá del charco Egeo, sabían bien que el Imperio persa ambicionaba realizar la operación que siglo después haría el turco, esto es, saltar el mismo charco, pero en la dirección opuesta.

A los atenienses, por todo esto, amigarse con los persas, a fin y al cabo no griegos, para colmo con la intención de combatir a los espartanos, que sí lo eran, resultaba sacrílego. Persia, además, había sido el refugio de los pisistrátidas; Atenas no tenía nada que creer de ella.

Los atenienses, por lo tanto, acabaron por rechazar la alianza con los persas, una decisión que, según todos los indicios, le costó el poder a Clístenes. Era el año 507, y el fundador de la democracia, un hombre que, cuando menos en mi opinión, fue básicamente un maniobrero que lo que buscaba era asegurar el poder de su familia, desaparece de la Historia. Bueno, o no; porque, la verdad, el 99% de los demócratas-de-toda-la-vida responden bastante a un perfil que se le parece un huevo.

Fue en este ambiente de cosas que Xántipo y Agarista se casaron. Dado que son dos figuras poco relevantes en la Historia, las fuentes de que disponemos se han ocupado relativamente poco de ellos, si bien los hechos políticos del momento, y cómo afectaron a los alcmeónidas, dan que pensar que su vida de recién casados hubo de ser complicadilla. Los estudiosos han destacado el hecho de que Xántipo fue objeto de ostracismo, como ya sabemos; lo cual nos viene a demostrar que no era ningún piernas, es decir, que tenía algún tipo de papel relevante en la vida de la ciudad. Lo más probable es que fuera militar, dado que al regresar de su exilio fue nombrado general.

La llegada de Pericles al mundo y, más tarde, a la vida política de Atenas está fuertemente dominada por la batalla de Maratón. Esta batalla, como es bien sabido, supuso la primera ocasión en la que los griegos, para ser más concretos los áticos, le pararon los pies a los persas en su everlasting ambición de dar el salto a Eurovisión. Para Atenas, en todo caso, la batalla tuvo muchas más derivadas, y cabe decir que incluso más importantes.

Los persas que habían pasado a la llanura de Maratón no llegaron solos. Venían guiados y aconsejados por Hipias, que anteriormente había sido uno de los tiranos pisistrátidas de la ciudad. Claramente, la intención de los persas no era otra que ganar aquella batalla, someter el Ática y aislar por tierra el Peloponeso; y conservar todos esos avances mediante la re-colocación del propio Hipias al frente del gobierno de la ciudad. Este entorno de cosas, que los atenienses conocieron bien, cambió de forma muy radical la forma en que contemplaban la dictadura pisistrátida. Pero eso, en modo alguno, benefició a Pericles y a su familia. La corriente de opinión contraria a los antiguos tiranos se extendió muy pronto a todas las familias que tenían o habían tenido cercanía respecto de ellos; y eso incluía a los alcmeónidas, quienes ya estaban en horas bajas tras la caída de Clístenes.

De una forma, la verdad, bastante lógica, los enemigos de los alcmeónidas no encontraron demasiadas dificultades a la hora de hacer progresar una denuncia por traición contra todo el clan. Se llegó a decir que alguien cercano a ellos había intentado asistir a lo persas durante la batalla haciéndoles señales desde la cima de una colina. Alrededor del año 480, por lo tanto, los atenienses, fuertemente influidos por estas historias, votaron el ostracismo de muchos alcmeónidas, pisistrátidas y, en general, familias relacionadas con ellos; y entre ellos cayó Xántipo, así como el tío de Pericles, Megacles.

Los testimonios que nos han llegado de Pericles nos hablan de un hombre que en su madurez tenía un círculo de amigos muy estrecho y que, además, era muy poco amigo de acudir a las grandes citas sociales. Esto, combinado con lo que sabemos de la historia de su familia, nos lleva a cuestionarnos si toda la experiencia que vivió toda su infancia y su niñez no le dejó secuelas. Hasta qué punto Pericles, que ha pasado a la Historia, sobre todo entre los que no tienen ni puta idea de Historia, como el campeón de la soberanía popular, no fue, en realidad, una persona recelosa de esa soberanía que, como él sabía bien, podía ser hábilmente dirigida para conseguir que las personas que lo habían dado todo por Atenas, que habían conseguido para ella las victorias más resonantes y necesarias, fuesen arrojados al albañal del olvido.

Sea como sea, cumpliendo con las previsiones del derecho ateniense, cuando Pericles llegase a los dieciocho, también alcanzó la edad mínima para poder formar parte del ejército de la polis. Si fue así, tenía que entrar a formar parte de los epheboi, o cuerpo joven, que eran unas unidades formadas por los jóvenes de la ciudad para vigilar por la seguridad de ésta, antes de que, con veinte años, pasaran a formar parte ya totalmente del ejército ateniense. En aquel entonces, los hoplitas atenienses eran sólo aquellos cuya familia era suficientemente pija como para poderles pagar el escudo, la lanza y la armadura. La mayoría de los estudiosos en la materia considera lo más probable que Pericles entrase en servicio de armas más o menos en el momento en que su padre y su madre sufrieron ostracismo. Si verdaderamente fue así, entonces, Pericles probablemente hubo de aplazar el momento de entrar en el ejército, puesto que no se encontraba en la ciudad para ello. Sin embargo, lógicamente cuando Xántipo fue llamado de vuelta (481), su hijo debió volver a la ciudad, por lo que lo lógico es que sirviese en la guerra contra los persas ocurrida en los dos años siguientes. Considerando que su padre estaba al mando de una flota ateniense, y siempre que Pericles tuviese edad suficiente para ello, lo más lógico es suponer que debió servir en alguna de las naves.

Desde el año 483, siguiendo el inteligente consejo de Temístocles, Atenas estaba invirtiendo sus excedentes de la minería de plata en construir la que pronto se convirtió en la mayor flota de guerra de toda Grecia. Xántipo comandó a una parte de esta flota en el 479 por las costas de Asia Menor, y existe cuando menos la posibilidad de que su hijo estuviese en alguno de los barcos. Fue ésta la flota que derrotó a los persas en la batalla de Micala, que cuando menos la tradición quiere situar en el tiempo en la misma fecha en la que fue la de Platea, esto es, la victoria en tierra de los griegos contra los persas. En Micala no sólo se produjo la superioridad naval ateniense, sino que la misma operó como revulsivo para que muchos griegos que luchaban con los persas, al parecer obligados, desertasen y cambiasen de bando. Mucho se ha especulado sobre la posibilidad de que Pericles estuviese en dicha campaña, y la cosa tiene su importancia porque, de haber estado, el futuro estratega de Atenas habría podido aprender de primera mano muchas cosas sobre la costa de Asia Menor y sobre los griegos jónicos que la poblaban; experiencia que le habría servido de mucho en los años por venir.

La batalla contra los persas, probablemente, también proveyó probablemente a Pericles de otro elemento importante en su vida: su relación con los espartanos. En aquella guerra, en efecto, Esparta ejercía el mando supremo de las tropas griegas, tanto en tierra como en el mar a pesar de que su flota no era gran cosa. En consecuencia, la flota que operó en el Egeo oriental en el tiempo inmediatamente anterior a Micala tenía un comandante en jefe que era espartano: Leotícides, abuelo de quien sería el rey de Esparta, Arquidamo. Que Leotícides y Xántipo tuvieron que relacionarse es algo obvio, pues el ateniense era quien realmente mecía la cuna de la flota de la que el primero tenía el mando formal. Es posible, por lo tanto, que ambos militares, espartano y ateniense, acabasen por desarrollar su xenia, su amistad y colaboración; y que, consecuentemente, traspasasen esa especial relación entre familias a sus hijos. Esto explicaría un gesto que nos cuenta Tucídides sobre la guerra entre Atenas y Esparta del 431, cuya exégesis es compleja. Nos cuenta el historiador que, ante el ataque de los espartanos, Pericles hizo declarar sus propias posesiones como tierra pública, porque al parecer temía que si los espartanos entraban en el Ática arrasasen las fincas de otros atenienses, pero no las suyas. Si los espartanos fuesen a respetarlo por ser él, sólo podía ser por su relación especial con Arquidamo.

Después de la batalla de Micala, la flota de los helenos aliados navegó hacia el Helesponto. Allí era donde Jerjes había construido los puentes flotantes para poder pasar a Europa, y para los griegos era fundamental hundir aquella estructura. Sin embargo, cuando llegaron allí se encontraron con que Zeus y Poseidón ya se lo habían currado, puesto que una tormenta había acabado con los puentes. Así las cosas, los espartanos se volvieron a sus quelis, pero no los atenienses, pues Xántipo decidió permanecer en el Helesponto. El cruce de los persas había provocado que toda la zona ahora estuviese hostilizada por ellos y, como hemos dicho, para Atenas controlar aquel Canal de Panamá de la Antigüedad era fundamental, así pues necesitaban limpiar un poco la alfombra. Así las cosas, el papá de Pericles, y nada nos mueve a desmentir la idea de que el propio Pericles, lucharon en el Chersoneso contra los persas que estaban allí, aprovechando el vacío de poder provocado por el regreso forzado a Atenas del tirano de la zona, Miltiades el cimónida.

La guerra con los persas acabó en 479, y para entonces resulta muy difícil pensar que Pericles no tuviese ya, como mínimo, plena edad militar (20 palos). Estaba, pues, a punto de empezar una carrera militar en uno de los tres ejércitos con más prestigio de toda la Hélade, ya que habían sido las tres armadas que más habían aportado contra Jerjes: Esparta, Atenas y Corinto. Por decirlo de alguna manera, los griegos habían repelido al Imperio persa cuando en Bet 365 esta posibilidad se pagaba a 50 euros el euro porque ni dios, ni los dioses, creían en ella. La inesperada victoria, que se basó en una parte muy importante en la inteligencia ateniense de haber construido una flota como es debido, elevó a estas tres polis a la categoría de superpoderes. Porque, esto hay que recordarlo, la lucha de los griegos contra los persas en realidad había sido la lucha de algunos griegos contra los persas, ayudados por algunos griegos. Cuando sonó el cuerno de las hostias, tan sólo 31 ciudades-Estado griegas se alzaron contra el enemigo. Los griegos jónicos, por ejemplo, no se pudieron levantar contra los persas porque ya lo habían hecho en el 494 y, derrotados sin remisión, se habían convertido en vasallos de Jerjes. Pero en la propia península griega fueron mayoría las ciudades que decidieron permanecer neutrales o directamente le hicieron a los persas una ofrenda de tierra y agua, que era la forma que se tenía en esos tiempos de rendirse y aceptar la dominación territorial del enemigo.

Entre estos griegos civiles colaborantes se encontraron ciudades muy importantes del orbe helénico, como Argos o Tebas, así como habitantes de Tesalia. Una de las inteligencias de Pericles, sin embargo, fue entender que, cuando las cosas se pusieron, jodidas, lo mejor era tragarse el orgullo y no hacer distinciones entre quienes habían sido traidores y quienes no.

En todo caso, cuando un guerra se gana, genera ganadores. Y la guerra contra los persas había generado dos.

En Esparta, tenemos a Pausianas, el regente, que actuaba como uno de los dos co-reyes de la ciudad en sustitución de su primo, todavía demasiado joven. Pausianas era el vencedor de los persas en Platea en el 479, y por eso ahora estaba hot. La segunda gran estrella de aquella guerra era Temístocles, el padre de la estrategia naval que había enviado al fondo del mar las naves persas en Salamis, en el año 480.

Ambos generales, habrían de comprobar muy pronto algo que otros vivieron después de ellos, y me acuerdo ahora mismo de Winston Churchill, quien ganó una guerra mundial tan sólo para ver cómo los ingleses, rápidamente, le daban la espalda en las urnas. En el año 477, Pausianas había sido reemplazado ya al frente de las tropas helenas combinadas. Parece ser que, no sé si con razón o sin ella, se había distribuido la especie de que el jefe espartano había entrado en negociaciones con los persas y que estaba, en consecuencia, dispuesto a hacer alguna que otra cosa para facilitarles el control de la Hélade que ellos seguían ambicionando. Pausianas, que sepamos, jamás fue formalmente imputado por estos cargos, pero lo cierto es que perdió el mando efectivo sobre tropas. Años después, las acusaciones regresaron con mucha fuerza. Pausianas se refugió en un templo buscando amparo, y los reyes espartanos cercaron el edificio y lo dejaron morir allí de hambre.

Durante las investigaciones sobre las conexiones de Pausianas, que por lo que se ve debieron de ser bastante profundas y exigentes, aparecieron, al parecer, algunos datos que apuntaban a Temístocles. De nuevo, carecemos de información precisa y completa, pero lo que es un hecho es que, a partir también del año 477, Temístocles desaparece de la primera línea de la política ateniense. Es difícil de saber exactamente por qué, pero lo que sí es bastante claro es que el almirante perdió la confianza de los atenienses. Plutarco insinúa que la culpa fue de él mismo, pues habría financiado la  construcción en la ciudad de un templo en honor de Artemisa que muchos se tomaron como un gesto demasiado sobrado.

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