“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
Uno de los grandes vicios de Mao Tse Tung fue siempre comer. Se hacía traer la comida que le gustaba de todos los rincones del país. Como consecuencia, dado que comúnmente Mao estaba a más de 1.000 kilómetros de un pescado típico de Wuhan, constantemente había que enviarle remesas del mismo, vivas en bolsas de plástico que eran periódicamente oxigenadas. El arroz debía de tratarse manualmente para que conservara exactamente las propiedades que le gustaban. Los vegetales y la carne de ave del Presidente se producían en una granja especial llamada Jushan. Su té preferido era el de mayor calidad de China, conocido como el Pozo del Dragón; y las hojas para él se cosechaban especialmente en los mejores días del año.
Toda la comida que comía Mao era revisada por médicos
constantemente. Muy especialmente, existía la regla de que todo plato que fuese
frito o a la plancha tenía que servirse inmediatamente tras salir de la sartén.
Pero, como quiera que Mao dio la orden de que las cocinas estuviesen lejos de
sus estancias porque le jodía el olor, el espectáculo normal a la hora de la
comida en su residencia era el de los sirvientes corriendo por los pasillos con
platos humeantes.
Es sobradamente conocido que una de las costumbres más
notables de Mao era su costumbre de no bañarse. De hecho, se pasó 25
años sin tomar un solo baño (aunque en esa cuenta no están las veces que se fue
a nadar, cosa que hacía muy a menudo). Sus sirvientes lo masajeaban diariamente
con toallas calientes.
La ropa no estaba entre sus aficiones. Llevó los mismos
zapatos durante años; y cuando no tuvo más remedio que usar unos nuevos, usó a
sus guardaespaldas para que se los envejeciesen (detalle éste en el que, debo confesarlo, le envidio).
Oficialmente, el comunismo
maoísta era muy conservador en materia de relaciones sexuales; especialmente
cuando en China comenzaron a tomarse medidas para controlar la súper población.
Para Mao, las relaciones sexuales de los demás eran realidades
prescindibles. En el marco de las diversas planificaciones del Estado
comunista, fue relativamente común que parejas casadas fuesen compelidas a
vivir en puntos distintos del país. Este tipo de parejas apenas tenía 12 días
al año para estar juntos; era, pues, un régimen casi peor que el de los vis a
vis de las cárceles. Durante el resto del tiempo, del buen comunista se
esperaba que aguantase con continencia. Algunas personas que fueron
descubiertas masturbándose tuvieron que poner carteles en la puerta de su casa
anunciando al mundo que eran pajilleros.
Mientras impulsaba estas
políticas de continencia, Mao practicaba todo tipo de juergas sexuales en su
propia residencia. Todo el mundo en la guardia personal de Mao tenía asumido
que su principal función era buscarle tías. Algunas de estas putas provisionales
llegaban a gustarle tanto al presidente que les concedía pequeños o no tan
pequeños subsidios. Esos fondos Next Fornication salían de una cuenta llamada
Cuenta Especial, que era donde Mao ingresaba el producto de sus derechos de
autor. En su mejor momento, cuando cada chino adulto o incluso adolescente
debía tener su famoso Libro Rojo, llegó a tener dos millones de yuans. Eso
convirtió a Mao en el único millonario de la China comunista.
Nada más ganar la guerra civil en
China, en puridad algo antes, Mao comenzó a maquinar sus planes para
convertirse en un líder mundial. No había más que echar cuentas para percatarse
de que, a finales de los años cuarenta, a Stalin le quedaba menos cuerda que a los shows de Carlos Latre. Mao
quería ser el siguiente gran líder comunista mundial; eso si no podía ascender
al podio ex aequo incluso en vida del hombre que, si no lo había creado,
sí cuando menos le había dejado nacer y crecer.
El tema, sin embargo, no iba a
ser fácil. Mao contaba para sus planes con una persona fundamental: Edward
Snowrrondo, el autor de Red star over China, el libro que lo había
proyectado por primera vez al interés mundial. Snowrrondo, sin embargo, se
encontró con el problema de que, a base de intentar convencer al mundo de que
las flatulencias de Mao olían a Vittorio & Luchino, acabó por despertar las
sensibilidades del propio Stalin. El resultado final fue que Moscú dejó de dar
su placet al periodista. Por ello, Mao tuvo que apoyarse en otra
periodista estadounidense, Anna Louise Strong, de perfil mucho menos
importante.
Ya en 1947, Mao envió a Ana Luisa
en un viaje por el mundo para hablar del líder chino. Strong produjo un
artículo dedicado a analizar a fondo el pensamiento del líder chino, y escribió
otro vomitivo tomito, llamado en este caso Dawn out of China; un libro
en el que, si excluimos el lugar y fecha del pie de imprenta, no se dice nada
que sea verdad. En paralelo, ya en esa época había elementos prochinos en el
Partido Comunista de los Estados Unidos. En parte como respuesta a estos
movimientos, Stalin creó en septiembre de 1947 la Kominform, una nueva
estructura del comunismo internacional de la que formaban parte sólo los
partidos europeos.
En noviembre de 1947, llegó el
momento de la verdad para los dos gallos del gallinero. Mao, ya racionalmente
seguro de que prevalecería en la guerra civil, le propuso a Stalin visitar
Moscú. Lo hizo pensando que dicha visita le serviría para coronarse como
colíder del comunismo mundial. Stalin, por su parte, pensó que la ocasión era
para lo contrario: para enseñarle al chinorri de los huevos quién mandaba ahí.
El líder comunista, para empezar, hizo lo que mejor se le daba: permanecer silente. En abril de 1948, ante el hecho de que Stalin no le había
confirmado la invitación, Mao volvió sobre el tema: Los comunistas acababan de
tomar Yenan y Mao le dijo al doctor Orlov que podría estar en Moscú a
principios de mayo. Esta vez, Stalin dijo da. Mao sugirió que, además de
ir a Moscú, le gustaría visitar los países satélite europeos. Stalin le vino a
decir que no era partidario, pero que hiciese lo que le pareciese.
No sabemos por qué, pero el caso
es que la primera semana de mayo, que era el momento designado, Mao no salió
hacia Moscú. Y la cosa es que el día 10, de forma inopinada, Stalin comunicó
que la visita quedaba aplazada.
Mao estaba en una reunión del Partido en Xibaipo. Y, claramente, tenía la cabeza en salir hacia Moscú cagando leches. Lo sabemos gracias a unas ranas. Al Presidente le gustaba dormir tranquilo y, por ello, allí donde pacía, su guardia personal se ocupaba de controlar los ruidos de todos los animales que por la noche se dejan oír. En Xibaipo, Mao hubo de dormir cerca de una poza donde, por la noche, había todo un concierto de ranas. La guardia personal propuso dinamitar la poza para acabar con el problema; pero eso no se hizo porque todo el mundo, Mao incluido, asumió que el líder pasaría allí una noche, o ninguna. Estaba convencido de que iba a salir hacia Moscú. Se trató, pues, de un pequeño episodio que podríamos titular El día que Stalin salvó a las ranas del charco.
Como la gente comenzaba a murmurar,
Mao contraprogramó su fracaso envenenando una vez más a Wang Ming con lisol, lo
que le destrozó los intestinos.
En ese entorno, un Mao cada vez
más desesperado le telegrafió a Stalin que había decidido ir a Moscú en diez
días. Eso fue el 4 julio. Stalin (que tenía que enviarle el avión) lo hizo
esperar los diez días, y el 14 hizo llegar un avión con un mensaje para el
doctor Orlov, en el que anunciaba que el encuentro quedaba aplazado hasta el
invierno; concretamente, finales de noviembre.
Algo entendió Mao de lo que
Stalin estaba intentando decirle. El 15 de agosto, cuando fue informado de que
la Universidad del Norte de China iba a iniciar un programa de estudios
específico sobre el maoísmo, lo vetó. Y no sólo eso, sino que dio la orden de
que todos los artículos y libros que hablaban de “el pensamiento de Mao Tse
Tung” pasaran a hablar de “el marxismo-leninismo”. El 28 de septiembre, le
envió un telegrama a Stalin en el que lo apelaba de “El Maestro”.
Una vez que, como a Richard Gere, le habían hecho suficientemente la pelota, Stalin contestó, magnánimo, el 17 de octubre, confirmando la cita de noviembre. Que, de todas formas, tampoco se produjo.
Esto, sin embargo, duró lo que
duró. El 9 de enero de 1949, antes de caer Nanjing, los nacionalistas
propusieron que se acordase un alto el fuego y el inicio de negociaciones.
Stalin se mostró a favor de dicho proceso, y eso enfureció a Mao. No cabe reprochárselo;
en fecha tan avanzada de la guerra civil, Mao estaba en una posición muy
parecida a la del general Franco al final de la española y, consecuentemente,
era igual de poco proclive a un final negociado. Lo claro que tenía Mao que
había ganado la guerra y, consecuentemente, debía ganarla, le jugó la mala
pasada de que no pudiera evitar dictarle a Stalin los términos de la respuesta
que debía darle al Kuomintang.
Al día siguiente, 14 de enero,
Stalin respondió con un mensaje en el que se desplegaba sobre las virtudes de
abrir el diálogo en ese momento. Consideraba el líder comunista que no hacerlo
era un gesto muy negativo desde el punto de vista de la reputación
internacional, y que podía provocar la intervención extranjera. Mao se tragó el
orgullo, cuando menos parcialmente, y le contestó a Stalin con una lista de
condiciones de paz que le parecían irrenunciables para comenzar el diálogo.
Stalin se mostró de acuerdo. Son
varios los síntomas de que el comportamiento del chino en ese punto le
impresionó mucho, y le convenció de que Mao era un hombre difícil de dominar,
pero al fin y a la postre un comunista extremadamente útil. Aún así, el georgiano
insistió en que el viaje del chino a Moscú debía posponerse; aunque le ofreció
enviarle a China a un miembro conspicuo del Politburo.
A Mao, inicialmente, aquel
mensaje le puso como al Puma de Baracoa. Sin embargo, cuando se lo pensó dos
veces, se dio cuenta de que el ofrecimiento del miembro del Politburo era toda
una deferencia que, de hecho, Mao no había tenido nunca con nadie antes. Así
que el 17 le escribió a Stalin diciéndole que su amiguito sería bien recibido.
El enviado fue Anastas Mikoyan,
quien llegó a Xibaipo, el sitio de las ranas, el 30 de enero. Mikoyan llegó con
Iván Kovalev, que había sido ministro de Ferrocarriles y, en calidad de tal,
había levantado la red ferroviaria de Manchuria. Stalin quería que fuese ahora
su enlace personal con Mao.
Al día siguiente, el Kuomintang
abandonó Nanjing para irse a Cantón. El embajador soviético, Roshchin, fue el
único legado que se fue con ellos. Aquello no le gustó nada a Mao. Stalin le
explicó a Liu Shao Chi que se habían hecho así las cosas para seguir teniendo
información de primera mano de los nacionalistas; pero Mao no les creyó. Sin
embargo, más o menos por aquel tiempo se preocupó mucho de criticar a Josip
Broz Tito, con el objetivo de dejarle claro a Stalin que él no iba a ser un
grano en el culo comunista como el yugoslavo.
En términos generales, durante
sus conversaciones con Mikoyan, la gran obsesión de Mao fue convencer al
soviético de que, en él, Stalin tenía a un amigo, un esclavo, un servidor.
Cuando Mikoyan le sacó uno de los temas que más le interesaban a Stalin: la
coordinación de comunistas asiáticos, Mao se mostró de acuerdo y sugirió la
creación de una Kominform asiática. Aquí, de nuevo se pasó de frenada, cosa que
supongo que ya os habréis dado cuenta que le solía pasar con bastante
frecuencia. Mikoyan, pues, tuvo que retrucarle con una propuesta más modesta:
que China liderase un grupo de partidos comunistas de Asia oriental, es
decir: sólo China, Corea y Japón (lo que dejaba fuera a los indios y a los
filipinos, que Mao quería controlar; y Stalin, también).
Al día siguiente de esta
conversación entre Mao y Mikoyan, el miembro del Politburo soviético recibió un
mensaje de Stalin en el que éste le ordenaba que a su vez le ordenase a Mao la
detención por espionaje del estadounidense Sidney Rittenberg. Rittenberg era un
colaborador del comunismo estadounidense y, muy particularmente, de Anna Louise
Strongrrondo, a quien Stalin también consideraba una espía. Mao procedió a la
detención.
Strongrrondo, por su parte,
estaba en Moscú, enjaretada en la práctica, puesto que los soviéticos le
negaban la visa para viajar a China. El 13 de febrero, mientras en China
Mikoyan hacía las maletas, a Ana Luisa la metieron en el maco, en la Lubyanka
(fue deportada tiempo después), mientras el Pravda se hacía eco de la
noticia y la motejaba de espía. El principal contacto soviético de Strong,
Milhail Borodin, que había sido el principal activo de la URSS en China durante
los años veinte, fue también arrestado y torturado para que confesase
guarreridas sobre Mao.
Todos aquellos movimientos
dejaron claro el mensaje de Stalin: no habría problemas para Mao, siempre y
cuando se limitase al Asia oriental y se olvidase de tratar de ser un líder
mundial. Fue en estas condiciones en las que Mao llegó a la importantísima reunión
del Comité Central del PCC de 13 de marzo de 1949, justo antes de la victoria
final.
A esta reunión, Mao llegó siendo
el vencedor total, dentro y fuera del Partido. Wang Ming, harto de comer y
beber mierdas, se le sometió totalmente. Pero eso, ya, a Mao le sabía a poco.
De las cosas que dijo en aquella reunión queda claro que el líder chino estaba
desarrollando algo muy cercano a lo que en muy poco tiempo sería conocido como
tercermundismo. Para él, sin embargo, todo aquello no era sino la lógica
partición del mundo entre dos grandes líderes. En su concepción, Stalin se
quedaría con el mundo industrializado, mientras que él se quedaría con las
naciones colonizadas o ex colonizadas.
Aquello, sin embargo, era la idea
de Mao. Pero no la de Stalin. En el verano de 1949, Liu Shao Chi visitó Moscú y
se fue a ver a Stalin. Traía una idea de Mao: que China entrase en la
Kominform. Stalin le contestó con un frío: “no creo que eso sea adecuado”. El
líder del comunismo mundial le dijo a Liu que Mao debía conformarse con la
reunión de partidos comunistas de Asia oriental; grupo en el que, además, “dado
que la URSS es un país europeo y asiático, estaremos presentes”.
Lo que siguió fue toda una
campaña de arrestos y torturas de los antiguos activos soviéticos en China.
Cayó Borodin, como ya os he dicho. Pero también cayó el doctor Orlov, que fue
salvajemente torturado por Viktor Abrakumov, el jefe de la KGB. Claramente,
Stalin estaba preparando el terreno para tener un buen dossier sobre Mao si
algún día decidía denunciarlo por titoísmo. Orlov murió tiempo después en un
oportuno accidente aéreo. El doctor Melnikov acompañó a Mao en su viaje a
Moscú, a finales de 1949, y allí desapareció hasta el día de hoy. Borodin murió
en medio de una sesión de tortura, en 1951. Vladimirov murió con 47 años, según
todos los indicios envenenado por Beria, según afirmó siempre el halterófilo
olímpico (e hijo de Vladimirov) Yuri Vlasov.
Mao, sin embargo, no se puso
nervioso. Quería centrarse en la primera gran reunión mundial comunista en la
China comunista, que era un congreso sindical a celebrar en Pekín. Le dio tanta
cancha a la convocatoria que Stalin llegó a plantearse boicotearla.
La reunión comenzó el 16 de
noviembre, con un discurso de Liu Shao Chi en el que no citó a Stalin.
El tema de la conferencia fue la conquista del poder “a la manera de Mao Tse
Tung”. El delegado soviético, Leónidas Solovyov, denunció el discurso de Mao
por “ultraizquierdista”; pero, ojo, Stalin lo desautorizó. El líder comunista
mundial quería chapotear, pero no mojar. El 23 de noviembre, Liu Shao Chi
anunció que se crearía en Pekín una oficina de coordinación entre todos los
países participantes en la conferencia. Stalin lo dejó pasar.
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