lunes, enero 16, 2023

Anarcos (6): ¿Necesitamos más jerarquía?

La primera CNT
Las primeras disensiones
Triunfo popular, triunfo político
La República como problema
La división de 1931
¿Necesitamos más jerarquía?
El trentismo
El Alto Llobregat
Barcelona, 8 de enero de 1933
8 de diciembre, 1933
La alianza obrera asturiana
La polémica de las alianzas obreras
El golpe de Estado del PSOE y la Esquerra
Trauma y (posible) reconciliación
Tú me debes tu victoria
Hacia la Guerra Civil
¡Viva la revolución, carajo!
Las colectivizaciones
Donde dije digo...
En el gobierno
El cerco se estrecha
El caos de mayo   



El 25 de abril de 1931, en el Ateneo, Indalecio Prieto prometía a los españoles la reversión del ignominioso contrato de la Dictadura con la AT&T por el cual España había enajenado su negocio telefónico. Sin embargo, mirad las fechas, esto fue antes de que, propiamente hablando, los socialistas estuviesen en la gobernación del país. Una vez que llegaron a la misma, se encontraron con dos realidades. La primera, el hecho de que no estaban solos en el gobierno, y que en el mismo había gentes que, ni habían hecho la promesa de Prieto, ni tenían deseo alguno de cumplirla. La segunda cosa que se encontraron fue a los típicos oscuros funcionarios de ministerio, tipos aburridos de poco fuste que, sin embargo, tienen siempre la ventaja de que ellos saben y tú, que eres político, no; y que empezaron a explicarle a Sus Señorías las muchas implicaciones que tendría una ruptura unilateral de un contrato concluido de forma perfectamente legal entre dos partes. En otras palabras: les demostraron que, cuando eran jóvenes y libres de decir cualquier chorrada, dijeron muchas tonterías porque, mutatis mutandis, no tenían ni puta idea de nada.

El gobierno provisional de la República, como no podía ser de otra manera si no hubiese querido fallecer ahogado en las arenas movedizas de la inseguridad jurídica, había decretado con rapidez la continuidad de las normas jurídicas de la Dictadura en tanto en cuanto la nueva Constitución, y su desarrollo, no definiesen qué, en dicho acervo normativo, era caca, pis, o colonia Chispas. Por lo demás, estaba el temita de que Telefónica, pues en las grandes empresas hay mucho zote pero tampoco faltan las gentes listas, había olido perfectamente la tostada el 14 de abril y actuado accordingly. El gerente de la compañía, en efecto, aquella tarde tan intensa, había puesto a la entidad al servicio de la naciente República; lo cual le había permitido al embrionario Ministerio de la Gobernación el contacto inmediato y fiable con las provincias, para así poder allí ir organizando un traspaso eficiente de poder de la autoridad monárquica al nuevo poder republicano. O sea, la Telefónica había hecho lo mismo que todas las empresas que hoy se colocan al frente de la manifestación de la sostenibilidad, el empoderamiento y la resiliencia, sólo que en plan cambio político.

Y luego estaba el gran argumento. La República había llegado en medio de una crisis económica de la hueva. El gran capital español la había recibido con cierta renuencia (y, la verdad, los hechos que vendrían no ayudarían mucho para quitarles ese picor en el hipotálamo) y, cuando Prieto se había ido el día 25 al Ateneo y había venido a decir que aquella República sería capaz de revertir actos jurídicos mediando el argumento L'Oreal (Porque Yo Lo Valgo), la gente empezó a comprar maletas como si no hubiese un mañana y a pagarle recargos a Easy Jet para poderse llevar toneladas de billetes como equipaje de mano. La peseta comenzó a desplomarse, el personal comenzó a desfilar por las aduanas, entonces bastante menos eficientes en esto de pillar la fuga de capitales que ahora; y el propio Prieto, a quien en la Primitiva gubernamental le había caído, además, el Ministerio de Hacienda, se dio cuenta de que si el 25 se hubiese atornillado la lengua por el ano, en realidad, habría sido bastante inteligente.

Así las cosas, la Telefónica se convirtió en una de las niñas bonitas del gobierno; con lo que se convirtió en el principal pimpanpúm de la CNT, claro. El 6 de julio, los anarcos pararon a todos los operarios de la compañía en toda España. La huelga la secundaron 6.200 de los 7.000 currelas, con lo que, desde el punto de vista de la CNT, el tema fue toda una declaración de intenciones. De hecho, el único sindicato que existía en el ramo de teléfonos en España era el anarquista; para el resto, literalmente, no quedaban afiliados que rascar. La plataforma reivindicativa de la CNT estaba trufada de tocaditas de pelotas a los socialistas. Por ejemplo, se exigía la readmisión de una serie de trabajadores despedidos que lo habían sido con el voto favorable del Jurado Mixto, esto es, con la anuencia de los escasos representantes sindicales de la UGT en la compañía. También, por cierto, se exigía una reducción salarial entre los altos directivos.

La CNT exigió una negociación directa entre los trabajadores y la compañía. Pero Miguel Maura, el ministro de la Gobernación, hemos de entender que animado en esto por Largo Caballero, se negó pues, vino a decir, para esto estaba el Jurado Mixto. Impasible el ademán y siguiendo al pie de la letra el catón anarcosindicalista, la CNT convocó una huelga general. El 20 de julio, por mor de esta convocatoria, Sevilla quedó totalmente paralizada (porque esto es el anarcosindicalismo: paralizar una de las principales ciudades del país porque hay un conflicto en una empresa). Los anarquistas habían tenido acceso a armas, en gran parte a causa de la lenidad de su gobernador civil, quien parece haber sido ese típico personaje de izquierdas que va por la vida pensando que la gente que tiene ideas de izquierdas no puede ser ni violenta ni cabrona. Pero el caso es que, si no quería caldo, se tuvo que meter siete ollas por el orto y, como consecuencia, solicitar la declaración del estado de guerra.

A partir de aquí, los relatos son muchos, pero yo, la verdad, siempre he tendido a pensar que el relato de los anarquistas es el correcto. O sea: la represión fue brutal. Primero, era un régimen bisoño, casi sin desembalar. La mayoría de sus mandos superiores e intermedios hacía días que todo lo que había hecho era correr delante de los grises para salvar los huevos y, por lo tanto, no eran muy duchos en entender los procesos de fisión descontrolada que se producen cuando se dan ciertas órdenes represivas y se hacen seguir de coletillas tipo como sea o a cualquier precio. En segundo lugar, hechos posteriores (como Casas Viejas) son una buena demostración de que la República siempre fue un régimen fácilmente tendente a ponerse muy intensito con las movidas de orden público de origen anarco. El caso es que, estado de guerra en mano, la huelga de Sevilla fue sofocada por el Ejército, que llegó a bombardear la sede de la CNT y, según los anarquistas, a aplicar la vieja Ley de Fugas. Pero, vaya, que no fueron los únicos que se pasaron de brutos; en Madrid, los huelguistas trataron de asaltar el edificio de la Telefónica. En Barcelona también se paró la ciudad, aunque allí la violencia fue mucho menor porque para eso estaban Macià y Companys para cabildear con los anarquistas en plan todos somos catalanes y esos altos conceptos.

Hubo lugares de España, quede este dato para la Historia (ignominiosa); lugares como Madrid y Córdoba, donde los (escasos) trabajadores telefónicos socialistas sustituyeron a los cenetistas en huelga. En otras palabras: sí, hicieron de esquiroles. Largo Caballero patrocinó la creación de un sindicato, la Organización Telefónica Obrera que, para sorpresa de nadie, acabaría inscripto en la UGT.

Entre la presión pública y la competencia sindical, el 29 de julio el paro había terminado. Por medio, 30 muertos, 200 heridos y 2.000 personas detenidas.

Aquel verano, de todas formas, los focos de inestabilidad laboral se multiplicaron. Fue un verano muy jodido en el campo andaluz, con quemas de cosechas y otros desórdenes, que fueron duramente reprimidos. Y, por supuesto, la movida del Puerto de Barcelona, que sólo había quedado en paso.

En junio, Carlos Esplá había sustituido al etéreo Lluis Companys como gobernador civil de Barcelona, ya que El Pajarito había sido elegido diputado constituyente. Un mes después de tomar posesión, mes que de todas formas tampoco fue pacífico porque hubo varios enfrentamientos entre la CNT y la UGT, los anarcosindicalistas, a través de su nuevo y flamante Sindicato de Transportes, paralizaron de nuevo el puerto barcelonés. Inmediatamente se temió la extensión del paro a otros sectores; notablemente el de gas y electricidad. Desde los lejanos tiempos de La Canadiense, la CNT había dejado bien claro que su presencia entre los trabajadores que garantizaban en suministro energético en Barcelona y Cataluña era prácticamente monopolística y, en consecuencia, se temía una huelga en solidaridad que dejase la ciudad a oscuras. El gobernador militar, general López Ochoa, se aprestó a pedir refuerzos a Madrit.

La verdad es que la huelga de electrones no se produzco; pero eso sólo fue media buena noticia, porque la del puerto se emputeció con gran rapidez. Dos semanas después de comenzada, alguien introdujo e hizo explotar un artefacto explosivo en el edificio de la Telefónica de Barcelona. La explosión fue como una señal para el inicio de un rosario de huelgas. Pararon los taxistas, los peluqueros, los sastres y, por supuesto, la construcción. El 23 se produjo una batalla campal entre trabajadores y policías. La CNT, en ese punto, negaba la existencia de una huelga general, y afirmaba que todo era el fruto de decisiones autónomas de los diferentes sindicatos; pero la teoría era más bien débil.

A finales de agosto, la capital de Cataluña cambió de gobernador civil, tras el breve mandato de Esplá, quien salió, como Companys, cagando melodías camino de las Cortes. Le sucedió un juez, Oriol Anguera de Sojo. El momento era muy comprometido. Por decirlo de una manera muy resumida, el truqui del almendruqui de unas semanas antes, en el Congreso de la CNT, no había funcionado. El fondo del problema para los anarcosindicalistas más moderados, aunque yo creo que lo más adecuado sería llamarlos anarquistas republicanos, es que su teórica no era atractiva al lado del faísmo. Si ponemos al lado dos modalidades de una misma ideología: una más radical, y otra más moderada, las más de las veces el factor que decantará la partida será la situación social objetiva de quienes tienen que optar por una o por otra. Es bastante claro, en este sentido, que el riesgo de radicalización islamista crece conforme el colectivo de musulmanes que se investigue sea un colectivo más pobre y con menos perspectivas de futuro. Con el anarquismo de los años treinta del siglo XX pasaba exactamente lo mismo. Al fin y a la postre, eran dos visiones las que se enfrentaban: la visión “negociemos y vayamos poco a poco”, que era la de los moderados; y la que podríamos llamar la opción Jim Morrison, pues fue él quien dicho we want the World, and we want it now. Ésta segunda era la opción faísta. Y el faísmo, la verdad, en los campos de Andalucía, petados de familias de jornaleros que llevaban siglos siendo una puta mierda y tenían perspectivas de seguir siéndolo en el futuro; en los alrededores del Puerto de Barcelona, donde tener dos corbatas equivalía a ser un potentado; en los telares de las grandes hiladuras, donde se ponían en juego las manos propias por unos jornales de miseria; en todos esos sitios, la filosofía más radical era la más atractiva.

El faísmo recibió un golpe cuando el poder decisorio sobre las huelgas se desvió, cuando menos en parte, a los sindicatos de ramo. Pero no se puso nervioso. Apostó, y no se equivocó, a que la República sería incapaz de elevar la condición y el bienestar del obrero rápidamente; en esto, ciertamente, la República tuvo la mala suerte de llegar en el momento en que llegó, en medio de una de las mayores crisis económicas mundiales de la Historia de la Humanidad. Cada día que el lumpen obrero seguía siendo lumpen, lo acercaba un poco más al irredentismo faísta. El marxismo, por otra parte, tampoco era solución. El marxismo español había sentado plaza en el gobierno de la nación y, como siempre le pasa a quien pisa moqueta ministerial, de repente ya no quería prisas. Largo Caballero no negaba la revolución; pero ahora, como buen marxista, sacando excelente nota en las oposiciones a Lenin Español, venía a decir que las revoluciones vienen cuando tienen que venir; y que, mientras tanto, lo que el obrero español tenía que hacer era darle cuartelillo a él y a su labor en el Ministerio. Y eso es algo que resulta muy duro de tragar para el obrero que tiene un hijo asmático y ha de verlo, un día tras otro, silbando en su cama desesperado, sin que alguien haga algo por él. En una situación así, sólo puede creerse una de dos cosas: o que tanto sufrimiento es lo que quiere Dios, o que el hombre tiene el derecho, y hasta el deber, de cambiarlo. Ya.

Por encima de todo esto, estaba el hecho palmario de que el anarcosindicalismo no podía encontrar asiento en la legislación laboral; tampoco en la de la República, por mucho que la unión futura (en la Guerra Civil) de todas las fuerzas de izquierda (que no, como de forma poco acertada se dice y se escribe, todas las fuerzas republicanas) quiera hacer desaparecer este matiz. Anguera de Sojo, responsable último de aprobar los estatutos de los sindicatos de nueva creación, tumbó muchos de estos proyectos en el caso de los anarquistas. Porque la forma de entender el sindicalismo de los anarquistas, con una estructura piramidal que, sin embargo, no era una estructura jerárquica (es decir: el comité de Transportes no podía anular la decisión del comité de Autobuses Paco de ir a la huelga) era incompatible con una legislación que exigía, precisamente, esa cadena de mando.

Anguera de Sojo fue un gobernador muy dialogante que trató, siempre que pudo, que los patronos y los obreros anarcosindicalistas llegasen a acuerdos; incluso se apuntó algunos tantos de verdadero mérito, como es el caso del sector metalúrgico. Delante de sus narices, sin embargo, acabaron yendo a la huelga los obreros del caucho, las enfermeras, los mineros de Cardona, los pescadores, los taxistas e, incluso, grandes trasatlánticos del sector empresarial catalán como La Seda de Barcelona.

El fondo de la cuestión es el que ya os he explicado: la CNT era una estructura piramidal, pero no jerárquica. Este problema lo trataron de atajar los altos representantes del sindicato ese mismo mes de agosto, publicando un comunicado del Comité Nacional, en el que éste se muestra preocupado por el alto número de huelgas que se han convocado en Barcelona, y sugiriendo que esa inflación se controle mediante un proceso por el cual la federación local, regional o comarcal deberá aprobar el conflicto. Esta intentona se producía mientras, en paralelo, por parte de los órganos teóricamente superiores de la CNT comenzaba a producirse un cabreo sordo con la estrategia de la FAI, que para entonces había pasado a criticar abiertamente a muchos compañeros de la CNT por blandos.

Éste es el tracto de acontecimientos que había ocurrido: primero, enfrentamiento con los poderes dictatoriales; después, enfrentamiento con otros sindicatos; y, finalmente, enfrentamiento interno dentro del propio movimiento anarquista.

Un ambiente en medio del cual, el 1 de septiembre de 1931, nació el llamado trentismo.

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