Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
La primera violencia
El incendio del Schneider
Al maco
Huidos
El preso-investigador
Esa chica de escuela católica
La pareja se encuentra
Matrimonio y maternidad
Divorcio y radicalidad
Los últimos pasos
Hagamos que el capitalismo financie su propia destrucción
El traslado al Oeste
Bajo mínimos
El rescate
La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos
El 8 de junio de 1967, se verificó el entierro de Benno
Ohnesorg con una marcha a través de Berlín seguida de miles de estudiantes. En el
lugar donde abandonaba Berlín Oeste, ya cerca de la frontera entre ambos
Berlines, el profesor de la Libre y pastor protestante Helmut Gollwitzer
pronunció unas palabras ante unos 15.000 manifestantes (de aquella, todavía los
manifestantes se contaban bien). Luego, el coche fúnebre partió, en caravana,
hacia Hannover, atravesando un Berlín y una Alemania Oriental donde nadie hizo
homenaje al paso del cadáver.
El entierro de Ohnesorg en Hannover sirvió de telón perfecto
para la celebración de unas jornadas en la universidad local sobre Universidad
y Democracia. En buena medida, aquellas jornadas fueron impulsadas y
publicitadas por un líder estudiantil, Bernward Vesper, que era también el
churri de Gudun Ensslin. Ensslin, a través de Vesper, logró fibrilar con
eficiencia a los estudiantes que asistieron a charlas y asambleas su idea
fundamental de que la palabra mágica, ahora, era “resistencia”. La izquierda
alemana estaba en guerra contra unas derechas que buscaban su aniquilación (por
qué habían empezado por Benno Ohnesorg,
que políticamente hablando era un don Nadie, nunca lo explicó).
A la izquierda intelectual alemana de siempre, sin embargo,
aquellas derivas no terminaban de gustarle. En fin, a ver si nos entendemos. Con
poquísimas excepciones, el truqui del almendruqui de la izquierda intelectual
europea de la segunda mitad del siglo XX era el famosérrimo refrán que dice “consejos
doy que para mí no quiero”. La impostura comunista en un momento en el que el
comunismo estaba netamente representado en el mundo, bien por el modelo
soviético, bien por el chino, consistía en defender aquél de esos dos regímenes
que el intelectual de turno hubiese elegido (algunos, incluso, los dos); pero
reservar la aplicación concreta de todo lo dicho para los lejanos pueblos que ya eran comunistas. En tal sentido, el
marxismo universitario europeo, de Althusser a Marcuse, era, casi siempre, un
marxismo teorético, que siempre estaba jugando con la praxis; pero como
palabra, como concepto. Los sistemas inventados dentro de la cabeza de estos
tipos eran tan perfectos que, claro, cuando alguien tenía cualquier oportunidad
de llevarlos a cabo, inevitablemente la cagaba. Eso, la verdad, ya le había
pasado a Lenin, a Stalin, y le estaba pasando a Mao mientras todos estos notas
escribían sus libros, aunque eso era imposible saberlo porque desde hace casi
un siglo, de China sólo sabemos lo que los chinos quieren que sepamos.
Todos estos montajes teóricos, por lo tanto, dominaban las
aulas de las universidades y los coloquios de diletantes; pero en cuanto
alguien llegaba y dominaba la calle, se ponían nerviosos. O eso, o se daban cuenta
de que sus perfectas ideas, llevadas al aquí y al ahora, tal vez no eran tan
perfectas; que, quizás, eran un poquito totalitarias. Es lo que tiene hablar y
no parar del comunismo, pero sin analizarlo.
Jürgen Habermas, probablemente la más neta starlette de la izquierda intelectual
alemana, el Jean Paul Sartre con chucrut, comenzó a protestar. Decía, y no le
faltaba razón, que del movimiento de los estudiantes podía surgir un fascismo si las cosas se entendían malamente;
cosa que, por cierto, también pasa, en mi opinión, con sus libros; la filosofía alemana, más o menos desde que la cascó Schopenhauer, yo creo que perdió un poco la capacidad de ser laberíntica en los postulados pero precisa en las conclusiones; y ahí está Nietzsche, autor que lo mismo sirve para demostrar la divinidad de Messi que la de Cristiano Ronaldo, para demostrarlo. Lo que le pasó a Habermas y a los integrantes de la llamada
Escuela de Frankfurt (Theodor W. Adorno y, sobre todo, Herbert Marcuse) es que,
cuando se acercaron por el congreso de Hannover o supieron de él, se quedaron
un poco jodidos cuando vieron que el orador que se llevaba todos los aplausos
era Rudy Dutschke. Cuando Rodolfito se marcó su discurso más querido, ha
llegado el momento de la violencia y tal, Habermas contestó afirmando que hay
una diferencia entre demostración, es decir hacer ver tus postulados, y
violencia; y que el paso al segundo escalón resulta “un juego con el terror,
con implicaciones fascistas”.
Las palabras de Habermas y, en general, de la gauche divine alemana, no le sirvieron
para otra cosa que para comenzar a saber o sospechar que había cada vez más
gente que tal vez los respetase, pero ya no los seguía. El conflicto de la
izquierda estudiantil germana, además, se había convertido en una de esas
situaciones en las que ya nadie parecía trabajar para una entente. Aunque el
alcalde de Berlín, Albertz, hiciera unas declaraciones diciendo que los
estudiantes tenían razón para estar encabronados (declaraciones que, en todo
caso, hizo dos minutos antes de que lo cesasen), el Estado, por así decirlo, no
cejó en su estrategia frente a los estudiantes porque ya tuviesen un mártir.
Fritz Teufel, por ejemplo, fue mantenido bajo arresto, acusado de haber querido
atentar contra el vicepresidente Humphrey, algo totalmente estúpido; un
centenar de estudiantes se declararon en huelga de hambre a causa de su
encarcelamiento. Y, por cierto, Karl Heinz Kurras, el policía que había matado
a Benno Ohnesorg, fue puesto en libertad a la espera de juicio.
Mohammed Reza Palhevi, por su parte, no puso las cosas
fáciles. Podría haber sido un poquito más consciente de que era un cabrón
represor y haber hecho como otros dictadores que visitan países donde se hacen
manifestaciones contra ellos: mirar para otro lado. Palhevi, sin embargo, no
hizo eso. Se cogió un globo de la hostia por la manifa de la ópera y, de hecho,
exigió al gobierno alemán que castigase a los responsables. Cuando su exigencia
se supo por la opinión pública, los estudiantes realizaron una acción que luego
se ha repetido muchas veces, incluso en España: se presentaron a miles en las
comisarías para autoinculparse por haberse manifestado contra el sha de Persia.
Teufel fue puesto en libertad en agosto, pero la policía le
puso la condición de que fuese siempre perfectamente documentado. Se negó y,
por ello, se presentó en la prisión y reclamó entrar de nuevo, cosa que no le
permitieron (el mundo al revés, algo que se le daba muy bien). Algunas semanas
después montó un pollo en el Parlamento, así pues volvió al maco.
El 23 de noviembre de aquel mismo 1967, Kurras fue declarado
no culpable del asesinato de Benno Ohnesorg; el juez consideró un eximente
total el estado de máxima excitación que había alcanzado el policía en medio de
los incidentes que, sentenció, le había impedido pensar con claridad. Pero no
es eso todo. Es que sólo cinco días después, comenzó un juicio por incitación a
la violencia (concretamente, incitación al incendio intencionado) a causa de un
folleto de Kommune I, en el que los acusados eran Fritz Teufel y su compañero
comunero Rainer Langhans. El juicio se celebró en medio de manifestaciones
constantes en favor de la liberación, sobre todo de Teufel. Finalmente, aunque
no lo declararon inocente de todos los cargos (todavía estaba pendiente de lo
de la presunta incitación a la violencia), sí lo hicieron de los más graves,
por lo que finalmente salió de prisión a principios de diciembre. Inasequible
al desaliento, sin embargo, pronto recibió una nueva condena, de dos meses,
cuando se presentó en un juicio y soltó unos petardos.
En todo caso, el movimiento estudiantil siguió montando
movidas. En diciembre, se manifestaron contra la Junta de los coroneles en
Grecia. Otro día, en plena Navidad, provocaron a las personas que salían de una
iglesia. Y, ya el 6 de febrero de 1968, convocaron otra manifestación anti
Vietnam, que fue todo un éxito con más de 40.000 participantes. Sin embargo, para
disgusto de muchos estudiantes, Kommune I, el principal icono de las protestas
en la universidad, no sólo no se adhirió a la manifestación, sino que los
comuneros se burlaron de ella desde un balcón. La verdad, Kommune I estaba al
borde de la escisión, como le ocurre siempre a todo movimiento dadaísta. Llega
un momento en que dentro del movimiento hay gente que, aprovechando su
popularidad y admiración general, quiere aprovechar el tema y convertirse en
líder de opinión; y hay quien quiere, simplemente, seguir siendo un provocador
y que, en su anarquismo, no cree en causas justas. Es el caso, por ejemplo, de
Dieter Kunzelmann, uno de los más conspicuos miembros de la Comuna, quien,
preguntado por la guerra de Vietnam, solía contestar: “A mí no me preocupa
Vietnam, me preocupan mis orgasmos”. Kunzelmann, quien por cierto ha muerto
hace apenas un par de años, acabaría, sin embargo, coqueteando con el
terrorismo a través de la organización Tupamaros West Berlin.
A pesar del autoextrañamiento de los comuneros, la
manifestación fue tan exitosa que políticos y sindicatos organizaron una
contramanifestación. Este tipo de movimientos movieron a la Oposición
Extraparlamentaria o APO, la amalgama de grupos y personas que trataba de
dirigir las protestas, a controlar un poco sus propias manifestaciones,
limpiándolas de provocadores. A pesar de ello, la tensión crecía. Muchas personas,
sobre todo espoleadas por los titulares de los medios de Springer, hablaba del “Terror
de los jóvenes rojos”. Alemania y los alemanes tiene muchos fantasmas, no se
olvide. Mucha gente cree que sólo tiene uno que es Adolf Hitler; pero en la
Historia de Alemania han pasado muchas cosas, muchos temas nada edificantes, y
algunos de ellos los han hecho los comunistas. La reacción de la APO tenía todo
el sentido, porque los más inteligentes entre los dirigentes de izquierdas
buscaban desescalar el enfrentamiento social, conscientes de que si la espiral
seguía desarrollándose, ellos llevaban la mayoría de los boletos para las hostias.
Llegaron tarde, sin embargo.
Un pintor muniqués de brocha gorda de 24 años, Josef Erwin
Bachmann, decidió un día, muy influido por noticias y editoriales subiditos de
tono, irse a por Rudy Dutschke. Era el 11 de abril de 1968, y Bachmann llevaba
consigo un revólver cargado. Era el jueves antes de Semana Santa y Bachmann se
presentó en las oficinas de la SDS preguntando por Dutschke. Le dijeron que no
estaba, pero que lo esperaban.
Dutschke estaba en compañía de dos amigos; uno de ellos era
Stefan Aust, un redactor de la revista Konkret
y, por lo tanto, compañero de Ulrike Meinhof. Había ido con ellos a comprar
algunas cosas para su hijo, Hosea Che (sic). Dutschke regresaba de esos recados
remontando la Ku-Damm con su bici. Bachmann, que estaba en la acera enfrente de
la sede de la SDS, lo reconoció, se le acercó cuando paró, y le disparó tres
veces: en la cabeza, en la garganta y en el pecho.
El joven fue operado de urgencia aquella misma tarde. Dos días
después, el neurocirujano que le salvó la vida informó de que no había temor de
que el daño sufrido por su cerebro le causase parálisis. Bachmann fue
rápidamente detenido. Declaró que había hecho lo que había hecho porque odiaba
a los comunistas (cosa totalmente cierta), y que el último elemento que lo
había decidido había sido el asesinato, el 4 de abril, de Martin Luther King (a
quien él, como otros muchos, también consideraba un comunista).
Bachmann fue rápidamente considerado por los peritos
judiciales como un retrasado mental. En 1969 sería juzgado y condenado a siete
años de trabajos forzados. En 1970 se suicidó. Parece ser que antes de atentar
contra Dutschke, ya había intentado suicidarse un par de veces.
El atentado contra Rudy Dutschke es importante para lo que
estamos contando porque supuso una escalada en el deseo de violencia de cuando
menos algunos de los dirigentes estudiantiles y quienes les seguían. Los
estudiantes encontraron rápidamente un culpable: Axel Springer. Bachmann, un
débil mental, había hecho lo que había hecho porque el Bild, el principal periódico del grupo, había publicado los
titulares que había publicado sobre el líder estudiantil ahora herido. En consecuencia,
los estudiantes marcharon hacia el flamante edificio central de Springer, que
encontraron fuertemente protegido; así que la tomaron con los coches del
parking. Hubo disturbios anti-Springer en Bremen, Essen, Esslingen, Hannover,
Karlsruhe, Colonia, Bonn, Dortmund, Stuttgart, Friburgo, Ulm y Hamburgo.
Espero el niño llamado Che no haya sufrido bulling...
ResponderBorrarBueno, se hizo director de cine...
Borrarhttps://www.imdb.com/name/nm9754367/
Me está resultando esta serie de entradas muy instructiva por comparación con los recientes conflictos de ultramar (lo digo así para evitar que lleguen trolls por Google). Cuando ni el estado ni los que quieren poner patas arriba todo el orden constitucional admiten sus errores, la deriva hacia el radicalismo es segura.
ResponderBorrarSupongo que Juan de Juan no lo ha hecho intencionadamente, pero no puedo evitar esta lectura. Tolkien llamó al hecho de que un lector encontraba interpretaciones a un texto cuyo autor no pretendía "aplicabilidad" y esta es la mía.