Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón
No nos cabe ninguna duda de que, con el tiempo, Pericles logró ganarle la partida a Tucídides Melesiou, puesto que en el año 444 la asamblea ateniense votó su ostracismo de la ciudad durante diez años. La decisión fue clara por parte de los atenienses: cualquiera que quisiera gobernarlos desde entonces, debería partir de la base de que las decisiones relativas al pago de los miembros de jurados, así como la pasta gastada en obras públicas, eran intocables. Y hasta hoy; aunque, la verdad, hay que reconocer que los atenienses, precisamente los atenienses, han despertado recientemente, de forma bastante brusca, de su sueño de 2.500 años.
En
puridad, la vida de aquella Atenas se pareció mucho a la de la
actual. En términos de democracia normal, los atenienses, por
jodidas que fuesen sus finanzas, jamás votaron una reducción o
eliminación de aquella renta cuasi universal que era el pago por
pertenecer a los jurados; y si hubo periodos en los que dicho pago se
suspendió, fue a causa de momentos especialmente complicados de la
Historia de la ciudad, como su derrota sin paliativos en Sicilia en
el 413. Como se ve, la Historia, con o sin Eurogrupo, viene siendo la
misma. La democracia ateniense sólo se planteó seriamente ahorrar
en aquellos pagos cuando se sintió duramente amenaza por Filipo de
Macedonia; incluso en esas circunstancias, la sostuvo y no la
enmendó.
Con
el despeje de la política interior, Pericles tenía el campo baleiro
para dedicarse a lo que realmente le interesaba, que era la
política exterior. Atenas llevaba, cuando Pericles accedió al poder
político en la ciudad, como sesenta años, como mínimo, incubando
la idea de su imperialismo griego, de su talasocracia, de su poder
basado en el hecho de que había conseguido una excelencia en el mar
que nadie le podía parangonar salvo los persas. Aquella Hélade,
asimismo, vivía bajo la constante amenaza del Este. El paso desde
Asia hacia Europa era algo bastante sencillo y, conforme pasaban las
décadas y los ingenieros inventaban movidas, más fácil se iba
haciendo. Ante esa amenaza, Grecia tenía que estar más unida que
nunca; el concepto de confederaciones de polis ad hoc se le
quedaba pequeño a los estrategas atenienses.
Todo
esto se combinaba con una serie de problemas y novedades de política
interior griega, de los que ya nos hemos ocupado, que provocaron que
a mediados aproximadamente del siglo V antes de Cristo, Atenas
comenzase a virar su rumbo para apartarse de Esparta, consciente de
que ambos gallos estaban alcanzando dimensiones suficientes como para
que les resultase muy difícil convivir en el mismo corral. En ese
tiempo se produjo ya lo que conocemos como primera guerra del
Peloponeso, que acabaría siendo como una especie de prólogo de la
segunda, que se inició en el 431.
Como también he referido,
allá por el 465 Esparta se vio repentina y significativamente
debilitada por los hechos de la naturaleza. Un fuerte terremoto en el
Peloponeso redujo su capacidad de poder dentro de su esfera de
influencia, y tal vez a causa de ello, ello marcó un momento en el que los atenienses decidieron pasar a la ofensiva en la zona y tratar de ganar para sí el control sobre viejos aliados de Esparta. Y su principal objetivo fue Corinto, un aliado de los lacedemonios de gran importancia porque era, en realidad, el que mejor sabía navegar en el bando espartano.
Todo
empezó con disensiones entre esta polis y la cercana de Megara. Los atenienses trasladaron tropas hacia Megara, con la intención de controlar el
golfo Sarónico, cosa que hicieron tras la construcción de unas
murallas al efecto. Lograron una alianza con Megara que les
garantizaba el monopolio del transporte por tierra entre la Grecia
meridional y la central. Como puede verse, como siempre Atenas actúa combinando bastante sabiamente los objetivos militares con los económicos o, si se prefiere, subordinando los primeros al objetivo mayor de construir para sí el monopolio del transporte de mercancías. Dado que el gran desarrollo de la flota ateniense y del puerto de El Pireo ya les otorgaba un importante monopolio en las costas orientales de Grecia, para los atenienses ahora era de gran importancia obtener también el control de las rutas interiores que conectaban el sur, el centro y el norte de la nación.
Aquel
movimiento por parte de Atenas, que además proveía de puertos para
la flota ateniense en la zona, puso de los nervios a Corinto, que
lógicamente veía en peligro todo su modelo económico. Corinto era,
en ese momento y como ya he dicho, el proveedor de la inmensa mayoría de la fuerza
naval con que podía contar Esparta, por lo que no le quedaba otra
que enfrentarse militarmente con el expansionismo ateniense.
Al
mismo tiempo que se iniciaban los enfrentamientos con Corinto, a
Atenas llegaron mensajeros informando de que un señor de la guerra
libio había lanzado una rebelión en Egipto contra el poder de los
persas. Los atenienses votaron el envío de una flota de 200 barcos a
Egipto para ayudar a los rebeldes.
Todo
es cuestión de opiniones, y máxime cuando se habla de Historia
antigua; pero la mía es que aquí nos encontramos con una más de
las pruebas de que la democracia asamblearia, esto que algunas
formaciones políticas, en todo momento, tienen por lo más de lo
más, tiene muchos matices y agujeros que, en realidad, hacen que sea
cuestionable la opinión de que es la mejor forma de llevar las cosas
adelante. El problema de la democracia asamblearia, donde el voto lo
es todo, es que, por mucho que queramos pensar lo contrario, los que
votan no siempre votan con pleno conocimiento de causa. Si a una
persona le pones en la tesitura entre votar si le van a servir un
pastel de natillas de chocolate o si le van a servir unas acelguitas
hervidas, no hay que ser Tezanos para adivinar el sentido de su voto.
Pero, ¿qué pasa si esa persona tiene una diabetes galopante y,
consecuentemente, el pastel es susceptible de matarlo? ¿Votará lo
mismo si sabe eso? De hecho, habrá quien piense: es que en esa
situación, ni siquiera debería tener la opción de votar, pues debería ser su médico quien decidiese por él. De hecho, cada vez que nos sometemos a una operación quirúrgica que provoca que luego quedemos ingresados, ¿acaso nuestro voto cuenta algo a la hora de decidir cuándo y qué comemos o bebemos? Ah, la medicina hospitalaria fascista...
Las
asambleas de atenienses, aunque mucha gente las tenga idealizadas,
estaban petadas de la misma gente que ves hoy en día. El taxista que
te lleva de un sitio a otro mientras te cuenta que “esto lo
arreglaba yo en dos días”; el tipo que no te sabe decir ni el
nombre de tres ministros de su propio gobierno; el tontopollas que se
cree que la prima de riesgo es una pariente promiscua; el cuñado
profesional que todo lo que sabe sobre tal o cual problema es lo que ha leído “en un hilo cojonudo de Twitter”.
Todos ellos, en el fondo mucho más ignorantes porque al fin y al
cabo estos últimos 2.500 años hay cosas que han mejorado, son los
tipos que iban a la Asamblea a escuchar a Pericles. Los mismos tontos
de los cojones que votaron, juntos como hermanos, miembros de una
Iglesia, meterse de hoz y coz en la mayor estupidez estratégica que
se puede cometer: abrir dos frentes a la vez, distantes uno de otro.
Una
vez en Egipto, la flota griega estaría sola. Sola. Todo lo que
necesitase, desde maromas para apuntalar unos aparejos rotos hasta
nuevas armas, pasando por comida, se lo tendría que sacar de su
culo. A ello hay que añadir que 200 barcos no podía ser menos de
dos tercios de la flota total con la que contaba Atenas. Así pues,
la asamblea de los atenienses listísimos y superdemocratísimos,
básicamente, votó hacerse un Froilán; pegarse un tiro en el pie.
Votó coger prácticamente toda su flota naval, enviarla al culo del
mundo, donde no podría tener contacto con ella para llamarla de
nuevo si las cosas iban mal ni tampoco reabastecerla; y, al mismo
tiempo, abrir hostilidades con la principal fuerza naval del bando
espartano. Plutarco nos dice que Pericles se opuso a la expedición
egipcia, más o menos por las razones que aquí he apuntado. Yo os
tengo que decir que no le creo. Para mí, esa afirmación plutarquina
es pura, pura propaganda, destinada a salvar el huevo izquierdo de
Pericles de una decisión de la que, sin embargo, en mi opinión si
uno reconstruye dentro de su cabeza la situación de Atenas, las
relaciones de fuerzas, quién mandaba y quién era influyente, llega
rápidamente a la conclusión de que fue una decisión que nunca
se habría votado afirmativamente si Pericles no la hubiese apoyado.
O sea, Pericles, quien durante su vida sería capaz de llevar a los
atenienses a apoyarle en situaciones que racionalmente le operaban en
contra, ¿no fue capaz de convencerlos de algo que caía por su
propio peso como que no había que mandar los barcos a Egipto? No me lo trago. Que Pericles, allá por el 431 cuando
estalló la segunda guerra del Peloponeso, había aprendido la
lección y ya procuraba que Atenas tuviese sólo una guerra cada vez,
cierto es. Pero eso no demuestra que ésa fuese su manera de ver las
cosas años antes.
Los
barquitos atenienses, pues, partieron hacia el sur, buscando echar a
los persas de Egipto e incluso, por qué no, convertirse ellos en los
nuevos persas de Egipto. Pero al mismo tiempo, la guerra con Corinto
se globalizaba muy rápidamente, amenazando con extenderse por todo
el sur de Grecia. Como era de esperar por cualquiera que no fuese uno
de los cráneos privilegiados que habían votado en las
asambleas atenienses (y es que a los griegos siempre se les ha dado
muy bien convocar referendos con resultados absurdos e ilógicos, y
luego ponerse a bailar el sirtaki como si eso lo fuese a resolver
todo), la guerra contra Corinto pronto se convirtió en una guerra
contra Esparta. Los espartanos lanzaron una expedición hacia la
Grecia central, aprovechando que sus aliados los dorios decían
proceder de allí; por el camino se dieron un voltio por Beocia, en
el norte del Ática, una región dominada por sus aliados tebanos.
Con ello lograron construir una armada común espartano-tebana. Los
atenienses, entonces, votaron enviar una armada para encenderles el
pelo a los lacedemonios; ambas partes se encontraron en Tanagra,
Beocia, y allí los del Peloponeso le dieron a los atenienses hasta
en el yeyuno, con lo que los espartanos incluso pudieron volver a
casa por tierra. Inasequibles al desaliento, eso sí, los atenienses
volvieron a Beocia dos meses después, derrotando a los tebanos en
Oinofita (lugar que mi padre solía llamar Oivoputa, leyendo el topónimo literalmente del griego, so to speak). Esto les otorgó el control de la Grecia central.
Las victorias atenienses continuaron en el propio Peloponeso, donde
lograron controlar diversos lugares en el norte de la península, y
la isla de Egina, a la que hicieron tributaria suya. En suma, en el
año 454 daba la impresión de que Atenas estaba a punto de conseguir
un nivel de preeminencia dentro de la Hélade que nadie había tenido
antes que ella. Esparta había sido un enemigo tratable a causa del
debilitamiento que le produjo el suceso del terremoto, la rebelión
de los ilotas y, como consecuencia de todo ello, las pérdidas de
Megara y Egina y la derrota de su aliado tebano. Mucha gente, y con
razón si sólo miraban la superficie de las cosas, probablemente
pensaba en Atenas que su ciudad, su imperio, estaba a punto de
sumergir a Esparta en el agujero negro de la Historia, reduciéndola
a la categoría de potencia militar de segundo orden. El West Point de
Grecia, si se quiere ver así.
Todo
en la realidad desmentía a Cimón. El viejo político oligárquico
ateniense, para entonces ya casi olvidado y que no jugaba ningún
papel en la política de la ciudad, ni él ni sus partidarios,
siempre había defendido la idea de que Grecia tenía que ser una
entidad política, militar y económica más sólida y unida, y que
ello se debía de conseguir mediante el liderazgo compartido de
Atenas y Esparta. Ante la visión cimónida había surgido la
pericleana, aunque en realidad el mérito primero es de Efialtes,
tendente a defender la idea (en este caso, bastante acertada en mi
opinión) de que dos no pueden compartir el poder y que, en
consecuencia, si la guerra entre Atenas y Esparta era inevitable,
mejor sería tenerla cuanto antes, para así atacar la planta de
raíz.
En el
454, digo, todo parecía conspirar para dar la razón a los
pericleanos. Atenas estaba haciendo dos guerras a la vez, y no le iba
mal.
Los
cojones.
Perdón si me paso de listo, pero ¿No falta un trozo? La parte 7 llega hasta el apiolamiento de Efialtes y el estreno de Eumenides y al principio de esta, Pericles acaba de quitarse de en medio al Viejo Oligarca ¿No falta algo del enfrentamiento entre Pericles y el hijo de Melesias?
ResponderBorrarLo revisaré. A veces me ha pasado en otras series.
ResponderBorrarEste blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
ResponderBorrar