miércoles, octubre 09, 2024

Mao (26): Guerra civil

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  


 

La prosperidad que le trajo a Mao el tráfico de drogas tuvo una consecuencia buena: le avino a mejorar sus relaciones con los campesinos, ahora que no necesitaba sangrarlos. Sin embargo, que los comunistas tomasen algunas medidas de buen rollo en ningún momento supuso algo tan material como para cambiar el estándar de vida del campesinado. En aquel entonces, un campesino medio comía unos dos kilos y medio de carne al año; mientras que esa misma ración, para los comunistas de más baja estofa, era de 12 kilos y medio (vodka, putas y filetes). Según Xie Jue Zai, en aquel entonces en Yenan morían más personas que las que nacían; en algunas zonas, de hecho, morían cinco veces más personas que las que nacían.

Una de las medidas que más hizo por incrementar la mortalidad fue la prohibición comunista de las armas de fuego (salvo las que llevaban ellos, claro). Eso colocó a muchas familias que vivían en zonas aisladas a merced de los lobos y de los leopardos. Las familias empezaron a meter a su ganado en sus propias casas, para poder protegerlos, con las inmediatas consecuencias para su salud que cabe imaginar. Algunos extranjeros emplazados en China en aquella época tenían una curiosa regla: si ibas por el campo y oías aullar a los lobos, ya sabías que estabas en una zona comunista.

Para colmo, el comercio de opio disparó la disponibilidad de dinero en Yenan; lo cual, asimismo, disparó los precios, como sabe cualquiera que no se apellide Garzón. Mao había ordenado ya en 1941 que se imprimiese dinero como si no hubiese un mañana; de entonces le viene a los comunistas garzonitas esa convicción que tienen de que la pobreza se puede combatir a base de imprimir dinero. Los precios en 1944 eran más de dos mil veces los de siete años antes. Había que enfrentar esos precios teniendo en cuenta un factor que a menudo no se cita: la sanidad comunista china no era gratuita. En realidad, no era. La sanidad existía sólo para los funcionarios del Partido. Para el resto, como digo, no es que fuese impagable; es que, directamente, no eran atendidos, salvo cuando el personal del hospital necesitaba comida que el campesino poseía. Como consecuencia directa, en el paraíso comunista de Yenan florecieron los prestamistas, que prestaban hasta al 50% mensual.

En marzo de 1944, semanas antes de la llegada a Yenan de una misión estadounidense, los mandos comunistas comenzaron a recabar billetes y pararon en seco la emisión de moneda. También detuvieron la producción de opio. Obviamente, no querían que los estadounidenses se diesen cuenta de que el PCC era una narcoguerrilla; pero, también, el problema estaba en que habían alcanzado un punto de sobreproducción.

En esa época, dentro de la estrategia de recoger sedal, Mao habría de comenzar a hablar de “los dos errores del comunismo chino”, errores que se habrían cometido siempre en plural, nunca en singular. El primer error era, dijo, que “durante la Larga Marcha nos incautamos de los bienes de las personas”; un error que, sin embargo, en el fondo no era tal porque, “de no haberlo hecho así, no habríamos sobrevivido”. El segundo error fue “cultivar una cierta cosecha [el opio]”; aunque, de nuevo, matizaba, “de no haberlo hecho no habríamos superado nuestra crisis”. Así pues, como podéis ver, cuando un comunista se equivoca, ni siquiera los errores que comete son errores.

Incluso muchos años después de que Mao fuese el dueño de toda China, Yenan siguió siendo una provincia extremadamente pobre.

En febrero de 1945, en Yalta, Iosif Stalin jugó al ratón y al gato con Roosevelt y Churchill, explotando con eficiencia las debilidades del pensamiento del presidente estadounidense y sus típicos complejos de inferioridad de progresista millonario; de esta manera, consiguió el poder inmediato sobre Polonia, y el nihil obstat más o menos taimado a la construcción de su cinturón de países satélite; todo ello a cambio de un difuso compromiso de implicarse en la guerra del Pacífico contra Japón en dos o tres meses tras la derrota final de Alemania. Todo esto eran excelentes noticias para Mao: ahora la URSS invadiría China, dándole la oportunidad que quería para echar a Chang Kai Shek.

La bajada de pantalones de los aliados occidentales en Yalta respecto de Asia fue épica. Aceptaron sin un ay el estatus de la Mongolia Exterior; lo cual equivalía a darle a Stalin permiso para seguir controlándola en su totalidad. Asimismo, también dieron por buenos los privilegios del Imperio zarista sobre China, incluyendo el control sobre la línea férrea oriental y dos puertos manchúes. Estos acuerdos, que figuran en el acuerdo final de Yalta, se tomaron sin siquiera comunicárselos al gobierno chino. Chang Kai Shek, de hecho, no los conoció en detalle hasta cuatro meses después de haberse cerrado la conferencia.

Con todo, la principal cesión de Yalta no figuraba en los acuerdos. La principal cesión de Yalta en Asia fue el hecho palmario de que, para poder ejercitar los derechos que se le reconocían en China, Stalin debería meter sus tropas en el país; y metiendo dichas tropas, lo que haría sería trabajar para la victoria de los comunistas sobre los nacionalistas.

Yo sé que ésta no es una opinión popular, pero es la mía: Roosevelt es uno de los tipos más estúpidos que han pisado la Casa Blanca. Cuando menos, en temas de política exterior.

Moscú comunicó a Tokio el 5 de abril la ruptura del pacto de neutralidad entre ambos países. Un mes más tarde, Alemania capituló; y lo hizo más o menos en el mismo momento en el que un congreso del PCC estaba ratificando el mando supremo de Mao Tse Tung.

A medianoche del 5 de agosto, tres días después de que Estados Unidos hubiera lanzado la primera bomba atómica sobre Hiroshima, un millón y medio de tropas soviéticas y mongolas entraron en China formando un largo frente de 4.600 kilómetros. Desde abril, Mao había aleccionado a sus tropas de que debían prepararse para combatir en compañía de los soviéticos.

Según la letra estricta de Yalta, Stalin, antes de entrar en China, debía firmar un acuerdo con Chiang Kai Shek; pero no lo hizo. En realidad, el acuerdo se produjo una semana después de la invasión, y no fue un acuerdo, sino una imposición. Por mor de dicho pacto, China resignaba cualquier derecho sobre Mongolia. La oferta soviética a cambio fue admitir a Chiang como el único legítimo gobernante de China, y prometerle que algún día le devolverían a él, y sólo a él, el territorio que ahora ocupaban. En la práctica, sin embargo, Stalin no hizo otra cosa que ayudar a Mao. Lo ayudó, en primer lugar, negándose sistemáticamente a discutir un calendario de retirada.

El 15 de agosto, Japón se rindió. Aproximadamente un tercio de la población china había sido invadido por los nipones. La segunda guerra mundial había provocado en China más de 95 millones de refugiados, la cifra más alta de la Historia; y millones de víctimas. La rendición, sin embargo, no marcó sino el comienzo de una guerra civil.

Durante semanas después de la rendición de Japón, las tropas soviéticas siguieron penetrando en China; un dato que a menudo se desconoce es que Moscú ocupó más territorio en China que en toda Europa. A finales de agosto habían ocupado ya dos provincias norteñas: Chahar, y su capital Zhangiakou; y Jehol, y su capital Chengde. Eso suponía que estaban a sólo 150 kilómetros de Pekín. El objetivo era Manchuria, de largo la región china con más y mejor carbón, hierro, oro, con grandes bosques, y sede del 70% de la industria pesada china. Un territorio tres veces vecino del comunismo, por la vía de la URSS, Corea del Norte y Mongolia. La región no tenía ejército, puesto que los japoneses habían echado a los chinos durante 14 años de ocupación. Por ello, fue fundamental que llegasen los soviéticos, los cuales, inmediatamente, abrieron los depósitos de armas japoneses a los comunistas locales.

La URSS se benefició del hecho de que los 200.000 soldados japoneses se le habían rendido a ella; muchos de estos soldados recibieron la oferta de reengancharse en el ejército rojo. En relativamente poco tiempo, el PCC contaba en Manchuria con 300.000 efectivos.

Chang Kai Shek tenía otro problema estratégico. Sus mejores tropas, que habían sido entrenadas por los Estados Unidos, estaban en el sur de China, en el teatro birmano, y sin capacidad de ser transportadas. La única manera de llegar al norte era que los estadounidenses le prestasen sus barcos. Pero la Casa Blanca, es decir la gente de Roosevelt, que como ya hemos visto volvió de Yalta convencida de que las flatulencias de Stalin olían a Vittorio & Luchino, quería que Chang y Mao hablasen de paz. Así que, en lugar de emplazar sus tropas en el norte, Chiang invitó a Mao a ir a Chongqing para charlar.

Mao no tenía ningunas ganas de atender aquella cita. Lo cual es normal cuando vas ganando en el terreno de la guerra. Dos veces dijo que no. Luego dijo que enviaría a Chou En Lai, pero Chiang retrucó que quería el original, no la copia. El propio Stalin presionó al líder comunista hasta tres veces para que aceptase la entrevista, puesto que Moscú tenía sus propias presiones desde Washington. Al final, pues, tuvo que ceder.

El principal argumento de Mao para no ir a Chongqing era que temía por su seguridad. Stalin le garantizó que tanto soviéticos como estadounidenses lo protegerían. Estados Unidos, de hecho, envió a su embajador, Patrick Hurley, a Yenan, para desde allí escoltar al líder comunista. El 28 de agosto, Mao voló a Chongqing en un avión estadounidense. Al llegar a la capital nacionalista, se metió en el coche de Hurley, a pesar de que Chiang le había enviado uno. Además, en las horas previas al encuentro, para dejar claras las cosas, Mao había ordenado una ofensiva a gran escala contra las tropas nacionalistas. Solicitó poder quedarse en la capital en la embajada soviética (donde habían aceptado a Chou); pero cuando Apollon Alexandrovitch Petrov, el embajador, telegrafió a Moscú, Stalin contestó que ni de coña. Ese detalle enfureció al chino.

Al fin y a la postre, sin embargo, la visita de Mao a Chongqing fue oro molido para él. No sólo habló de igual a igual con el mandatario chino reconocido en el mundo, sino que todas las embajadas le abrieron las puertas a un hombre de Estado, y no al guerrillero que había sido hasta entonces. Adrian Paul Ghislain Carton de Wiart, el general británico que había sido enviado a China por Churchill, incluso le dijo que Londres consideraba impagable la labor del Ejército Rojo en la lucha contra los japoneses. Albert Coady Wedemeyer, el general que era el comandante estadounidense en China, estuvo deferente con Mao, incluso cuando discutieron el temita de John Birch, el militar estadounidense que había sido asesinado por los comunistas chinos.

Las conversaciones de paz se tomaron mes y medio; pero todo fue farfolla, por ambas partes. El Generalísimo estaba igual de convencido que Mao de que la guerra civil era inevitable; si impulsó una paz formal fue porque se la exigían los estadounidenses. El 10 de octubre, por lo tanto, se firmó un acuerdo que ninguna de las dos partes tenía la menor intención de honrar. 

Desde el 11 de octubre, que es la fecha en la que Mao estuvo de nuevo en Yenan, el líder comunista comenzó a aplicarse a echar a Chiang de Manchuria. Lo primero que hizo fue nombrar comandante de las fuerzas comunistas en la provincia en la persona de Lin Biao, en ese momento el jefe militar en quien más confiaba. Fuerzas del Ejército Rojo, sin uniforme y con armas soviéticas, comenzaron a atacar a los barcos estadounidenses que estaban desembarcando tropas nacionalistas. En un caso, incluso le dispararon a la lancha en la que iba el comandante de los barcos, almirante Daniel Edward Barbey, obligándole a regresar a aguas abiertas. Los barcos estadounidenses debieron desembarcar finalmente en Qinhuangdao, al sur de Manchuria. En la noche entre el 15 y el 16 de noviembre, las tropas nacionalistas que habían venido en los barcos atacaron el conocido como paso de Shanhaiguan. Mao había exigido una resistencia numantina ahí; pero las defensas se derrumbaron enseguida, y los nacionalistas pasaron.

Aquellas tropas venían de Birmania, donde habían derrotado a más japoneses en un solo año que los que había vencido el PCC en toda la guerra. Estaban al mando del general Tu Yu Ming, bastante más experimentado que Lin Biao. En las filas comunistas, las deserciones comenzaron a ser un problema de tal calibre que en algunas unidades se guardaban cada noche los pantalones de los soldados para que no pudiesen huir. Aún así, en los últimos días de 1945, unos 40.000 soldados se pasaron a los nacionalistas. La moral era tan baja que, siendo como eran las tropas comunistas muy superiores en número, y estando como estaban bien pertrechadas por lo que los japoneses habían dejado, fueron incapaces de parar al Kuomintang.

La mano derecha de Mao, Liu Shao Chi, siempre supo, aparentemente, que los comunistas no serían capaces de presentar batalla eficiente a los nacionalistas. Por esto, había sido siempre partidario de una estrategia basada en que los comunistas se hiciesen fuertes en las partes de Manchuria fronterizas con intereses soviéticos, para así tener, por así decirlo, el culo a salvo. En consecuencia, consideraba que los comunistas debían de estar dispuestos a abandonar las ciudades. Mao, sin embargo, nada más llegar de Chongqing, desmintió las órdenes de Liu, ordenando que las tropas se concentrasen en las grandes ciudades y en las confluencias ferroviarias. El resultado inmediato fue el desastre ya descrito, que obligó a Stalin, el 17 de noviembre, a cambiar de estrategia y ordenarle a Mao que abandonase las grandes ciudades y se olvidase de tomar el control de Manchuria y, en consecuencia, de controlar la China toda.

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