miércoles, septiembre 20, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (13): Stalin 1-Trotsky 0

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado 



Bien. Continuemos en el momento del deceso del amado líder. A las 6 y 20 de la tarde de aquel 22, Kalinin, en su condición de presidente del Comité Ejecutivo Central del Comité Central, invitó a los miembros del Presidium de dicho Comité Ejecutivo a ocupar sus puestos en la tribuna. Con el tiempo se diría que Stalin fue el único orador; lo cual es mentira, porque hubo muchos más discursos.

Seguidamente, Rykov fue elegido sucesor de Lenin al frente del Sovnarkom, mientras que Kamenev fue nombrado presidente del Soviet de Trabajo y Defensa. Stalin, como secretario general que ya lo era y lo siguió siendo, quedó encomendado, fundamentalmente, de organizar el XIII Congreso; la reunión en la que habría de leerse la carta de Lenin. A día de hoy, y yo creo que ya para siempre, no podemos saber exactamente qué nivel de conocimiento de la misiva tenía el georgiano en ese momento.

Siguiendo las previsiones del propio Lenin, Krupskaya, al fin y al cabo depositaria de todos los sobres, llevó una de las copias de la carta (y el post scriptum sobre que a Stalin había que darle boleta como secretario general) a la sesión del Comité Central celebrada con fecha 18 de mayo de 1924, que debía preparar el XIII Congreso, que abría cinco días después. El Comité aprobó que la carta fuese leída “en el entendimiento de que no se escribió para ser publicada”.

Continuemos con el relato de los sucesos. Las intenciones de Lenin cuando escribió su testamento estaban muy lejos, no sólo de las de Stalin, sino de los altos miembros del Partido en su conjunto. Si una cosa queda clara de la lectura de la carta de Lenin, ésa es que el líder del comunismo esperaba que el congreso que leyese su misiva se dedicase a discutir el futuro y la mejor forma de abordarlo. Lejos de ello, el XIII Congreso se consumió, básicamente, en problemas del presente, algunos de ellos de poca monta. Por lo demás, ciertamente el XII y el XIII Congreso expandieron el Comité Central; pero no lo hicieron, como Lenin había exigido, introduciendo en su seno a auténticos proletarios o campesinos, sino otorgando puestos a revolucionarios profesionales; el típico Pavel Semper López Vázquez de partido (un amigo, un esclavo, un servidor) de toda la vida.

Yo creo, en ese sentido, que, más que decir que Stalin bombardeó la difusión de la carta porque en sus últimas líneas presuntamente lo condenaba (lo cual, como he dicho antes, está menos claro de lo que a menudo se cree), fue el conjunto de la clase dirigente del vodka y las putas quien hizo eso. Si en el congreso hubiese habido un tsunami de gente decidida a conocer y difundir el testamento leninista, éste se habría conocido; ni siquiera Stalin hubiera podido pararlo. Pero no fue así. Gracias, sobre todo, a la paciente labor de Kamenev ante las delegaciones que habían conocido la carta, ésta no fue discutida en sesión alguna del congreso. Se hicieron diversas lecturas, aisladas las unas de las otras y, finalmente, la comisión que se había formado para conocer y elaborar los papeles de Lenin aprobó verbalmente una resolución, redactada desde el principio, en la que se le solicitaba al camarada Stalin que tomase buena nota de las críticas de Lenin; y punto pelota; literalmente, pues, se mandataba a la zorra para que arreglase el gallinero. Por lo tanto, la carta nunca fue apreciada por una mayoría de miembros del Partido, mucho menos publicada para general conocimiento o para conocimiento dentro del Partido. Pero que os quede claro: ese penalty no lo paró Stalin; lo paró Kamenev.

A esto hay que unir el hecho de que Stalin y Trotsky estaban en guerra. Como ya hemos visto, unos diez meses después de que Lenin redactase la carta, Trotsky había decidido declararle la guerra a la dirección del Partido, convencido como estaba desde sus mundos de Yupi de que la ganaría, lo que había llevado a Stalin a reaccionar, acusándolo de estar acunando la división del comunismo soviético. En ese entorno, un entorno que no existía cuando Lenin escribió su carta, las aseveraciones que pudiera haber en la misma perdían fuerza o, cuando menos actualidad. Si a eso le unimos que, como Lenin repartía estopa para todos, en realidad nadie estaba interesado en hacer aquel documento de público conocimiento, llegaremos a la conclusión de que responsabilizar a Stalin del manto de silencio en que cayó la misiva es algo, la verdad, muy exagerado.

Cuando Stalin tuvo, o dijo que tuvo, conocimiento perfecto de la carta de Lenin, anunció su dimisión. Pero era, en realidad, una posición retórica, como lo sería la segunda vez que puso su cargo a disposición del Partido (diciembre de 1927). Su renuncia, sin embargo, tal y como él seguro sabía de antemano, no fue aceptada. Por lo demás, Zinoviev y Kamenev trabajaron muy duro para que nadie en el Partido osase sacar a pasear el post scriptum en la carta de Lenin. Los dos revolucionarios, ya lo he dicho, estaban mucho más preocupados por Trotsky. Creían que la posibilidad de que éste alcanzase el máximo poder en el Partido estaba más cercana de lo que realmente estaba (mérito de Stalin), y por eso se trabajaron a todas las delegaciones para disolver homeopáticamente los mensajes del líder ya muerto. Probablemente, pensaban que, manteniendo a Stalin como secretario general, éste les estaría eternamente agradecido y, además, se limitaría a labores puras de secretariado, mientras dejaba a otro, probablemente Zinoviev, ejercer el liderazgo del Politburo. Stalin, de hecho, se aseguró de que la única ponencia política del congreso fuese leída por Zinoviev. Trotsky, por su parte, apenas intervino en las sesiones. Pagado de sí mismo, parece haber estado esperando que lo llamasen.

En suma, puede decirse que, con total probabilidad, Stalin no habría sobrevivido al XIII Congreso con igual o más poder del que tenía justo antes, de no haber sido por Zinoviev y Kamenev. Zinoviev se creía (aunque sólo lo era parcialmente) el alumno más aventajado de Lenin; y Kamenev era muy cercano a la familia Ulianov. En 1924, estaban simplemente convencidos de que eran la polla de Montoya, y de que nadie, nunca, acumularía en la URSS tanto poder como para apartarlos y echarlos al arcén. En un marco tan sobrado, pero a la vez tan acojonado por la convicción de que si Trotsky ganaba peligraban incluso sus gañotes, la decisión de esconder la carta de Vladimiro, tomada por ambos y por Stalin, era un pago más que pagable. 

La carta completa, por decirlo todo, fue publicada en el XV Congreso, por sugerencia de Ordzhonikidze. Pero para entonces Stalin había barrido a los golpistas de la conspiración trotskista-zinocievista, estaba totalmente consolidado en su poder y, por lo tanto, ni su segundo amago de dimisión fue aceptado ni la carta, en realidad, fue difundida, sino colocada en un oscuro boletín que ni siquiera llegó a todos las secciones del Partido. Cuando, tiempo después, se publicase el Leninskiii sbornik o antología leninista, la carta, a pesar de las promesas de Stalin en sentido contrario, no fue incluida. A lo largo de los años veinte la carta, como un Guadiana, aparecería a ratos, según venían las luchas dentro del Partido. Como acabo de decir, fue publicada en el Boletín número 30 del XV Congreso con la leyenda “sólo para miembros del VKP(b)”, es decir, sólo militantes comunistas. Fue distribuido a los comités provinciales y otros órganos. Finalmente, la carta fue parcialmente publicada en Pravda el 2 de noviembre de 1927

Stalin ganó el XIII Congreso, y Trotsky lo perdió. Incluso éste último, a quien su narcisismo a menudo le impedía ver la realidad, se le hizo evidente todo esto; así pues, Lev Davidovitch decidió adoptar una posición más componedora. En su discurso al congreso, centró sus palabras en criticar el excesivo burocratismo del Partido, tratando de convertir sus críticas al Comité Central en las ideas de un innovador que no pretendía otra cosa que conservar las esencias revolucionarias. El faccionalismo, es decir, la eclosión de diferentes grupos dentro del Partido, era, para él, un resultado del burocratismo. Para Leo, sin embargo, este discurso presentaba el mismo problema que la carta de su amigo Vladimiro: estaba criticando algo que, en buena medida, había creado él mismo. Ambos ideólogos, en efecto, uno en su carta y otro en su discurso público, actuaron como si la construcción de una estructura partidaria diseñada para controlar hasta las veces que se mascaba un chicle en la URSS se la hubiese inventado el conde de Romanones cuando, en realidad, habían sido ellos. Por lo tanto, si bien es exacto decir que la carta no tuvo público conocimiento, es inexacto decir que el Partido no la conoció. La conoció y, aun así, en su inmensa mayoría los cuadros comunistas decidieron apoyar a Stalin. La siguiente generación, sin embargo, no sabría nada del tema hasta 1956.

Cuando Trotsky fue exiliado, una de las cosas que se llevó fue la carta, lo que provocó que ésta fuese de público conocimiento en el oeste. Su primera edición occidental fue en los Estados Unidos, en una edición comentada por Max Eastman, viejo amigo de Trotsky. En los años 30 la publicó en Francia Boris Souvarine, un francés de origen ruso. La propaganda trotskista manejó en modo experto la carta, haciendo de ella una interpretación curiosa, pues no sólo decían que Lenin había aconsejado cesar a Stalin (cosa que es parcialmente cierta), sino que había recomendado nombrar a Trotsky (cosa que es, simplemente, mentira).

El XIII Congreso, al fin y a la postre, no siguió ni uno solo de los consejos de Lenin. Como digo algunos, sí, pudieron leer con sus propias córneas que Lenin pensaba que lo mejor era echar a Stalin de la Secretaría General; pero, la verdad, la mayoría de los que leyeron eso consideraban que la alternativa: Trotsky, era todavía peor. Y si no lo pensaban, o bien Kamenev, o bien Zinoviev, o bien los dos, ya se ocuparon de que lo pensaran. Por lo demás, hacía poco menos de un año que, en octubre de 1923, Trotsky había plantado batalla, y la había perdido. Nunca debió hacerlo antes del XIII Congreso pero, claro, como era más listo que nadie y a él nadie le decía lo que tenía que pensar o hacer, la cagó.

El Partido no tuvo la sensación en 1924 de profundizar o mejorar la libertad interna de sus órganos, entre otras cosas, porque estaba convencido de haber hecho exactamente eso. Stalin fue muy listo al plantear la guerra contra Trotsky de 1923 como un enfrentamiento entre el rigorismo revolucionario y la esencia bolchevique del acuerdo entre muchos. El bonapartista, por así decirlo, era Trotsky, no él. Era Stalin quien defendía la idea de un “liderazgo colectivo”.

Lo que no consiguió Stalin fue cambiar el Politburo. La composición del máximo órgano siguió siendo la misma, Trotsky incluido. La única novedad fue el ingreso del ya muy popular Bukharin. Dzerzhinsky, Sokolnikov y Frunze fueron nombrados miembros candidatos. Stalin, como secretario general, se dotó de un segundo secretario en la persona de Molotov, y aún un tercero: Kaganovitch.

A finales de 1924, León Trotsky publicó sus Lecciones de Octubre, un texto diseñado, básicamente, para capitidisminuir el papel de otros líderes del Partido en la revolución y, de esa manera, sacarle brillo a su propia candidatura para ser el siguiente de la lista después de Lenin, el incontestado. Su texto, obviamente escrito a lomos de la enormemente positiva opinión que Trotsky tenía de sí mismo, llegaba incluso a sostener la idea de que, durante los tiempos revolucionarios, el Comité Central bailaba el son que le marcaba él, y que hubo ocasiones en las que Lenin estuvo errado y Trotsky tuvo que enderezar las cosas. Al final, trataba de transmitir la idea de que la revolución, a pesar de que la mediocridad de muchos la obstaculizaba, fue posible gracias a Lenin y Trotsky. Una tesis que, sin llegar a ser verdad, tampoco llegaba a ser mentira. Esta idea histórica o memorialística se venía a unir con su teoría de la revolución total, expresada sobre todo en La revolución permanente. Buena prueba de la permanencia de las ideas de este libro es que inicialmente Trotsky lo escribió como artículo en 1905 y en 1928 lo adaptó como libro a la realidad de la existencia de la URSS. Seguía creyendo que la revolución en un solo país era imposible, y veía un mundo a punto de estallar en muchas pequeñas revoluciones.

Éste es el punto en el que la fricción entre las dos capas tectónicas: Trotsky y Stalin, alcanzó la máxima presión. Stalin creía que la necesidad era construir el socialismo en un solo país, y eso se daba de bruces con la teoría trotskista de la revolución internacional total.

1 comentario:

  1. Anónimo3:32 a.m.

    Digo una pura fantasía, pero muchos de los destinatarios de la carta, antes de conocerla, habrán pensado en la última que escuchó Sejano.
    Martín Horacio.

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