El modesto mequí que tenía the eye of the tiger
Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro
En el siglo XIX, el mundo musulmán siguió siendo musulmán; pero ya no de la misma manera.
El siglo XIX es el siglo del
estrechamiento del mundo. El ferrocarril, el telégrafo, son invenciones que
acabarán por conseguir que todo lo que ocurre durante nuestra vida en cualquier
parte del mundo podamos aspirar a conocerlo antes de morirnos. El siglo XIX es
el siglo más democrático de la Historia de la Humanidad porque es el siglo en
el que más cosas, entre ellas la propia democracia, se van democratizando. El
Islam es una religión tremendamente basada en la tradición, exactamente igual
que el cristianismo. De forma inevitable, ambas partes tenían que sufrir fatiga
de material a base de entrar en contacto con otras tradiciones. El siglo XIX es
un siglo en el que, por ejemplo, el
Chiringuito de los Francisquitos entra por la puerta gordo, orondo y
poderoso, y sale por una cancela delgadito, medio olvidado y sin Estados. Al
Islam no le ocurre lo mismo, entre otras cosas porque no tiene Francisquito; pero eso no quiere decir que no
sea objeto de un proceso relativamente parecido.
Por primera vez en su Historia,
el Islam está en contacto sencillo y casi inmediato con ideas que no han
surgido en su seno: secularismo, democracia, nacionalismo, constitucionalismo.
Inicialmente, el Islam las rechaza como cosas de extranjeros, como el señor de
Soria que se niega a comer saltamontes fritos como determinados asiáticos (y algunos mexicanos, creo).
Pero, finalmente, tendrá que tomar para sí la labor de hacer algo con esas
ideas, integrarlas.
El siglo XIX es, también, un
siglo en el que se juega un partido que el Islam no está acostumbrado a jugar.
La religión victoriosa durante muchos siglos, a través de varias y diversas
dinastías y teologías, de repente está a la defensiva: pierde presión. En 1914,
en el mundo sólo quedan tres estados musulmanes: el Imperio otomano, ese
zombie; Irán; y Afganistán. El Islam ha perdido o pronto perderá, califalmente
hablando: España, el Magreb, Egipto, Siria, Iraq, Arabia, la India.
A finales del siglo XVIII, por
otra parte, la guerra interna musulmana se puede considerar definitivamente
ganada por los suníes. Los shiíes han de conformarse con Irán y Azerbaián
(entonces incluido en esa monarquía), Bahrain, algunas zonas de la India y
algunos parches árabes. En el Imperio otomano, los enclaves shiíes son bastante
pocos: Jebel Amil (Líbano), Kerbala, Najaf, Hilla. Los zaidíes siguen siendo
importantes en las montañas yemeníes, mientras alauitas y drusos hacen lo que
pueden en sus áreas de Siria.
A esta situación de finales del
XVIII se une, como digo, el hecho de que el siglo XIX es el gran siglo de las
potencias occidentales. El poder colonial es muy fuerte, y las sociedades
islámicas contemplan con estupor cómo, de
iure o de facto, importantes
partes de su nación islámica van cayendo bajo el control de señores que viven
en lugares muy fríos. Esto hace surgir la idea del panislamismo, de la defensa
del orbe musulmán en su conjunto; se revisita la idea califal, que es la idea musulmana por excelencia; no lo olvidéis, y así entenderéis por qué ha vuelto, y por qué volverá, y volverá, y volverá.
Durante todo el siglo XIX,
oliendo este efluvio, el Imperio otomano trabajará para revivir sus
credenciales califales. Abdul Hamid II, sultán que lo fue entre 1876 y 1909,
muestra mucho más interés por ser apelado de califa que de sultán. La gran
nación turca adopta una Constitución precisamente en 1876; una ley de leyes que
comienza por establecer que “Su Majestad el Sultán es, en su capacidad como
Califa Supremo, el protector de la
religión musulmana”. El desdibujado imperio turco pretendía, de esta manera,
extender su autoridad sobre todos los islamitas del mundo (y, al tiempo, retener el derecho de llamarlos para defenderlo). Dado que el Imperio
turco tenía muy pocas credenciales que exhibir para justificarse como heredero
del poder califal, Hamid tuvo que crear en Estambul toda una escuela de
eruditos que le ayudasen a generar la idea panislamista bajo cuya protección
sería posible lograr el objetivo político deseado. Esta escuela, que a veces ha
sido comparada con un pequeño Vaticano islámico, es la que desarrolla la idea
de que no importan las fronteras, ni los orígenes, sólo la Fe; es, básicamente,
lo que conocemos como islamismo. Hay una diferencia, en efecto, entre islamista
e islamita. Islamita es la palabra que utiliza, por ejemplo, Sánchez-Albornoz
en sus libros sobre la España de la Edad Media; tiene un significado de
musulmán a secas. Islamista es otra cosa; es alguien que, como acabamos de
leer, abraza la idea de la unión de todos los musulmanes basada en su fe.
Alguien que cree que la creencia está por encima de la nacionalidad. Una especie de musulmán internacionalista, pues.
Tras la guerra de Crimea (1856),
las potencias europeas tomaron la decisión de integrar al Imperio turco en el
orden mundial, por así decirlo; Estambul pudo participar, entonces, en el
Congreso de Viena. Para los turcos, esto adquirió un gran valor. Emisarios
suyos se dedicaron a ir a las remotas mezquitas del mundo para recordarle a los
fieles que no sólo debían rezar por el alma de los viejos califas; también de
los nuevos.
Con toda esta parafernalia, sin
embargo, Abdul Hamid no intentaba otra cosa que esconder la durísima realidad
de una entidad imperial que estaba perdiendo gran parte de su poder. Como
sabemos, en el año 1908 los llamados Jóvenes Turcos dieron un golpe de Estado.
Entre los jóvenes turcos había miembros que puede que fuesen jóvenes, pero
turcos no eran. Había musulmanes balcánicos, judíos, armenios. Eso no les
impidió, sin embargo, crear una ideología abiertamente nacionalista y secular.
Turquía, pues, siguió siendo un Estado musulmán, pero sus reivindicaciones
sunitas perdieron fuerza.
En el lado shií, Irán fue
gobernado desde 1790 hasta 1920 por la misma dinastía: los Qajar, gobernantes
de la pata kizilbash. Esto hacía que, pese a ser rabiosamente duodecimanos,
siendo como eran de origen turco no podían, como los safavides, argumentarse
como descendientes de los imanes.
Los Qajar cultivaron con pasión a
los eruditos usulíes, pero eso sólo sirvió para que esta casta de clérigos, que
hemos de recordar hacía de sus interpretaciones de los textos islámicos la
principal fuente doctrinal, crease un fuerte poder independiente y difícilmente
controlado por los gobernantes temporales.
Los usulíes, además, crearon su
propia jerarquía. En su escalón más bajo están los mulás, que son aquellos
clérigos que elaboran criterios sobre materias que están, por así decirlo, muy
claras. Por encima de los mulás están los mujtahidin,
estudiosos con conocimientos sobre los principios en los que se basan las
reglas de interpretación y que, por lo tanto, son capaces de dictar
instrucciones por sí mismos. Por encima de ellos, y en la cumbre de la
pirámide, se encuentran aquellos eruditos que tienen una competencia por encima
de las anteriores, absoluta y completa, la ijtihad
mutlaq o ijtihad absoluta o sin discusión. El simple creyente, y el mulá,
normalmente elegían un mujtahid para seguirle. Si un erudito llegaba a la
categoría de único y máximo intérprete de la ley islámica, eso es algo que sólo
puede surgir del consenso de los creyentes. Nada de cónclaves ni movidas.
Esta lucha por la hegemonía shií
tuvo otros objetivos en los sufíes, el llamado movimiento Babi y los Bahais. El
movimiento Babi fue consecuencia de la celebración del milenio de la ocultación del décimo
segundo imán, ocurrido en 1844. Alí Mohamed, un tipo de Shiraz que era
descendiente de El Profeta, se descolgó con un anuncio peligroso: el imán
reaparecería en Kerbala el 1 de enero de 1845. Para sí mismo reservó el puesto
de bab o mensajero que permitía el
acceso al imán. En un primer momento,
cuando un grupo de clérigos se le echó a la chepa y le dijeron que no mamase,
se retractó; pero luego volvió a las andadas y se descolgó con que ni regreso
ni leches; que él era el imán en su propia mismidad. En consecuencia, mandó la
sharia a tomar vientos, puesto que, como es bien sabido, en el momento en que
llegue el Fin de los Tiempos, ya no tendrá validez. Con profundo dolor de su
corazón, puesto que era descendiente de quien era, las autoridades tuvieron que
enjaretarlo, fustigarlo y, finalmente, ejecutarlo en 1850. Sus seguidores, sin
embargo, puesto que ya tenían un mártir, crecieron y se rebelaron. Entre estos
rebeldes estaba Mirza Husein Alí Nuri Bahaulá, que se convertiría en el
fundador de la religión Bahai, la minoría religiosa más numerosa del Irán.
En todo caso, lo realmente
importante es la gran fuerza que la clase clerical acopió en Irán, algo que se
haría claro en 1890 cuando, en medio de un conflicto que ya hemos contado en
este blog, consiguieron que toda la población de Irán dejase de fumar. Con
mayor importancia que ese proceso, hay que hablar de la conocida como la revolución
constitucional iraní (1905-1911). El gobernador de Teherán hizo flagelar
públicamente a unos cuantos mercaderes que consideraba estaban especulando con
el precio del azúcar. Los clérigos se pusieron de parte de los mercaderes. La
revolución subsiguiente fue atizada por los clérigos, quienes tuvieron un papel
fundamental en el diseño de la Constitución que fue el resultado de todo aquel
proceso; ley de leyes que ya afirma que el shiismo duodecimano es la religión
estatal. Se estableció un comité de mujtahids que tendría poder de veto sobre
la legislación, para garantizar su compatibilidad con el Islam. Este comité,
sin embargo, nunca se constituyó (entonces, quiero decir).
El hecho de que la nación se
dotase de una Constitución fue notablemente complejo. Muy pronto hubo clérigos
que comenzaron a destacar que había aspectos en la regulación que no eran
compatibles con la sharia. Entre otras cosas, la Constitución establecía un
sistema judicial mínimamente racional, esto es, ajeno a las estructuras
clericales; por no hablar de la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no
es muy compatible con la distinción básica que hace la sharia entre musulmanes
y no musulmanes.
Hasta el siglo XVIII y buena
parte del XIX, las diferencias entre suníes y shiíes estaban destinadas a
profundizarse. Sin embargo, un factor importantísimo tendió a partir de
entonces a desdibujar las diferencias entre las dos grandes formas de concebir
el Islam: Occidente. El hecho de que las naciones musulmanas se sintiesen
crecientemente agredidas por el poder de las potencias occidentales, un
sentimiento que, lógicamente, se elevó exponencialmente tras la creación del
Estado de Israel, tendió a que las zanjas entre musulmanes se fuesen rellenando
en muchos casos. En buena parte de los países que forman el centro del Islam,
sin embargo, no hay que olvidar que la diferencia entre suníes y shiíes
evolucionó como diferencia social. Sin ir más lejos, en Iraq el hecho de que
las clases urbanas y crecientemente prósperas tendiesen a ser suníes, mientras
que la mayoría de los habitantes rurales, de mucho menor nivel económico,
fuesen shiíes, labró buena parte de las divisiones que todavía son visibles en
su sociedad. De hecho, esta diferencia no fue, probablemente, ajena al
desarrollo del shiismo duodecimano en el sur de este país.
Iraq era la localización de
cuatro grandes santuarios shiíes: Nayaf, Kerbala, Kazimain y Samarra. Cuando, a
principios del siglo XVIII, los afganos suníes capturaron Isphahan, obligaron a
muchos clérigos shiíes residentes allí a emigrar a Iraq, especialmente a Nayaf
y Kerbala. Su comunión de objetivos con los iraníes provocó que estas ciudades
obtuviesen de los turcos un estatus especial, una especie de cupo duodecimano
usulí que las hizo prácticamente independientes. Diversas tribus del sur del
país fueron convertidas y cuando, a finales del siglo XIX, la administración
otomana actuase contra ellos, buscando asimilarlas al sunismo, no hicieron otra
cosa que echar gasolina a la hoguera.
Ante esta realidad, la
administración turca sunita decidió actuar contra los iraníes shiíes y a
finales del siglo XIX se planteó limitar sus movimientos en Iraq, bajo su
administración. En este entorno de cosas fue en el que se produjeron las
tentativas, quizá demasiado bienintencionadas, de Abdul Hamid.
A pesar de estos conflictos, como
digo, en este momento del análisis estamos en el punto en el que debemos hablar
más de la solidaridad entre musulmanes. Porque los tiempos están cambiando y, además,
lo hacen muy deprisa.
Tengo que admitir que al leer alauita he pensado primero en la dinastía marroquí.
ResponderBorrarEn 1914, en el mundo sólo quedan tres estados musulmanes: el Imperio otomano, ese zombie; Irán; y Afganistán. El Islam ha perdido o pronto perderá, califalmente hablando: España, el Magreb, Egipto, Siria, Iraq, Arabia, la India.
Así, uno entiende mejor la "alianza" entre el Islam y ciertos grupos que se definen como descolonizadores, aunque sean totalmente incompatibles.
"El siglo XIX es un siglo en el que, por ejemplo, el Chiringuito de los Francisquitos entra por la puerta gordo, orondo y poderoso, y sale por una cancela delgadito, medio olvidado y sin Estados. Al Islam no le ocurre lo mismo, entre otras cosas porque no tiene Francisquito..."
ResponderBorrarEso,y sobre todo porque de hecho la mayoría de los pueblos musulmanes vivían, aún viven, plenamente su dulce Edad media. En cuanto el personal pruebe las mieles del materialismo,y que puede pillar las 72 virgenes en este mundo los varones, o al hombre que las dejará plenamente satisfechas las hembras, al Islám como es hoy le quedan cuatro primaveras. Algo que ya está ocurriendo allá por los dominios de los petrodolares, postureo público meapilas de ablución aparte.