miércoles, mayo 29, 2019

Pericles (5: las vicisitudes de la Liga de Delos)

Ya hemos estado en:
Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón

Contábamos un día de éstos que el final de la guerra contra los persas no le sentó demasiado bien a casi ninguno de sus protagonistas. Uno de los ganadores que salió finalmente mal parado fue Pausianas, el espartano, quien como sabemos fue acusado de corrupción y posible traición. El hecho de que en el 477, apenas dos años después de terminarse las leches con los persas, Pausianas fuese colocado en la picota pública y en eso que hoy llamamos pena de Telediario, abrió la posibilidad para que los atenienses enfrentasen el liderazgo espartano en la Hélade. Así las cosas, aquel año Atenas y algunos de los griegos jónicos (Asia Menor) habían formado una alianza de nuevo cuño, una especie de Liga Jónica, aunque es más conocida como la Liga de Delos, cuyo objetivo fundamental era plantar cara al aleve persa.

Esparta, creo yo, no esperaba este movimiento y, consecuentemente, no supo reaccionar a él. En el 477, el general que enviaron los espartanos para comandar la liga de la Hélade, cuando se encontró la de Delos plenamente formada, simplemente tomó el AVE de vuelta. Tucídides nos dice que eso lo hicieron los espartanos porque, viendo su tierra segura, no les interesaban gran cosa las operaciones más allá. Puede ser cierto, o puede ser una opinión personal del historiador; yo me inclino, más bien, por lo segundo.

Aunque obviamente no tenemos una información muy profunda sobre la Liga de Delos, lo que sí parece bastante claro es que estuvo bajo la clara supervisión y el poder atenienses. Básicamente, la unión obligaba a todos sus miembros a poner pasta o bien barcos para constituir una flota que pudiera servir de tampón y amenaza contra los persas. La supervisión de los fondos recaudados, que se guardaban en Delos, correspondía a Atenas, que nombró a un guardián y gestor de los mismos, a quien conocemos como Arístides El Justo. Aris era incluso responsable de definir la cantidad que cada socio debía pagar cada año. En todo caso, todo parece indicar que la mayor parte de las fuerzas navales acopiadas, en todo momento, procedió de Atenas.

Cimón fue el general más activo en las acciones de la Liga. A sus mandos atacó Eión, una ciudad en el norte del mar Egeo donde los persas conservaban un fuerte; tomaron la ciudad y redujeron a la esclavitud a sus habitantes. Poco después, tomaron la isla de Esciros (o Sciros; la cosa es que no me gusta escribir topónimos con ese líquida) en el Egeo occidental, pretextando que era un nido de piratas. A los piratas no los encontraron, pero sí a los habitantes de la isla, a los que, ya que estaban allí y aprovechando que el Pisuerga pasa por Lacedemonia, redujeron a la esclavitud. Poco después, plantaron batalla a la ciudad de Caristos, al sur de la isla de Eubea, ya que sus habitantes habían decidido no entrar en la liga (como se ve, ya entonces se practicaba mucho eso de que la democracia era algo que se difunde sólo para beneficio propio).

Aunque todas estas cosas están sometidas a discusión, cuando menos para mí el hecho de que las acciones de la Liga se produjesen fundamentalmente en el mar Egeo o, para que nos entendamos, en Grecia según la entendemos hoy, y no allí donde se supone que la Liga quería combatir, esto es, en casa de los persas, demuestra que aquella movida decía de sí misma que era para una cosa pero, en realidad, era para otra. Su función fundamental no era otra que sustentar y ampliar el liderazgo ateniense en el Egeo, incrementar su poder sobre el Bósforo y, por lo tanto, consolidar su talasocracia, pues ésta era la estrategia que la ciudad había elegido para contrarrestar y, a ser posible, derrotar a la mesocracia peloponésica. Y todo esto quien lo llevó a cabo en la práctica fue Cimón, aprovechando ese agujero en el sistema clisténico, ya comentado, según el cual a los militares se les garantizaba la posibilidad de una estabilidad en el cargo de la cual los políticos no disfrutaban, porque la democracia se había obsesionado con controlar la continuidad de éstos sin fijarse en aquéllos (dos mil años después, en sitios como el Chile de Allende, el problema seguía sin resolverse del todo).

En estas condiciones, sin embargo, era sólo cuestión de tiempo que alguno de los socios de la Liga se acabase por dar cuenta de que estaba haciendo el pollas. Esto ocurrió, de hecho, en el año 470, cuando la isla de Naxos anunció que se abría del club. Normalmente, a la decisión de Naxos se le da mucha importancia porque es contraintuitiva. Naxos está en el Egeo meridional, que es precisamente, no hay más que mirar un mapa, la zona que está más expuesta a los ataques navales persas. De hecho, la isla fue saqueada por éstos camino de Maratón. El hecho de que ahora los naxitas decidiesen abandonar la Liga que, teóricamente, los defendía como una pequeña OTAN hecha de polis, refleja que se habían percatado de que aquello no era otra cosa que una organización para el poder ateniense, y que los demás importaban el huevo allí.

Pero si esto está sometido a interpretación, no parece que haya mucho que discutir sobre la reacción inmediata de los atenienses. Rechazando su secesión, la flota de la Liga sitió la isla hasta que sus habitantes se convencieron de las bondades de permanecer en el club; organización en la que ya quedaron como meros tributarios, perdiendo pues su condición de aliado independiente ( que era la que, de una forma ahora sabemos que más teórica que práctica, otorgaba la posibilidad de salirse). Ni siquiera Tucídides nos esconde el hecho de que, tras haberle hecho bullying a la isla de Naxos, la Liga de Delos ya no se podía considerar un pacto entre iguales sino un arché, un imperio, a cuya cabeza estaba Atenas, la ciudad de los filósofos y los demócratas (ja).

Las polis e islas de la Liga de Delos, progresivamente, fueron perdiendo su condición de aliadas y, cada vez más, se fueron convirtiendo en lo que eran: pequeñas provincias del Imperio ateniense. Y todo eso había sido impuesto por la fuerza de la espada. De una espada: la de Cimón.

Cimón inventó, como general de la Liga, una de las principales herramientas, si no la principal, del político moderno: la capacidad de proveer de bienestar a unos a costa del de otros, que no protestarán por diversas razones (en los tiempos de Cimón, porque estaban subyugados por las armas; en los tiempos presentes, porque no es políticamente correcto protestar de ciertas cosas... hasta que llegan, claro, esos populismos que nadie parece saber de dónde vienen). En efecto, el general, conforme iba tomando tierras e islas, arramblaba con sus habitantes locales, a lo que mandaba a fregar letrinas a Atenas, mientras colonizaba las tierras ahora abandonadas con atenienses pobres. Como haría algunos siglos después Cayo Mario cuando abrió las legiones romanas a los pringaos del census capiti, Cimón le dio un futuro a unos tipos que no lo tenían. Los atenienses libres pero pobres, ésos que no poseían medios suficientes como para pagarse la lanza, el escudo y las cositas de hoplita, estaban, antes de que Atenas fuese un imperio, condenados a vivir como proletarios, observando cómo otros mangoneaban su vida. Ahora, sin embargo, muchos de ellos se convirtieron en granjeros o agrícolas en aquellas tierras que la Liga había despejado para ellos. Tenían sus propias explotaciones, podían pagarse su presencia en el ejército (y en los botines), tenían derecho a ocupar determinados puestos públicos. Eran ciudadanos respetados, ellos, que otrora no habían merecido ni que les escupiesen.

Es fácil imaginarse, en todo caso, que de todos los militares que se enriquecieron con los espolios de las conquistas, el que más se tuvo que poner las botas fue el propio Cimón. Esto se hace evidente por la cantidad de obras públicas que pagó de su bolsillo, en el ágora, en la Academia, en la nueva muralla de la ciudad. Asimismo, dado que se inventó que en Esciros había encontrado los huesos de Teseo, construyó un templo para custodiar las reliquias. Asimismo, en un gesto que Pericles también le copiaría, abrió sus campos para el provecho de los pobres e incluso organizó una comida pública para ellos cada día. Fueron aquellos atenienses del siglo V antes de Cristo, pues, los primeros seres humanos que accedieron a una idea que es fundamental para muchas democracias: la idea de que hay cosas que uno disfruta gratis, que caen del Cielo por así decirlo. El buen demócrata de toda la vida siempre se guardará de explicarle a sus amiguitos que nada es gratis y que toda fiesta siempre la paga alguien; habitualmente, y mediante torticeros procesos, el mismo que la está disfrutando y que cree que se la regalan.

Nos dicen las crónicas que Cimón, en paseando por la ciudad, iba acompañado por algunos adjuntos que llevaban encima ropa que iban entregando a quienes veían necesitados de ella. Hoy, a esas túnicas de hace 2.500 años las llamamos, mayormente, gasto social.

Lo verdaderamente importante es que Cimón, un personaje muy inteligente al que la Historia, emperejilada en la figura de Pericles como si fuese El Único Listo de Atenas, no le da toda la importancia que tiene; lo verdaderamente importante, decía, es que Cimón consiguió hacerle una envolvente a Atenas y a sus instituciones políticas y aprovechó la carrera militar para crecer como político. Pericles, mientras tanto, esperaba su momento. Según Plutarco, el futuro héroe de la democracia ateniense andaba con el pito para adentro porque, tras la experiencia de Xántipo, le había cogido miedo al ostracismo. La tía abuela de Pericles, la hermana de Clístenes, había estado casada con Pisístrato, y ésta no era para él la mejor de las credenciales en una Atenas que cada vez se alejaba más del recuerdo de su pretérito dictador.

Aunque no podemos saberlo, la lógica de la posición que ocupaban Pericles y su familia nos hacen estimar como altamente probable que, en el momento en que tuvo edad para ello, el ateniense sirviese en el ejército de su ciudad, como ya hemos dicho. Es posible que incluso estuviese presente en diversas acciones de Cimón con la Liga de Delos. Su papel en la vida ateniense es, en aquel entonces, de tan bajo perfil que el primer dato cierto que tenemos es que en el 472 fue el choregos (algo así como el productor) de una representación de Los persas de Esquilo. En algún momento entre el 470 y el 460, Pericles debió casarse con su primera mujer, acerca de la que apenas sabemos cosas. Debía de ser una ateniense pija de la leche, pues no sólo se casó con la familia de Xántipo sino que, tras su divorcio de Pericles, se casó con Hipónicos, que era nada menos que hijo de Calias, el multimillonario.

Fuese quien fuese, esta primera mujer tuvo dos hijos con Pericles: Xántipo y Paralo, el mayor de los cuales se acabaría casando con una cimónida, dato que debe de tenerse en cuenta a la hora de valorar la competitividad y el enfrentamiento entre Pericles y Cimón.

En todo caso, en la década del 460, Pericles vivió una vida bastante modesta, mientras Cimón hacía todo lo contrario. En el año 466 fue el general en jefe de una de las campañas militares más ambiciosas de la Historia de Atenas: el ataque a los persas en la costa de Asia Menor. Los griegos se enfrentaron a los persas y fenicios, que se habían coligado, cerca del río Eurimedón. Cimón consiguió allí una victoria sin paliativos, tanto en mar como en tierra; y, lo que es más importante, con dicha acción se garantizó que los persas se quedasen sin ganas ni posibles de repetir sus invasiones durante un tiempo largo. El impacto en términos de opinión pública en Atenas fue tan brutal que los padres comenzaron a llamar a sus hijos Eurimedón, en homenaje a la victoria. Los atenienses fabricaron incluso vasijas, que hoy se pueden ver en algún que otro museo, en las que, bajo el nombre de Eurimedón, se ve a griegos a punto de violar a un persa.

Como pasa muchas veces en la Historia de Atenas, sin embargo, el punto más alto de la acometividad y de la fama de Cimón fue también el principio del fin para él o, cuando menos, el punto en el que comenzaron a sentarse las bases de su futura imputación, en la que precisamente acabaría participando Pericles.

¿Qué pasó después de la victoria de Eurimedón? Bueno, empecemos por lo que, lógicamente, tenía que pasar: la disolución de la Liga de Delos. Es, como digo, lógico: muerto el perro, se acabó la rabia. La Liga, recordémoslo, costaba una pasta y, cuando menos formalmente, existía para defender a los griegos de la amenaza persa. Esa amenaza, sin embargo, ya no existía, y es lógico que los tributarios de la flota permanente no viesen razón en seguir pagando soldadas como mamones. Atenas, sin embargo, tenía otro punto de vista. La Liga le estaba viniendo de coña para imponer su imperialismo económico, y ni modo estaba dispuesta a abandonarla.

Sabemos, pues, que apenas unos meses después de la batalla de Eurimedón, en el 465, Atenas fue a la guerra contra la isla de Tasos. Tucídides nos cuenta, bastante telegráficamente, que el motivo de la guerra fue el control sobre las minas y los mercados que controlaban los tasianos; lo que sugiere que fue una guerra de dominación económica. Las minas de Tasos, de hecho, eran de las pocas fuentes de metales preciosos que había en el norte de Grecia. Además, sabemos que, en el momento que Atenas atacó Tasos, también estaba colonizando la tierra continental inmediatamente frente a sus costas, conocida como Ennea Hodoi o nueve vías. La colonización de Ennea Hodoi, sin embargo, salió como el culo, puesto que los tracios locales (menudos eran los tracios, y lo siguen siendo, de hecho) los echaron de allí a hostia limpia. No sería hasta alguna década después que los atenienses lograsen levantar en aquella zona su primera colonia, Anfípolis.

El fracaso en el continente, en todo caso, es probable que convenciese a los atenienses de que lo que tenían que hacer era dominar Tasos. Así pues, en el 465 allí que se presentó Cimón con los de Palacagüina y asedió la isla que, no obstante (aquellos griegos eran como aragoneses) tardó dos años en capitular. En teoría, nos cuenta Tucídides, Tasos contaba con la ayuda de Esparta, que se había comprometido a invadir el Ática para poner problemas a los atenienses por su retaguardia. Sin embargo, al parecer hubo un terremoto en el Peloponeso que hizo imposible la ayuda espartana.

Cimón, en fin, asedió la ciudad de los tasianos, se llevó por delante sus murallas y, una vez que éstos hubieron de rendirse, los obligó a convertirse en tributarios de Atenas; lo cual, en la práctica, significa que se quedó con sus recursos naturales, los productos de sus minas y su madera, que eran fundamentales para el montaje económico ateniense.

Más contento que unas pascuas, Cimón puso proa hacia el Pireo, pensando que allí le harían unas pajillas de puta madre. ¿Cómo podría pensar otra cosa? Era el puto vencedor contra los persas, el tipo que había ganado una batalla que estaba en los nombres de pila de un montón de niños recién nacidos en Atenas. Ahora, además, se había asegurado una nueva colonización económica que, de alguna manera, servía para consolidar a la Liga de Delos como instrumento permanente de dominación imperial ática.

Si algo nos demuestra la Historia, sin embargo, es que las colectividades son volátiles. Igual que se habla de cansancio de guerra, ese efecto por el cual los pueblos que están implicados en enfrentamientos bélicos acaban volviéndose contra ellos sin duran demasiado, también se puede hablar de cansancio de gobierno. Y, desde luego, también hay que tener en cuenta la incansable labor de los poderes fácticos de todo sistema de poder.

Yo tengo tres hermanos, lo cual quiere decir que mi familia es perfecta para el juego del parchís. Los cuatro hermanos solíamos jugar partidas veraniegas interminables porque jugábamos a lo que llamábamos parchís con alianzas. Esto es: era permitido que cualquier número de jugadores (dos, o tres) se aliasen entre ellos; en ese caso, los aliados no se comían entre ellos, y podían formar “puentes” con fichas que no fuesen de uno solo de ellos. Las alianzas no eran permanentes: cualquiera podía salirse de una alianza cuando quisiera.

La consecuencia directa de un esquema así, a menos que seas hijo de Ned Flanders, es que todos los que van perdiendo se alían contra el que va ganando; pero, en plena alianza, tenías que vigilar que ninguno de tus aliados la aprovechase para medrar en exceso, pues, en ese caso, tal vez debieras romper la alianza e ir a por él, normalmente aliándote con tu antiguo enemigo.

Si imagináis la situación, que devenía como digo en partidas interminables pues nunca nadie tenía poder suficiente para culminar sus cuatro fichas, tendréis una imagen, creo yo que bastante adecuada, de la Atenas clásica. Sí, nosotros, que teníamos once o doce años, de alguna manera estábamos jugando, sin saberlo, a la vieja Atenas que describe Heródoto. El año 466, en Eurimedón, Cimón había cantado bingo. Y en el 465, un año después, había cantado el especial en Tasos. Eso es algo que el resto de las fuerzas vivas de Atenas, si querían seguir siendo fuerzas y querían seguir viviendo en Atenas, no podían olvidar.

A su vuelta a Atenas, Cimón se encontró imputado ante los tribunales.

Y entre sus jueces estaba Pericles.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario