Recuerda que ya te hemos contado cómo se montó la movida y cómo los marineros tomaron el control del acorazado.
Después, hemos contado lo caliente que estaba Odessa antes de la llegada del Potemkin.
Retrocedamos algún tiempo. La media hora de violencia real en la cubierta del Potemkin había dejado un saldo de siete oficiales muertos, once supervivientes aunque no pocos de ellos heridos incluso de seriedad, más el capellán del barco, el padre Parmen, que se encontraba también herido al cuidado del doctor Golenko, un adjunto del infame Smirnov. Entre los oficiales “pasados” al bando revolucionario se encontraba el teniente de navío Alexeyev, a quien hemos visto denunciando al comandante de la nave, así como algunos ingenieros que fueron compelidos por Matushenko para ponerse al mando de la sala de máquinas. Se trataba del mecánico de primera clase Kovalenko y del aspirante Kalujny. Estos tres eran los únicos no-marineros que permanecían sin arresto.
Después, hemos contado lo caliente que estaba Odessa antes de la llegada del Potemkin.
Retrocedamos algún tiempo. La media hora de violencia real en la cubierta del Potemkin había dejado un saldo de siete oficiales muertos, once supervivientes aunque no pocos de ellos heridos incluso de seriedad, más el capellán del barco, el padre Parmen, que se encontraba también herido al cuidado del doctor Golenko, un adjunto del infame Smirnov. Entre los oficiales “pasados” al bando revolucionario se encontraba el teniente de navío Alexeyev, a quien hemos visto denunciando al comandante de la nave, así como algunos ingenieros que fueron compelidos por Matushenko para ponerse al mando de la sala de máquinas. Se trataba del mecánico de primera clase Kovalenko y del aspirante Kalujny. Estos tres eran los únicos no-marineros que permanecían sin arresto.
Matushenko
era un revolucionario profesional; y por eso mismo sabía que, tras
el triunfo de una insurgencia revolucionaria, era muy fácil que las
cosas cayesen en la molicie y en la anarquía. Además, compartía
con otros muchos de sus camaradas futuros el gusto por las
interminables arengas. La combinación de ambos hechos hace que,
rápidamente, el marinero convoque a sus camaradas en el puente y
les eche un largo discurso cuya tesis principal era que debían
recuperar la disciplina y dejarse de coñas. Explicó Matushenko a
los marineros que aquel día la revolución que toda Rusia esperaba
había comenzado en aquel barco, pero que eso colocaba sobre todos
ellos una enorme responsabilidad a cuya altura debían estar. En la
visión de Matushenko, una vez que el resto de los barcos de la flota
del Mar Negro conociesen lo que había pasado, se unirían al
Potemkin, tras
lo cual el momento sería llegado para comenzar acciones coordinadas
con los obreros y agricultores de tierra firme. Aunque, como veremos, pronto matizará estas palabras.
Acto
seguido, pasando a los elementos prácticos, Matushenko anunció la
creación de un Comité Popular, con poderes absolutos, entre ellos
el de detener y castigar a todo aquél que desobedeciese las órdenes
emitidas. En una votación a voz en grito y mano alzada, se eligieron
treinta miembros, entre ellos, por supuesto, Mathushenko, Fiodor
Mikishkin y Josef Dymtchenko, los tres cabecillas comunistas. El
líder de la movida también quería en el comité a Grigory
Vakulinshuk, el marinero herido en los enfrentamientos. Pero no pudo
cumplir su deseo, porque Vakulinshuk, gravemente herido, se
convirtió, en esas primeras horas, en el primer mártir del
Potemkin.
El
Comité Popular se reunió en los aposentos del comandante nada más
terminar la asamblea, consciente de que su obligación era prepararse
para una batalla que, tarde o temprano, se produciría. Para ello,
les era asimismo necesario contactar y soliviantar a los elementos
revolucionarios que pudiera haber en tierra firme. Matushenko, quien
como vemos tenía un espíritu muy práctico, propuso a continuación
que el Comité escogiese un destino y, luego, nombrase un comandante
para el barco y oficiales.
En
lo tocante a lo primero, las opciones no eran muchas. En la costa
había muchos puertos pequeños, fundamentalmente pesqueros; pero no
ofrecían posibilidades de abastecimiento que pasaran de un día,
precisamente por su modestia. Así las cosas, las opciones a mano
eran: Nicolaiev, Sebastopol, Batumi y Odessa. Dado que los tres
primeros tenían bases militares, y por lo tanto si la revolución no
estaba extendida ofrecían el peligro de ser bombardeados, Odessa era
el lugar más adecuado.
Lo
que ya no fue tan fácil fue el tema de los oficiales. Y es lógico.
Sicológicamente, resulta muy jodido venderle a alguien que se acaba
de jugar la vida por acabar con unos oficiales que resulta que ahora
debe aceptar la existencia de unos nuevos. Sin embargo, en esto hay
que reconocer que el comunismo es una ideología revolucionaria que
nunca se ha perdido en estas polladas, como sí les pasa a otras; siempre ha tenido
muy claro que el mando y la jerarquía bolchevique (la minoría) son
elementos fundamentales de toda revolución triunfante. Para la
oficialidad intermedia, en todo caso, la cosa era fácil, pues todo
se resumía en mantener el rango de lo que ya eran oficiales
marineros. Pero, ¿quién podría ser el comandante de la nave?
¿Realmente los marineros más extremistas lo aceptarían?
El
Comité, finalmente, aprobó por unanimidad una solución que
recuerda un poco al montaje del ejército popular de la República
durante nuestra guerra civil: los ingenieros mecánicos Kovalenko y
Kalujny conservarían el mando de la sala de máquinas, mientras que
Alexeyev tomaría el mando del barco bajo la supervisión del Comité,
con un tal Mursak, maestro de maniobra (algo así como timonel; otras
fuentes dicen que era bombero, así que la cosa no está muy clara)
de segundo. Alexeyev, que da toda la impresión de ser un buen
jugador ambidextro de póker, acabaría, una vez terminada la
rebelión, aduciendo que aquel nombramiento le fue impuesto.
En
la práctica, lo que hizo el Comité Popular fue decretar una rutina
de trabajo, mandos, logística, etc., que era exactamente
igual
que la que vivían los marineros con anterioridad a la rebelión. No
podía ser de otra manera, pues, como bien sabe cualquiera que se
estudie medianamente en serio las instituciones militares, la
disciplina castrense no es fruto ni de la casualidad ni del capricho.
De hecho, en su primera tarde-noche al mando de su propio barco, los
marineros que se habían rebelado por la mala condición de la comida
recibieron una escasa ración de pan y galletas. Eso sí, porque
Matushenko podía ser tonto pero no gilipollas, lo que sí se les dio
fue una ración suplementaria de un cuarto de litro de vodka por
persona, con la que los marineros se cogieron la cogorza y se
pusieron a cantar tonadas regional-revolucionarias.
Abrochemos
de nuevo los destinos del Potemkin
y de Odessa. Como ya hemos dicho, fue en la tarde del 27 de junio,
día bastante convulso en la ciudad, cuando tanto el acorazado como
su barco de escolta llegaron a la bahía y echaron el ancla. A la
mañana siguiente, una de las personas que se apercibió de la
presencia de los busques fue Constantin Feldmann, como hemos dicho
para entonces un estudiante de la universidad de Odessa y dirigente
de la célula socialdemócrata local. La tarde del 27, Feldmann había
estado en Peresyp, en la movilización obrera. A las diez de la
mañana del 28, vestido con ropas de obrero que había
llevado la noche anterior, deja su piso para ir al de un compañero.
Tomó el bulevar Nikolaevsky hacia la famosérrima escalinata Richelieu, llamada así en honor del duque de Richelieu, que fuera
gobernador de Odessa en 1803, y de hecho coronada por su estatua. En
su camino observó una agitación especial en la calle que no supo
explicar. Fue al llegar a casa de su amigo cuando le informaron de
que había dos barcos de guerra en la bahía con la bandera roja
izada.
Junto
con otros muchos obreros de la ciudad, Feldmann se dirige al puerto,
convencido, como escribió en sus memorias, de que “la batalla
final había comenzado”. En el acorazado se tomaban las cosas con
calma. El Comité Popular se tomó todo el día 27 y la noche para
deliberar, y no fue hasta la mañana del 28 que alcanzó un acuerdo
estratégico completo.
Esta
estrategia incluía la decisión de enviar representantes a tierra
para comprar víveres y carbón. Asimismo, también decidieron llevar
a tierra el cuerpo de Grigory Vakulinshuk y realizar una proclamación
a los obreros de Odessa. Asimismo, se publicaría un comunicado
relatando los hechos sucedidos en la bahía de Tendra. El Comité
también quería tomar contacto con las organizaciones
socialdemócratas locales y enviar emisarios a la población de
Odessa, a los cosacos y al cónsul de Francia.
En
cumplimiento con estas decisiones, poco después de despuntar el
alba, el Potemkin
fleta una chalupa con un grupo de marineros. Sus instrucciones eran
hacer las compras de forma totalmente legal, utilizando certificados
legales emitidos en nombre del zar. El pago no era problema, pues se
habían encontrado 24.000 rublos en el barco.
Una
hora más tarde, en medio de un silencio total, los restos mortales de Grigory Vakulinshuk fueron subidos desde la enfermería y descendidos luego a una barca. Junto con el cuerpo viajaba una guardia de
seguridad con la orden de custodiar el cadáver hasta que se le
pudiese dar entierro. Justo después del cadáver y su guardia, otro
grupo abandona el barco hacia el puerto para informar de la
posibilidad de obtener carbón. Hubo suerte: a mediodía, ese grupo
regresa para reportar que en el puerto hay un barco carbonero a media
carga con 160 toneladas de combustible. Se envía al torpedero para
que lo remolque.
La
mañana del día 28 es crucial para la elevación de la moral de los
marineros rebelados. Tras repasar la situación, se dan cuenta de que
la potencia de fuego de que disponen no tiene competencia. El propio
general Korkhanov lo sabía, lo cual lo tenía en un estado de
inquietud. La artillería montada en el Potemkin
había sido reforzada tras la guerra de Crimea, y en ese momento
disponía de una potencia de fuego (podían lanzar obuses de 350
kilos a veinte kilómetros como máximo) difícilmente equiparable
con las posibilidades de defensa.
Esta
conciencia es la que explica el tono elevadamente asertivo del
comunicado hecho público aquella mañana: Demandamos
a los cosacos y a todos los soldados para que depongan inmediatamente
sus armas, se rindan y se unan a los trabajadores de Odessa en la
causa común. ¡Abajo el poder personal! Nosotros hemos vencido a
nuestra última hora de sufrimiento y ahora hemos llegado para
liberar a las poblaciones de Odessa y de toda Rusia. Si alguien
intentase oponerse a nosotros, llamamos a todos los ciudadanos
pacíficos para que abandonen la ciudad, pues no veremos en la penosa
obligación de bombardearla.
En
sólo una hora de acción, el Potemkin
tenía la capacidad de escupir sobre Odessa más de 25 toneladas de
bombas.
Algunas
horas más tarde, en San Petesburgo, el zar Nicolás responde a las
noticias que ya le han llegado declarando el estado de guerra.
Nada
más llegar a puerto la chalupa donde iban los restos del marinero
Vakulinshuk, uno de los miembros de su guardia de protección, A.
Berezovsky, se aplicó a soltarle a las personas que estaban por allí
un encendido mitin revolucionario. Durante toda la mañana, no dejó
de afluir gente hacia el cadáver el marinero, algunos por
curiosidad, otros por sincero deseo de presentarle sus respetos.
Pronto, bajo un intenso calor, el primer discurso de Berezovsky se
convirtió en una especie de tren de intervenciones, un mitin en toda
regla, por donde fueron desfilando todos los líderes ideológicos
del obrerismo de la ciudad: bundistas, grupos y grupúsculos
socialdemócratas, mencheviques, judíos, anarquistas. Como todavía
no había llegado Lenin y consecuentemente no se había puesto en
marcha la estrategia de labrar el monopolio de una parte muy
minoritaria de todos aquellos activistas por la vía de apiolarse a
los demás, aquél de Odessa el 28 de junio de 1905 fue eso que
solemos llamar un mitin de unidad proletaria, que es el tipo de cosas que propugna el comunismo cuando sabe que no tiene fuerza suficiente para apiolarse al resto de las tendencias. Oradores y público se
escucharon unos a otros, se arengaron unos a otros, y no encontraron
sustanciales diferencias entre ellos. Así pues, aquel mitin a los
pies de un cadáver pronto se convirtió en una manifestación
nutrida, que se aprestó a subir las famosas escaleras Richelieu.
Aquella
masa de manifestantes estaba, en su inmensa mayoría, desarmada. En
puridad, tampoco sabían muy bien adónde iban. Todo lo que sabían
es que ahora había un acorazado en la bahía que les protegía.
Durante
aquellas horas, el alcalde de Odessa había dado una muestra
encomiable de valentía y compromiso con el cargo: había reaccionado
a los acontecimientos tomando un tren a San Petesburgo, vía Moscú.
Con dos gónadas y un palito, dejó a su equipo de gobierno la
instrucción de resistir a la rebelión, y de informar al gobierno
ruso de las novedades. En una estación intermedia de su recorrido
envió un telegrama a los ciudadanos de Odessa, llamándolos a la
calma y a no tomar parte en los desórdenes. No regresó a Odessa
hasta que todo hubo terminado.
La
huida del alcalde de Odessa dejaba toda la villa y sus alrededores en
manos del general Korkhanov. A las nueve de la mañana del 28, éste
ya había recibido los refuerzos de tropas que había solicitado a
Belets, Tiraspol, Vender y Ekaterinoslav. Asimismo, había
cablegrafiado ya a Sebastopol, solicitando el envío urgente a la
bahía de la flota del Mar Negro. Poco tiempo después de las doce,
llegó el telegrama del propio zar, comunicándole la declaración de
guerra, que no era gran cosa pues Korkhanov ya había llegado
bastante lejos en el ejercicio de sus poderes; pero, sobre todo,
incluía una notable cesión de imperium
sobre sus hombros: afirmaba el zar que le autorizaba a hacer uso de
cuantos elementos considerase necesarios para evitar la guerra civil.
Su principal misión, dejaba claro el monarca ruso, era no permitir
que aquella mancha de aceite se extendiese.
Esta,
pues, era la información que Korkhanov acababa de recibir cuando fue
informado de que los primeros grupos de manifestantes estaban
llegando a los últimos peldaños de la escalinata Richelieu. Ni corto
ni perezoso, cursa órdenes a una sotnia
de cosacos, que estaba en la plaza de la catedral, para ir allí a
poner orden.
Lo
que pasó de seguido es lo que quedó inmortalizado en la más famosa
escena de la película de Eisenstein, la del carrito de bebé bajando
por la escalinata en solitario (en puridad, la única escena de la
película que habían visto muchos de los que la subrepujaban en las
esquinas de las barras de tantas facultades). ¿Sabía Korkhanov lo
que iba a pasar? La verdad, contestar que no sería de una inocencia
digna de Bob Esponja. El jefe militar de la plaza conocía a sus
cosacos, sabía lo que había pasado horas antes y estaba
perfectamente informado de que aquella tropa, sobre ser de una gran
acometividad y estar formada por auténticos cachoburros, además
tenía cuentas pendientes con los tipos cuya manifestación tenía
que sofocar.
La
compañía cosaca se presentó en lo alto de la escalinata dispuesta
a vengar la humillación de Peresyp; así pues, en parte hacer la paz
que les demandaban, y en parte hacer la que ellos querían hacer.
La
sotnia
se separó en dos. Una primera se emplazó en lo alto de la
escalinata y otra salió a galope para ganar el puerto por otras
vías, para así poder cortocircuitar a la gran masa de
manifestantes, que todavía estaba en el puerto, de los de la
escalinata. Al llegar a la estatua de Richelieu, los cosacos cargaron
sable en mano. Sin embargo, se encontraron con una sorpresa, pues los
manifestantes, ahora que sabían que había un acorazado en la bahía
que los protegía, les hicieron frente tirándole palos y piedras a
los caballos. Los cosacos cargaron una segunda vez, con fuerza
redoblada.
Donde
el enfrentamiento adoptó formas más violentas no fue en lo alto de
la escalinata, junto a la estatua de Richelieu, sino abajo. Los
cosacos consiguieron lo que buscaban, esto es que la multitud que ya
se encontraba arriba, presionada por la carta, bajase las escaleras a
toda velocidad, encontrándose allí con la masa de los que subían,
y que no podían saber qué estaba pasando ni al principio ni al
final de la escalinata, generando con ello un enorme caos.
En
la parte alta de la escalinata, un grupo de cosacos desmontó, se
formó en pelotón, y sacó los fusiles. A la orden de su oficial,
comenzaron a disparar sobre la gente. Entre disparo y disparo,
bajaban tres escalones; después, de nuevo rodilla en tierra, y
disparo. Pronto, la escalinata estuvo tapizada de cadáveres. Abajo,
en el puerto, la otra mitad de la sotnia
de cosacos hacía su trabajo, obligando a muchas personas a tirarse
al mar.
Cosacos
de a pie, los de arriba; y cosacos a caballo, los de abajo, se
reunieron al pie de la escalinata, y juntos recorrieron el barrio del
puerto. Irónicamente, respetaron al completo el pequeño templete
que se había construido para el marino Vachulinshuk, colocado bajo
una tienda improvisada con una tela blanca. La hucha donde se estaban
recogiendo los óbolos de las gentes de Odessa que querían colaborar
para pagar el entierro fue respetada.
Antes
de producirse la masacre, de buena mañana, los socialdemócratas de
Odessa habían intentado entrar en contacto con la tripulación del
Potemkin.
Entre ellos estaba Constantin Feldmann, razón por cual sabemos
bastantes cosas de estos contactos. Feldmann, de hecho, estaba muy
excitado, como sus camaradas, respecto de las posibilidades de
convergencia con los marineros. No obstante, en cuanto llegó al
acorazado, habría de verse decepcionado. Aunque él, como los
revolucionarios del barco, contemplaba esa rebelión como la primera
de una serie de acciones que acabaría incendiando Ucrania, se dio
pronto cuenta de que la mayor parte de la marinería no lo veía así.
Cuando
Feldmann, así como otros compañeros de tierra, asistieron a la
sesión del Comité Popular, comprobaron con estupefacción que la mayoría
de los miembros de éste recomendaban la moderación y, desde luego,
descartaban el desembarco en la ciudad para unirse a su lucha.
Argumentaban, y no les faltaba razón, que por mucha potencia de
fuego que tuviese el Potemkin,
no podía invertirla en el enfrentamiento en la ciudad, pues no había
que olvidar que, en algún momento, llegarían efectivos de la flota
del Mar Negro contra los que tendría que defenderse. No habría,
pues, ayuda a los manifestantes de tierra en tanto en cuanto la
rebelión en la flota no fuese total. El propio Matushenko estaba de
acuerdo en diferir toda acción violenta por parte de los marineros a
la llegada del resto de la flota.
Feldmann,
asistido por otros dos dirigentes de tierra que habían llegado con
él, trató de arengar al Comité. Arenga que terminó como el
rosario de la aurora, porque en ese punto llegó a las cercanías del
acorazado el barco carbonero que venía remolcado, y la práctica
mayoría de los miembros del Comité, simplemente, se piraron para
ayudar en las labores de descarga.
A
mediodía, mientras en el barco se celebraba la muy importante
llegada del carbón, llegó al acorazado una nueva delegación de
socialdemócratas con el relato de la matanza. Exigían que el barco
bombardease la ciudad.
Gracias por la serie de artículos, muy interesantes. Una puntualización, los "ingenieros" supongo que es una mala traducción del inglés "engineer", que en inglés sirve tanto para un ingeniero como para maquinista (el encargado de los motores o máquinas de un buque). En este caso pienso que la traducción correcta es maquinista.
ResponderBorrarUn saludo