Resumen de lo publicado: Los intentos de Sauron por aplacar las iras de los hobbits a base de concesiones llegan claramente tarde. Para cuando el Señor Oscuro decide darle a los hobbits lo que inicialmente pedían, no sólo éstos se han vuelto mucho más ambiciosos, sino que a sus aliados de ahora, los enanos, las reivindicaciones de los hobbits, a los que en el fondo desprecian cuando no odian, se la traen al fresco. Así pues, casi sin quererlo, la Tierra Media se acaba enfrentando a una huelga de enanos que deja las minas paradas y la nación convulsa.
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El 16 de mayo, ya lo hemos contado, a las puertas de la
factoría Renault, los sindicatos se portaron con los estudiantes con bastante
displicencia. Al día siguiente, la UNEF trata de dar un pasito de colegueo
desconvocando la manifestación que ha convocado frente a la radiotelevisión
pública, a la que la CGT se opone, y la cambia por una serie de debates con los
trabajadores de la Renault.
Buen rollito, pero mala cosa. La CGT se apresta a sacar un
comunicado en el que informa de la marcha hacia Billancourt y matiza: “Esta
iniciativa se ha tomado sin consultar a las organizaciones sindicales CGT, CFDT
y FO. Apreciamos vivamente la solidaridad de estudiantes y profesores, pero nos
oponemos a toda iniciativa no prevista que pueda poner en peligro nuestro
movimiento”. Varios militantes del sindicato acuden en Nanterre a un acto
convocado por la UEC para explicar a los estudiantes por qué no deben acercarse
a las fábricas.
La marcha, sin embargo, se celebra, con la participación de
dos o tres mil estudiantes. Llegan a Billancourt a las ocho de la tarde,
cantando La Internacional. La CGT
pasa de ellos pero la CFGT, quizá por eso, les invita a participar en debates
con ellos e, incluso, el 21 de mayo celebrarán una conferencia de prensa
conjunta.
En esos días, en la Asamblea Nacional el gobierno supera una
moción de censura por 244 votos contra 233. Pocas veces alguien ha superado una
moción de censura en medio de una sensación tan clara y neta de haberla, en
realidad, perdido.
La reapertura de la Sorbona, seguida de ocupación de la
misma por los estudiantes, crea en esos días el famoso mito de Mayo del 68. Los
estudiantes, prácticamente dejados de la mano, si no de Dios, sí al menos del
general De Gaulle que es casi lo mismo, se organizan, o desorganizan, según lo
vea cada uno. Todo el mundo se organiza en comités, lo cual hace que la
ensalada de siglas, que ya de por sí es la leche de tiempo atrás, se complique
notablemente. Nacen decenas de CAC (Comités
d’Action Civique), y los CRAC (Comités
Révolutionnaires d’Action Culturelle), los CAR (Comités d’Action Révolutionnaire), y otros muchos. Es entonces
cuando las paredes se llenan de esos afiches tan conocidos, con poemas,
manifiestos, y el conjunto de polladas retóricas que mucha gente cree que son
el centro de M68, siendo apenas su vertiente, digamos, folclórica.
La Sorbona es un experimento de ese nuevo Estado que los
estudiantes quieren crear. En una de sus galerías, un equipo voluntario se
ocupa de preparar bocadillos que, junto con la birra u otras bebidas, son
totalmente gratuitos. La universidad se organiza en comisiones, de no más de 40
personas, que lo debaten absolutamente todo. Los estudiantes quieren convertir
la Sorbona en una especie de microondas donde se va a cocinar el nuevo mundo.
Y, en buena parte, es así, porque no pocos de los conceptos que salieron de
aquellos debates, notablemente en el campo de la educación (y así nos va),
fueron posteriormente aplicados cuando los emocionados estudiantes que los
discutieron se convirtieron en secretarios de Estado.
Para muestra, el gran asunto que preocupa y excita los
debates: los exámenes.
En uno de los mitines, un estudiante, de cuya inteligencia
poco sabemos pero sí podemos afirmar que listo sí que era, proclama a viva voz,
concitando el aplauso general (nos ha jodido), que los exámenes se dejen para l’après-régime. O sea, para cuando la
revolución esté perfeccionada. Buena jugada. Esto situaría la cuestión de los
exámenes en el mismo lugar que la última etapa del comunismo.
A pesar de que la población sorbonera no estaba exenta de
pollas y vagos, algo que es probablemente inevitable siempre que se junta un
número suficiente de neurocirujanos, operadores de soplete o estudiantes,
aquella idea no terminó de cuajar. Es probable que el corte de esa mayonesa no
fuese ajeno al hecho de que el movimiento de la Sorbona era un movimiento de
estudiantes y profesores, y éstos últimos, la verdad, perdían buena parte de su
función si dejaba de haber controles.
Así las cosas los estudiantes, que querían cambiar lo que
existía, hicieron lo mismo que los políticos a los que querían derribar: crear
una comisión para que estudiase el problema. Esta comisión se pronunció
finalmente a favor de la supresión de los exámenes, a cambio del concepto de
evaluación continua por profesores y estudiantes. Que es, justamente, adonde ha
avanzado la pedagogía llamada moderna, con el conocido resultado de
alumbramiento sistemático de subsiguientes “generaciones mejor preparadas de la
Historia”.
Para solucionar el problema acuciante de los exámenes de ese
curso, la comisión propone desplazarlos al otoño, y que los examen versen sobre
materias pactadas entre profesores y estudiantes. A esto, al parecer, lo
consideraban control de conocimientos; del profesor, supongo.
La Comisión, sin embargo, apenas consigue darle una patada a
seguir al problema. De hecho, es paradójico, pero la cuestión de los exámenes
resulta ser la cuestión que, finalmente, aflora todas las divisiones internas
del movimiento de Mayo del 68, y algunas más, pues a la idea le surge una
oposición muy fuerte por frentes inesperados: el primero, los padres, muchos de
los cuales han apoyado a sus hijos considerando que con las manis y movidas
defendían su futuro y tal, y ahora se empiezan a preguntar qué futuro se están
garantizando. Y, por otro, una parte nada desdeñable de los profesores, que por
mucho que quiera una universidad del pueblo y bla, considera que la enseñanza
sin controles es una mierda (que lo es).
El 17 de mayo, para empeorar las cosas, estudiantes
conservadores, englobados en la FNEF (Fédération
Nationale des Étudiants de France) y en la FEP (Fédération des Étudiants de Paris) salen en la televisión haciendo
apología de los exámenes, y afirmando que ellos quieren examinarse. Esto abre
una brecha bastante jodida en el buenismo pedagógico de los ocupantes de la
Sorbona: ¿qué pasa con los que quieren examinarse? Eso, además de demostrar a
los franceses que hay gente, estudiantes, que vive en mayo del 69, pero no
forma parte de Mayo del 68. Como siempre que huele la sangre, el miedo o el
despiste, el Partido Comunista no pierde la oportunidad, y en su periódico
brama contra el grave peligro de que los estudiantes pierdan un año entero de
estudios. Daniel Cohn-Bendit se desgañita repitiendo que los exámenes tendrán
lugar, pero bajo “una fórmula nueva”. Y se queda ahí; como casi todo el mundo
que anuncia fórmulas nuevas.
Como puede verse, la Sorbona enfrenta la tercera decena del
mes de mayo en una situación bastante incómoda y corriendo peligro de que
finalmente le pase lo que se viene oliendo casi desde el principio: su colapso
bajo el peso de las enormes contradicciones y enfrentamientos internos que
porta. Sin embargo, esto no pasará. No pasará, entre otras cosas, porque durante
todo Mayo del 68 hay un actor que trabaja denodadamente para que no ocurra;
para que el movimiento se emplaste, como un solo hombre, cada vez que está en
peligro.
Ese extraño actor no es otro que el Gobierno francés.
El 22 de mayo se anuncia que a Daniel Cohn-Bendit se le
prohíbe permanecer en Francia. La noticia recorre como la pólvora las
universidades e institutos de París, y de toda Francia, a las siete y media de
la tarde de ese día, unas 5.000 personas se han concentrado, espontáneamente,
en la plaza Saint-Michel. El 22 es el día del debate de la moción de censura en
la Asamblea. Mientras dura la sesión, la cosa está tranquila, pero después, y
hasta bien entrada la madrugada, se producirán los enfrentamientos. El Quartier
Latin es limpiado a base de granadas lacrimógenas.
El día siguiente, 23, es jueves, y fiesta de la Ascensión.
París amanece medio vacío por la cantidad de gente que se ha ido de puente. El
país, de todas formas, está totalmente paralizado por las huelgas. El día tiene
una dinámica ya bastante conocida. Se celebran un congrego de comités de acción
y otro del SNE Sup y, por la tarde, se producen enfrentamientos violentos en el
centro de París, de los cuales, como vienen haciendo hace días, tanto el
Movimiento 22 de Marzo como la UNEF y el SNE Sup declinan toda responsabilidad.
Convocan una manifestación el día
siguiente, que está prevista una intervención pública del Presidente de la
República.
Al alba del viernes, 24 de mayo, Maurice Grimaud, el
prefecto de policía de París, hace una declaración en términos casi
milenaristas: “Estamos frente a una jornada de la máxima tensión. Espero que se
produzca la inteligencia de desconvocar toda manifestación durante 24 horas o,
de lo contrario, cada uno tendrá que aceptar su responsabilidad”. Cuando dice
eso, hace horas que varios miles de personas y la policía han tenido una
auténtica batalla campal por las calles del Quartier Latin. 110 estudiantes y
78 policías han terminado sentados, si no tumbados, en la camilla del médico.
De mañana, es el ministro del Interior, Christian Fouchet, el que lanza una
llamada a la prudencia.
Esa tarde hay previstas dos manifestaciones distintas. Una
la ha convocado la CGT, en solidaridad con los trabajadores en huelga. Por su
parte, los estudiantes han convocado otra en la Gare de Lyon. Esta segunda es
la más temida, porque las masas estudiantiles están siendo amplia, y
lógicamente, agitadas por los Comités de Acción dominados por gente del
Movimiento 22 de Marzo, que corre peligro de ver a su principal líder deportado
de Francia. En la sesión del día del congreso del SNE Sup, Alain Geismar no lo
pasa muy bien. Los profesores más radicales, tras los enfrentamientos de la
noche anterior entre policía y estudiantes, acusan a Geismar de haberse amigado
en exceso con los sindicatos; y no les falta bastante parte de razón.
Cohn-Bendit, mientras tanto, está ya en Alemania, en
Sarrebruck. A las dos y media de ese día, ha anunciado, se presentará a los
guardias franceses del paso fronterizo de Breme-d’Or. Acaba llegando a las
cinco y media, acompañado por unos mil jóvenes, todos cantando La Internacional. Tras una breve
negociación, Cohn-Bendit entra en Francia con una delegación de diez
estudiantes alemanes. Permanece diez minutos en las dependencias aduaneras en compañía
del subprefecto de Forbach. Llega el comisario principal Martin, jefe del sector
fronterizo de La Mosela, y le lee, fríamente, la orden de expulsión.
Cohn-Bendit se niega a firmarla. Luego permanece en el puesto fronterizo dos
horas y pico más.
No es la policía la única “institución” que putea a
Çohn-Bendit aquel día 26. L’Humanité,
en el número de esa misma jornada, escribe: “¿Qué perspectivas ofrece a los
obreros y estudiantes este pretendido revolucionario? Confiar el líderes de este tipo sería
provocar la caída del movimiento obrero”.
Buen rollito revolucionario es lo que se respira, a toda
hora, en Mayo del 68.
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