Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
La
sensación de victoria entre los partos era total. Y eso quiere decir
que no sólo sabían que habían vencido a los romanos, sino que
también lo habían hecho sobre los restos de los seléucidas que
todavía tenían el sueño de dominar (o co-dominar) Partia.
De
hecho, el surena de Orodes ideó un engaño para redondear el triunfo
de su rey. Hizo difundir conscientemente entre los seléucidas el
rumor, bastante creíble la verdad, de que Craso no había muerto,
sino que sus captores lo tenían prisionero. En ese momento, escogió
varios romanos de entre la nutrida tropa prisionera de que disponía
que se parecían bastante al general. Haciéndolos llamar Crassus
Imperator, los montó en unos caballos y los llevó en triunfo por
una de las ciudades griegas, precedidos por lictores en camello que,
en la punta de sus haces, llevaban clavadas cabezas de soldados
romanos. Después de eso, los partos denunciaron a los romanos ante
el Senado seléucida por la enorme cantidad de literatura
pornográfica que habían encontrado en los campamentos romanos; una
acusación que cabe estimar era, en este caso, totalmente cierta.
Aparte
estas demostraciones que venían a formar parte de eso que hoy
llamamos la batalla por el relato, geopolíticamente hablando la
expedición de Craso no sólo fue fallida, sino que fue catastrófica.
Roma perdió todo control sobre Mesopotamia a partir del Éufrates (o
sea, toda Mesopotamia) y, para colmo, tuvo que ver cómo Armenia
pasaba a ser un Estado en plena dependencia respecto de los partos.
En el fondo, en todo caso, tuvieron suerte; la victoria de los partos
dejó las cosas muy bien preparadas para que todos los pueblos
orientales se rebelasen contra el yugo de los que, en todo caso,
acabarían por ser sus señores en muchos casos. Sin embargo, con la
excepción de los judíos, muy malquistos después de que Craso
hubiese expoliado su templo jerosimilitano, no hubo un levantamiento
general de los pueblos de oriente, quizá porque tampoco tenían
capacidad real de unirse.
Y
hay otro factor importante: la torpeza de Orodes. Como saben bien los
que gustan mucho del fútbol, el resultado final de un partido que
estás llamado a ganar y en el que perdonas muchas ocasiones en las
que casi marcas pero no, suele ser que pierdas o empates el partido.
Orodes fue extraordinariamente listo a la hora de vencer, pero
bastante torpe a la hora de administrar esa victoria y aprovecharse
de ella.
Todo
indica, por ejemplo, que una de las primeras consecuencias de la
posguerra fue la caída en desgracia del surena de Orodes, esto es,
el general que había llevado a los partos a la victoria en Carrhae.
Inevitablemente, en los primeros sistemas monárquicos, en los que la
elección ocupaba un lugar importante y esto de la sangre real no se
lo creía nadie, el haber llegado a una posición tan primate fue, a
todas luces, un problema para el general, quien fue objeto de las
envidias y las zancadillas del propio Orodes y de toda la camarilla
que disfrutaba el poder con él. Partia, pues, perdió al
generalísimo que estaba en condiciones de consolidar y, sobre todo,
acrecer los resultados de la guerra contra los romanos.
Poco
tiempo después de Carrhae, y una vez que el general había caído en
desgracia, Orodes, como para demostrar que no le hacía falta su
apoyo, envió a su hijo, Pacoro, a Siria, con un ejército bastante
considerable. En ese momento Casio, el gobernador romano, bastante
tenía con protegerse el culo con las dos manos pues, básicamente,
todo con lo que contaba para defender las posesiones romanas eran los
restos del ejército de Craso, que os puedo asegurar, aunque no lo
digan los historiadores, que tenían más ganas de hacer gárgaras
con plomo derretido que de volver a luchar; y no tenían esperanzas
de recibir refuerzos pues, en aquellos tiempos, todo aquel que se
acercaba a la vida militar en Roma acaba o en las tropas de Julio o
en las de Pompeyo, pero no en aquella puta provincia asiática de
mierda. Algo se debió oler Orodes de que Pacoro el Chavalote lo
mismo era demasiado joven, demasiado gilipollas o ambas cosas, para
dirigir un ejército, porque lo hizo acompañar por un experimentado
militar, Osaces. Aunque, la verdad, siempre me he preguntado qué
puñetero estímulo podía tener Osaces para hacer las cosas bien, si
acababa de ver cuál era el resultado cuando un general no miembro de
la familia real allegaba triunfos.
Casio,
además de un relojito digital, no tenía nada más que dos legiones,
que es un equipamiento militar con el que no hay quien haga una
tortilla en condiciones. Por esta razón, resolvió quedarse en las
ciudades importantes para protegerlas y dejarle el campo abierto a
los partos. Éstos se dedicaron a saquear de lo lindo, pero también
hay que decir que fueron recibidos en no pocas zonas rurales casi
como libertadores pues la gente, en general, estaba bastante hasta
los huevos de los romanos. Con la excepción de Deiotaro, rey de los
gálatas, y Ariobarzanes de los capadocios, nos dice Cicerón (que
entonces estaba roband, esto, era procónsul en Cilicia), Roma no
tenía un solo amigo en Asia.
Lo
que tenía que haber pasado, si Orodes hubiera sido listo, es que
partos y armenios hubiesen lanzado un ataque combinado contra los
amigos romanos. Artavasdes habría entonces caído sobre Capadocia,
un reino mucho menor que el suyo y más débil, tras lo cual habría
caído Cilicia y, por lo tanto, la presencia asiática de Roma habría
quedado, como poco, seriamente comprometida.
Cicerón,
que entendía que esto era lo más racional que ocurriera, avanzó
con tropas romanas hacia Capadocia con el objetivo de asegurarla. Al
tiempo, también llevó y pidió ayuda a Deiotaro y escribió al
Senado solicitando urgentemente más tropas. Casio no fue de ayuda.
Como ya he dicho, se encastilló en Antioquía e, incluso, no hizo
nada para impedir el avance de los partos hacia Cilicia a través de
la provincia siria.
Sin
embargo, la operación que he descrito no es la que realizó Pacoro.
El muchachote protorrey, quien probablemente creía que todo el monte
era orgasmo y que los méritos de los buenos generales son sólo la
buena suerte, se dedicó a rapiñar por aquí y por allá, sin un
objetivo bien claro, y a asediar las ciudades de los romanos, algo
que era una gilipollez porque tan buenos luchadores eran los partos a
campo abierto como malos asediadores de plazas fuertes. Además, al
parecer cometió el error de acopiar gran parte de sus efectivos en
algún punto a las orillas del Orontes pues, como todos los militares
que además son gilipollas, creía a pies juntillas en eso de caballo
grande, ande o no ande.
Esta
no-estrategia hizo pensar a Casio. En primer lugar, los romanos
seguramente se galvanizaron a sí mismos cuando consiguieron una
victoria sobre los partos para conservar Antioquía. Aprendiendo que
la forma de actuar de los partos era bastante anárquica y basada en
la convicción sobre su fuerza demoledora, el romano les montó una
emboscada en las riveras del Orontes, en la que infligió serias
bajas a los asiáticos, entre ellas las de Osaces, muerto en la
batalla. Los partos huyeron de las cercanías de Antioquía hacia la
Siria oriental, para hibernar allí.
Al
año siguiente, cuando tenía que recomenzar la guerra con el nuevo
avance de los partos hacia la Siria occidental, el proconsul de la
provincia había cambiado. Bidulo, sustituto de Craso, era uno de
esos tipos a los que no les importaba ganar una pelea dando una
patada en los cojones. Bidulo era totalmente consciente de que, si
seguía haciendo guantes con los partos, las posibilidades de acabar
perdiendo eran muchas, porque Roma no estaba en condiciones de apoyar
seriamente sus labores defensivas. Así pues, decidió jugar otra
carta.
El
procónsul romano había conseguido mantener correspondencia secreta
con un noble parto, Ornodapantes. A través de esas cartas comenzó a
comerle la oreja con la idea de que Pacoro sería mucho mejor rey que
Orodes. Le convenció de la existencia objetiva de un enfrentamiento
entre padre e hijo que tarde o temprano devendría en enfrentamiento;
y le vino a convencer de que lo mejor que podía hacer Pacoro, y los
nobles que lo apoyaban, era aprovechar el momento presente, en el que
tenía acceso a una armada imponente, y el mando indiscutido de la
misma.
Probablemente,
lo que buscaba Bidulo era que los partos se enfrentasen entre ellos.
Eso no parece ser lo que ocurrió, pero los resultados, en todo caso,
fueron parecidos. Todo parece indicar que Orodes acabó enterándose
de estos movimientos orquestales en la oscuridad de su hijo (quien,
de todas formas, estaba claramente levantando el pie del acelerador
de la guerra siria), y lo hizo llamar a casa. Pacoro no pareció
encontrar ninguna otra alternativa que no fuese obedecer; los partos,
pues, dejaron en paz a los romanos en el año 50 antes de Cristo,
perdiendo la gran ocasión histórica que tuvieron de haberlos
empujado hasta el mar.
Pacoro
regresó a casa para pedirle perdón a su padre, y todo parece
indicar que Orodes le creyó, pues años después habremos de
encontrarlo nuevamente al frente de misiones militares.
Aparentemente, después de que la rebelión de Pacoro, que no podemos
saber en qué medida era real y en qué medida inventada, pasó,
Orodes, ya consciente de que Roma era la principal incógnica
geopolítica con la que le había tocado convivir, decidió no
moverse mucho. Su decisión tenía mucho que ver con lo que estaba
pasando en casa de su enemigo, puesto que la República estaba sumida
en la guerra civil. A partir de lo que acabamos de contar, da la
impresión, o algo más que la impresión, de que Orodes resolvió
“hacerle un Bídulo” a los romanos: en lugar de movilizar a sus
tropas y hacer guerras, le resultaba mucho más rentable explotar las
disensiones en su bando enemigo y buscar las alianzas más generosas
para el rey de reyes.
En
el año 48, de hecho, Orodes entró en contacto epistolar con
Pompeyo, a iniciativa de éste último, que estaba buscando alianzas
asiáticas para su causa. Orodes se mostró dispuesto a darle ayuda
en su guerra y pidió a cambio la provincia Siria. Pompeyo rechazó
esta propuesta, algo que ha hecho a muchos historiadores hablar en
buenos términos de él labrando la imagen del general que, entre el
beneficio personal y la conservación de las conquistas de Roma
eligió lo segundo, hemos de suponer que por fidelidad a la
República. Yo, la verdad, tengo una visión un poquito más
escéptica. Creo que Pompeyo rechazó este acuerdo porque sabía dos
cosas: la primera, relacionada con el momento de la competencia por
el poder, era que si algún día se filtraba aquel acuerdo, que se
filtraría, su popularidad caería en picado. La otra cosa que sabía
es que, pensando en que eventualmente fuese él el vencedor final de
la lucha por el poder en Roma, si perdiese las posesiones sirias
habría ganado poder sobre una estructura mutilada y coja y, por lo
tanto, ser capaz de acrecerla, como seguro que le exigirían, sería
más difícil.
Tiempo
después, cuando Pompeyo fue derrotado en Farsalia, una de las
posibilidades sobre los movimientos del derrotado general es que se
dirigiese a Orodes para pedirle asilo y someterse a su autoridad. Es
muy posible que Pompeyo pensase en alguna alianza que pusiese bajo su
mando a las tropas de los partos; pero sus amigos y asesores más
cercanos le convencieron de que era una operación demasiado
arriesgada.
El
otro gran contendiente de la guerra, Julio, no parece haber mostrado
demasiado interés en los partos. En el año 47, de hecho, abandonó
el teatro asiático sin que se tenga ninguna noticia de que hubiera
tenido contacto alguno, ni amigo ni enemigo, con Orodes. Todo parece
indicar que, para el general romano, lo prioritario era arreglar las
cosas en Hispania y en el norte de África; sólo cuando ambos
territorios fueron suyos dejó que la idea de una guerra contra los
partos comenzase a filtrarse.
En
el año 44, habían pasado cuatro desde Farsalia, Julio había
prevalecido sobre todos sus enemigos romanos y tenía un control más
que decente sobre lo que con los siglos habríamos de conocer como el
Imperio Romano Occidental. Fue en ese momento cuando dejó que sus
terminales en el Senado animasen a los padres conscriptos a aprobar
un decreto que le encarecía la guerra contra los partos. Sabemos que
las legiones romanas comenzaron a movilizarse y a cruzar el
Adriático; pero sobre las intenciones o la estrategia de César poco
podemos saber. La mayoría de los historiadores se decanta por
estimar que era una expedición muy seria que podría haber terminado
con los partos vencidos; reconozco que esa opinión tiene sus visos de certitud porque,
la verdad, de los indicios cabe deducir que Pacorito el Veleta no era
rival para uno de los mejores estrategas que ha dado la Historia. Sin embargo, experiencias como la expedición de Trajano en el mismo teatro, a la que ya llegaremos, sugieren que los romanos, y Julio no tiene por qué ser una excepción, nunca entendieron bien de qué iba a la guerra en Mesopotamia; si a eso le sumamos que Julio estaba ya un poco viejo, fané y descangallao, da como para preguntarse si él, también, no se habría estampado contra el muro parto.
La cosa es que nunca lo sabremos. Como es bien sabido, el 15 de marzo del año 44, a su entrada al Senado, César fue apuñalado por un grupo de conspiradores. Durante mucho tiempo, Roma perdería con ello la capacidad de mirar hacia Partia.
La cosa es que nunca lo sabremos. Como es bien sabido, el 15 de marzo del año 44, a su entrada al Senado, César fue apuñalado por un grupo de conspiradores. Durante mucho tiempo, Roma perdería con ello la capacidad de mirar hacia Partia.
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