Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón
Contábamos
un día de éstos que el final de la guerra contra los persas no le
sentó demasiado bien a casi ninguno de sus protagonistas. Uno de los
ganadores que salió finalmente mal parado fue Pausianas, el
espartano, quien como sabemos fue acusado de corrupción y posible
traición. El hecho de que en el 477, apenas dos años después de
terminarse las leches con los persas, Pausianas fuese colocado en la
picota pública y en eso que hoy llamamos pena
de Telediario,
abrió la posibilidad para que los atenienses enfrentasen el
liderazgo espartano en la Hélade. Así las cosas, aquel año Atenas
y algunos de los griegos jónicos (Asia Menor) habían formado una
alianza de nuevo cuño, una especie de Liga Jónica, aunque es más
conocida como la Liga de Delos, cuyo objetivo
fundamental era plantar cara al aleve persa.
Esparta,
creo yo, no esperaba este movimiento y, consecuentemente, no supo
reaccionar a él. En el 477, el general que enviaron los espartanos
para comandar la liga de la Hélade, cuando se encontró la de Delos
plenamente formada, simplemente tomó el AVE de vuelta. Tucídides
nos dice que eso lo hicieron los espartanos porque, viendo su tierra
segura, no les interesaban gran cosa las operaciones más allá.
Puede ser cierto, o puede ser una opinión personal del historiador;
yo me inclino, más bien, por lo segundo.
Aunque
obviamente no tenemos una información muy profunda sobre la Liga de
Delos, lo que sí parece bastante claro es que estuvo bajo la clara
supervisión y el poder atenienses. Básicamente, la unión obligaba
a todos sus miembros a poner pasta o bien barcos para constituir una
flota que pudiera servir de tampón y amenaza contra los persas. La
supervisión de los fondos recaudados, que se guardaban en Delos,
correspondía a Atenas, que nombró a un guardián y gestor de los
mismos, a quien conocemos como Arístides El Justo. Aris era incluso
responsable de definir la cantidad que cada socio debía pagar cada
año. En todo caso, todo parece indicar que la mayor parte de las
fuerzas navales acopiadas, en todo momento, procedió de Atenas.
Cimón
fue el general más activo en las acciones de la Liga. A sus mandos
atacó Eión, una ciudad en el norte del mar Egeo donde los persas
conservaban un fuerte; tomaron la ciudad y redujeron a la esclavitud
a sus habitantes. Poco después, tomaron la isla de Esciros (o Sciros; la cosa es que no me gusta escribir topónimos con ese líquida) en el
Egeo occidental, pretextando que era un nido de piratas. A los
piratas no los encontraron, pero sí a los habitantes de la isla, a
los que, ya que estaban allí y aprovechando que el Pisuerga pasa por Lacedemonia, redujeron a la esclavitud. Poco después,
plantaron batalla a la ciudad de Caristos, al sur de la isla de
Eubea, ya que sus habitantes habían decidido no entrar en la liga
(como se ve, ya entonces se practicaba mucho eso de que la democracia
era algo que se difunde sólo para beneficio propio).
Aunque
todas estas cosas están sometidas a discusión, cuando menos para mí
el hecho de que las acciones de la Liga se produjesen
fundamentalmente en el mar Egeo o, para que nos entendamos, en Grecia
según la entendemos hoy, y no allí donde se supone que la Liga
quería combatir, esto es, en casa de los persas, demuestra que
aquella movida decía de sí misma que era para una cosa pero, en
realidad, era para otra. Su función fundamental no era otra que
sustentar y ampliar el liderazgo ateniense en el Egeo, incrementar su
poder sobre el Bósforo y, por lo tanto, consolidar su talasocracia,
pues ésta era la estrategia que la ciudad había elegido para
contrarrestar y, a ser posible, derrotar a la mesocracia
peloponésica. Y todo esto quien lo llevó a cabo en la práctica fue
Cimón, aprovechando ese agujero en el sistema clisténico, ya
comentado, según el cual a los militares se les garantizaba la
posibilidad de una estabilidad en el cargo de la cual los políticos
no disfrutaban, porque la democracia se había obsesionado con
controlar la continuidad de éstos sin fijarse en aquéllos (dos mil
años después, en sitios como el Chile de Allende, el problema
seguía sin resolverse del todo).
En
estas condiciones, sin embargo, era sólo cuestión de tiempo que
alguno de los socios de la Liga se acabase por dar cuenta de que
estaba haciendo el pollas. Esto ocurrió, de hecho, en el año 470,
cuando la isla de Naxos anunció que se abría del club. Normalmente,
a la decisión de Naxos se le da mucha importancia porque es
contraintuitiva. Naxos está en el Egeo meridional, que es
precisamente, no hay más que mirar un mapa, la zona que está más
expuesta a los ataques navales persas. De hecho, la isla fue saqueada
por éstos camino de Maratón. El hecho de que ahora los naxitas
decidiesen abandonar la Liga que, teóricamente, los defendía como
una pequeña OTAN hecha de polis, refleja que se habían percatado de
que aquello no era otra cosa que una organización para el poder
ateniense, y que los demás importaban el huevo allí.
Pero
si esto está sometido a interpretación, no parece que haya mucho
que discutir sobre la reacción inmediata de los atenienses.
Rechazando su secesión, la flota de la Liga sitió la isla hasta que
sus habitantes se
convencieron de
las bondades de permanecer en el club; organización en la que ya
quedaron como meros tributarios, perdiendo pues su condición de
aliado independiente ( que era la que, de una forma ahora sabemos que
más teórica que práctica, otorgaba la posibilidad de salirse). Ni
siquiera Tucídides nos esconde el hecho de que, tras haberle hecho
bullying a
la isla de Naxos, la Liga de Delos ya no se podía considerar un
pacto entre iguales sino un arché,
un imperio, a cuya cabeza estaba Atenas, la ciudad de los filósofos
y los demócratas (ja).
Las
polis e islas de la Liga de Delos, progresivamente, fueron perdiendo
su condición de aliadas y, cada vez más, se fueron convirtiendo en
lo que eran: pequeñas provincias del Imperio ateniense. Y todo eso
había sido impuesto por la fuerza de la espada. De una espada: la de
Cimón.
Cimón
inventó, como general de la Liga, una de las principales
herramientas, si no la principal, del político moderno: la capacidad
de proveer de bienestar a unos a costa del de otros, que no
protestarán por diversas razones (en los tiempos de Cimón, porque
estaban subyugados por las armas; en los tiempos presentes, porque no
es políticamente correcto protestar de ciertas cosas... hasta que
llegan, claro, esos populismos que nadie parece saber de dónde
vienen). En efecto, el general, conforme iba tomando tierras e islas,
arramblaba con sus habitantes locales, a lo que mandaba a fregar
letrinas a Atenas, mientras colonizaba las tierras ahora abandonadas
con atenienses
pobres.
Como haría algunos siglos después Cayo Mario cuando abrió las
legiones romanas a los pringaos del census
capiti, Cimón
le dio un futuro a unos tipos que no lo tenían. Los atenienses libres
pero pobres, ésos que no poseían medios suficientes como para
pagarse la lanza, el escudo y las cositas de hoplita, estaban, antes
de que Atenas fuese un imperio, condenados a vivir como proletarios,
observando cómo otros mangoneaban su vida. Ahora, sin embargo,
muchos de ellos se convirtieron en granjeros o agrícolas en aquellas
tierras que la Liga había despejado para ellos. Tenían sus propias
explotaciones, podían pagarse su presencia en el ejército (y en los
botines), tenían derecho a ocupar determinados puestos públicos.
Eran ciudadanos respetados, ellos, que otrora no habían merecido ni
que les escupiesen.
Es
fácil imaginarse, en todo caso, que de todos los militares que se
enriquecieron con los espolios de las conquistas, el que más se tuvo
que poner las botas fue el propio Cimón. Esto se hace evidente por
la cantidad de obras públicas que pagó de su bolsillo, en el ágora,
en la Academia, en la nueva muralla de la ciudad. Asimismo, dado que
se inventó que en Esciros había encontrado los huesos de Teseo,
construyó un templo para custodiar las reliquias. Asimismo, en un
gesto que Pericles también le copiaría, abrió sus campos para el
provecho de los pobres e incluso organizó una comida pública para
ellos cada día. Fueron aquellos atenienses del siglo V antes de
Cristo, pues, los primeros seres humanos que accedieron a una idea
que es fundamental para muchas democracias: la idea de que hay cosas
que uno disfruta gratis, que caen del Cielo por así decirlo. El buen
demócrata de toda la vida siempre se guardará de explicarle a sus
amiguitos que nada es gratis y que toda fiesta siempre la paga
alguien; habitualmente, y mediante torticeros procesos, el mismo que
la está disfrutando y que cree que se la regalan.
Nos
dicen las crónicas que Cimón, en paseando por la ciudad, iba
acompañado por algunos adjuntos que llevaban encima ropa que iban
entregando a quienes veían necesitados de ella. Hoy, a esas túnicas
de hace 2.500 años las llamamos, mayormente, gasto social.
Lo
verdaderamente importante es que Cimón, un personaje muy inteligente
al que la Historia, emperejilada en la figura de Pericles como si
fuese El Único Listo de Atenas, no le da toda la importancia que
tiene; lo verdaderamente importante, decía, es que Cimón consiguió
hacerle una envolvente a Atenas y a sus instituciones políticas y
aprovechó la carrera militar para crecer como político. Pericles,
mientras tanto, esperaba su momento. Según Plutarco, el futuro héroe
de la democracia ateniense andaba con el pito para adentro porque,
tras la experiencia de Xántipo, le había cogido miedo al
ostracismo. La tía abuela de Pericles, la hermana de Clístenes,
había estado casada con Pisístrato, y ésta no era para él la
mejor de las credenciales en una Atenas que cada vez se alejaba más
del recuerdo de su pretérito dictador.
Aunque
no podemos saberlo, la lógica de la posición que ocupaban Pericles
y su familia nos hacen estimar como altamente probable que, en el
momento en que tuvo edad para ello, el ateniense sirviese en el
ejército de su ciudad, como ya hemos dicho. Es posible que incluso
estuviese presente en diversas acciones de Cimón con la Liga de
Delos. Su papel en la vida ateniense es, en aquel entonces, de tan
bajo perfil que el primer dato cierto que tenemos es que en el 472
fue el choregos
(algo así como el productor) de una representación de Los
persas de
Esquilo. En algún momento entre el 470 y el 460, Pericles debió
casarse con su primera mujer, acerca de la que apenas sabemos cosas.
Debía de ser una ateniense pija de la leche, pues no sólo se casó
con la familia de Xántipo sino que, tras su divorcio de Pericles, se
casó con Hipónicos, que era nada menos que hijo de Calias, el
multimillonario.
Fuese
quien fuese, esta primera mujer tuvo dos hijos con Pericles: Xántipo
y Paralo, el mayor de los cuales se acabaría casando con una
cimónida, dato que debe de tenerse en cuenta a la hora de valorar la
competitividad y el enfrentamiento entre Pericles y Cimón.
En
todo caso, en la década del 460, Pericles vivió una vida bastante
modesta, mientras Cimón hacía todo lo contrario. En el año 466 fue
el general en jefe de una de las campañas militares más ambiciosas
de la Historia de Atenas: el ataque a los persas en la costa de Asia
Menor. Los griegos se enfrentaron a los persas y fenicios, que se
habían coligado, cerca del río Eurimedón. Cimón consiguió allí
una victoria sin paliativos, tanto en mar como en tierra; y, lo que
es más importante, con dicha acción se garantizó que los persas se
quedasen sin ganas ni posibles de repetir sus invasiones durante un
tiempo largo. El impacto en términos de opinión pública en Atenas
fue tan brutal que los padres comenzaron a llamar a sus hijos
Eurimedón, en homenaje a la victoria. Los atenienses fabricaron
incluso vasijas, que hoy se pueden ver en algún que otro museo, en
las que, bajo el nombre de Eurimedón, se ve a griegos a punto de
violar a un persa.
Como
pasa muchas veces en la Historia de Atenas, sin embargo, el punto más
alto de la acometividad y de la fama de Cimón fue también el
principio del fin para él o, cuando menos, el punto en el que
comenzaron a sentarse las bases de su futura imputación, en la que precisamente acabaría participando Pericles.
¿Qué
pasó después de la victoria de Eurimedón? Bueno, empecemos por lo
que, lógicamente, tenía que pasar: la disolución de la Liga de
Delos. Es, como digo, lógico: muerto el perro, se acabó la rabia.
La Liga, recordémoslo, costaba una pasta y, cuando menos
formalmente, existía para defender a los griegos de la amenaza
persa. Esa amenaza, sin embargo, ya no existía, y es lógico que los
tributarios de la flota permanente no viesen razón en seguir pagando
soldadas como mamones. Atenas, sin embargo, tenía otro punto de
vista. La Liga le estaba viniendo de coña para imponer su
imperialismo económico, y ni modo estaba dispuesta a abandonarla.
Sabemos,
pues, que apenas unos meses después de la batalla de Eurimedón, en
el 465, Atenas fue a la guerra contra la isla de Tasos. Tucídides
nos cuenta, bastante telegráficamente, que el motivo de la guerra
fue el control sobre las minas y los mercados que controlaban los
tasianos; lo que sugiere que fue una guerra de dominación económica.
Las minas de Tasos, de hecho, eran de las pocas fuentes de metales
preciosos que había en el norte de Grecia. Además, sabemos que, en
el momento que Atenas atacó Tasos, también estaba colonizando la
tierra continental inmediatamente frente a sus costas, conocida como
Ennea Hodoi o
nueve vías. La colonización de Ennea Hodoi, sin embargo, salió
como el culo, puesto que los tracios locales (menudos eran los
tracios, y lo siguen siendo, de hecho) los echaron de allí a hostia
limpia. No sería hasta alguna década después que los atenienses
lograsen levantar en aquella zona su primera colonia, Anfípolis.
El
fracaso en el continente, en todo caso, es probable que convenciese a
los atenienses de que lo que tenían que hacer era dominar Tasos. Así
pues, en el 465 allí que se presentó Cimón con los de Palacagüina
y asedió la isla que, no obstante (aquellos griegos eran como
aragoneses) tardó dos años en capitular. En teoría, nos cuenta
Tucídides, Tasos contaba con la ayuda de Esparta, que se había
comprometido a invadir el Ática para poner problemas a los
atenienses por su retaguardia. Sin embargo, al parecer hubo un
terremoto en el Peloponeso que hizo imposible la ayuda espartana.
Cimón,
en fin, asedió la ciudad de los tasianos, se llevó por delante sus
murallas y, una vez que éstos hubieron de rendirse, los obligó a
convertirse en tributarios de Atenas; lo cual, en la práctica,
significa que se quedó con sus recursos naturales, los productos de
sus minas y su madera, que eran fundamentales para el montaje
económico ateniense.
Más
contento que unas pascuas, Cimón puso proa hacia el Pireo, pensando
que allí le harían unas pajillas de puta madre. ¿Cómo podría
pensar otra cosa? Era el puto vencedor contra los persas, el tipo que
había ganado una batalla que estaba en los nombres de pila de un
montón de niños recién nacidos en Atenas. Ahora, además, se había
asegurado una nueva colonización económica que, de alguna manera,
servía para consolidar a la Liga de Delos como instrumento
permanente de dominación imperial ática.
Si
algo nos demuestra la Historia, sin embargo, es que las
colectividades son volátiles. Igual que se habla de cansancio
de guerra, ese
efecto por el cual los pueblos que están implicados en
enfrentamientos bélicos acaban volviéndose contra ellos sin duran
demasiado, también se puede hablar de cansancio
de gobierno.
Y, desde luego, también hay que tener en cuenta la incansable labor
de los poderes fácticos de todo sistema de poder.
Yo
tengo tres hermanos, lo cual quiere decir que mi familia es perfecta
para el juego del parchís. Los cuatro hermanos solíamos jugar
partidas veraniegas interminables porque jugábamos a lo que
llamábamos parchís con
alianzas.
Esto es: era permitido que cualquier número de jugadores (dos, o
tres) se aliasen entre ellos; en ese caso, los aliados no se comían
entre ellos, y podían formar “puentes” con fichas que no fuesen
de uno solo de ellos. Las alianzas no eran permanentes: cualquiera
podía salirse de una alianza cuando quisiera.
La
consecuencia directa de un esquema así, a menos que seas hijo de Ned
Flanders, es que todos los que van perdiendo se alían contra el que
va ganando; pero, en plena alianza, tenías que vigilar que ninguno
de tus aliados la aprovechase para medrar en exceso, pues, en ese
caso, tal vez debieras romper la alianza e ir a por él, normalmente
aliándote con tu antiguo enemigo.
Si
imagináis la situación, que devenía como digo en partidas
interminables pues nunca nadie tenía poder suficiente para culminar
sus cuatro fichas, tendréis una imagen, creo yo que bastante
adecuada, de la Atenas clásica. Sí, nosotros, que teníamos once o
doce años, de alguna manera estábamos jugando, sin saberlo, a la
vieja Atenas que describe Heródoto. El año 466, en Eurimedón,
Cimón había cantado bingo. Y en el 465, un año después, había
cantado el especial en Tasos. Eso es algo que el resto de las fuerzas
vivas de Atenas, si querían seguir siendo fuerzas y querían seguir
viviendo en Atenas, no podían olvidar.
A
su vuelta a Atenas, Cimón se encontró imputado ante los tribunales.
Y
entre sus jueces estaba Pericles.
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