De esta serie se han publicado ya un primer, segundo y tercer capítulos.
Amin el Husseini, otrora muftí de Jerusalén y máximo
exponente del nacionalismo palestino, vivió una pequeña odisea con el inicio de
la guerra mundial. Se refugió en Iraq, al abrigo de otro nacionalista radical,
Rashid Ali al-Galiani, el hombre fuerte del gobierno mesopotámico y principal
responsable de que Iraq se empeñase en no declarar la guerra a Alemania, como
hubiera querido Londres. Sin embargo, Husseini era un tipo incómodo para los
británicos, al fin y al cabo dominadores de la zona y con un teórico primer
ministro de su cuerda, Nuri as-Said; así pues, en octubre del 39 tuvo que huir
a Beirut. Las cosas, sin embargo, cambiaron muy rápidamente. Iraq temía que la
pelota turca cayese finalmente del lado alemán del tejado, lo cual habría
supuesto que los iraquíes, de permanecer como fieles soportes de Su Graciosa
Majestad, habrían sufrido con seguridad el mordisco kurdo.
Las agresivas victorias alemanas de 1940 acabaron de
convencer a los iraquíes, y al propio Husseini, de la necesidad de amigarse con
Hitler. El gran teatro de esos contactos fue Turquía y, más concretamente,
Ankara. ¿Por qué, si no, habría enviado allí Hitler a un peso pesado de su
entorno como el ex vicecanciller Franz von Papen? Turquía era, como poco, tres
cosas. La primera, una atalaya necesaria hacia los países y regiones del este
de Europa, notablemente Rumania, de cuyos recursos dependía buena parte de la
campaña rusa (la campaña rusa, básicamente, debía consistir en vivir del
petróleo rumano hasta poder vivir del propio petróleo ruso; Stalingrado fue la
gran y definitiva eliminación de esta estrategia, y es por ello que Winston
Churchill describió la rendición del mariscal Von Paulus diciendo que “hoy han
girado los goznes de la Historia”). La segunda cosa que era Turquía era el
lugar de paso hacia las llanuras mesopotámicas, también absolutamente
necesarias en una guerra total por sus recursos. Y, la tercera, como decimos,
el teatro de las negociaciones entre los alemanes y el nacionalismo radical
musulmán para, coligados, tomar el poder de Palestina, Siria, Líbano y Egipto.
Von Papen recibió en Ankara, el 5 de julio de 1940, al
ministro de Justicia iraquí, Naji Sawkat, quien le entregó una carta de
Husseini en la que le pedía ayuda alemana para la revuelta Palestina. Osman
Kemal Haddad, secretario personal del muftí, giró otra visita el 6 de agosto. A
finales de ese mes, en Berlín, Haddad se entrevistó con Fritz Conrad Ferdinand Grobba, el otrora
embajador alemán en Bagdad que ahora era experto en Oriente Medio del Gobierno
de Hitler. Haddad le solicitó que Alemania e Italia realizasen una declaración
conjunta de apoyo a la independencia de los estados árabes, además de defender
una solución de la cuestión judía satisfactoria para los pueblos musulmanes,
“siguiendo el modelo germanoitaliano”. Que con el tiempo hemos ido sabiendo,
más o menos, en qué consistía. Prometió a cambio convertir Palestina y Siria en
un auténtico infierno para los británicos.
El 18 de octubre de 1940, el secretario de Estado Ernst von
Weitzsäcker y el propio Haddad alcanzaron un acuerdo estratégico. En esos
mismos días, Sawkat viajaba a Ankara de nuevo, donde le aseguraba a Von Papen
que todo estaba listo para una revuelta a gran escala en toda Palestina. En
febrero de 1941, el propio muftí le escribió una carta a Hitler resumiendo
estos contenidos, que le envió por intermedio de Haddad. Carta en la que, por
cierto, utiliza, para referirse a Gran Bretaña, la misma expresión que era muy
querida del general Franco: la pérfida Albión. En febrero, Hitler aprobó los
términos genéricos de la declaración pactada por Weitzsäcker con los
palestinos. Como ya iremos viendo, esta aprobación es el primero de una serie de mojones que conforman la actitud alemana hacia Palestina; actitud que se parece mucho a la metáfora del palo y la zanahoria. Los jerarcas nazis estaban muy acostumbrados a practicar una política de extrema dureza en las palabras y cautela en los actos; es lo que habían hecho durante toda la década de los treinta, y lo que siguieron haciendo una vez estallada la guerra en algunos teatros de la misma, como Oriente Medio. La aprobación de Hitler, pues, supuso la aquiescencia a una declaración formal, pero en modo alguno la implicación de Berlín en una guerra total en la costa oriental del Mediterráneo. Ni en la segunda mitad de 1940, ni después, Alemania estaba en condiciones de garantizar tal cosa. No, al menos, hasta que sus tropas barriesen a los británicos de Egipto; porque Egipto seguía siendo la clave logística y estratégica de la guerra en la zona, como ya lo había sido veinte siglos antes para Octavio, Julio o Marco Antonio.
Esta calculada implicación no evitó (de hecho, su intención era no evitarlo) generar la impresión entre los musulmanes radicales de que el acuerdo estaba hecho, y que les tocaba a ellos mover ficha. pero se pasaron de frenada o, mejor dicho, de acelerada.
En la noche del 1 al 2 de abril de 1941, un grupo de militares dio un golpe de Estado en Bagdad y derribó al gobierno formalmente probritánico (que, sin embargo, llevaba meses jugando al equívoco con Berlín, temeroso de la actitud turca). Al-Galiani fue nombrado primer ministro. Debéis recordar que abril de 1941 es el momento en el que se produce el avance del Africa Korps, combinado con los golpes del martillo pilón alemán en los Balcanes. Nada es casualidad. En mi opinión, esta confluencia fue negociada, y agendada, en algún tibio salón ankarense.
En la noche del 1 al 2 de abril de 1941, un grupo de militares dio un golpe de Estado en Bagdad y derribó al gobierno formalmente probritánico (que, sin embargo, llevaba meses jugando al equívoco con Berlín, temeroso de la actitud turca). Al-Galiani fue nombrado primer ministro. Debéis recordar que abril de 1941 es el momento en el que se produce el avance del Africa Korps, combinado con los golpes del martillo pilón alemán en los Balcanes. Nada es casualidad. En mi opinión, esta confluencia fue negociada, y agendada, en algún tibio salón ankarense.
El problema con el golpe de Estado iraquí es que fue más lejos de lo que probablemente los propios alemanes habían esperado. Cerró las principales gasolineras
que el poder británico poseía en Oriente Medio y, lo que es peor, amenazaba con
abrírselas al III Reich, con lo que los ejércitos alemanes podrían lograr
capacidad logística para golpear a la vez hacia el norte y hacia el sur del
valle del Éufrates. El 18 de abril, en un movimiento un tanto desesperado, y no
exento de riesgos, los británicos desembarcan tropas indias en Basora. Los
iraquíes contestan provocando una escalada en el conflicto y cercando la única base aérea que los ingleses conservaban en
el país, en Habbaniya. Movimiento que no era estrictamente necesario porque, en ese momento, Londres prefería mil veces negociar que dar tiros.
Al-Galiani, y no digamos el-Husseini, eran tipos enrabietados y radicales. La gente radical tiene diversas características generales que les definen; y no precisamente la menor de ellas es ser bastante cabestros y estar pobremente diseñados para los matices. Antes he dicho que es mi opinión personal que el golpe de Estado de Bagdad se fraguó en las habitaciones de Von Papen en Ankara. Pero eso no quiere decir, exactamente, que las instrucciones fuesen bien comprendidas.
Adolf Hitler se regía por varios principios muy sencillos y
básicos. El principal de ellos que, en su presencia, mandaba él. Él, por lo
tanto, decidía cuándo se luchaba y cuándo se hacía la paz. Cuándo se abrían y
se cerraban los frentes. El Führer quería joder a Reino Unido, pero no quería
liarse a tiros con él en lugares que no hubiese previsto. Su plan era desalojar
al vacilante gobierno iraquí para colocar a los nacionalistas radicales al
frente del momio, pero de forma lo suficientemente sutil como para no provocar
un conflicto armado; yo lo imagino como un gambito parecido al del conflicto de los sudetes. La razón para ello, simple: Iraq estaba fuera del rango de la
Luftwaffe. Para enviar pertrechos y armas al país, no había más huevos que
pasar por Siria, y eso sin perder tiempo ni para mear. Y, para pasar por Siria,
hacía falta el consentimiento de la Francia de Vichy, que lo daría… o no,
porque los galos también tenían sus intereses y temerían, de seguro, que una
reacción británica les dejase sin posesiones en Oriente Medio. La campaña de
Creta estaba en marcha (no terminaría hasta un mes y medio después), exigiendo
enormes recursos militares de los establecidos en la zona. Por todo eso, cuando
el 18 de abril, tras el desembarco de Basora, los iraquíes enviaron un cable
solicitando a los alemanes que se desplazasen a ayudarles, en Berlín todo dios
se quedó con cara de gilipollas. Cabe imaginar a Hitler berreando improperios
durante una madrugada entera, como solía hacer cuando se creía traicionado
(porque Hitler no creía en la estulticia; tenía una visión conspirativa de la
vida).
Aunque la Historia del espionaje, la de verdad, cuándo se
supo qué, y dónde, nunca nos la contarán, cabe imaginarse que algo de todo esto
sabía Churchill, porque el 1 de mayo cambia rápidamente de opinión y, en lugar
de abrirse a la negociación con los iraquíes, como de hecho le recomendaban en
Londres, le dio al jefe del ejército británico de Oriente Medio, sir Archibald
Wavell, la orden de atacar. Una orden que ha pasado a la Historia: “si golpeas,
que sea duro”.
La aviación británica comenzó sus deyecciones con espoleta sobre
las posiciones iraquíes, mientras que los indios avanzaban desde Basora a
Bagdad. Seis días después, de la aviación iraquí no quedaban ni los ceniceros,
y los partidarios de al-Galiani estaban más rodeados que Ana Mato cuando se
acercan periodistas.
El 5 de mayo, siguiendo órdenes de Hitler, los alemanes
forzaron al gobierno de Vichy a poner armas almacenadas en Siria en manos de
los iraquíes y a permitir que aviones alemanes repostasen en sus aeropuertos.
El 9 de mayo, el muftí puso su granito de arena llamando a la guerra santa
contra los británicos.
El 11 de mayo, con los iraquíes en situación desesperada, su
viejo embajador alemán Grobba llegó al país, y fue recibido como un libertador.
El mismo día, los alemanes aterrizaban en Mosul 12 cazas pesados y 12 bombarderos. En
una escena propia de una película italiana de los años cincuenta, los aviones
alemanes hicieron una pasada a baja altura por las casas de Bagdad, que fue
recibida por los iraquíes, como es su extraña costumbre, disparando sus armas
al aire. El resultado de tan peripatética celebración fue que una de aquellas
balas celebratorias fue a alojarse en la cabeza del mayor Axel von Blomberg,
jefe del escuadrón, quien por la dicha razón dejó de respirar durante el resto
del siglo.
Aquello había sido un movimiento súper precipitado, para
salvar los muebles. En materia de guerra, las cosas improvisadas no suelen
salir bien, y aquélla no desmintió la norma. De los 24 aparatos alemanes
situados en Iraq, a finales de mayo sólo quedaban dos; los ingleses les habían
encendido el pelo. Los dos aparatos fueron usados para llevarse a los alemanes
a Siria, de vuelta.
Dos días antes de la marcha de los alemanes, el 29 de mayo,
al-Galiani y el-Husseini cruzaban la raya de Irán. Eso sí, el primer ministro
golpista dejó tras de sí un rastro de armas que provocaría el día 1 de junio un
progromo de judíos en Bagdad en el que se produjeron 110 muertos.
A pesar de haber salido malamente de Iraq, los alemanes no
podían decir que les fuera mal. En junio consiguieron tomar Creta, y Rommel
estaba ya entrando en Egipto. Sin embargo, los que pagaron el pato fueron los
que temían hacerlo, es decir los franceses. Gran Bretaña, en cuanto retomó el
control de Iraq, consideró que no podía permitir que un colaborador de Alemania
tan estrecho como Vichy tuviese una presencia relevante en la zona;
consecuentemente, atacó Siria, tomando Damasco el 21 de aquel mes de junio. El
9 de julio tomaron Beirut, lo que obligó a los alemanes a huir a Turquía y quedarse allí sentaditos.
A los alemanes no les iba mal. Pero tampoco demasiado bien.
Es bastante claro que Hitler esperaba abrir el frente del Este con la cuestión
palestina mucho más a su favor. Sus errores estratégicos y, sobre todo, el gran
error de al-Galiani animando un golpe de Estado a destiempo (por lo menos para
el calendario de los alemanes), que provocó la intervención británica y la
desgracia de Francia, hizo que, para cuando los alemanes comenzaron a invadir
la URSS, Rommel no se encontrase donde se debía encontrar, sino bastante más
atrás.
Y, además, el frente del Este se convirtió en una prioridad.
Un enorme monstruo capaz de devorar toda la capacidad de la industria alemana de fabricar armamento y pertrechos.
Al Zorro del Desierto comenzaron a fallarle los suministros. Amén de recibir de Berlín la información de que, en ninguna circunstancia, recibiría tropas de refresco.
Al Zorro del Desierto comenzaron a fallarle los suministros. Amén de recibir de Berlín la información de que, en ninguna circunstancia, recibiría tropas de refresco.
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