viernes, enero 29, 2021

Islam (5: Ohod)

El modesto mequí que tenía the eye of the tiger
Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro 

Una de las tribus judías de Medina, los banu qainuqa, fue finalmente el objetivo principal del Profeta. Mahoma, en efecto, planificó y llevó a efecto una operación en el curso de la cual los asedió durante quince días en su judería, hasta que los judíos decidieron rendirse sin plantar batalla. Los banu qainuqa, sin embargo, eran tradicionales aliados de los jazrach, esto es una de las dos tribus árabes del Yatrib; así, pues, aunque Mahoma al parecer había pensado en realizar una matanza, fue disuadido de ello por Abdalá ben Ubay, sayid de los jazrach. Y resultaría un tanto sarcástico que precisamente nosotros, los españoles, fuésemos a pensar que las intenciones de Mahoma demuestran su pretendida brutalidad; nosotros que nueve siglos después de estos hechos (abril del 624), nos estábamos portando tan cojonudamente con los hebreos hispanos... En fin, los qainuqa acabaron marchándose, en muchos casos, a Siria; y los mahometanos obtuvieron un más que jugoso botín.

A pesar de estos éxitos, lo cierto es que el balance de fuerzas existente entre los coraichitas mequíes y los mahometanos mediníes seguía estando del lado de los primeros. Mahoma, a pesar de quedarse con una de las juderías de Medina, seguía necesitando de las razzias para financiarse. Necesitaba gripar el poderío comercial de sus enemigos mediante la dominación de las rutas de sus caravanas en el noreste de la península, territorios dominados por tribus de beduinos saqueadores, los sulaim y los gatafán. Realizaron los musulmanes varios ataques, entre ellos uno especialmente lucrativo contra una caravana coraichita cargada de plata. Por esta época, por cierto, se sitúa el matrimonio de Alí con Fátima, hija de Mahoma, de donde habrían de nacer dos hijos: Hasan y Husein, muy importantes para la Historia del Islam como ya hemos dicho y contaremos in extenso más adelante.

Todas estas victorias, sin embargo, habrían de encontrar su obstáculo. El rencor de los coraichitas por lo de Badr era muy grande. Y, además, no hay que olvidar que habían conseguido salvar la caravana. En el seno de la sociedad mequí, la combinación de estos dos efectos generó un movimiento protagonizado por las víctimas, esto es por aquellas familias que habían dejado a algún pariente muerto en la batalla. Estos familiares, organizados, presionaron al resto de los propietarios de la caravana para que renunciasen a los beneficios de la misma y los donasen para financiar un ejército que le diese a Mahoma donde se merecía. Como resultado, en enero del 625 los coraichitas levantaron un impresionante ejército de 3.000 hombres en el que había mercenarios de diversos orígenes, además de ellos mismos. Según la tradición, algunos de los mercenarios que formaban parte de aquellas tropas fueron primados por parientes de las víctimas de Badr, quienes les prometieron pasta, o la libertad si eran esclavos, si conseguían matar a quien había, asimismo, acabado con la vida de su ser querido.

Mahoma se tomó bien en serio la batalla de Ohod, o Uhud según quién escriba. Reunió todas las tropas que fue capaz y adoptó una estrategia claramente conservadora y defensiva, según la tradición siguiendo las instrucciones de una voz que le habló en sueños, aunque probablemente también siguiendo el consejo de entes bastante más diurnos, como ben Ubay, quien le habría recordado que los acuerdos tribales en la zona de Medina establecían que todas las tribus colaborarían en caso de acciones defensivas, no ofensivas; esto es, es posible que El Profeta se encontrase con que, de haber salido al encuentro de los coraichitas, cuando menos los jarzrach no habrían prestado sus espadas.

No habría de ser así, sin embargo. De entre los seguidores del Islam, aquéllos que por alguna razón, normalmente su edad, no habían tenido la oportunidad de ver su nombre escrito en las crónicas de Badr, querían un ataque. Ben Ubay repetía y repetía que era tradición mediní no salir de la ciudad para tener enfrentamiento alguno por iniciativa de los locales. La presión de los halcones (siempre hay halcones) acabó por hacer ceder a Mahoma, o tal vez esto es lo que nos dice la tradición para poder justificar la derrota.

Los jazrach se retiraron. Eran unos trescientos. Con los setecientos que le quedaban, Mahoma se acercó a la montaña de Ohod, con la intención de lanzar a sus tropas contra los coraichitas en cuanto apareciesen allí abajo, en la llanura. Dejó en reserva a cincuenta arqueros al mando de Abdalá ben Zubair. Los coraichitas plantaron su campamento entre Medina y Ohod, al lado de un río.

La batalla se produjo el 19 o 20 de noviembre del 625. Los islamitas ganaron los primeros asaltos, obligando a huir a sus enemigos. Sin embargo, los arqueros desobedecieron las órdenes de su general. Mahoma había establecido taxativamente que esta tropa de reserva debería hostigar a los coraichitas, pero sin moverse de su posición bajo ningún concepto. Sin embargo los arqueros, a la vista de que la batalla se presentaba propicia para sus intereses, temieron ser preteridos en el reparto del botín, y bajaron a la llanura, generando cierto caos en las filas de El Profeta.

Mahoma resulta herido en la batalla, y se propaga el rumor de que ha muerto. Sin embargo, no es así. Algunos de sus fieles lo han llevado a la montaña, lejos del control de los coraichitas. La victoria de los mequíes está ya fuera de toda duda, incluso después de que se sepa que no se han cobrado la vida del Profeta. Abu Sufyan, su general, declarada oficialmente vengada la afrenta de Badr.

El hecho de que los coraichitas no coronasen su victoria en Ohod con el saqueo de Medina es plenamente lógico. En primer lugar, la tradición es clara al recordar que, durante toda la batalla, Abu Sufyan y sus generales se dirigieron constantemente a los aw y a los jazrach llamándolos a abandonar el bando de Mahoma; cosa que la segunda de estas tribus había hecho a medias ya, al no presentarse en la batalla. De haber saqueado Medina los coraichitas, habrían provocado con seguridad que estos dubitativos aliados de Mahoma se pusieran decididamente a su favor.

Es muy probable que la indisciplina mostrada por sus hombres en Ohod, a la que no sería ajena su afición por el morapio, guarde cierta correlación con el hecho de que fuese por entonces cuando Mahoma desarrolló el célebre versículo que nos dice que en el vino hay más mal que bien. Sin embargo, hay que recordar que la provisión mahometana no prohíbe totalmente el vino, sino que clama por la morigeración en su consumo. La prohibición total es cosa posterior a El Profeta.

El resultado de Ohod, en todo caso, no se debía sólo a la indisciplina y falta de organización mostradas por las tropas mediníes. También tiene algo que ver el hecho de que los mequíes contasen entonces, tal vez, con el mejor caudillo militar de su tiempo en todo el mundo: Al-Jalid ben al-Walid, a quien acabaremos viendo convirtiéndose en espada del propio Mahoma, pero quien por el momento está enfrente de él. Fue este general quien recibiría de los prohombres de La Meca la orden de avanzar contra Medina para acabar de una vez por todas con el problema. Sin embargo, cuando llegaron se encontraron con el más que evidente don para la estrategia bélica que, con los años, había desarrollado Mahoma. El Profeta, de hecho, había decretado una serie de obras en el oasis que convertía Medina en un lugar mucho más difícil de expugnar de lo que habían soñado los mequíes. Uniendo las casas con tapias y cavando fosos en los puntos más débiles, Mahoma había diseñado una ciudad imposible de ser atacada con la caballería. Además, hizo recoger todas las provisiones del oasis y acumularlas dentro de la ciudad, con lo que los mequíes, cuando se aprestaron al asedio, se encontraron con que no tenían nada que papear.

Los coraichitas, en todo caso, habían propinado un grave golpe a Mahoma. Después de Ohod, le sería muy difícil, cuando no imposible, ir por la vida de invencible protegido por el más poderoso de todos los dioses. En el terreno puramente crematístico, es probable que la derrota dejase a El Profeta y a los suyos en una situación económica bastante más que comprometida, y sin fondos europeos a la vista.

No resulta descabellado imaginar que fue por esa situación económicamente muy comprometida por lo que Mahoma decidió arremeter contra los banu nadir, que ya hemos dicho eran judíos establecidos en Medina. Ya hemos visto que, antes incluso de Badr, se había producido la primera ruptura entre Mahoma y los judíos con el cambio de la qibla. Luego expulsó a los banu qainuqa. En Medina quedaban dos tribus más de hebreos, que sin serle hostiles, se podría decir que no le hacían puto caso. Ahora, El Profeta le envió a los nadir a un hombre perteneciente a la tribu de los aw para comunicarles la expulsión. Los judíos decidieron irse, pero ben Ubay les convenció de que se quedasen, afirmándoles que él pondría hombres a su disposición para la defensa, además de los otros judíos, los ben qoraiza. Pero lo cierto es que, cuando Mahoma se presentó con los guantes de repartir leches puestos, nadie les ayudó, así pues los islamitas los cercaron y quemaron sus posesiones. A cambio de sus vidas, pero no de sus bienes ni de sus armas, los judíos se rindieron.

Con esta inyección de recursos y sus evidentes dotes de liderazgo, Mahoma consiguió superar el duro golpe de Ohod y, de hecho, en los meses que siguieron a la batalla consiguió algunas victorias sobre diversas tribus del Heyaz. Fueron estos avances los que terminaron por convencer a Abu Sufyan de que la paz para los coraichitas pasaba por la organización de una gran expedición contra Medina. Para ello consiguió reunir 10.000 hombres de diversas tribus y orígenes (o eso dice la tradición). Mahoma, por su parte, sólo pudo reunir una armada más modesta, de unos 3.000 hombres. De nuevo, apuesta por la estrategia defensiva, blindando de nuevo el oasis de Medina, esta vez mediante la construcción de un foso o jandak (es habitual ver escrito khandaq), del cual tomará la batalla su nombre. Dice la tradición que el ingeniero del foso fue un persa, Salmán al-Farisi, que vendría casi a inaugurar la importante veta de musulmanes farsis.

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