lunes, junio 17, 2019

Pericles (8: Nunca abras dos frentes a la vez)

Ya hemos estado en:
Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón

No nos cabe ninguna duda de que, con el tiempo, Pericles logró ganarle la partida a Tucídides Melesiou, puesto que en el año 444 la asamblea ateniense votó su ostracismo de la ciudad durante diez años. La decisión fue clara por parte de los atenienses: cualquiera que quisiera gobernarlos desde entonces, debería partir de la base de que las decisiones relativas al pago de los miembros de jurados, así como la pasta gastada en obras públicas, eran intocables. Y hasta hoy; aunque, la verdad, hay que reconocer que los atenienses, precisamente los atenienses, han despertado recientemente, de forma bastante brusca, de su sueño de 2.500 años.
En puridad, la vida de aquella Atenas se pareció mucho a la de la actual. En términos de democracia normal, los atenienses, por jodidas que fuesen sus finanzas, jamás votaron una reducción o eliminación de aquella renta cuasi universal que era el pago por pertenecer a los jurados; y si hubo periodos en los que dicho pago se suspendió, fue a causa de momentos especialmente complicados de la Historia de la ciudad, como su derrota sin paliativos en Sicilia en el 413. Como se ve, la Historia, con o sin Eurogrupo, viene siendo la misma. La democracia ateniense sólo se planteó seriamente ahorrar en aquellos pagos cuando se sintió duramente amenaza por Filipo de Macedonia; incluso en esas circunstancias, la sostuvo y no la enmendó.

Con el despeje de la política interior, Pericles tenía el campo baleiro para dedicarse a lo que realmente le interesaba, que era la política exterior. Atenas llevaba, cuando Pericles accedió al poder político en la ciudad, como sesenta años, como mínimo, incubando la idea de su imperialismo griego, de su talasocracia, de su poder basado en el hecho de que había conseguido una excelencia en el mar que nadie le podía parangonar salvo los persas. Aquella Hélade, asimismo, vivía bajo la constante amenaza del Este. El paso desde Asia hacia Europa era algo bastante sencillo y, conforme pasaban las décadas y los ingenieros inventaban movidas, más fácil se iba haciendo. Ante esa amenaza, Grecia tenía que estar más unida que nunca; el concepto de confederaciones de polis ad hoc se le quedaba pequeño a los estrategas atenienses.

Todo esto se combinaba con una serie de problemas y novedades de política interior griega, de los que ya nos hemos ocupado, que provocaron que a mediados aproximadamente del siglo V antes de Cristo, Atenas comenzase a virar su rumbo para apartarse de Esparta, consciente de que ambos gallos estaban alcanzando dimensiones suficientes como para que les resultase muy difícil convivir en el mismo corral. En ese tiempo se produjo ya lo que conocemos como primera guerra del Peloponeso, que acabaría siendo como una especie de prólogo de la segunda, que se inició en el 431. 

Como también he referido, allá por el 465 Esparta se vio repentina y significativamente debilitada por los hechos de la naturaleza. Un fuerte terremoto en el Peloponeso redujo su capacidad de poder dentro de su esfera de influencia, y tal vez a causa de ello, ello marcó un momento en el que los atenienses decidieron pasar a la ofensiva en la zona y tratar de ganar para sí el control sobre viejos aliados de Esparta. Y su principal objetivo fue Corinto, un aliado de los lacedemonios de gran importancia porque era, en realidad, el que mejor sabía navegar en el bando espartano.

Todo empezó con disensiones entre esta polis y la cercana de Megara. Los atenienses trasladaron tropas hacia Megara, con la intención de controlar el golfo Sarónico, cosa que hicieron tras la construcción de unas murallas al efecto. Lograron una alianza con Megara que les garantizaba el monopolio del transporte por tierra entre la Grecia meridional y la central. Como puede verse, como siempre Atenas actúa combinando bastante sabiamente los objetivos militares con los económicos o, si se prefiere, subordinando los primeros al objetivo mayor de construir para sí el monopolio del transporte de mercancías. Dado que el gran desarrollo de la flota ateniense y del puerto de El Pireo ya les otorgaba un importante monopolio en las costas orientales de Grecia, para los atenienses ahora era de gran importancia obtener también el control de las rutas interiores que conectaban el sur, el centro y el norte de la nación. 

Aquel movimiento por parte de Atenas, que además proveía de puertos para la flota ateniense en la zona, puso de los nervios a Corinto, que lógicamente veía en peligro todo su modelo económico. Corinto era, en ese momento y como ya he dicho, el proveedor de la inmensa mayoría de la fuerza naval con que podía contar Esparta, por lo que no le quedaba otra que enfrentarse militarmente con el expansionismo ateniense.

Al mismo tiempo que se iniciaban los enfrentamientos con Corinto, a Atenas llegaron mensajeros informando de que un señor de la guerra libio había lanzado una rebelión en Egipto contra el poder de los persas. Los atenienses votaron el envío de una flota de 200 barcos a Egipto para ayudar a los rebeldes.

Todo es cuestión de opiniones, y máxime cuando se habla de Historia antigua; pero la mía es que aquí nos encontramos con una más de las pruebas de que la democracia asamblearia, esto que algunas formaciones políticas, en todo momento, tienen por lo más de lo más, tiene muchos matices y agujeros que, en realidad, hacen que sea cuestionable la opinión de que es la mejor forma de llevar las cosas adelante. El problema de la democracia asamblearia, donde el voto lo es todo, es que, por mucho que queramos pensar lo contrario, los que votan no siempre votan con pleno conocimiento de causa. Si a una persona le pones en la tesitura entre votar si le van a servir un pastel de natillas de chocolate o si le van a servir unas acelguitas hervidas, no hay que ser Tezanos para adivinar el sentido de su voto. Pero, ¿qué pasa si esa persona tiene una diabetes galopante y, consecuentemente, el pastel es susceptible de matarlo? ¿Votará lo mismo si sabe eso? De hecho, habrá quien piense: es que en esa situación, ni siquiera debería tener la opción de votar, pues debería ser su médico quien decidiese por él. De hecho, cada vez que nos sometemos a una operación quirúrgica que provoca que luego quedemos ingresados, ¿acaso nuestro voto cuenta algo a la hora de decidir cuándo y qué comemos o bebemos? Ah, la medicina hospitalaria fascista...

Las asambleas de atenienses, aunque mucha gente las tenga idealizadas, estaban petadas de la misma gente que ves hoy en día. El taxista que te lleva de un sitio a otro mientras te cuenta que “esto lo arreglaba yo en dos días”; el tipo que no te sabe decir ni el nombre de tres ministros de su propio gobierno; el tontopollas que se cree que la prima de riesgo es una pariente promiscua; el cuñado profesional que todo lo que sabe sobre tal o cual problema es lo que ha leído “en un hilo cojonudo de Twitter”. Todos ellos, en el fondo mucho más ignorantes porque al fin y al cabo estos últimos 2.500 años hay cosas que han mejorado, son los tipos que iban a la Asamblea a escuchar a Pericles. Los mismos tontos de los cojones que votaron, juntos como hermanos, miembros de una Iglesia, meterse de hoz y coz en la mayor estupidez estratégica que se puede cometer: abrir dos frentes a la vez, distantes uno de otro.

Una vez en Egipto, la flota griega estaría sola. Sola. Todo lo que necesitase, desde maromas para apuntalar unos aparejos rotos hasta nuevas armas, pasando por comida, se lo tendría que sacar de su culo. A ello hay que añadir que 200 barcos no podía ser menos de dos tercios de la flota total con la que contaba Atenas. Así pues, la asamblea de los atenienses listísimos y superdemocratísimos, básicamente, votó hacerse un Froilán; pegarse un tiro en el pie. Votó coger prácticamente toda su flota naval, enviarla al culo del mundo, donde no podría tener contacto con ella para llamarla de nuevo si las cosas iban mal ni tampoco reabastecerla; y, al mismo tiempo, abrir hostilidades con la principal fuerza naval del bando espartano. Plutarco nos dice que Pericles se opuso a la expedición egipcia, más o menos por las razones que aquí he apuntado. Yo os tengo que decir que no le creo. Para mí, esa afirmación plutarquina es pura, pura propaganda, destinada a salvar el huevo izquierdo de Pericles de una decisión de la que, sin embargo, en mi opinión si uno reconstruye dentro de su cabeza la situación de Atenas, las relaciones de fuerzas, quién mandaba y quién era influyente, llega rápidamente a la conclusión de que fue una decisión que nunca se habría votado afirmativamente si Pericles no la hubiese apoyado. O sea, Pericles, quien durante su vida sería capaz de llevar a los atenienses a apoyarle en situaciones que racionalmente le operaban en contra, ¿no fue capaz de convencerlos de algo que caía por su propio peso como que no había que mandar los barcos a Egipto? No me lo trago. Que Pericles, allá por el 431 cuando estalló la segunda guerra del Peloponeso, había aprendido la lección y ya procuraba que Atenas tuviese sólo una guerra cada vez, cierto es. Pero eso no demuestra que ésa fuese su manera de ver las cosas años antes.

En los acontecimientos inmediatamente posteriores, sin embargo, encontramos otra prueba que nos enseña la Historia, pero que, como otras muchas que nos da, nosotros nos obstinamos en no creer: las cosas no son lineales. Cuando alguien hace una gilipollez, no necesariamente le va mal desde el minuto uno. De hecho, muchas de las idioteces que deciden los políticos tienen un efecto que les encanta (de hecho, es el que van buscando) que es el beneficio a corto plazo. Si el pastel ha de matarte de una hiperglucemia, eso no quita que, mientras te lo estás metiendo en la boca, no dejes de ser el hombre más feliz del mundo. ¿No es cierto acaso que los primeros picos de heroína son la pera limonera? A Atenas aquellas cosas que votó le fueron de coña en el corto plazo. Y parece que se puede oír al típico lerdo de turno pontificando en el Ágora: "todos esos pesimistas que decían que si esto y lo otro, ¿dónde están ahora?" La verdad, hablemos de la expedición contra Egipto, de la crisis financiera o del salario mínimo, todo, como decía John Toshack, forma parte de la misma mierda.

Los barquitos atenienses, pues, partieron hacia el sur, buscando echar a los persas de Egipto e incluso, por qué no, convertirse ellos en los nuevos persas de Egipto. Pero al mismo tiempo, la guerra con Corinto se globalizaba muy rápidamente, amenazando con extenderse por todo el sur de Grecia. Como era de esperar por cualquiera que no fuese uno de los cráneos privilegiados que habían votado en las asambleas atenienses (y es que a los griegos siempre se les ha dado muy bien convocar referendos con resultados absurdos e ilógicos, y luego ponerse a bailar el sirtaki como si eso lo fuese a resolver todo), la guerra contra Corinto pronto se convirtió en una guerra contra Esparta. Los espartanos lanzaron una expedición hacia la Grecia central, aprovechando que sus aliados los dorios decían proceder de allí; por el camino se dieron un voltio por Beocia, en el norte del Ática, una región dominada por sus aliados tebanos. Con ello lograron construir una armada común espartano-tebana. Los atenienses, entonces, votaron enviar una armada para encenderles el pelo a los lacedemonios; ambas partes se encontraron en Tanagra, Beocia, y allí los del Peloponeso le dieron a los atenienses hasta en el yeyuno, con lo que los espartanos incluso pudieron volver a casa por tierra. Inasequibles al desaliento, eso sí, los atenienses volvieron a Beocia dos meses después, derrotando a los tebanos en Oinofita (lugar que mi padre solía llamar Oivoputa, leyendo el topónimo literalmente del griego, so to speak). Esto les otorgó el control de la Grecia central.

Las victorias atenienses continuaron en el propio Peloponeso, donde lograron controlar diversos lugares en el norte de la península, y la isla de Egina, a la que hicieron tributaria suya. En suma, en el año 454 daba la impresión de que Atenas estaba a punto de conseguir un nivel de preeminencia dentro de la Hélade que nadie había tenido antes que ella. Esparta había sido un enemigo tratable a causa del debilitamiento que le produjo el suceso del terremoto, la rebelión de los ilotas y, como consecuencia de todo ello, las pérdidas de Megara y Egina y la derrota de su aliado tebano. Mucha gente, y con razón si sólo miraban la superficie de las cosas, probablemente pensaba en Atenas que su ciudad, su imperio, estaba a punto de sumergir a Esparta en el agujero negro de la Historia, reduciéndola a la categoría de potencia militar de segundo orden. El West Point de Grecia, si se quiere ver así.

Todo en la realidad desmentía a Cimón. El viejo político oligárquico ateniense, para entonces ya casi olvidado y que no jugaba ningún papel en la política de la ciudad, ni él ni sus partidarios, siempre había defendido la idea de que Grecia tenía que ser una entidad política, militar y económica más sólida y unida, y que ello se debía de conseguir mediante el liderazgo compartido de Atenas y Esparta. Ante la visión cimónida había surgido la pericleana, aunque en realidad el mérito primero es de Efialtes, tendente a defender la idea (en este caso, bastante acertada en mi opinión) de que dos no pueden compartir el poder y que, en consecuencia, si la guerra entre Atenas y Esparta era inevitable, mejor sería tenerla cuanto antes, para así atacar la planta de raíz.

En el 454, digo, todo parecía conspirar para dar la razón a los pericleanos. Atenas estaba haciendo dos guerras a la vez, y no le iba mal.



Los cojones.

3 comentarios:

  1. Perdón si me paso de listo, pero ¿No falta un trozo? La parte 7 llega hasta el apiolamiento de Efialtes y el estreno de Eumenides y al principio de esta, Pericles acaba de quitarse de en medio al Viejo Oligarca ¿No falta algo del enfrentamiento entre Pericles y el hijo de Melesias?

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  2. Lo revisaré. A veces me ha pasado en otras series.

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