miércoles, marzo 05, 2025

La República moribunda (3): Roma no paga traidores



Tiberio Graco
Definición de un enfrentamiento
Malos tiempos para la lírica senatorial
Roma no paga traidores
La búsqueda de un justo medio
Ese hombre (hoy casi desconocido) llamado Publio Sulpicio Rufo
La hora de Cinna
El nuevo hombre fuerte
La dictadura del rencor
Lépido
Pompeyo
Éxito en oriente
Catilina
A Catilina muerto, Pompeyo puesto
El escándalo Clodio (y una reflexión final)


Para los populares y para Saturnino, controlar los tribunales era un objetivo absolutamente fundamental. Pero si algo tenía claro el joven tribuno de la plebe era que, para resucitar de verdad a los Gracos, hacía falta una reforma agraria y un abaratamiento de las condiciones de vida. Por ello, inmediatamente reclamó una Lex frumentaria que redujese el precio del grano. El tribuno, aparentemente, presentó la misma ley que Graco, redactada en los mismos términos, con apenas variaciones en los precios propuestos. El Senado trató de bloquear la votación de la ley, aduciendo que el Estado no debía subvencionar el precio del trigo.

Los tribunos siguieron impasible el romano preparando la votación de la ley. En ese punto, el cuestor Quinto Servilio Cepión procedió a destruir las instalaciones de voto. El Senado votó que la ley era contraria a los intereses del Estado, y procedió a disolver la asamblea popular por la fuerza.

La decisión del Senado es plenamente lógica si tenemos en cuenta los parámetros de interés y actuación de la clase noble. Sin embargo, era potencialmente generadora de consecuencias muy negativas. Como probablemente es lógico porque hablamos de una situación totalmente nueva, nadie parecía darse cuenta de que bloquear las reformas neo gracanas estaba generando un conflicto militar grave.

Como ya sabemos, desde el año 107 el ejército romano había dejado de estar formado exclusivamente por adsidui, es decir, por personas que tenían su propio modo de vida. Incluir en las legiones a proletarios y paganos sin tierras generó, automáticamente, el problema derivado de la eclosión de una clase veterana que, tras haber sobrevivido a las guerras, ya no se podía retribuir a sí misma, sino que reclamaba una recompensa estatal. Terminada la guerra africana, Cayo Mario tenía ante sí el reto de poder responder adecuadamente ante sus veteranos. Y fue porque el Senado no pareció interesado en aportarle una solución por lo que concluyó su alianza con Lucio Apuleyo Saturnino.

En el año 103, Saturnino introdujo ante la asamblea una ley agraria, la Lex de Coloniis in Africam Deducendis, que preveía la distribución de tierras entre los veteranos de Mario. Al parecer, otro tribuno, llamado Bebio, trató de vetar la ley, pero lo sacaron del lugar a hostias.

Recordaréis que ya os he comentado que una ley optimate estableció que las tierras públicas que habían sido ocupadas por particulares podían pasar a su propiedad; y recordaréis también que os dije que el objetivo de esa ley había sido impedir la producción de ninguna nueva reforma agraria. Esta norma, efectivamente, hizo su trabajo; pero lo hizo donde lo podía hacer, que era en el ámbito de la península itálica. La alianza entre Mario y Saturnino había encontrado ahora un ámbito nuevo en el que moverse: las tierras exteriores. El tema salió tan bien que, en el año 102, Saturnino y Mario pudieron apoyarse el uno al otro, para así repetir el primero como tribuno, y el segundo como cónsul.

Las cosas, sin embargo, no salieron exactamente así. En el año 102, Mario hubo de ausentarse de Roma para ir a la Galia, y Saturnino perdió su tribunado. Entre estos signos de relativa debilidad, los Metelos vieron el cielo abierto. Metelo Numídico y Saturnino se enfrentaron frontalmente en las elecciones a censor. Hubo una serie de disturbios en los que Metelo terminó escrachado por las masas; una situación de la que le sacaron los equites a hostia limpia. Los populares, por lo demás, no pudieron impedir la elección de Quinto Metelo Numídico junto con su primo Cayo Cecilio Metelo Caprario. Aquello marcó el inicio de un intento de contraataque, aunque pronto los optimates habrían de percibir la enorme popularidad de Saturnino. El Senado, efectivamente, decidió aprovechar que Saturnino había acusado de soborno a los enviados de Mitrídates del Ponto para incoarle un juicio por acusaciones falsas. Sin embargo, aparentemente las turbas se presentaron ante el tribunal en una actitud tan netamente violenta, que los jurados, prudentemente, optaron por declararlo not guilty.

Quinto Metelo quería acabar con Saturnino y con Glaucia; pero, literalmente, no podía. Cualquier decisión que impulsaba en contra de los intereses populares provocaba escraches por las calles, tras los cuales el censor tenía que meterse el pito para dentro. Para colmo, Mario obtuvo una victoria sin paliativos contra los cimbrios en Aquae Sextiae, o sea, Aix-en-Provence.

En el 101 Mario, cónsul por quinta vez, tenía reunido un ejército de 55.000 hombres, con el que marchó contra los cimbrios. En Vercellae les dio hasta en el Bluetooth, sellando la práctica desaparición del orgullo cimbrio de la Historia. En un gesto muy del bando popular, en el mismo campo de batalla concedió la ciudadanía romana a dos cohortes de soldados de Umbría que habían luchado con él.

Mario regresó de la guerra en el norte en el año 100, y lo hizo a tiempo para llegar a las elecciones. El general fue saludado como tercer fundador de Roma; por primera vez en mucho tiempo, los romanos podían considerarse libres del peligro teutón. Rápidamente, el general tejió la red de amistades con la que debería conseguir su sexto consulado, trabajando a cambio del segundo tribunado de Saturnino, mientras que Glaucia sería pretor. Quinto Metelo Numídico decidió presentarse a las elecciones consulares para disputarle a Mario el puesto; pero perdió ante el general y Lucio Valerio Flaco; un candidato ideal para Mario, puesto que los Flacos basaban su poder político en la prerrogativa de ser miembros del alto sacerdocio (Flamen Martialis). En su condición de tal, Flaco no podía ni salir de Roma ni aceptar labores militares; era, por lo tanto, alguien que, aunque lo hubiese querido, no podía hacerle sombra a Mario.

A las elecciones tribunicias, Metelo presentó a un candidato de su cuerda, Nonio, además de realizar diversas acciones para manipular la votación. Aquello generó diversos disturbios y Nonio fue asesinado por los veteranos de Mario, que estaban esperando una administración que les concediese tierras. Saturnino y Glaucia fueron finalmente elegidos.

Saturnino y Mario lo tenían todo preparado. El tribuno tenía en la bucacha un proyecto de ley, la Lex Appuleia agraria, presentada en conjunto junto con otro texto relativo a las colonias en las que se preveía la distribución de tierras de Galia entre los veteranos de las guerras cimbrias; así como la fundación de colonias en Sicilia, Acaya y Macedonia (Lex de coloniis in Siciliam Achaiam Macedoniam deducendis). Aquella ley fue un zasca en toda la boca del Senado, acostumbrado a tener la potestad monopolística en todos los temas relacionados con colonias y provincias exteriores. De hecho, Saturnino realizó una jugada maestra. Convocó a los senadores ante la asamblea y los conminó a que realizasen un juramento en favor de las nuevas leyes. Iba buscando bloquear acciones exteriores que diesen marcha atrás en las regulaciones, como de hecho habían hecho los optimates con los avances legislativos gracanos. Es muy probable que el astuto tribuno supiese lo que iba a pasar: Quinto Metelo se negó a prestar dicho juramento y, en ese momento, Saturnino le lanzó en contra a toda la asamblea popular, con el resultado del exilio del líder optimate.

A menudo pasa, sin embargo, que cuando mejor estás, peor estás. En esencia, se podría decir que a la coalición de izquierdas estaba comenzando a pesarle el hecho de que sus dos grandes líderes, Saturnino y Mario, en realidad fuesen personalidades muy fuertes y diferentes. Saturnino era un demagogo anti senatorial sin ambages. Mario, sin embargo, tenía más deseo de pactar con el poder aristocrático, o cuando menos con parte de él, que en enfrentarse frontalmente. Manio Aquilio, Marco Antonio Orator o Publio Licinio Craso fueron ejemplos de personajes de la alta política romana que estuvieron muy cercanos a Mario. En un proceso en realidad más amplio, la propia clase popular tuvo que admitir a miembros de la aristocracia cerca de ella por necesidades políticas y administrativas, un poco al estilo de la colaboración labrada en la II República española entre las derechas y las izquierdas republicanas. Un Valerio Flaco, lo acabamos de ver, fue colaborador estrecho de Mario; asimismo, muy pronto Cornelio Sila fue también colaborador militar, por no mencionar que los Julios Césares colaboraron con Saturnino en diversas cuestiones. Incluso personajes adscritos al bando de los Metelos, como Lutacio Catulo, acabaron atraídos por el grupo de poder. O los Aurelios Cotas, tradicionales miembros de la grey metela que, sin embargo, casaron a su hija Aurelia con Cayo Julio César (padre) para así dejar puesta una pica en Flandes.

El principal elemento de aquella ecuación es que Mario no era un reformador social. No buscaba continuar o completar la labor de los Gracos, sino solucionar el grave problema social que tenía entre sus veteranos. Una vez que tuvo aprobadas las leyes que les repartían las tierras, perdió el interés por las políticas progresistas. El punto de fricción llegó cuando Saturnino decidió defender la candidatura de Lucio Equicio, un personaje muy popular porque se decía hijo de Tiberio Graco, para el tribunado. Mario, por toda respuesta, no sólo anuló su candidatura, sino que lo metió en la cárcel, de donde lo sacaron las turbas en un escrache.

A pesar de la indiferencia mariana, Saturnino consiguió tanto la continuatio (ocupar dos magistraturas distintas seguidas) como la iteratio (ocupar la misma magistratura dos veces seguidas). Glaucia se presentó al consulado, a pesar de saber que su candidatura era ilegal, pues no habían pasado tres años desde la pretura. Tanto Glaucia como Saturnino contaban con Mario, en su sexto consulado, para apoyarles; pero el general se distanció públicamente de ellos, haciendo que el hiato entre los antiguos conmilitones se hiciese evidente a los ojos de todos.

En ese punto, el partido de Saturnino sabía que tenía que utilizar lo que todavía controlaba: la calle. Ocurrió un incidente en el cual los partidarios de los populares mataron a un tribuno de la plebe, Cayo Memio; quizás el punto más bajo de la política popular, que durante décadas se había asentado en el carácter sagrado e intocable de las magistraturas surgidas del pueblo; pero que ahora había cometido sacrilegio. Las cosas como son, cagarse y mearse en sus propios presupuestos constitucionales se lo puso a huevo a Marco Emilio Escauro quien, como speaker que era (el Nancy Pelosi de su tiempo), impulsó un senatus consultum ultimum. En esencia, lo que hizo Escauro fue convencer a los equites de que el partido popular no los quería sinceramente, sino tan sólo como meros aliados pragmáticos; y que, en el fondo, estaban mejor tratados por la aristocracia. El Senado concedió a Mario poderes especiales. El general, juzgando la situación, decidió que estaba mejor reprimiendo a los populares que poniéndose al frente de ellos. Así las cosas, los hombres de Saturnino se encastillaron en el Capitolio, donde acabaron por rendirse.

El 10 de diciembre del año 100, la situación hizo crisis. Saturnino y otro grupo de camaradas suyos, los más importantes, fueron llevados por Mario a la Curia, donde quedaron presos y supuestamente protegidos por el ejército. Un grupo de senadores y optimates, entre los que sabemos que estaba el senador Cayo Rabirio, penetró en las instalaciones y asesinó a Saturnino. Luego buscaron a Glaucia, y lo multiplicaron por cero.

Aunque se trata de un episodio que concitó la curiosidad de los romanos durante mucho tiempo (todavía medio siglo después, Cicerón habría de defender a Rabirio ante los tribunales por aquello), cuando menos yo no tengo nada claro lo que pasó. Creo que es imposible sostener una idea distinta del cambio radical en la postura de Mario. Mario, probablemente, no mató a Saturnino; pero, además de de obra, también se peca de omisión. Si Saturnino y Glaucia fueron dejados a la merced de sus enemigos, que no sólo los asesinaron sino que los lincharon a placer, ello no pudo ocurrir sin la anuencia del hombre que garantizaba el orden público de Roma. Sin embargo, también es cierto que los sucesos fueron notablemente lesivos para el general, que perdió buena parte de su popularidad.

Un hecho, por otra parte, sugiere que Cayo Mario ni siquiera tuvo la inteligencia de pactar con los optimates: con la derrota del bando popular y la prevalencia del Senado, las leyes que iban a crear las colonias exteriores, leyes que resultaban fundamentales para darle un futuro a los veteranos de las tropas de Mario, quedaron más que probablemente paradas, y olvidadas. Pocas veces como ésta será más cierta esa frase que dice que Roma no paga traidores. Cayo Mario decidió cambiar de bando pero, es al menos mi idea, no supo hacerlo como hay que hacerlo, es decir, consiguiendo que los demás te deban el favor. Fue el suyo un grave error de cálculo que habría de informar buena parte de la Historia remanente de la República.

1 comentario:

  1. Anónimo1:59 a.m.

    "Para los populares y para Saturnino, controlar los tribunales era un objetivo absolutamente fundamental"... Aquí habría quedado de lujo el chiste fácil con los populares y algunos jueces de nuestro tiempo y país... Nihil novum sub sole, mirabile dictu... Quousque tandem!

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