“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
Entretanto, Chiang recibía el castigo de los japoneses en Chongqing; pero resistía. De esta manera, estropeó los planes de Mao de meter a los soviéticos en el territorio chino, puesto que no hacía falta. El Generalísimo, además, concibió el plan de decretar que comunistas y nacionalistas dejasen de luchar juntos y separasen sus ejércitos físicamente. Se había dado cuenta de que los comunistas, demasiadas veces, decían aquello de “ve tú primero, que a mí me da la risa”; dejándole a ellos el marrón.
El 8RA había controlado amplias áreas del norte de China, lo que había provocado que, automáticamente, la lucha allí desapareciese prácticamente. Todo lo gordo de la guerra civil larvada se había desplazado al valle del Yangtze, cerca de Shanghai y Nanjing. Chiang quería que el N4A se moviese al norte, juntándose con el resto de los comunistas. Básicamente, eso suponía que les dejaba el norte mientras prefería luchar solo en la China central-oriental. El 16 de julio de 1940, le dio al N4A un mes para cumplir la orden.
Para Mao, aquella orden era muy mala noticia. Significaba eliminar toda influencia comunista en la que, de largo, era, y es, el área más creativa, más rica y con más recursos de China. Así que ordenó a sus tropas: stay put. De hecho, lo que esperaba era que Chiang intentara echarlos, porque eso provocaría una agresión nacionalista y el inicio de una guerra civil con apariencias de legitimidad por parte roja. Además, comenzó a enviar telegrama tras telegrama a Moscú informando de que Chiang le quería pegar, y pidiendo ayuda.
A principios de octubre, el N4A dejó bien claras sus intenciones de no moverse hacia el norte desatando el mayor ataque hasta el momento contra los nacionalistas. A pesar de las 11.000 bajas que generaron, entre ellas dos generales, Chiang no hizo nada. Para él, la prioridad era la guerra contra Japón, y no quería una guerra civil a gran escala que debilitase esa posición.
El 7 de noviembre de 1940 era el aniversario de la revolución rusa. Aquel día, Mao le envió un cablegrama a Moscú, dirigido a Dimitrov y a Malnuisky, entonces su principal valedor en la Komintern; con copia a Stalin y al ministro de Defensa, Semion Timoshenko. La idea expresada en el mensaje era movilizar 150.000 efectivos para golpear a los nacionalistas en su retaguardia. En otras palabras, había abandonado la idea de un enfrentamiento civil que, cuando menos formalmente, iniciarían los nacionalistas; ahora estaba dispuesto a ser él mismo quien la montase, y le pedía a Moscú apoyo.
El líder chino tenía razones para pensar que a Stalin le podría hacer pandán la idea. Desde septiembre, se venían escuchando rumores de que Moscú estaba contemplando la posibilidad de entrar en el Tripartito de Alemania, Italia y Japón. Básicamente, Mao, considerando estas informaciones como ciertas, lo que venía a ofrecerle a Stalin era una pinza comunisto-japonesa que acabase con Chiang.
El telegrama de Mao llegó a Moscú en un momento en el que el ministro de Exteriores soviético, Viacheslav Molotov, estaba preparando un viaje a Berlín de gran importancia, y del que ya hemos hablado. La agenda de Molotov en Alemania era muy compleja; pero incluía entre sus elementos incoarle al canciller alemán la necesidad sentida por los soviéticos de que hubiese una “paz honorable” para el gobierno chino (es decir, los nacionalistas) en la que la URSS pudiera, con la colaboración de Alemania e Italia, ejercer de mediador. Ofrecían los soviéticos que los japoneses pudiesen, en todo caso, retener su Manchukuo. Hitler no se mostró interesado en implicarse en el avispero chino. En ese momento procesal, el canciller alemán todo lo veía en términos de acceso a pozos de petróleo que necesitaba (que, por cierto, era exactamente lo mismo que veían los japoneses); y todo lo que no se le colocase en una ruta practicable de gasolina, le pasaba a un segundo plano. Por no mencionar que, si bien es cierto que algo sabía de Lhasa y el Tibet y tal, los chinos le pillaban muy a contrapelo.
Más aún: las intenciones de Japón en China cada vez se acomodaban peor a los deseos de Stalin. Los japoneses le dejaron claro a Moscú que sólo aceptarían una esfera de influencia soviética en la Mongolia Exterior y Xinjiang; cosas que Stalin ya tenía. Así pues, Tokio le estaba ofreciendo a Stalin hacerse amiguito de los fascistas a cambio de nada (bueno, en realidad la oferta era la normal en un bully, o en un mafioso: lo que ganas es que no te dé de hostias). Eso sí, los japoneses consideraban posible aceptar que tres provincias septentrionales: Shaanxi, Gansu y Ningxia, pudieran permanecer con estatus de bases comunistas; bajo la condición de que Moscú garantizase que las actividades antijaponesas de los comunistas chinos cesarían por completo.
El hecho de que Moscú y Tokio se alejasen en el terreno de los acuerdos estratégicos significaba que la única baza de Stalin, lejos de ser la que Mao soñaba, era recrudecer la guerra sino-japonesa para así evitar que Japón pudiera estar en condiciones de agredir a la propia URSS. Para eso necesitaba una China unida, no una China en guerra civil. Para ello, envió a China a uno de sus pesos pesados, el beneral Vasily Ivanovitch Chuikov.
El 25 de noviembre, Mao recibió de Moscú la orden de mojarse las ganas de una guerra civil en el café (bueno; en el té). La orden era clara aunque, como casi siempre entre comunistas, tenía una coda que venía a ser una especie de premio de consolación: la Komintern autorizaba a Mao a atacar si era atacado.
Para el líder chino, pues, ahora todo se reducía a conseguir que Chiang le agrediese.
El IV Ejército comunista que, como ya os he comentado, había sido creado recientemente, estaba al mando de Xiang Ying, uno de los peores enemigos de Mao dentro del Partido y, de hecho, un tipo al que Mao había intentado ya eliminar físicamente. Este ejército era la única parte de lo que una vez fue el N4A que estaba al sur del río Yangtze. El resto, un 90% de la agrupación militar original, estaba al norte del río, totalmente separada, y al mando de Liu Shao Chi.
O sea: un ejército relativamente pequeño, comandado por un enemigo político de Mao, aislado y solo en un teatro militar. La situación perfecta para una de las muchas traiciones de este tipo que Mao diseño y llevó y cabo a lo largo de su vida.
A finales de 1940, Mao ordenó a Xiang Ying que moviese sus tropas hacia los nacionalistas. Era la jugada perfecta. Buscaba que Chiang Kai Shek los masacrase. De esta manera, con suerte, Xiang fallecería en el combate; y él tendría la agresión del Kuomintang por la que soñaba para poder lanzar la guerra civil sin contravenir las instrucciones de sus jefes moscovitas.
La orden para el IV Ejército fue cruzar el Yangtze hacia el norte. Existían dos rutas posibles. La primera, normalmente conocida como La Ruta del Norte, era más corta. La segunda no iba hacia el norte directamente, sino primero hacia el sureste, y luego siguiendo la corriente río abajo; camino normalmente conocido como La Ruta Oriental. El 10 de diciembre Chiang, como generalísimo, ordenó que el IV Ejército tomase la ruta norte; orden que fue confirmada por Mao el 29.
Sin embargo, al día siguiente, es decir el 30, Mao le ordenó a Xiang tomar la ruta oriental, pero sin decirle nada a Chiang. El 3 de enero de 1941, totalmente desconocedor de esta última orden, Chiang le envió un telegrama a Xiang detallándole los puntos de la ruta norte por los que debía de pasar, e informándole de que se habían cursado las órdenes necesarias para garantizar su seguridad durante el trayecto.
Xiang contestó inocente, pero disciplinadamente. Informó a su generalísimo de que no iba a tomar esa ruta sino la oriental; y solicitaba, en consecuencia, que las mismas órdenes que se habían dado para garantizarle una ruta tranquila por el norte, se diesen en el caso de la del este. Este mensaje, sin embargo, y siguiendo las órdenes que de tiempo atrás había dado Mao, no salió directamente hacia Chongqing, sino que pasó previamente por el cuartel general comunista. Y allí Mao, claro, lo rompió.
Así las cosas, el 4 de enero, en medio de una noche de perros, Xiang Ying comenzó un camino que él creía asegurado y pacífico, pero que no lo estaba. Avanzó hacia una tropa nacionalista mucho más numerosa y mejor dotada, que no había sido informada de que los comunistas venían, mucho menos de que sólo estaban de paso. Así las cosas, el día 6 los nacionalistas les atacaron.
La reacción inmediata de Xiang fue enviar un telegrama tras otro a Yenan, solicitando de Mao que comunicase con los nacionalistas y parase aquello. Mao fue la única persona que leyó esos mensajes y, de hecho, no hizo absolutamente nada. De hecho, en el futuro diría a todo el mundo que se atreviese a preguntar que entre el 6 y el 9 de enero, es decir los días en los que el ataque contra los comunistas fue más fiero, no recibió ninguna comunicación. Lo cierto es que, además de los cablegramas, los operadores de radio del IV Ejército estuvieron enviando constantemente mensajes de SOS por radio que Liu Shao Chi, que no estaba tan lejos, escuchó perfectamente. La ordalía en la que habría de morir el general comunista no debe de entorpecernos la visión de los hechos de lo buen tipo que fue siempre el bueno de Liu.
Llegamos a la última hora de la tarde del 11 de enero. En Chongqing, Chou En Lai acude a una recepción oficial. En medio de esa reunión, recibe un mensaje de Mao. Minutos después, anuncia sombríamente que el ejército comunista ha sido rodeado y aniquilado.
En aquel primer telegrama de Mao a Chou ni siquiera le pedía que cesase el ataque; quería estar completamente seguro de que la masacre se había completado. Fue al día siguiente cuando le exigió el fin de los ataques. Chiang ordenó el cese del ataque el 12. Aún así, el 13 Chou En Lai todavía protestó oficialmente por una agresión que ya había cesado. Aquel día comenzó una fiera campaña de prensa comunista contra Chiang, motejándolo de asesino (y de esparcir fango, quizás).
Mao ya tenía la excusa para iniciar una guerra civil. Ahora el problema que tenía era que las probabilidades de perderla eran muy elevadas. Los nacionalistas chinos tenían muchas más fuerzas que los comunistas; aquello sólo se podía apañar con la ayuda del primo de Zumosol. Chou se reunió con el embajador soviético el 15 de enero. En esta entrevista, Chou cometió un error ante Alexander Semenovitch Panyushkin. Se le escapó la verdad y dijo que las comunicaciones entre el ejército sometido a ataque y Yenan se habían roto el día 13 de enero; y no el 6 como, falsamente, había afirmado Mao. Esto hizo que Panyushkin se diese cuenta de que era Mao quien había sacrificado a su propio ejército.
Sin embargo, Mao seguía con su pantomima, reclamándole a Moscú una guerra total contra los nacionalistas. Guerra que deberían librar, básicamente, los propios soviéticos (el alma socialdemócrata de todo marxista; los esfuerzos siempre los realiza otro). Los soviéticos, sin embargo, no se tragaron el anzuelo. A Stalin, que conocía bien a Chiang Kai Shek, no le cuadraba nada que un tipo de profundos conocimientos militares como el generalísimo pudiera estar por generar una guerra civil en China con los japoneses dando por culo los días pares, y los impares, también. Así que le respondió a Mao que le diesen col crem, por decirlo castizamente. Mao le contestó asimismo diciéndole que estaban en una situación peligrosísima de la muerte. Al final, da toda la impresión de que Stalin acabó hasta los cojones de las mierdas del puto chino.
[Inciso. En una las obras maestras del cine latinoamericano, La estrategia del caracol, peli que tiene ya más de treinta años, se cuenta la peripecia de los vecinos de un edificio de Bogotá que van a ser desahuciados. Entre los muy variados personajes de la peli hay uno menor, que es uno de los vecinos del edificio, maoísta. Siempre está dando por culo con sus teorías y demandas ideológicas. Si la veis, en él podéis inspiraros para ubicar a Mao y, en general, al maoísta medio.]
En el curso de una ceremonia rememorando la muerte de Lenin, 21 de enero, Stalin comenzó a hablar de forma incluso grosera de quien era el comandante nominal del N4A, Ye Ting. Recordando quizás que en un pasado no tan distante había pensado en enviarlo al gulag, Stalin comenzó a insultarlo, siendo bien consciente de que en ese insulto estaba englobando a las formaciones del ejército rojo. En esos mismos días, Dimitrov le estaba escribiendo a Mao dejándole claro y diáfano que no debía tomar la iniciativa y atacar.
El 13 de febrero, totalmente acorralado, Mao le remitió al Partido la orden de Dimitrov, que estaba vez no dejaba portillos abiertos (“debes evitar a toda costa la producción de una guerra civil"). Para entonces, como sabemos, Mao conocía estas órdenes bien; pero digamos que tuvo que superar la depresión antes de compartirla con sus compañeros de Partido.
Una cosa sí que había conseguido Mao: la muerte de Xiang Ying. Eso sí, lo hizo en el tiempo de descuento. Por mucho que el líder comunista había esperado que una bomba nacionalista reventase a aquel tipo que había sido su crítico más feroz durante mucho tiempo, los morteros del Kuomintang nunca le acertaron. Xiang Ying sobrevivió pues a los ataques y el día 13, cuando éstos cesaron, huyó hacia las montañas. Pero cuando estaba allí, durmiendo en una cueva, a su ayuda de campo se le debió disparar la pistola o algo, porque el caso es que una bala, acaso perdida, acaso disciplinada, acaso sobornada, se alojó en su cuerpo, causándole lesiones incompatibles con la vida. Pero no es lo que pensáis. El asesino era un nacionalista emboscado de tiempo atrás. Quien le animó a cometer el asesinato no fue Mao. Fríamente, chequeó el cadáver, le robó todo lo que tenía de valor, y cambió de bando.
Dos meses después, Mao cerró el círculo elaborando ante la cúpula del Partido una acusación contra Xiang, a quien calificó de agente enemigo, y que hace que, aun a día de hoy, sea considerado por muchos como el responsable de la matanza de sus tropas.
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