Recuerda que ya te hemos contado los principios (bastante religiosos) de los primeros estados de la Unión, así como su primera fase de expansión. A continuación, te hemos contado los muchos errores cometidos por Inglaterra, que soliviantaron a los coloniales. También hemos explicado el follón del té y otras movidas que colocaron a las colonias en modo guerra.
Evidentemente, hemos seguido con el relato de la guerra y, una vez terminada ésta, con los primeros casos de la nación confederal que, dado que fueron como el culo, terminaron en el diseño de una nueva Constitución. Luego hemos visto los tiempos de la presidencia de Washington, y después las de John Adams y Thomas Jefferson.
Luego ha llegado el momento de contaros la guerra de 1812 y su frágil solución. Luego nos hemos dado un paseo por los tiempos de Monroe, hasta que hemos entrado en la Jacksonian Democracy. Una vez allí, hemos analizado dicho mandato, y las complicadas relaciones de Jackson con su vicepresidente, para pasar a contaros la guerra del Second National Bank y el burbujón inmobiliario que provocó.
En realidad, el propio gobierno que había propiciado la burbuja financiero-inmobiliaria de la compra de tierras fue el que colaboró para pincharla con una medida que conocemos como la Sperie Circular.
Esta
circular fue emitida por Jackson el 11 de julio de 1836, y en la
misma se exigía que todo pedazo de tierra que se le adquiriese al
gobierno desde el 15 de agosto siguiente debía pagarse en plata o en
oro. Existía una medida transitoria para lo que se consideraba los
compradores no especuladores, esto es los que adquirían menos de 320
acres, a los que se les permitía un periodo adicional de cuatro
meses durante los cuales podrían pagar usando certificados
bancarios.
La
Sperie Circular fue una medida drástica tomada por un presidente que
se encontraba hondamente preocupado por el tamaño que había
adquirido la bola de nieve que él mismo había colaborado a crear
(cosa que le ocurre a los políticos en el 130% de las burbujas que
se producen). Pero, claro, como ocurre siempre con las medidas
drásticas, provocaron asimismo una corrección drástica del ciclo.
Meses después, en la primavera de 1837, a la quiebra de los precios
de las tierras, que ya se había producido, siguió la de la
producción en sí y las materias primas. Estados Unidos estrenó lo
que sus libros de Historia Económica llaman el Pánico de 1837. Y,
como comenzaría a pasar a partir de entonces con gran frecuencia, el
pánico americano se convirtió pronto en un pánico mundial. El
cordón umbilical por el cual se transmitió el virus a Europa fue la
fuerte implicación de algunos bancos británicos en la financiación
del comercio algodonero.
En
1839, a causa de estas presiones, el banco propiedad de Nicholas
Biddle, que venía operando con una concesión pensilvana, quebró.
Aquel otoño tuvo que suspender sus actividades por dos veces, pero
eso no era más que el principio porque en 1841 fue definitivamente a
la quiebra y la liquidación. Fue acusado de fraude pero absuelto. En
1844 murió arruinado y olvidado, algo que es un buen símil de lo
que pasó durante aquellos años de intensa especulación por la
política de colonización de las tierras del Oeste sobre la que la
gente suele saber poco y que, de hecho, reputan mucho más sencilla y
equilibrada de lo que fue.
Sabiendo
esto, sin embargo, hay que ser consciente del hecho de que, en 1836,
cuando se produjeron las elecciones presidenciales, ninguno de estos
problemas se había desplegado. Esto quiere decir que aquellas
elecciones se produjeron con Jackson en el Parnaso de la popularidad.
Había luchado contra la anulación, había mantenido en la guerra
bancaria las posturas que a la gente le gustaba ver defendidas, y
había incrementado el prestigio de los Estados Unidos en el
exterior. Sus oponentes del partido whig lo atacaban acusándole de
ser demasiado presidencialista, pero eso no necesariamente calaba
como una crítica ante el hombre común.
Como
no podía ser de otra manera, Jackson designó para que le sucediese
a su segundo de toda la vida, Martin van Buren. Frente a Van Buren,
candidato sólido donde los haya, el partido whig montó una especie
de coalición antijacksoniana. En la misma integró a los viejos
partidarios de Adams en Nueva Inglaterra, los partidarios de Clay en
el Oeste, los antimasónicos y demócratas en general. Sabedores de
que no podían ganar a Van Buren con un solo candidato, diseñaron
una estrategia consistente en presentar varios, todos ellos con poder
en alguna zona del país, para así intentar obtener una elección
muy repartida que dejase la designación del presidente en manos del
Congreso, como doce años antes. Pero Van Buren ganó; por poco, pero
ganó.
Como
ya sabemos por lo escrito en párrafos anteriores, Martin van Buren
se convirtió en un primer ejemplo en la política estadounidense de
un hecho que ocurre un día tras otro en la política. Una vez
escuché decir a un ministro socialista de Obras Públicas, Javier
Sáenz de Cosculluela, que este departamento no lo suele querer
ningún político inteligente, por la simple razón de que un
ministro de Fomento que dure tres o cuatro años todo lo que hace,
básicamente, es inaugurar las infraestructuras licitadas por su
antecesor, y licitar las que inaugurará su sucesor. Así las cosas,
un buen ministro de Fomento, lo que suele hacer es quedar como un
mierda porque la política de su antecesor normalmente lo fue, y
tenderle un puente de plata a su sucesor, que vivirá de coña
gracias a su trabajo. El común de los mortales orgasma cuando lee
que un nuevo gobernante ha logrado reducir la deuda de su
administración en los primeros meses de su mandato, siendo lo cierto
que eso es imposible que ocurra: si tal ocurre, el mérito no es
suyo, sino de su antecesor.
La
quintaesencia negativa de este desplazamiento temporal que, como
digo, el votante medio se obstina en no ver, es llegar al poder dos
días antes de que una bomba retardada que tu antecesor ha concebido,
diseñado, construido y cebado, decida estallar. Esto mismo le pasó
a Van Buren con su mandato presidencial y el pánico de 1837.
Ante
los ojos del bienintencionado jacksoniano, los bancos comenzaron a
quebrar y los precios de los bienes básicos, a dispararse. En el
sur, tierras y esclavos se vendían por cuatro gordas. Los
desempleados se contaban por decenas de miles en muchos lugares.
Los
demócratas más conservadores presionaron a Van Buren para que diese
marcha atrás en la circular y regresase a un sistema de banco
estatal centralizado. Sin embargo, había otros puntos de vista. Por
ejemplo, los Locofocos proponían que, lejos de eliminar la circular,
se fuese más allá, así como que se retirasen todos los fondos
públicos de los bancos. Su argumento era claro: era la única manera
de proteger el dinero público de la acción de los especuladores.
Van
Buren se inclinó a favor de los Locofocos. Por esta razón, su
mandato se caracteriza, fundamentalmente, por el esfuero de crear un
Departamento del Tesoro completamente independiente. Creo pequeños
departamentos del Tesoro en los Estados y decretó que los pagos de
la Administración se realizarían en cash. Cuando en
septiembre de 1837, Van Buren se presentó en el Congreso con su
propuesta de Departamento del Tesoro, fue recibido por muy poco
entusiasmo, por decirlo elegantemente. Los whigs y los demócratas
más conservadores se opusieron. Sin embargo, el presidente se las
arregló para conseguir el apoyo del sureño Calhoun (que había
abandonado a los whigs), así como suficientes votos demócratas como
para sacar adelante el proyecto. Esta votación marca el punto de
mayor influencia locofoca en la política de los EEUU.
El
principal lider whig en las elecciones de 1836 había sido el viejo
luchador contra los indios William Henry Harrison, representante,
cómo no, del Estado de Indiana. En 1840, volvió a conseguir el
apoyo del partido para su candidatura y, sobre todo, el apoyo de los
dos hombres fuertes de dicho partido en ese momento: Thurlow Weed de
Nueva York, y John Tyler, de Virginia.
El
partido afrontó la campaña electoral con el objetivo fundamental de
abrillantar la imagen de su candidato a base de recordar su victoria
de treinta años atrás en Tippecanoe, Indiana. Asimismo, montaron
una campaña contra Van Buren en la que trataron de hacerlo pasar por
una persona excesivamente gustosa del lujo, con historias sobre el
palacio asiático en que había convertido la Casa Blanca y, muy
especialmente, el diván turco que tenía para reposar. En oposición,
Harrison fue vendido al electorado como un tipo muy simple que sólo
necesitaba una log cabin, una cabaña de madera, para vivir.
Como era de esperar, el habitual ejército de votantes gustoso de
decidir su voto usando ideas sencillitas y las más de las veces no
comprobadas petó los colegios y le otorgó una victoria por 145.000
papeletas (234 a 60 en el colegio electoral). Desgraciadamente para
él, Harrison murió al mes de empezar su presidencia. La muerte de
Harrison supuso el primero, pero no el último, de los episodios de
la Historia estadounidense en los que algunos juristas de aquel país
(a los que se une este modesto amanuense) consideran que se produjo
un golpe de Estado constitucional, por la vía de declarar presidente
al vicepresidente (las razones de esta posición ya las hemos explicado).
El caso es que, a la muerte de Harrison, en lugar de celebrarse
nuevas elecciones, su vicepresidente, John Tyler, pasó a ser
presidente.
El
viejo general de Tippencanoe había aceptado con naturalidad seguir
en su presidencia los raíles de la intelligentsia de
su partido, notablemente Webster y Clay; pero Tyler ya fue otra
historia. El ahora presidente nunca había escondido su repugnancia
hacia el proteccionismo y la existencia de un banco nacional, y había
sido un decidido partidario de la nullification. En otras
palabras, el presidente de los Estados Unidos era un partidario de la
autonomía estatal. Así pues, ni corto ni perezoso, Tyler devolvió
la ley de creación del Departamento del Tesoro, y por dos veces vetó
la propuesta de Clay de crear un Tercer Banco Nacional. Tras el
segundo veto, los movimientos de Clay llevaron a que casi todo el
gobierno dimitiera; en realidad, sólo Daniel Webster permaneció
como secretario de Estado.
En
septiembre de 1841, Tyler firmó la Pre-emption act, por la que se
establecía que todo colono que tomase propiedad sobre una tierra del
gobierno sin autorización tendría derecho de tanteo sobre dicha
tierra al precio mínimo. Esto es, bajo su presidencia fue cuando se
produjo la gran victoria histórica de los west settlers, quienes
habían venido defendiendo por décadas el principio de la
pre-emption, en mi opinión con toda, pero toda, la razón.
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