El hundimiento
De Krebs a Demnin
La muerte de Hitler y Göbels, a principios de mayo, había convertido la labor de resistir en Breslau como algo todavía más inútil de lo que lo había sido ya en los días anteriores. Sin embargo, tanto Dönitz como, sobre todo, Schörner, decidieron sostenella y no enmendalla. La ciudad se encontraba pulverizada y reducida a escombros, aparte de totalmente rodeada por el VI Ejército soviético, para colmo reforzado con tropas polacas favorables al gobierno de Lublin. La ciudad carecía de elementos defensivos capaces de contrarrestar tanto la artillería pesada como los ataques aéreos; en esta situación, era como un cuerpo atado que alguien usa como saco de boxeo.
En estas circunstancias, el 3 de mayo Dönitz confirmó
su orden de permanecer en la resistencia. Las tropas alemanas más cercanas se
encontraban en Zobten, unos 35 kilómetros al Oeste de la ciudad, pero carecían
de cualquier posibilidad de poder romper el cerco soviético-polaco. Aún así, el
mariscal de campo Schörner telefoneó al comandante de la ciudad, el general
Normann Niehoff, para encomendarle que la ciudad resistiese “en memoria de
Hitler”. Al final de la tarde de aquel día 3, los soviéticos enviaron tres
negociadores, para ofrecer una rendición. Hubo, sí, un alto el fuego de tres
horas, pero pasado éste Niehoff declinó la invitación.
Por mucho que la resistencia de Breslau ofrezca pocos
elementos de lógica y mucho menos de humanidad hacia los civiles y combatientes
alemanes que estaban en la ciudad, hay que reconocer, sin embargo, que la
utilidad para la cual se exigía sí que se produjo, cuando menos en parte. Nadie
en la ciudad escondía que las órdenes eran frenar a los bolcheviques lo más
posible y, para desesperación de los mandos soviéticos, esto fue lo que pasó.
Los soviéticos, de hecho, bombardearon la ciudad varias veces de folletos y
pasquines llamando a la población para que se rindiese, apelando a la ilógica
de una lucha que, tras la caída de Berlín, había perdido toda razón.
Breslau, en todo caso, no sería, desde luego, el único
de los episodios del final de la guerra que provocaron absurdas muertes de
última hora. No olvidemos, en este sentido, el tristísimo episodio del Cap Ancona.
El 3 de mayo por la tarde, las tropas británicas que
avanzaban por la bahía de Lübeck observaron a un barco alemán que estaba siendo
bombardeado por la RAF, a unos cinco kilómetros de la costa. Entre los testigos
del bombardeo se encontraba John MacAuslan, un capitán de inteligencia
británico adscrito al V Regimiento de reconocimiento. La columna
británica avanzaba cerca de la costa observando la acción de lejos, cuando un
hombre, que resultó ser un prisionero eslavo de los alemanes, saltó a la
carretera y trató de parar la marcha con aspavientos. Lo que les contó aquel hombre
fue que el barco que estaban bombardeando iba lleno de prisioneros de campos de
concentración, que estaban apiñados en las bodegas, y que el barco, por no
tener, no tenía ni botes salvavidas.
Hasta terminar de tan triste manera frente a la bahía
de Lübeck, el Cap Ancona había tenido
una existencia algo más lujuriosa. Había sido construido, y explotado durante
años, como un buque de cruceros. En 1940, sin embargo, había sido incautado por
la Marina alemana, que nunca lo movería ya del área del mar Báltico. Sólo tuvo
una breve misión civil en 1942, cuando el Ministerio de Propaganda de Göbels lo
tomó prestado para hacer de Titanic en
un film. A principios de 1945, la Marina lo utilizó para evacuar tropas de
Prusia Oriental. En abril sus turbinas se rompieron y sólo fueron parcialmente
reparadas. Así las cosas, se suponía que el barco ya no podría navegar, por lo
que fue transferido a las SS, que lo querían para usarlo como prisión.
Efectivamente, el día 3 de mayo el Cap Ancona fue cargado con centenares de prisioneros de campos de
concentración. Aunque hubo partidarios del gobierno alemán que trataron de
difundir la idea de que el objetivo del viaje del barco era llevar esos
prisioneros a Suecia y entregarlos sanos y salvos, otras fuentes de la SS acabaron
por reconocer que todo el proyecto era hundir el barco con los prisioneros
dentro; además, los alemanes ni se preocuparon de pintar en los tejados del
barco la cruz roja que podría haber servido de pista para los aviones enemigos
de que era un barco hospital o con prisioneros, previniendo pues el bombardeo.
Así las cosas, la escuadrilla de la RAF que lo bombardeó creía estar atacando
un barco lleno de miembros de la SS que, tal vez, escapaban a Suecia o Noruega,
dado que para entonces las noticias en este sentido eran bastante fuertes. De
hecho, el Alto Mando de Reims creía que ésa era la vía que querían usar cuando
menos algunos de los grandes jerifaltes nazis que habían logrado llegar a
Flensburgo, para situarse al menos en un país neutral. Hay que entender que en
los primeros días de mayo, cuando estos rumores o teorías movían la actuación
de los ejércitos aliados, todo el mundo entre los enemigos de Alemania
desconocía todavía la muerte de personas como Bormann o Himmler, por lo que se
consideraba que la reconstrucción de los nacionalsocialistas era más probable
de lo que era en realidad.
Dado que en el área de Kattegat los alemanes habían
minado las aguas, la Marina aliada no podía pensar, por ella misma, en bloquear
la salida de aquellos barcos si finalmente se producía. Y fue por eso que el
trabajo se le encomendó a cuatro escuadrones de la II Fuerza Aérea Táctica de
la RAF.
Para cuando MacAuslan y su unidad lograron establecer
contacto con radio con su cuartel general para informar de la verdadera carga
del Cap Ancona, el barco estaba ya
capotando seriamente y no se podía hacer nada por él ni por las gentes que
estaban encerradas en sus bodegas. Se estima en más de 4.000 las bajas de su
hundimiento.
Todavía no habían descubierto los británicos toda la
extensión de aquella jornada. Los inquilinos del Cap Ancona habían sido transportados al barco en unas barcazas
desde la playa de Neustadt. Pero en el barco no había sitio para todos los
prisioneros, por lo que en la playa deberían quedar, o bien prisioneros, o bien
personal de las SS. Así pues, el regimiento de MacAuslan se desvió hacia
Neustadt; allí encontraron prisioneros vivos, o más bien medio muertos, porque
no habían recibido comida ni bebida alguna durante ocho días. Pero también
encontraron barcazas llenas de cadáveres (aparentemente, las SS los habían
disparado porque eran incapaces de soportar la navegación) e incluso niños que
habían sido asesinados a golpes.
Estamos, en todo caso, y como ya hemos dicho, en el 3
de mayo; 72 horas han pasado desde que Hitler se suicidó. Éste fue también el
día en el que una oficial soviética de inteligencia, Elena Rzhevskaya, ponía
sus ojos sobre los papeles, probablemente, más buscados en ese momento en todo
el mundo. En una oficina prefabricada por el propio ejército soviético en la
misma Cancillería del Reich, Rzhevskaya fue la encargada de recibir y repasar
la documentación encontrada en el búnker donde había residido Hitler. Los
alemanes habían tratado de destruir la mayoría, pero rara vez las destrucciones
son completas. Un pequeño diario de Bormann había aparecido escondido en el
respaldo de una silla; y en un portafolios apareció bastante documentación
poder de la familia Göbels.
Fue con esos trozos de documentación que la oficial
soviética pudo hacerse una idea de por dónde habían ido los tiros en las
últimas jornadas del búnker. Al parecer, durante un tiempo se había producido
una ilusión generalizada en el sentido de que sería posible huir hacia
Berchtesgaden. Sin embargo, estas esperanzas acabarían por desaparecer y, de
hecho, de las comunicaciones que pudo leer Rzhevskaya sacó la rápida conclusión
de que el búnker se había ido quedando progresivamente aislado, sin capacidad
de recibir noticias cada vez de más unidades militares situadas aquí y allá.
Las últimas informaciones del exterior que se
recibieron en el búnker, aparte los informes militares, fueron los despachos de
Reuters. Se mecanografiaban y entregaban al Führer cada día. En la noticia
correspondiente a la localización y asesinato de Mussolini, Rzhevskaya observó
la línea del lápiz de Hitler, subrayando la expresión colgado de los pies. De ahí sacó la oficial soviética la conclusión
de que la muerte de Mussolini había jugado un papel importante en la decisión
de Hitler de suicidarse y, por lo tanto, no dejarse coger por sus enemigos. Él,
que había procurado tantas humillaciones y ejecuciones en sí humillantes a sus
enemigos, temía ahora ser objeto del mismo tratamiento, sabiendo como sabía
que, de ser atrapado, lo sería por los soviéticos.
Otra cosa que reflejaba la documentación con claridad
era el hecho, consustancial a lo anterior, de que la principal preocupación en
el búnker durante aquellas últimas horas de Hitler había sido aprovisionarse de
gasolina suficiente como para quemar lo cuerpos. La NKVD, es decir la policía
secreta soviética, logró identificar en unas pocas horas los cuerpos, la verdad
tan sólo medio quemados, de Josef Göbels, de su mujer, Magda, y del general
Hans Krebs, ése que tal vez tuvo un momento de debilidad y regresó a por sus
guantes en un último impulso de rendirse personalmente. Todos los
interrogatorios que realizaron coincidieron en que estas tres personas se
habían suicidado con las últimas luces del 1 de mayo, y que Hitler y Eva Braun
habían acabado con sus vidas en las primeras horas de la tarde del día
anterior. En el agujero de un obús encontraron restos quemados, los restos de
una mandíbula, que ahora trataban de comprobar con los registros dentales del
Führer.
En los papeles de Magda Göbels, la oficial soviética
encontró una prueba más, por si la necesitaba, de la fuerte carga mistaboba y
tontopollas que tenía aquella fanática nazi, más fanática en realidad que su
propio marido. Magda Göbels guardaba como oro en paño una predicción astrológica que le habían elaborado, según la cual, en
abril de 1945 habría un dramático cambio de tornas en el frente oriental, tras
lo cual Alemania conquistaría la totalidad de Rusia en quince meses. En el
verano de 1946, continuaban los astrólogos, todos los submarinos alemanes
estarían equipados con una nueva arma capaz de destruir las marinas británica y
estadounidense. Una intelectual, esta prenda.
El diario de Bormann, a despecho de cierto periodismo
amarillo que hace algunas décadas se masturbó bastante con él, ofrecía pocas
novedades. Apenas tenía anotaciones muy breves y concisas que hacían notaría de
las principales novedades que le habían ocurrido al nazismo durante las
jornadas del búnker. Probablemente pensando que, poco a poco, el escalafón
estaba corriendo lo suficiente como para hacerle grande a él, Bormann había
anotado las defecciones y problemas que ante Hitler habían acabado teniendo
tanto Himmler como Göring. El 30 de abril, Bormann anotó los nombres de Hitler
y Eva Braun, al lado de los cuales dibujó el signo rúnico de la muerte. Y poco
más.
Como hemos dicho, la documentación sobre la cual puso
sus ojos, antes que nadie, una mujer soviética, venía a decir que en Berlín
llegaron a soñar con huir a Berchtesgaden. Pero, la verdad, les habría dado
igual, pues más o menos en el mismo momento en el que Rzhevskaya leía la
documentación del búnker, las tropas americanas se acercaban a la querida
guarida bávara de Hitler.
El día 2 de mayo, el VII Regimiento de la III División
de Infantería estadounidense había tomado Salzburgo. Desde allí prepararon la
subida hasta Berchtesgaden, que iniciaron en la mañana del día 4. A pesar de
que la ascensión había que hacerla por pasos muy fáciles de emboscar, no
sufrieron ningún tipo de ataque y, de hecho, los pocos soldados alemanes que
encontraron al llegar a la villa se rindieron sin lucha.
En todo caso, estamos a punto de llegar, en el relato
de estos días, al primero de los últimos actos de la guerra en Europa.
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