Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos
En septiembre de 1974, el grupo de terroristas en prisión
hizo pública una lista de demandas.
Querían:- Libertad para organizarse.
- Salarios equivalentes a los de la calle por las mismas labores.
- Derecho de huelga.
- Libertad de elección de médicos.
- Administración autónoma. Elecciones.
- Visitas sin restricciones ni guardias.
- Libertad de reunión sin guardias.
- Sexo libre fuera de las horas de trabajo (alemanes, al fin y al cabo).
Las autoridades penitenciarias les contestaron que no
mamasen.
La respuesta de los presos y de sus abogados fue continuar
con las denuncias de torturas, aislamiento y obstaculización de las defensas.
Varios abogados, liderados por Croissant, el amigo de los espías y torturadores
de la Alemania de enfrente, llevaron el caso a la Comisión Europea de Derechos
Humanos. Aducían que la privación de contactos de los presos era tan intensa
que estaba impidiendo que los abogados pudieran proteger con efectividad sus
derechos constitucionales.
Como quiera que la Comisión Europea no estaba estudiando el
caso de algún país periférico de ésos cuyos ministerios de Asuntos Exteriores
son manifiestamente mejorables, sino la nación central de la comunidad europea,
se tomó el tema en serio y lo primero que le dijo a los abogados es que, por
lo general, entre personas que saben leer y escribir, lo normal es que, además
de hacer acusaciones, se prueben. Aunque la Comisión, consciente de que en
estos temas no hay que dar ni un solo paso en falso, les concedió varios
aplazamientos para que pudieran presentar toda la documentación que no habían
presentado, los abogados se enrocaron en su posición de afirmar que Alemania
era mú mala, mú mala, mú mala, y que por su cara bonita dicha acusación debía
ser creída.
Asimismo, puesto que en los años setenta del siglo pasado
todavía estamos en una etapa medianamente seria de la vida de la civilización,
la Comisión también concluyó que la reivindicación de que los prisioneros eran
presos políticos era una ful. Las personas a las que estaban defendiendo, le
dijo la Comisión a los abogados, no estaban en prisión por sus ideas políticas,
sino porque estaban acusados de actos criminales. Qué tiempos, ¿sí o qué?
Los prisioneros, por lo tanto, no estaban siendo torturados.
Pero, si no estaban siendo torturados, ¿por qué estaban en huelga de hambre? La
cosa era como para preguntárselo. Sin embargo, con el tiempo daría igual.
Cuando Holger Meins, el terrorista con alergia a los guantes, muriese como
consecuencia de su privación voluntaria de alimento, serían muchos los
diletantes, sartrecillos valientes, periodistas de columna estrecha y tal, que
responsabilizarían de ello a las autoridades.
Los abogados, claro, siguieron con la movida de que sus
clientes estaban siendo torturados. La muerte de Meins en la cárcel, además,
les dio alas pues, como digo, la mayor parte de las personas con sensibilidades
progresistas en Europa consideró incompatible con sus sentimientos defender la
idea de que aquel tipo, que era un terrorista, había muerto a causa de una
protesta con poca base; así pues, la presión contra los “métodos fascistas” del
Estado alemán prendió más que el video de un pedo de Belén Esteban en Twitter.
Fue porque las cosas se les pusieron así, de cara, por lo que Croissant tuvo la
feliz idea de hacer que el campeón de la intelectualidad (so to speak) de izquierdas (ibid)
europea, Jean Paul Sartre, visitase en la cárcel a Andreas Baader.
La cosa se planteaba como algo así como un encuentro de
titanes, de semidioses: el semidiós de la praxis y el de la teoría. La
megafusión fría del izquierdismo “cómo molo”. El no va más de la conciencia
proletaria occidental. El acabóse.
El filósofo (so to
speak) y el preso político (ibid)
se encontraron algo menos de dos horas en una celda, aunque no les fue
permitida la comunicación directa; entre otras cosas, porque ni Sartre hablaba
alemán, ni Baader francés. Los organizadores del evento, para cerrar el círculo
de aquel Rocío ultraprogresista, habían querido que el intérprete de la
conversación fuese Daniel Cohn-Bendit, Danny
el Rojo, el líder de las jornadas parisinas del 68. Pero el Estado alemán
fascista no tragó (aunque Daniel sería el intérprete durante la rueda de prensa
de Sartre con los periodistas alemanes). Al final, las Naciones Unidas
proveyeron con un intérprete. A Croissant no lo dejaron estar presente, tal vez
porque no era la hora del desayuno.
El abogado, sin embargo, sí que estuvo en la rueda de prensa
posterior. De hecho, fue el primero que habló, no fuese que aquello se acabase
por deslizar por terrenos inesperados. Recordó que era el octogésimo cuarto día
de la huelga de hambre de los presos políticos (sts) y se preguntó
retóricamente si el gobierno no pensaba hacer nada (sí, sí; ya sé que es imposible que un ser humano se prive de comer durante 84 días; pero eso son matices, matices...) Acusó a dicho gobierno de
aceptar una deriva fascista (que, no sé, lo mismo estoy equivocado; pero para
mí que pedirle a alguien que haga algo y luego insultarlo lo mismo no es la
mejor de las estrategias…) En un alarde muy de aquellos tiempos (y de éstos),
Croissant afirmó que el mensaje y objetivos de “la resistencia no violenta” no
se había entendido (claro, lo mismo no se había entendido la resistencia no
violenta porque estaba siendo practicada por unos tipos que habían demostrado
sobradamente su afición por la resistencia extremadamente violenta). Los
prisioneros, anunció, estaban al borde del coma, pero continuarían sus huelgas
de hambre; y, por supuesto, era el Estado el responsable de lo que pudiera
pasar. Además, añadió, los cinco acusados querían iniciar una huelga de sed.
Tras el agitador telonero, habló Sartre; igual que Moisés lo
hacía a través de Aarón, él lo hizo a través de su gran intérprete, Daniel. Reveló
que lo primero que le había preguntado a Baader había sido cuáles eran sus
convicciones políticas y que, acto seguido, le había preguntado si había alguna
conexión entre su grupo y el pueblo. Baader, según el relato de Sartre-el-Bendit, le había dicho que su grupo siempre había querido construir una
relación estrecha con las masas trabajadoras, pero que para eso hacía falta
tiempo, porque era necesario educar a las masas sobre la necesidad de construir
nuevas organizaciones de masas (éste es otro clásico del comunismo radical: yo
te amo, proletario mío; pero es que lo estás haciendo de puta pena.
Consecuentemente, yo sé cómo tienes que hacer las cosas, y esa forma que yo sé
que tienes que adoptar la adoptas: en primera instancia, voluntariamente; en
segunda instancia, a hostias; y, en tercera instancia… bueno, si llegamos a la
tercera instancia, ya no hay caso, porque tú no estarás ahí, formando parte de
la masa reeducada).
Aparentemente, Baader habló de internacionalismo, citando
relaciones con el mundo árabe o Latinoamérica; hechos éstos que son bastante
evidentes si tenemos en cuenta las fuentes de las que bebía la praxis de la
RAF, como el libro de Marighela; o cosas como el viaje de estudios que realizaron los integrantes de la banda a
Jordania. Sin embargo, cuando menos en parte se contradijo al reconocer que el
ámbito de actuación de la organización era la República Federal de Alemania. En
la RFA había, dijo, una lucha entre las masas populares y la burguesía que
tendría que terminar en una guerra civil; y esto, dijo, era una realidad
diferente a la de países como Francia o Italia, porque eran países donde no
había fascismo (qué pena, de verdad, que Sartre no le preguntara por España…)
Sartre dijo que había encontrado a Baader muy delgado, las
líneas de su rostro muy marcadas, y que se notaba que tenía mucha hambre. A
preguntas de los periodistas, contestó que estaba en una celda completamente
blanca, que no había oído ruido alguno; que la luz estaba encendida todo el día
y que eso era intolerable. Que el único sonido que se apreciaba en la celda
era, tres veces al día, las pisadas del guardia llevando la comida. Algún
periodista debía de haber en la rueda de prensa que no era totalmente
subnormal, porque el caso es que a Sartre le preguntaron si esas condiciones
que acababa de describir las había
comprobado personalmente. El tonto’l’bote tuvo que admitir, claro, que no. ¿Y
Baader le había dicho que eran las condiciones que él experimentaba? No
exactamente. Baader, por ejemplo, le había dicho que en su celda la luz la
apagaban a las once de la noche; pero que en las celdas de los otros la luz estaba encendida las 24 horas. Más
directamente, los periodistas, oliendo la sangre, le preguntaron directamente
si consideraba que las condiciones carcelarias de Baader podían ser calificadas
como parecidas a las de un régimen nazi. Sartre dijo que no. Otro periodista
presionó más preguntando cómo podía decir que estaban aislados, si ya se
conocía que podían salir y verse. Entonces los abogados terciaron respondiendo
por el francés, afirmando que ésa “era una vieja historia”, y que ya habían
explicado muchas veces que a los miembros de la banda se los ponía en extremos
y con varias celdas de por medio, creando un vacío de sonido. Vacío de sonido
que, dijeron, también sufría Ulrike Meinhof (sí, la misma que tenía una radio y
recibía visitas).
Luego fue preguntado sobre los porqués de su decisión de
visitar a Baader. Sartre dio una explicación de las suyas: entre alambicada y
estúpida. Dijo que él era un simpatizante de las izquierdas y que, aunque
Baader era de una izquierda con la que no comulgaba, era de izquierdas. El
eterno Sipero. La unidad de las masas proletarias, dijo, no llegará gracias a
la acción de la Baader-Meinhof. Él, dijo, era más que revoluciones como la
latinoamericana o la argelina; en otras palabras, el terrorismo de Baader no le
molaba, pero el de los argelinos, sí. Así las cosas, un periodista preguntó:
señor Sartre, ¿la violencia puede llegar a tener justificación? Sartre salió de
aquella situación incómoda como suelen salir los de su predio: pidiendo el
comodín de Hitler. “En 1943”, dijo, “cada bomba lanzada sobre Alemania era
legítima porque había que liberar a los pueblos de los nazis”. Una curiosa
afirmación que venía a ser poco consistente con lo dicho anteriormente de que
no comulgaba con las ideas de Baader, puesto que ahora, el fino filósofo (sts)
estaba identificando los ataques de la Baader-Meinhof con una guerra; que era,
precisamente, lo que los terroristas propugnaban. Más tarde, sin embargo,
regresó un poco a cierta ortodoxia, al aprovechar una pregunta para decir que
la Baader-Meinhof era tóxica para la izquierda, y que había que distinguir la
izquierda de la Baader-Meinhof (cosa que sería más sencillo de hacer si la
izquierda tuviera el detalle de dejar claro que no quería tener nada que ver
con ellos; algo que le costó, y mucho).
En mi opinión, de las varias respuestas mediadas o,
directamente estúpidas, que dio Sartre en aquella rueda de prensa, que fueron
varias, la más estúpida de todas fue la que aportó a la pregunta de por qué
había visitado a Baader, y no a Meinhof. El profundo pensador retrucó: “porque
la banda se llamaba Baader-Meinhof, y no Meinhof-Baader”.
Verdaderamente, este
tío era el Gila del pensamiento occidental de su tiempo.
Pues según Cohn-Bendit, Sartre habría dicho que Baader era un idiota, a pesar de que después lo defendiera. Teniendo en cuenta la personalidad habitual de Andreas, no es inverosímil.
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