Te recuerdo que antes de seguir leyendo te hemos recomendado que pases por una cabina de descompresión y te hemos contado el cabreo de Hindenburg que lo comenzó todo. Asimismo, te hemos contado el discurso de Von Papen en Marburgo, y la que montó. El relato siguió contando cómo Hitler decidió comenzar a apaciguar a las SA, y cómo Röhm se la metió doblada. Como consecuencia de todo esto, Göbels pasó a la ofensiva y se acojonó a partes iguales.
Acto seguido, te hemos contado una crucial conversación entre Hitler y el general Von Blomberg.
En el aeropuerto de
Tempelhof, Rudolf Hess y Joseph Göbels están esperando al
canciller. El ministro de Propaganda llega de Munich, donde se ha
visto con Röhm; un encuentro del que pronto se arrepentirá y que
procurará borrar en sus huellas por completo. Pero su movimiento
tiene lógica. Como ya hemos dicho, Joseph está bastante acojonado
porque no sabe exactamente cuál va a ser la reacción de Hitler a
sus acciones; y por eso ha ideado un acercamiento a dos bandas: a
Göring, a la derecha de Hitler; y a Röhm, a la izquierda. Trata de
jugar a grande y a chica a la vez para quedarse con el envite que
finalmente lance el jefe.
El tercer elemento
de su estrategia es comerle la oreja a Hitler, y es lo que comienza a
hacer, nada más bajarse éste del avión, desplegando argumentos
sobre los graves peligros que acechan al Partido. El Führer, sin
embargo, lo sorprenderá. En el coche, Hitler se marca uno de sus
discursos interminables, en los que no sabe bien si habla con su
interlocutor o consigo mismo; discurso en el que dice que lo que hace
falta es tranquilizar Alemania, lo cual pasa por acabar con los
extremismos. Y, en ese punto, se lanza a una crítica salvaje de Von
Papen... y de Röhm.
Ante un Göbels que
no logra pasar la saliva por su nuez, Hitler sigue: «todos aquéllos
que llaman a una segunda revolución me separan de los elementos
razonables de Alemania. Yo no soy Lenin. Yo quiero el orden». Acto
seguido, nunca sabremos si por inocencia o sabiendo muy bien lo que
hacía, Hitler le dice a Göbels: «Göring me ha enseñado los
informes de Himmler [se refiere a las cartas de Heines]. Tú ni te
imaginas lo que esos tipos dicen de mí. Yo no les sirvo».
Dentro de la cabeza
de Göbels suena un «¡Hostias!» de gran calibre. O sea: ¿Göring
tiene informes precisos? ¿Sobre los extremistas del NSDAP? Al
instante, por supuesto, se pregunta: ¿por qué me está confiando
Hitler todo esto a mí?
Sobre él mismo, se
dice, todavía hay duda. Pero lo que está claro es que las SA están
condenadas; en ese momento, es muy posible que Göbels piense que
«condenadas» se refiere a su existencia como unidad paramilitar; es más que probable que
no sea ni medio capaz de imaginar la que han pensado montar su jefe y
Göring. Pero la cosa es que él viene de Munich, de prometerle a su
camarada Ernesto que intervendrá ante Hitler para «contrarrestar a
los aristócratas y a los generales». ¿Será capaz de avisar a Röhm
de que éstos mismos son en los que confía ahora Hitler?
Hitler está en el
coche en medio de ese tremendo estado de nervios en el que, en
realidad, pasó todo el mes de junio de 1934. Pero en todo el viaje
no le hace ni un solo reproche personal a Göbels, y esto le sirve al
ministro de Propaganda para darse cuenta de que, cuando menos de
momento, el tema no va con él. Sabe bien que su jefe, cuando está
dominado por la cólera, no es capaz de los sutiles movimientos de
doblez diplomática en los que es un consumado maestro cuando su
tensión diastólica está dentro de lo normal. Si no se han hecho
reproches, no los hay; por eso, se dice, todo se reduce a avanzar a
partir de ahora sin tropezar.
Él también, a su
manera, condena a Röhm a muerte.
Así las cosas,
Joseph Göbels, el mismo que veinticuatro horas antes se habría
apuntado feliz y contento a la segunda revolución de Röhm si
hubiese estallado, ahora asiente, pastueño, mientras Hitler instruye
a Rudolf Hess para que se convierta en su portavoz en esos días, y
que explique a los alemanes que su canciller no presta oídos a los
discursos radicales que se oyen por ahí, y que sólo mira hacia el
futuro.
Hess cumple su
misión el lunes 25 de junio. El día antes, domingo, la policía de
Colonia, ciudad colocada en el epicentro católico de Alemania, ha
sido advertida de que tiene que crear y convocar un acto
multitudinario en 24 horas. El encargo recayó en Rudolf Diels, a
quien Göring, que lo conocía de la policía prusiana, había
colocado de prefecto de policía de Berlín (nombramiento que, por
cierto, la Wikipedia cita con posterioridad a la NCL, lo cual es un
error) y que para el 25 había sido enviado, en semi-exilio, a
Colonia.
Diels es un hombre
de la cuerda nacionalsocialista; él, de hecho, había interrogado al
principal sospechoso designado por los nazis para el incendio del
Reichstag, Marinus van der Lubbe. Es un hombre del ala izquierda nacionalsocialista, ésa
que según las gentes de izquierda, y muy especialmente sus
intelectuales, nunca existió. De hecho, es compañero habitual de
juergas de Röhm y de Helldorf, el condesito de asalto. A Diels, el
encargo le viene de maravilla, pues sabe que por esos tiempos Göring,
quien ya no es su protector, está preparando una lista de los
prefectos de policía de poca o nula confianza de los que hay que
deshacerse. La llegada de Hess, un tipo que además le va a dejar a
hacer porque las luces no son su principal infraestructura, le supone
la oportunidad que estaba esperando para hacer puntos antes los
jerarcas nazis.
[De nuevo, la
Wikipedia nos dice que Diels escapó a la NCL gracias a Göring. Con
todos los respetos, yo creo que fue gracias a sí mismo, y lo bien
que regateó su destino en el acto de Colonia.]
El discurso de Hess
contrastará en gran medida con los otros recientes dictados por Göbels.
El lugartaniente de Hitler se embarca, básicamente, en una alabanza
sin ambajes del liderazgo del canciller y jefe del NSDAP. Más aun,
se preocupa muy mucho de explicarle a aquellos alemanes católicos
que Hitler es, en ese momento, la única capacidad de decisión
efectiva que existe en Alemania.
«Una sola
persona», freme el cejudo nazi, «está más allá de toda duda: el
Führer. Todo el mundo sabe que siempre ha tenido razón y que
siempre la seguirá teniendo. Él obedece a una llamada de lo alto
[sic] para dirigir los destinos de Alemania. Y esto no acepta crítica
alguna.»
Inmediatamente,
después, se refiere a aquéllos que, dentro de su propio partido,
anuncian una segunda revolución con las siguientes palabras: «sólo
el Führer puede definir el ritmo y la dirección de la revolución.
Sólo él puede llevar a buen fin lo que ha comenzado. Es posible que
algún día sea necesario evolucionar con la ayuda de herramientas
revolucionarias. Esperamos sus órdenes. ¡No hay necesidad de
muletas!»
Hess
no fue el único que hizo discursos esos días. Ese mismo día 25, Hermann Göring
habló en Nuremberg, y al día siguiente en Hamburgo. El primero de
los discursos lo dedicó a criticar a Papen sin citarlo, afirmando
que «ahora no necesitamos de la fría razón, sino del ardor». Sin
embargo, al día siguiente, en Hamburgo, su tono fue totalmente
distinto. La melodía göbelsiana había desaparecido. Fue un
discurso claramente dirigido a los alemanes de derecha, no
nacionalsocialistas, para que se aglutinasen alrededor de Hitler.
Fijando posición en torno al futuro político del país, dijo: «es
a nuestros hijos y nietos a quienes tenemos que legarles la capacidad
de decidir la forma política de Alemania. La cuestión monárquica
no es de actualidad. Los que vivimos el momento presente debemos
felicitarnos de contar con Adolf Hitler». A los estudiosos del franquismo les ha de sonar esta teoría de «la monarquía después del Jefe».
Hitler,
hemos de suponerlo, escuchó el 25 aquellos discursos con fruición;
aunque tal vez el de Göring no le gustase del todo, lo que hace
pensar que tal vez él mismo no fue ajeno al sustancial cambio de
tono del día siguiente. En todo caso, aunque podamos pensar que
estas novedades lo relajaron, en realidad otras lo pusieron todavía
más histérico de lo que ya estaba.
En
efecto: el día 25 de junio de 1934, Benito Mussolini invitó
formalmente al canciller austríaco Dollfus a pasar el verano con él
en su mansión romañesca. Fue la forma que tuvo el fascismo
romano de dejarle claro al fascismo alemán que seguía
considerándose garante de la independencia austríaca; algo que
Hitler esperaba haber cauterizado durante la visita de Venecia y que le obligaría a realizar todo el montaje de la Anschluss.
También
durante esos días, Hitler cayó en la cuenta de otro elemento más
que, por si no tenía suficientes, lo empujaba hacia la NCL. Aquel
verano de 1934, la política monetaria del nazismo, que éste había
criticado tanto en otros gobiernos, había generado graves problemas
en la masa de recursos de la economía alemana. Cuando Hitler llegó
al poder, el oro en poder del Bundesbank cubría unos 920 millones de
marcos. Pero en el verano de 1934 esta cobertura era de apenas 150,
lo cual quería decir que sólo el 5% de las monedas en circulación
estaba cubierta por las reservas.
Estas
circunstancias significaban una cosa para Hitler: quisiera o no, por
mucho que, tal vez, lo desease ardientemente en su fueron interno, él
no podía convertir Alemania en el patio trasero de un cuartel de las
Juventudes Hitlerianas. Todos los ministros y altos funcionarios
nacionalsocialistas, desde Von Blomberg hasta Von Schacht, pasando
por Von Neurath o Franz Seldte, le eran necesarios.
De
hecho, aquella sensación de imprescindibilidad hacía a esos
ministros no nazis muy temerarios a la hora de defenderse. Eso fue lo
que hizo, sin ir más lejos, Franz Seldte. Hasta aquel momento,
Seldte, antiguo jefe del Casco de Acero, había aceptado algunos
hechos «iluminados» por Röhm como parte del juego; entre ellos,
incluso, la detención de su camarada de los cascos, Theodor
Duesterberg.
A
principios de aquel mes de junio, el prefecto de policía de Halle,
notablemente coordinado con el NSDAP, había prohibido a los cascos
de acero entrar en el museo nacionalsocialista de la localidad, aun
llevando la camisa parda, siempre que llevasen algún otro distintivo
distinto del de las SA. Algunas viejas glorias de la primera guerra,
que eran el público habitual de los cascos, habían intentado burlar
esta orden, lo que había provocado conflictos.
El día
11 de junio, Franz Seldte se desplazó a Magdeburgo, donde había
sido retenido por unos guardias de asalto durante algunas horas. Al
parecer, querían impedir que tomase la palabra, como estaba
previsto, en una reunión del Stalhelm.
Era
prefecto de Magdeburgo Konrad Schragmüller (quien, por cierto, era
hermano pequeño de una espía alemana de la Gran Guerra, Elsbeth
Schragmüller, más conocida la Señorita Doctora, o sea Fräulein
Doktor). Conrado ya era para entonces un alto mando de las SA.
Schragmüller permaneció ilocalizable cuando el ministro Seldte se
puso como el puma de Baracoa; y, con posterioridad, cuando apareció,
pretendió explicar que las secciones de asalto no habían reconocido
al señor ministro, y prometió una investigación que, sin embargo,
a finales de junio, allá por ese 25 de los discursos y los
disgustos, no parecía haber siquiera empezado.
A esta
astenia policial se unía, para el Stalhelm, el agravante de que la
prensa nada había dicho del gravísimo incidente y, sin embargo, por
esas mismas fechas se estaba cebando con el conocido como affaire
Kitzingen.
Kitzinguen
es un pequeño pueblo pomeranio donde, por lo general, no pasaba
gran cosa (tiene unos 20.000 habitantes; es posible que hoy tampoco pase mucho). El día 24 de junio, se celebró la típica parada militar
en la que participaban todas las fuerzas paramilitares representadas
en el pueblo. En el curso de la parada, el jefe local de las SA, un
tal Matzahn, quiso dar órdenes al jefe de la formación, miembro de
la Asociación Nacionalsocialista de Antiguos Combatientes. Este
señor, jefe de sección del Stalhelm y del que he podido averiguar
se apellidaba Kammerow, lo mandó a la mierda. Comenzó una pelea,
que si hijo puta que si cabrón, y Kammerow saca la faca y apuñala
al joven y fogoso Matzahn, causándole la muerte (que, de todas
formas, teniendo en cuenta el fogoso temperamento del jovencito, la
verdad es que el excombatiente no hizo otra cosa que adelantar su
encuentro con Widukind y los héroes ariosóficos; pues con más que
certeza podemos avizorar que un elemento como Matzahn habría caído
en la NCL sí, o sí).
La
prensa nacionalsocialista se apresuró a solicitar un juicio sumario,
seguido de ejecución (como se ve, la demanda ya proveía de la
sentencia) en la persona de Kammerow. Juicio que sabemos que no
llegó, aunque cuando menos a mí me sea imposible deciros qué fue
exactamente de él. El NSDAP reclamaba también la clausura del
Stalhelm, además de reprochar a la derecha no nazi la tibieza con
que informaba de este tema.
Será
en este ambiente en el que, el día 28 de junio, apenas horas antes
de la NCL, el ministro Seldte publique una nota de prensa en la que
afirma: «los Cascos de Acero se consideran una parte integrante de
la nueva Alemania. Rechazan el incidente de Kitzingen, pero no
aceptarán que éste sirva para tratarlos como un elemento de
oposición. Nosotros no queremos vernos implicados en luchas
fratricidas. Exijo que se respete el acuerdo que yo mismo firmé con
Ernst Röhm el 28 de marzo de 1933».
Göbels
quería una respuesta categórica del canciller a esta nota de
Seldte. Muy probablemente, porque conocía cuál era la opinión de
Röhm al respecto, y quería respetarla, tal vez por poner una pica
más en el Flandes de la izquierda nacionalsocialista, no fuese que
finalmente ganasen la partida. Pero Hitler no le hizo ni caso. Le
contestó fríamente (y le mintió): «nos ocuparemos de esto a la
vuelta».
Decía
«la vuelta» porque Hitler, una vez más, se ausentaba de Berlín.
Tenía una cita en Essen, en las factorías Krupp, el día 28 de
junio.
Se
marchaba hecho un manojo de nervios. Sabía lo que iba a hacer. Lo
que no tenía tan claro, es cómo. En ese momento, aunque en puridad
ni Hitler lo supiese todavía, todo dependía de la cara que pusiese
un hombre westfalio entonces de 44 años, marcial, relativamente bien
parecido (su rostro podría pasar por el de cualquier secundario de
películas del Oeste), Cruz de Acero y Cruz de Honor por sus méritos
en la Gran Guerra, llamado Viktor Lutze.
Pero
ya llegaremos a eso. Paciencia. De momento, volemos hacia Essen,
sentados junto a un Adolf Hitler que mira por la ventana como si
quisiera ahorrarse el diálogo con sus vecinos de asiento (es eso
exactamente lo que quiere), mientras mira el cielo y retuerce alguna
pequeña guedeja de su minúsculo bigote.
No le
interrumpas. Está contando cadáveres.
Nuevamente, con la intencion de contribuir a mejorar esta excelente saga, un par de sugerencias:
ResponderBorrar"El día 11 de junio, Franz Seldte se desplazó a Magdeburgo, donde había sido retenido por unos guardias de asalto durante algunas horas. Al parecer, querían impedir que tomase la palabra, como estaba previsto, en una reunión del Stalhelm. "
Yo aclararia que estos "guardias de asalto" son los de la SA (al inicio me he quedado descolocado), y tambien que Stalhelm son los "Cascos de acero", ya que para un no-entendido puede causar confusion.
En cuanto a las medallas de Lutze, supongo que te refieres a la Cruz de Hierro y la Pour le Merite ¿no?
ResponderBorrarEborense, strategos
Perdón por la intromisión, pero Kitzingen (www.kitzingen.info o kitzingen.de) no está en Pomerania (Pommern) si no en Franconia (Franken) cerca Würzburg.vivo a 80 Km de allí.
ResponderBorrarHe intentado encontrar más información de Kammerow y Matzahn en relación a Kitzingen pero no he encontrada nada en Google.
Todo el bloq muy interesante. en mi humilde opinión debe de ser otra ciudad.que tras tras la anexión a Polonia tenga ahora otro nombre... es muy común en Alemania que los nombres de las ciudades se repitan (y se les annade el nombre del río para distinguirlas
Sí, a mí también me intriga el tema Kitzingen. Trato de buscar algún buen motor de búsqueda de hemeroteca alemana, pero todavía no he tenido éxito.
BorrarMás en concreto. ¿alguien sabe si el Völkischer Beobachter se puede consultar en línea?
BorrarNo sé si se te ha colado un error o mi despiste histórico-bancario es colosal, pero cuando mencionas el Bundesbank, ¿no deberías referirte al Reichsbank?
ResponderBorrarJuan, al parecer no. Esta microfilmado pero nadie se ha tomado el trabajo de subirlo, que se sepa.
ResponderBorrarLo mas que encontre es esto, portadas sueltas de ciertos numeros: http://de.metapedia.org/wiki/V%C3%B6lkischer_Beobachter
Esto es una conspiración judía. Fijo :-))
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