Como quiera que el tema de España, la República y la Iglesia ha sido tratado varias veces en este blog, aquí tienes algunos enlaces para que no te pierdas.
El episodio de la senda recorrida por el general Franco hacia el poder que se refiere a la Pastoral Colectiva
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Posiciones enfrentadas
Aquel agosto que el Generalísimo decidió matar a los curas de hambre
La tarde que el cardenal Pacelli se quedó sin palabras
O el cardenal no sabe tomar notas, o el general miente como una perra
Monseñor Cicognani saca petróleo de las dudas del general Franco
La nación ultracatólica que no quería ver a un cardenal ni en pintura
No es no; y, además, es no
¿Qué estás haciendo: cosas nazis?
Franco decide ser nazi sólo con la puntita
Como me toquéis mucho las pelotas, me llevo el Scatergories
Los amigos peor avenidos de la Historia
Hacia la divinización del señor bajito
Paco, eres peor que la República
¿A que no sabías que Franco censuró la pastoral de un cardenal primado?
Y el Generalísimo dijo: a tomar por culo todo
Pío toma el mando
Una propuesta con freno y marcha atrás
El cardenal mea fuera del plato
Quiero a este cura un paso más allá de la frontera; y lo quiero ya
Serrano Súñer pasa del sacerdote Ariel
El ministro que se agarró a los cataplines de un Papa
El obispo que dijo: si el Papa quiere que sea primado de España, que me lo diga
Y Serrano Súñer se dio, por fin, cuenta de que había cosas de las que no tenía ni puta idea
Cuando Franco decidió mutar en Franco
Ahora que las posturas, mal que bien, se iban definiendo, el
tema de las negociaciones entre Franco y el Vaticano iba a dar un paso importante
con la profesionalización de dichas discusiones por ambas partes. Quiere eso
decir que tanto la España nacional como el propio Vaticano parecieron darse
cuenta, más o menos al mismo tiempo, de que les iba la vida en tener unos
negociadores, en el día a día de la discusión, que estuviesen suficientemente
caracterizados por la inteligencia y la mano izquierda. Es por esto que ambas partes
se movieron en la dirección de poner al frente de sus trincheras a dos personas
que, sin duda, tenían cualificación e inteligencia suficiente como para estar
ahí.
El Vaticano hubiera querido nombrar nuevo nuncio del Papa
ante el gobierno de Burgos en las primeras semanas de 1938. La cosa, sin
embargo, se enquistó. La culpa, según algunas instancias habitualmente bien
informadas, la tuvo Martínez Anido, el ministro de Orden Público. MA dictó en
marzo una nota en la que decretaba la anulación de una disposición del Boletín
Oficial del Obispado de Vitoria sobre la utilización del euskera en el culto.
La decisión cogió totalmente por sorpresa al episcopado vasco, que contaba, en
este tema, con la actitud de Ramón Serrano Súñer, entonces titular de Interior,
favorable a la utilización de los diferentes “dialectos de España” en el culto.
Esta movida vino a unirse con la del obispo de León y el cabreo sobreactuado
con que el gobierno de Burgos había recibido el nombramiento. Por su parte,
desde Roma Aycinena informaba de que Pacelli le había dicho a su mujer (la del
marqués; Pacelli no tenía más esposa que la Santa Madre Iglesia) que el Papa
había parado el nombramiento de un nuevo nuncio porque Franco le había escrito
un telegrama a Hitler felicitándolo por haberse apiolado Austria.
A pesar de estas renuencias, cuando Gomá estuvo en Roma a
mediados de abril, los altos funcionarios vaticanos le confirmaron que lo de
nombrar un embajador en la España de Burgos estaba hecho.
El elegido era monseñor Gaetano Cicognani, que venía de ser
nuncio papal en la desgraciada Viena, de la que había salido por piernas cuando
habían entrado los alemanes. Cicognani, un hombre bastante inteligente y culto
pero, sobre todo, con preclara capacidad para entender motivaciones oscuras y
movimientos aparentemente desconectados (un astrónomo en potencia, pues) se
hizo famoso por decir “que viene Hitler” cuando en Viena eso no se lo creían
más que cuatro y el de la cornamusa. De hecho, para cabreo de los nazis había
tenido la previsión de sacar todo el archivo de la nunciatura, que tan caro le
podría haber sido a los de la cruz gamada a la hora de repartir alguna que otra
hostia (de las suyas) semanas antes de que se produjese el movimiento de
anexión. Cicognani era hábil entendiendo al género humano, pero mucho más lo
era entendiendo al género humano nazi, que conocía muy bien. Para más inri,
nunca mejor dicho pues hablamos de un sacerdote, a don Gaetano no le era nada
desconocida España pues, en sus tiempos de diplomático becario, había sido
secretario de la nunciatura española con monseñor Francesco
Ragonesi, entre 1913 y 1921. Gomá, la verdad, hizo todo lo que pudo para que el
nombramiento recayese en Antoniutti; pero el Vaticano quería un nuevo tono para
la Nunciatura y yo, ya os digo, creo que no se equivocó en lo absoluto. En mi
personal y humildísima opinión, sin negarle a monseñor Antoniutti muchas
habilidades, compararlo con Cicognani es como comparar a un aseado carrilero
del Getafe con el delantero centro del Manchester City.
En su visita a Roma, Gomá dejó tras de sí un completo
informe sobre la problemática de la Iglesia en la España nacional. Al cardenal
primado de España le parecía posible, factible y necesaria la negociación
rápida de un modus vivendi que
incluyese el preaviso de los nombramientos episcopales con una antelación
suficiente como para que a Burgos le diese tiempo de expresar pruritos
políticos si los tenía. Recomendaba, asimismo, al Papa ser extremadamente
equilibrado en el nombramiento de dignidades eclesiales en Cataluña y el País
Vasco: debía de huir de sacerdotes marcadamente nacionalistas, pero tampoco
caer en la tentación de nombrar aliens de la otra esquina de España.
El modus vivendi ,
sin embargo, todavía no se podía negociar, pues Churruca estaba todavía
esperando recibir respuesta a las consultas que le había lanzado a Jordana
cuando éste le había remitido instrucciones que el encargado de negocios
consideró demasiado precipitadas (por no decir hijas de un análisis
intolerablemente superficial). Burgos se tomó hasta los primeros días de mayo
para terminar de contestar: efectivamente, la reivindicación del Concordato de
1851, como el propio Churruca había insinuado, no podía abandonarse. Se podía
negociar un acuerdo sobre la base del preaviso al gobierno español; pero tenía
que quedar claro que con esa propuesta, Burgos no renunciaba absolutamente a
ninguna de sus reivindicaciones. Tenía que quedar claro, pues, que la España
nacional seguía apostando por beneficiarse del Patronato Real y que, por lo
tanto, Franco quería nombrar obispos.
A los curas, esta posición no les gustó mucho. Los
incentivos para el Vaticano a la hora de aceptar un preaviso ahora sin siquiera
obtener la renuncia a la reivindicación del Patronato Real eran inexistentes.
Así pues, Pacelli optó por intentar complicar la negociación diciéndole a
Churruca que lo mejor sería negociarlo todo de una vez.
A pesar de que formalmente parecía que los temas avanzaban
bien, en realidad no era así. O bien Franco, o bien Jordana, o bien, tal vez,
Serrano Súñer, quien en ese momento no tenía cartera para meter cuchara en el
tema vaticano pero no dejaba de ser el cuñado del jefe; o bien alguna
combinación de estos tres elementos, obligó a hacer las cosas de manera que a
Roma le quedase claro que Burgos no estaba contento. Como haría muchas otras
veces en circunstancias parecidas, el régimen, no queriendo romperse la cara
por el fondo, prefirió fijarse en las formas. El gobierno de Burgos tardó una
eternidad, dos semanas, en dar su placet a
monseñor Cicognani; lo hizo, o al menos yo así lo creo, por tres razones: la
primera porque, como no se procedió a nombrar embajador en el Vaticano, se
imprimía a la situación una pátina de provisionalidad. La segunda, y más
importante, porque así pudo realizar la propaganda que realizó en el sentido de
que el Vaticano había reconocido a la España nacional. Y, la tercera, porque
así, al tener a Antoniutti en una situación altamente provisional, puesto que ya
se había ido pero todavía no podía irse, pudo permitirse ser desabrido con él,
que era algo que en Burgos apetecía mucho (lo veían como un curita provasco).
Sólo después, como digo, de medio mes de manipulación,
esperas y alguna que otra zancadilla, procedió el gobierno de Burgos a nombrar
embajador en el Vaticano. Eso sí: cuando lo hizo, consciente de la gran
importancia de esta figura, lo hizo en una persona ampliamente capaz para el
cargo: José Yanguas Messía, vizconde de Santa Clara y Avedillo.
Yanguas no era, propiamente hablando, un franquista. Mucho
menos un falangista. Era un monárquico a carta cabal, muy católico, y un gran
experto diplomático. Había sido profesor de Derecho Internacional en las
universidades de Valladolid y Madrid; había sido representante de España en la
Sociedad de Naciones, y juez del Tribunal de La Haya. Durante la dictadura de
Primo de Rivera, había sido ministro de Estado y presidente de la Asamblea
Nacional. Franco no estaba enviando a un cualquiera. Yanguas, indudablemente de corte conservador, es uno de esos tipos, de los que hay muchos, que el juicio de brocha gorda del franquismo, que tiende a hacer pandi de todos sus miembros y a colocarles, por lo tanto, a todos el sanbenito de crueles, de inútiles, de incapaces, queda injustamente velado. Muy lejos de ese juicio, cabe decir que de sus comunicaciones se deduce que era persona que dominaba las artes diplomáticas y que tenía profundos conocimientos de aquello que era necesario en su puesto; y que realizó su labor con una eficiencia encomiable, sobre todo teniendo en cuenta que las circunstancias no eran las mejores y que se estaba jugando los amarracos con la mejor diplomacia del mundo.
Se puede pensar que es raro que Franco confiase, para una
misión tan importante, en un monárquico. Sin embargo, la clave yo creo que la
da Antoniutti en sus memorias, cuando glosa el nombramiento de Yanguas
afirmando que llevó a Roma la reivindicación de los monárquicos españoles en
favor del Patronato Real. Es una forma
un tanto desenfocada de decir que, en el fondo, Yanguas, con su perfil, era una
persona muy indicada para asumir la labor que asumía, pues sólo una persona de hondas convicciones monárquicas podía llegar a entender los orígenes, las bases filosóficas y las sutilezas del viejo privilegio concedido por los Papas a algunos reyes.
Yanguas presentó sus cartas credenciales el 30 de junio, en
un acto que, sin duda alguna Pío XI concibió como una oportunidad importante
para enderezar de partida una negociación que ya había tenido, como hemos
visto, sus momentos complejos incluso antes de comenzar formalmente. El elemento más llamativo del discurso del Papa
en el acto, que hizo sin notas, fue el hecho de que se refirió al embajador de
la España nacional como “representante de la España entera”, sintagma éste que
provocó orgasmos espontáneos en Burgos. Sin embargo, acto seguido el embajador
recién aceptado y el Papa se entrevistaron en la biblioteca del pontífice. Allí
Pío XI estuvo menos dulce y candoroso, y le expresó al embajador español su
honda preocupación por la extensión del nazismo, al que consideraba enemigo del
humanismo cristiano. El nazismo, dijo el Papa, se extiende por Europa, y corre
un peligro cierto de hacerlo por Italia y España. Por ello, le rogó al ministro
español que le expresase al Generalísimo su más viva preocupación por esta
posibilidad. Yanguas terció indicándole al Padre Santo que las doctrinas del
nazismo y de la España católica eran notablemente distintas.
Por esas fechas, asimismo, Cicognani presentó sus cartas
credenciales ante Franco, en un discurso en el que tuvo buen cuidado de hacer
mención a las agresiones que se habían producido a la religión católica en el
pasado reciente de España, y cómo ésta había encontrado en el gobierno de
Burgos a un cerrado defensor. Franco vio con muy buenos ojos aquella retórica.
Todo era buen rollo. O casi todo. Al Vaticano, en realidad,
no le gustaba nada esa zona de calma chicha que había fabricado el gobierno
nacional durante algunas semanas de mayo y junio, con la clara intención de
poder realizar toda su propaganda en el sentido de que el Vaticano había
reconocido al gobierno sublevado. Pío XI, tal es mi convicción, nunca buscó una
identificación tan estrecha con la causa nacional, consciente de que en el
bando republicano había fuerzas políticas que todavía eran proclives a alcanzar
algún tipo de convivencia pacífica con la Iglesia. Por este motivo, cuando le
dio sus últimas instrucciones en Roma, Pacelli se apresuró a explicarle a
monseñor Cicognani que se iba a Madrid como nuncio del Papa presso il governo di Burgos; esto es, “cerca
del gobierno de Burgos” o, si lo queremos escribir en castellano recio, cabe el
gobierno de Burgos. Y, de hecho, éste fue el mismo tratamiento que le dio a
Yanguas: embajador extraordinario y plenipotenciario de la España nacional cerca de la Santa Sede.
Son meros matices; pero es que, en diplomacia, los matices
son muy importantes. En ocasiones, fundamentales. De alguna manera, Pío XI no
había quedado contento con el resultado que se ofrecía a la opinión pública de
los actos combinados de entrega de credenciales, los de su nuncio y los del
nuevo embajador español ante la Santa Sede. Juzgó, tal es mi pensamiento, que
la identificación con la España nacional había ido demasiado lejos. Los obispos
españoles podían firmar todas las pastorales colectivas que quisieran; no
dejaban de ser una Iglesia nacional, sometida además a unas circunstancias
bélicas. Pero el Vaticano era otra cosa. El Vaticano, además de representante
de la Iglesia Universal, era un Estado más de Europa, un miembro más de la
comunidad internacional.
Todo esto, creo yo, pesó mucho el ánimo de los jerifaltes
vaticanos a la hora de plantear una negociación que fue todo menos fácil.
Comentario tonto del mes:
ResponderBorrarEn esta última temporada un aseado carrilero del Getafe no tiene nada que envidiarle a un delantero centro del Manchester City, salvo quizá su sueldo.
La verdad es que tienes razón. Pero la vocación de estos artículos es durar en el tiempo ;-)
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