Te recuerdo que antes de seguir leyendo te hemos recomendado que pases por una cabina de descompresión y te hemos contado el cabreo de Hindenburg que lo comenzó todo. Asimismo, te hemos contado el discurso de Von Papen en Marburgo, y la que montó. El relato siguió contando cómo Hitler decidió comenzar a apaciguar a las SA, y cómo Röhm se la metió doblada. Como consecuencia de todo esto, Göbels pasó a la ofensiva y se acojonó a partes iguales.
Acto seguido, te hemos contado una crucial conversación entre Hitler y el general Von Blomberg. Después ha llegado el tiempo de contarte cómo Hitler comenzó a tascar el freno, y la que se montó en Kitzingen.
El día 28 de junio, mientras Hitler volaba a Essen, comienza la Noche de los Cuchillos Largos propiamente dicha. Y comienza con un acto que pasa casi desapercibido y del que Hitler no sólo está informado, sino que sabe, mientras vuela en el avión que lo saca de Berlín, que al día siguiente le van a entregar un informe estrechamente relacionado con ello.
El día 28, a
primera hora, el periodista Edgar Julius Jung, jefe de prensa del
vicecanciller Von Papen, es discretamente secuestrado por la Gestapo.
Jung cometió el
mismo error que cometen muchos periodistas: no tener más vida que su
trabajo. Esto se lo puso relativamente fácil a Himmler. Cuando fue
abordado por miembros de la Gestapo que lo invitaron a irse con
ellos, comenzó una ausencia de horas en la que muy poca gente, en realidad,
echó de menos al pobre Edgardo; sobre quien sí supo de su desaparición hablaremos pronto, pero no para bien precisamente.
Desde hacía tiempo, Jung había asumido la función de ser el enlace de Papen entre Neudeck y Berlín, así pues se pasaba el día viajando de un sitio a otro; a nadie le extrañó no verlo en su entorno. ¿El motivo del secuestro? Muy sencillo: Hitler le había dado órdenes tajantes de Göring de que había que sacarle a hostias a Jung la información de dónde estaba, y quién tenía, el testamento de Hindenburg. Así de claro. Le había dicho el canciller a su mano derecha en la NCL que quería un informe por escrito en la mañana del 29. Lo cual quiere decir que había que ser muy expeditivos al presionar a Jung.
Desde hacía tiempo, Jung había asumido la función de ser el enlace de Papen entre Neudeck y Berlín, así pues se pasaba el día viajando de un sitio a otro; a nadie le extrañó no verlo en su entorno. ¿El motivo del secuestro? Muy sencillo: Hitler le había dado órdenes tajantes de Göring de que había que sacarle a hostias a Jung la información de dónde estaba, y quién tenía, el testamento de Hindenburg. Así de claro. Le había dicho el canciller a su mano derecha en la NCL que quería un informe por escrito en la mañana del 29. Lo cual quiere decir que había que ser muy expeditivos al presionar a Jung.
¿Dónde estaba Von Papen?. Pues estaba representando al gobierno en un
congreso de alemanes en el exterior. En la mañana del día 28, el
vicecanciller recibió la angustiada visita de la señora de la
limpieza que trabajaba para Jung, que le dijo que se había
encontrado el apartamento hecho unos zorros y, para colmo, la palabra
«Gestapo» escrita (más que seguramente por Jung, al que tal vez dejaron entrar a mear antes de irse) en el espejo del baño. Tal vez pensó (aunque yo lo dudo) en ponerse
a investigar, pero no contaba con que todo aquello lo estaba montando
Himmler; que para otras cosas no serviría, pero para las
casualidades que no lo son, se vestía por los pies. Casi
inmediatamente después de esa entrevista, apareció un enviado de la
Cancillería, que le pedía disculpas al vicecanciller por aquel
atraco, pero le transmitía el deseo de Hitler de que lo
sustituyese en el famoso congresito de alemanes diasporados.
Lo que sigue no es
que hable muy bien de Von Papen. Lo que cabría esperar de él,
teniendo en cuenta que Jung era su perro fiel, que ya le había dado
su vida y pronto le daría, además, su existencia; y teniendo en
cuenta que, con Hitler fuera de Berlín, aquel hombre era la primera
autoridad de Alemania, lo suyo habría sido que levantase un
teléfono, llamase a Göring, lo pusiera firmes y le conminase a
liberar a Jung en minutos tres. Pero no hizo nada de eso. Lo que hizo
fue acudir al congreso al que Hitler le pedía que fuese y, una vez
allí, realizar un discurso notablemente suave y comprensivo hacia
los nazis; buscando, claramente, hacerse perdonar lo de Marburgo. Hacerse perdonar el discurso que, bajo sus órdenes, le había escrito Edgar Julius Jung.
Siempre he pensado,
de verdad, que lo más arrastrado que se puede ser en esta vida es la
mano derecha de alguien de poder. Mientras a tu jefe las cosas le van
bien, tu vida es la hostia. Comes en los mejores restaurantes, te
salen amigos incluso entre tus declarados enemigos, todo eso. Pero si
un día el barco zozobra, es a ti a quien tu querido amigo, tu
querido jefe al que le has dado todo, echa primero por la borda. Esto
es, ya digo, muy común. Pero lo de Jung, es de traca. Y la reacción
de Papen, de traca y media.
Para desesperación
de Papen, además, cuando llega al congreso de marras se encuentra
con que, al contrario de lo que rezaba el programa, ni Göring ni
Göbels están allí. A las primeras de cambio, lo más parecido a un nazi con cresta de macho
alfa que encuentra es Kurt Schmidt, ministro de Economía; un hombre
que sabe que su propia silla se está moviendo. De hecho, Hitler se
lo quiere cargar, y Kurt se lo va a poner muy fácil: precisamente
durante aquel acto del 28, Schmidt reventará de un ataque al corazón
que le obligará a guardar un amplio reposo que le facilitará las
cosas a Hitler, quien lo cesará por razones de salud y lo sustituirá
por el doctor Schacht.
También está por
ahí Seldte; pero con Kitzingen ha tenido más que suficiente, así
pues las posibilidades de que haga piña a favor de Papen son nulas.
Finalmente, Von
Papen encuentra a Rudolf Hess. Pero, por mucho que le pregunta y le
inquiere sobre la situación, Hess dice no saber nada de las
intenciones de su jefe. La verdad es que a Hess hacer de estúpido se
le daba de coña.
Es en esas
circunstancias, sabiendo más que sospechando que su mano derecha ha
sido secuestrada por Himmler, en las que Papen pronuncia un discurso
en el que, entre otras cosas, dice «los extranjeros se han mostrado
muy interesados estas últimas semanas por ciertas diferencias de
criterio que han surgido en el seno del gobierno. Estas personas
normalmente han llegado a conclusiones dictadas o por la maledicencia
o por el desconocimiento. Yo afirmo delante de vosotros que no existe
ningún tipo de duda: el Führer posee la confianza de toda la
nación, y nosotros estamos estrechamente unidos alrededor de él.
Cualquier cálculo que se haga en el extranjero fundado en
pretendidas disensiones interiores no llevará sino a adjudicarle a
Alemania una política totalmente inexacta».
Como digo, una
delicia trabajar para un tipo así, tan valiente. Que, por cierto,
tenía que saber, a ciencia cierta, que soltando esas frases
glamurosas, vergonzosamente pastueñas, no estaba haciendo otra cosa
que mandarle a Himmler el mensaje de que se podía cargar a Jung sin
problemas. El oído de Himmler, por supuesto, no falló.
¿Y Hitler? Pues
algunas horas después de que Papen tiemble en la tribuna de
oradores, ya día 29, el canciller está visitando la factoría de Alfried Krupp
von Bohlen und Halbach. Si pudieseis ver con paciencia las imágenes que por
supuesto se tomaron de aquella visita, observaréis que Hitler habla
muy a menudo con Wilhelm Bruckner quien, como siempre, está a su
lado en ese tipo de actos. Se vuelve Hitler para saber sólo una
cosa: si ha llegado ya el informe de Göring. Bruckner se acerca a la
oreja izquierda del Führer para musitar: «Jung todavía no ha
hablado». Yo creo que han de ser pocas las escenas que ofrezca la
Historia del jefe de un gobierno esperando, impaciente, las noticias
de la tortura e interrogatorio de la mano derecha de su
vicepresidente. Dislocad los hechos y pensarlos en términos de hoy:
Rajoy, la Sáenz de Santamaría... os ayudará a daros cuenta el
nivel de esquizofrenia que alcanzó la política en aquellos
momentos.
Una de esas veces,
Bruckner, que se ha ausentado brevemente, trae un telegrama. A Hitler
se le ilumina la faz. ¡Por fin, las noticias de Göring! Pero
Bruckner niega y aprieta los labios.
El telegrama viene
de Wiessee. Es de Röhm.
El jefe de las SA
reclama confirmación de la hora a la que Hitler llegará a la
reunión con jefes de las secciones de asalto que, como ya hemos
dicho, debe celebrarse antes de la desmovilización de julio, al día siguiente. Röhm,
siempre en todo, dice en el telegrama: «he encargado un menú
vegetariano en previsión de que llegues antes de la comida».
Quiere
la casualidad que en ese mismo momento, el señor Krupp esté
tratando de decirle algo a Hitler. Ese algo es que, er, mi Führer,
ya tu sabes, er, la ley prevé que en las factorías, o sea, en las
factorías, también en las mías que están trabajando, mi Führer,
para el rearme de Alemania, pues, tú sabes, la ley dice, er, que a
los obreros que sean de las SA y que pretexten, o sea, cualquier cosa
para no venir a trabajar, pues que hay que dejarles ir. Y que esto,
er, mi Führer, es un problema.
Hitler
se para, lo mira de hito en hito (es de suponer que Krupp se caga un
poquito; pero eso no lo sabemos), y dice: «las SA van a ser
desmovilizadas. Pronto no habrá ejercicios ni marchas a las que se
puedan escaquear.»
La
visita termina sin que Bruckner anuncie la llegada de noticias de
Berlín. Para entonces, Hitler es una puta bomba de ardillas con los estómagos petados de jalapeños. Le cuesta concentrar sus
pensamientos, le cuesta seguir el hilo de lo que le dicen. Es como un
autómata, porque en realidad está pensando en otra cosa. Sin saber
quién tiene el testamento de Hindenburg, a quién hay que matar, la
NCL pierde la mitad de su razón de ser. Con los minutos, eso sí, se
da cuenta de que todavía queda la otra mitad. Y, sobre todo, que él
ha alcanzado eso que los pilotos de avión llaman la velocidad de no
retorno, ésa en la que, o despegas, o te la pegas. Tal y como yo lo veo, el Hitler que, en la mañana del día 29, está oyendo sin escuchar las plúmbeas explicaciones técnicas del señor Krupp, no puede estar del todo seguro del montaje de la NCL. Es decir: si el tomador actual del testamento de Hindenburg sobrevive a la matanza, siempre puede encontrar la forma de hacer llegar el documento, por ejemplo, a Von Blomberg, y colocar al Ejército en la disyuntiva entre aceptar las condiciones impuestas por la violencia de las SS (ejecutoras de la Noche), o las marcadas por el Presidente de la nación en su última voluntad política. Esta es la razón de que Hitler necesite saber quién tiene el papel y, sobre todo, si lo tiene Von Papen; porque sabe que cargarse a su vicecanciller es un paso muy arriesgado que le puede salir muy mal si los alemanes católicos deciden no creerse toda la basura que, en ese caso, los nazis habrían elaborado para demostrar que el vicecanciller estaba traicionando a la nación y bla.
Tengo por probable, aunque lógicamente no puedo demostrarlo (Hitler no suele responder a las ouijas), que la reflexión estratégica de Hitler fue tal que así:
1) Voy a sufrir una encerrona en la reunión de jefes de las SA. Las posibilidades son muchas, pero la más probable es que Röhm me rodee con sus mandos, haga algún tipo de demostración de fuerza y, acto seguido, reclame de mí un acto público inconfundible. Podría ser, por ejemplo, anunciar la inmediata integración de las SA en las Fuerzas Armadas, conservando los galones.
2) Por lo tanto, esta reunión, simplemente, no puede producirse. De otra forma, yo podría entrar en ella Führer y salir pelele.
3) No sé dónde está el testamento de Hindenburg. Pero el peligro real es que quien lo tenga se lo haga llegar a Blomberg. Si se lo entrega a alguien fuera de Alemania, me la pela: diré que es una falsificación. Toda Alemania lo dirá. Y la Iglesia no se va a quemar las manos por esto.
4) Si el problema es Blomberg y las fuerzas armadas, no hay que olvidar que, si sigo adelante, en 48 horas me deberán una muy gorda. Sus incentivos para seguir conmigo serán muchos; y los de que pelear para sustituirme por un Kronprintz que es una incógnita, pocos.
Tengo por probable, aunque lógicamente no puedo demostrarlo (Hitler no suele responder a las ouijas), que la reflexión estratégica de Hitler fue tal que así:
1) Voy a sufrir una encerrona en la reunión de jefes de las SA. Las posibilidades son muchas, pero la más probable es que Röhm me rodee con sus mandos, haga algún tipo de demostración de fuerza y, acto seguido, reclame de mí un acto público inconfundible. Podría ser, por ejemplo, anunciar la inmediata integración de las SA en las Fuerzas Armadas, conservando los galones.
2) Por lo tanto, esta reunión, simplemente, no puede producirse. De otra forma, yo podría entrar en ella Führer y salir pelele.
3) No sé dónde está el testamento de Hindenburg. Pero el peligro real es que quien lo tenga se lo haga llegar a Blomberg. Si se lo entrega a alguien fuera de Alemania, me la pela: diré que es una falsificación. Toda Alemania lo dirá. Y la Iglesia no se va a quemar las manos por esto.
4) Si el problema es Blomberg y las fuerzas armadas, no hay que olvidar que, si sigo adelante, en 48 horas me deberán una muy gorda. Sus incentivos para seguir conmigo serán muchos; y los de que pelear para sustituirme por un Kronprintz que es una incógnita, pocos.
Rápidamente, Adolf Hitler escoge un restaurante, a la orilla del río. Le dice a Bruckner que
llame allí para reservarlo (no una mesa: el restaurante). Y pide el
coche. Krupp esperaba alojarlo en sus propios aposentos, pero Hitler
se niega educadamente. Quiere ir a lo que la Historia conoce como el
albergue de Godesberg, a orillas del Rhin. Se llama restaurante de
las Limas, y será famoso por dos veces. Una, en 1938, porque será
allí donde Hitler reciba a Neville Chamberlain para hablar de
Checoslovaquia. Otra, en 1934, por lo que nos hemos comprometido a
contar en estas notas.
Ya se que no va mucho con el tema aquí tratado pero igualmente le expongo esta cuestión de la que tanto me interesa su opinión:
ResponderBorraren la serie "Goliat agotado" defendías a modo de conclusión una serie de puntos:
"Punto uno: con los matones no se negocia. A un matón, o se le meten dos porrazos para que se relaje, o se le deja hacer porque es más fuerte que uno. La ilusión de que un matón va a volverse Campanilla por mor de una negociación es propia de personas con una mentalidad estratégica apenas embrionaria"
¿Esto se puede aplicar al caso de Rusia en referencia a la Guerra de Ucrania? Porque me da la impresión que los rusos nos vacilan un poco como les da la gana.
Si fuera aplicable el caso ruso, deberíamos en tu opinión caerle a porrazos a Rusia debido a que son más débiles militarmente que la OTAN. Personalmente yo creo que es lo que hay que hacer.
Saludos del Kaiser.
Son situaciones diferentes, tal y como yo lo veo, porque la Alemania de Hitler presentaba una amenaza cierta para los propios países que tenían que tomar una decisión sobre si actuar bélicamente o no; tanto Francia como la URSS estaban expuestas a los ataques de Alemania. En el caso de Rusia, es difícil que Putin se plantee atacar a otro que no sea Ucrania, lo cual hay que reconocer mueve a la moderación.
BorrarProbablemente con Rusia se esté haciendo lo que hay que hacer. Harían falta muchas divisiones acorazadas para hacerle el daño que le hace una baja de cinco dólares en el barril de petróleo.
Tampoco he sido muy concreto. Me refiero a que hay que darles caña en Ucrania a través de la unión de ésta en la OTAN y en virtud de dicho acuerdo enviar fuerzas en ayuda de su soberanía. Teóricamente no estaremos atacando a Rusia ya que ellos mismos dicen que no han intervenido en Ucrania (menuda falacia, pues tienen soldados ahí metidos). Eso es lo que me está faltando, ayuda militar a Ucrania. Por otra parte es cierto que solo con las sanciones y sobre todo produciendo petroleo como lo está haciendo EUA ya se le está haciendo mucho daño al oso ruso. Gracias por responder pero te daré mil gracias si me respondes una ultima cuestión muy breve:
Borrar¿Debería la OTAN permitir la adhesión de Ucrania en la organización? Parece un paso muy atrevido.
Saludos del Kaiser.