Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón
La apoteosis de Efialtes
[AQUÍ IRÁ LA REFERENCIA A ESTA TOMA]
Nunca abras dos frentes a la vez
Las cosas no salen como se esperaba
[AQUÍ IRÁ LA REFERENCIA A ESTA TOMA]
Nunca abras dos frentes a la vez
Las cosas no salen como se esperaba
De las cosas que se dijeron de Pericles poco después de su
existencia, o incluso cuando todavía estaba vivo, es difícil no
discernir que, cuando menos al principio de su carrera política, no
fuera un demagogo con todas las letras. Aunque sobre su carrera
política resulta difícil tener datos precisos en ese momento, lo que
sí parece claro es que desarrolló una importante carrera militar.
Cuando menos a partir del 455, si no antes, Pericles comenzó a ser
un visitante usual del alto mando de generales atenienses, ése que
Cimón ya había aprovechado en su beneficio antes que él. Mi visión
particular (aquí muchas cosas, ya lo he dicho, son hipótesis porque
no pueden ser otra cosa) es que Cimón abrió un camino que Pericles
supo aprovechar muy bien. En los tiempos cimónidas, cuando menos,
los generales atenienses adquirieron un poder de influencia muy
elevado. Eran escuchados por la asamblea, y no sólo en lo relativo a
las cosas militares que eran lo suyo; en realidad, y puesto que en
aquellos Estados permanentemente en guerra todo acababa por
tener relación con las cosas militares, los generales eran
escuchados en todas las materias. Pericles se encontró ese surco
bien trazado, y no hizo sino ampliarlo y profundizarlo.
La
gran aportación pericleana, que es en realidad una aportación
cimónida convenientemente tuneada, reside, en mi opinión, en haber
entendido que, en Atenas, los tiempos en los que la gente luchaba
para conseguir el éxito de sus generales y sus arcontes había
pasado. La política de Cimón había dejado bien trazado el camino
hacia eso que hoy, después de haber dado muchos tumbos y haber
cambiado mucho y crecido otro tanto, llamamos Estado del Bienestar:
el concepto básico de que la nación tiene que ser un buen negocio
para todos. ¿Os fijáis cómo un político, cada vez que expone una
reforma de lo que sea, de la financiación autonómica o de la
factura de la luz, siempre, siempre lo primero que dice es que nadie
sale perdiendo? Yo no sé si os habéis parado a pensarlo, pero
es una afirmación que repele la lógica: si algo no está
funcionando bien (de otra forma, ¿para qué reformarlo?), ¿cómo es
posible que la conclusión de la reforma sea que todo el mundo saque
más de lo que sacaba antes? Por absurdo que sea el argumento “todo
el mundo gana”, la gente lo compra. Lo compra en la España del
2019, como lo compraba en la Atenas del 450 antes de Cristo.
La
obsesión estratégica de Pericles fue, siempre, transferir a los
atenienses un dividendo imperial, por así decirlo, que era su
retribución por apoyar la política ateniense que él había
diseñado. La medida pericleana por excelencia, desde luego, es la
propuesta que llevó a la Asamblea de la ciudad cerca del 450, en el
sentido de que aquellos atenienses que fuesen designados jurados
deberían cobrar. Los jurados atenienses no se formaban de
doce ni de nueve hombres, sino de cientos de ellos. En la práctica,
esto suponía que los sorteos de jurados acababan por designar unos
6.000 atenienses cada año; lo cual, teniendo en cuenta la población
total de la ciudad entonces, nos lleva claramente a concluir que el
peso de aquellos elegidos era muy superior del que pueda ser hoy
(equivale, sin ir más lejos, a que 350.000 madrileños fuesen
jurados cada año); y que, consecuentemente, lo que Pericles estaba
proponiendo cuando presentó la idea a la Asamblea era, básicamente,
una renta universal disfrazada de pitufo.
Para
Pericles, esta propuesta fue muy importante. La hizo en un momento en
el que las arcas de Atenas estaban a rebosar (otra característica
muy propia de los políticos: prometer caramelos de menta cuando hay
pasta, olvidando por supuesto que, cuando deje de haberla, la gente
seguirá esperando que se los regalen); pero, sobre todo, con esa
propuesta creó una necesidad que, por así decirlo, obligaba
a Atenas a seguir siendo rica: a seguir siendo imperial. De forma
indirecta, pues, Pericles, es cuando menos mi opinión, puso a los
atenienses en una situación en la que no se podían oponer a sus
planes en política exterior.
Hay
que recordar, asimismo, que buena parte de la prosperidad de las
finanzas públicas atenienses en aquella época provenía del gesto
ateniense de apropiarse del tesoro acopiado por la Liga de Delos. Una
vez más, pues, nos encontramos con esa extraña mezcla de democracia
interior y medidas de fuerza exteriores que caracterizó a la
modélica democracia ateniense.
La
democracia moderna, de alguna manera, nació el día, si es que
verdaderamente se produjo, en que se encontraron Pericles y su amigo
Damón, según el relato que de su diálogo nos hace Aristóteles.
Nos cuenta el Areopagita que Pericles se mostró contrito frente a su
amigo por razón de su, dijo, relativamente corta fortuna. Mucho más
corta que la que había tenido Cimón. Al ser menos rico que Cimón,
decía Pericles, él no podía alcanzar a ser tan generoso como había
sido su predecesor en el favor de los atenienses. Y entonces Damón,
hemos de suponer que con una media sonrisa en la cara, le dijo:
“Oye, ¿y por qué no darle a la gente su propio dinero?”
Et, voilà!
De
hecho, como hemos dicho, más o menos en el 450, Pericles propuso que
los jurados cobrasen. Pero allá por el 420, apenas treinta años
después, pues, los atenienses habían votado ya para que
prácticamente todos los oficios públicos chupasen de la teta
pública. Y éste, creo yo, fue un efecto que, aunque es bastante
fácil de imaginar y avizorar, es probable que Pericles no viese
venir. Ya he dicho que, cuando menos en mi opinión, todo lo que hizo
Pericles en este terreno, lo hizo para consolidar las necesidades de
su política exterior, que era lo que realmente le interesaba. La
generación del pago desde el Erario público hacia todo dios que
hiciera algo por el Estado, sin embargo, lo que hizo, en la práctica,
fue acabar con Atenas. En un proceso marxista de libro, en el que la
ciudad se veía impulsada al colapso por el peso de sus propias
contradicciones, los atenienses se fueron haciendo cada vez más
renuentes a votar el traslado de dinero desde las finanzas públicas
hacia el ejército, para así poder conservar los sustanciosos
salarios que ellos mismos se habían fijado; sin darse cuenta de que
todo el momio se sostenía sobre el hecho de que Atenas fuese una
potencia militar, una talasocracia capaz de someter a otros,
convertirlos en tributarios y arrebatarles sus recursos.
El
propio Pericles parece haber sido relativamente consciente de los
posibles efectos expansivos en el gasto de su medida estrella, puesto
que más o menos por la misma época también impulsó otra reforma
legal que, claramente, buscaba limitar la nómina de los que podían
pedir un trozo del pastel: la norma existente hasta el momento en el
sentido de que para ser ateniense bastaría ser hijo de padre
ateniense se endureció: ahora hacía falta que papá y también mamá
lo fuesen.
En la
época en la que Pericles escalaba a la cumbre de la política
ateniense con la propuesta de estas reformas legales, Cimón regresó
a la ciudad de su exilio. Es más que probable que dicho regreso no
fuese problemático e, incluso, las fuentes que tenemos sugieren que
ambos políticos incluso llegaron a un acuerdo para distribuirse las
zonas de influencia. El viejo general ateniense hizo valer su
influencia frente a los espartanos y negoció en el 451 una tregua de
cinco años con los lacedemonios, lo que le dio espacio para preparar
una expedición contra los persas en Chipre.
Cimón,
sin embargo, moriría en esa expedición. Esto, teóricamente, dejaba
el camino libre para Pericles, aunque no fue así pues, probablemente
buscando aprovechar el rebufo cimónida, apareció en Atenas una
nueva figura: Tucídides, hijo de Melesias. Tucídides, con mucha
probabilidad, era pariente de Cimón, si bien no está claro en qué
medida. Sea como sea, este Tucídides Melesiou se convirtió
rápidamente en el jefe del grupo político conservador proespartano
que ahora se había quedado sin jefe natural tras la muerte de Cimón.
Aunque este Tucídides no parece ser muy importante en la Historia,
sin embargo, a la luz de algo que nos cuenta sobre él Plutarco,
parece ser que fue el inventor de un gesto que hoy se da por
plenamente lógico y que nadie cuestiona: el gesto de colocar a todos
los partidarios juntos en las asambleas. Como digo, esto y no otra
cosa es lo que pasa hoy en los parlamentos modernos, donde como todos
sabemos los diputados o senadores de un mismo partidos se colocan
todos juntos, como si alguien fuese a pegarles y se tuvieran que
defender. Esto se hace, obviamente, para mostrar en cada momento la
fuerza que se tiene. Y fue este Tucídides Melesiou el que inventó
la movida.
El
principal tema que usaron los antiguos cimónidas para hacerle
oposición a Pericles fue su plan de nuevas construcciones,
desplegado a partir del año 450 aprovechando la prosperidad de la
ciudad. Es evidente que las construcciones del Partenón son las más
visibles de las abordadas, pero hubo otras. Pericles impulsó la
construcción de un templo fuera de la Acrópolis, probablemente en
honor de Hefaistos; así como la de un nuevo centro de música y
artes, conocido como el Odeion. También se construyeron unas nuevas
puertas para la Acrópolis, las Propylaia. Entre estas puertas
y el Partenón se situó una estatua broncínea de Atenea Promacos.
Asimismo, también se abordaron otras construcciones fuera de Atenas.
Con
el tiempo, por lo que sabemos, Tucídides y su partido comenzaron a
atacar a Pericles por lo que consideraban un excesivo gasto público
en los nuevos edificios con un dinero que se había recaudado para
defender a los atenientes y, en su caso, a los griegos. Consideraban,
además, que esa política podía malquistar a Atenas con sus
aliados, a los que se habían solicitado fuertes tributos, que como
he dicho teóricamente se recaudaban para la defensa; y que ahora
verían cómo lo que Atenas hacía con ese dinero era ponerse bonita.
¡Gracias! La verdad es que no tenía muy claro si faltaba algo o se trataba de una elipsis, pero no quería arriesgarme a perderme un fragmento.
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