lunes, enero 25, 2021

Islam (3: ¡Vente p'a Medina, tío!)

 

El modesto mequí que tenía the eye of the tiger
Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro 




Entre los primeros adeptos a la causa de El Profeta también cabe contar a Zaid ben Haritha; esclavo de Jadicha, fue manumitido por Mahoma. Asimismo, también se cuentan en la primera hora Said ben Abi Waqas, sobrino de Amina, la madre de Mahoma; Osmán ben Afan, nieto de al-Mutalib, yerno del propio Mahoma y a quien la Historia verá llegar a califa, aunque no termine de la mejor manera posible; Az Zubair ben al-Awam, sobrino de Jadicha y primo de Mahoma, otro del que también volveremos a hablar en estas notas. Y otros. No hay que olvidar, porque de nuevo establece la tradición estrechos contactos con el cristianismo, a conversos como Bilal ben Rabah, un esclavo abisinio liberado por Abu Bakr, cristiano, que acabaría siendo el primer muecín del Islam.

Lo realmente importante de estas primeras horas, días y meses tras la revelación, es que ésta cae muy malamente entre los coraichitas, los cuales se burlan de las enseñanzas de Mahoma y se vuelven contra él.

En un primer periodo, que dura hasta el año 622 según nuestra contabilidad, Mahoma predica diversas revelaciones proféticas con un fuerte contenido social, lo cual es otra prueba bastante importante de que no siempre fue rico; un elemento no desdeñable de esta tendencia está en el trato que prescribe para algunos esclavos y libertos, que los coloca en la lista de los primeros conversos. Asimismo, Mahoma, que en ese momento está fuertemente interesado por las visiones y relatos apocalípticos, también incluye en su predicación el concepto de temor al castigo divino, que debe tener como consecuencia inmediata el abandono de los falsos dioses y la sumisión al único Dios verdadero. Es importante, cuando menos a mi modo de ver, entender que los muchos vínculos y referencias que el propio Islam tiene hacia el cristianismo y el judeocristianismo no deben empañar los importantes elementos de novedad que introduce Mahoma en su predicación. Si el Dios del pueblo mosaico es un Dios que, en el acto de rebelarse, ya dicta su ley, Mahoma es un profeta que trae consigo una doctrina, una ley que abarcará toda la vida del creyente. El Islam aporta un sistema organizado de creencias y una serie de reglas para la vida; para toda la vida. Es, en ese sentido, un corpus religioso más ambicioso si cabe que el cristianismo, y es por eso que considera a Jesús como un intérprete, aunque parcial o limitado, de la palabra de Dios. Este carácter de sistema de creencias totalizador será, y en buena parte sigue siendo, la principal fuerza del islamismo, la razón primera que explica su enorme capacidad de expandirse. 

El efecto de esa predicación es muy parecido al que ejerce la del cristianismo paulino en el mundo romano, pues la fe se hace atractiva ante los más pobres, mientras que genera cierto rechazo por parte de los ricos comerciantes. Esto mueve a algunos o muchos de ellos a pensar en la posibilidad de llevarse por delante al tipo éste que está contando esas cosas que soliviantan al personal. Sin embargo, a pesar de que el clan hashemita al que pertenecía Mahoma estaba de capa caída, como decíamos antes, no lo estaba en tal medida que un asesinato no hubiese provocado un conflicto de larga evolución y conclusión muy difícil de avizorar. 

Esto último no quiere decir, ni mucho menos, que la vida de los conversos fuese fácil. De hecho, era tan dura que no pocos de ellos hubieron de emigrar a Abisinia, país cuyo monarca, de religión monoteísta, los acogió. Alrededor del año 615, los coraichitas mequíes comienzan a mostrarse especialmente violentos respecto de los conversos islámicos. Por esto Mahoma acaba pensando en algún refugio, y piensa en Abisinia. La primera emigración incluyó once hombres y cuatro mujeres, y en la misma iban, como elemento fundamental, Osmán y Ruqaya, su mujer e hija del Profeta. En la segunda hubo sesenta hombres.

Cuando los coraichitas supieron de aquellos traslados, enviaron a dos de ellos con regalos para el gobernante abisinio, que ofrecieron a cambio de la devolución de los emigrados. El rey abisinio, sin embargo, les devolvió los regalos. En todo caso, no fue el exilio de los abisinios algo que superase, en la mayoría de los casos, el tiempo de una vida. Las cosas iban a cambiar pronto en Arabia.

La integridad física de Mahoma y de sus adeptos, muy probablemente, nunca estuvo en peligro. Abu Talib, aunque nunca abrazó el Islam, siempre fue fiel a la unidad del clan, por lo que protegió permanentemente a Mahoma. Sin embargo, que El Profeta y sus seguidores no temiesen ser muertos en cualquier esquina no significa necesariamente que su vida fuese de coña. Financieramente, fueron acorralados por los mercaderes coraichitas, y más pronto que tarde el medio de vida de Jadicha zozobró.

Abu Talib murió en el año 619, a una edad muy avanzada que pudo incluso ser de noventa años. A pesar de que para entonces se había conseguido labrar algún pacto que aligeró el aislamiento que sufrían los mahometanos, su situación no era halagüeña. Tres días antes de morir Talib había fallecido Jadicha. Fue a partir ese momento cuando Mahoma comenzó a labrar relaciones más estrechas con las tribus del Yatrib.

En el oasis de Yatrib, que se identifica con la más conocida población de Medina, había dos tribus, los aws y los jazrach (recuérdese que la propia madre de Mahoma venía de aquí), que venían teniendo enfrentamientos continuados. Dichos enfrentamientos habían sido tan importantes que habían terminado por implicar a los habitantes judíos que se encontraban en la zona. Agotados por andar siempre a hostias entre ellos, decidieron decretar un arbitraje, para lo cual necesitaban un mediador. Se fijaron en aquel tipo que tanta fama comenzaba a adquirir en la zona y que, además, algún vinculillo tenía con Medina, puesto que había pasado algunos años de su infancia allí.

Mahoma se encontraba entonces sometido a una estrecha vigilancia por parte de los coraix mequíes, esto es la peña de La Meca; pero, interesado por la oferta mediní, escapó a la vigilancia de los clanes de la ciudad santa y se fue a Medina. Este gesto, como es bien conocido, es el que fija el comienzo de la hégira (15 de julio de 622). Una vez en Medina, comenzaron a desplegarse las excelentes habilidades estratégicas de Mahoma. Negoció con éxito el estatus de aquellos mequíes conversos que había traído consigo, que es algo que no resultaba nada fácil en una sociedad como aquélla, fuertemente influenciada por localismos; y, muy pronto, en cuanto estallase la guerra entre mediníes y mequíes, se desvelaría como un gran general. Con diez dinares aportados por Abu Bakr, Mahoma compra un terreno donde establecerá la primera sala para la plegaria de los viernes de los musulmanes. En ese momento, la dirección de la plegaria está orientada hacia Jerusalén. Ocho meses después de su huida, Mahoma se casa con Aisha, la hija de Abu Bakr.

Los llamados emigrados, esto es, las gentes que ya en La Meca habían abrazado la fe de Mahoma y lo habían seguido en su viaje al Yatrib, hicieron pronto traer a sus mujeres e hijos, que todavía estaban en su ciudad de origen; los coraichitas no hicieron nada por retener a todas esas personas a las que podrían haber tratado como rehenes, probablemente por respeto tribal. En todo caso, la aclimatación al oasis de Medina no fue fácil. No pocos mequíes cayeron presa del paludismo.

Recordemos que Mahoma llegó a Medina afirmando su voluntad de reinstaurar la vieja religión de Abraham; ésta es la razón de que su público fundamental en el oasis fuese la poderosa y relativamente numerosa población judía; el deseo de atraer al judaísmo, de hecho, es fácilmente trazable en el Corán a través de detalles como fijar la santidad de la ciudad de Jerusalén; gesto que, con los siglos, habría de provocar muchos problemas. Además, la cercanía con el mundo judío era, de hecho, lo que hacía más recomendable para Mahoma irse a Medina que permanecer en La Meca, puesto que los habitantes del oasis de Yatrib, merced a sus contactos cotidianos y bastante profundos con la comunidad judía, habían favorecido la aparición de inquietudes e ideas monoteístas que, de alguna manera, venían a anunciar el mensaje del Profeta.

A los judíos mediníes, sin embargo, las nuevas teorías de aquel hombre no les gustaron nada, y ese desprecio es responsable, de hecho, de algunos de los elementos fundamentales del día a día de los musulmanes. El mosqueo que se cogió Mahoma con ello hizo que optase por la santidad de La Meca, por instaurar el Ramadán e, incluso, un cambio en el calendario, puesto que optó por uno lunar en lugar del luni-solar que usaban los hebreos. De esta forma, a partir del año 624 Mahoma hará algo muy parecido a lo que los obispos cristianos habían hecho en el concilio de Nicea, esto es: establecer unas reglas litúrgicas para la religión que, claramente, la distinguiesen de los ritos judíos. 

En todo caso, si lo vemos con la perspectiva de la Historia, la displicencia y desprecio con que los judíos reaccionaron ante Mahoma (una forma de tratar a los otros, todo hay que decirlo, de la que han dado muestra los judíos muchas veces en los últimos 3.000 años) tuvo la consecuencia de labrar un enfrentamiento entre mahometanos y hebreos que ya no ha parado. Diversas victorias militares que pronto se producirían por parte de Mahoma y sus partidarios tendrían la consecuencia de la expulsión de diversas tribus judías o, incluso, su exterminio, como veremos. Observando estas frecuentes medidas, se explica que la decisión de los herederos de Mahoma, ya tras su muerte, fuese la expulsión de todos los infieles de Arabia; expulsión que, de alguna manera, sigue vigente.

En Yatrib había tres tribus judías diferentes, y probablemente Mahoma había contado con que las convertiría con cierta facilidad. Verdaderamente, no debía de conocer mucho a los judíos, por lo general tan obstinados en permanecer en sus creencias que no pocos de ellos acabaron abrasados vivos por esa causa, como bien sabemos en España. Los judíos trataron con deferencia al hombre de La Meca, pero no será muy inexacto decir que no le hicieron ni puto caso. La tradición cita a un solo judío convertido, un tal Xalum, quien habría adoptado el nombre de Abdalá ben Salam.

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