viernes, noviembre 21, 2025

Ceaucescu (23): Donde dije digo...




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 


En el curso de estos acontecimientos, Gheorghiu-Dej había regresado a Rumania, concretamente el día 28 de octubre. Sin duda, en Belgrado había discutido con Tito la situación de Hungría; y con el mismo nivel de probabilidad, ambos dirigentes habían llegado a la conclusión de que, por muchas cosas que les separasen, les unía, sin duda, la convicción de que a ninguno le convenía un vecino liberal. El dirigente rumano, nada más llegar a Bucarest, envió a dos personas de cierto peso a Budapest para tenerle puntualmente informado: Aurel Malnasan, que era viceministro de Asuntos Exteriores; y Valter Roman, un cuadro importante del Partido.

A pesar de las medidas del Politburo, y aunque es difícil de saber ya que, como bien se sabe, los comunistas son tan amigos de la libertad de expresión cuando no gobiernan como enemigos de la misma cuando gobiernan, parece que hubo protestas obreras. En Bucarest, se reportaron por parte de algunos periodistas extranjeros movilizaciones de los trabajadores ferroviarios en Grivita; y también hubo otros disturbios en Iasi. En ese momento, los desastrosos resultados de la cosecha habían creado un durísimo desabastecimiento, y las personas hacían larguísimas colas en las tiendas para conseguir algo que llevarse a la boca a precios abusivos.

Para tratar de parar la hemorragia, el día 29 el gobierno anunció una subida del salario mínimo, además de otras cosas como concederle a los ferroviarios el privilegio de viajar en tren gratis para que dejasen de dar por culo. Aún así, al día siguiente las provincias de Timisoara, Oradea e Iasi fueron colocadas bajo control militar; las tropas soviéticas que estaban establecidas en Rumania fueron trasladadas a la frontera con Hungría.

El 5 de noviembre, dos estudiantes de Medicina: Alexandru Ivasiuc y Mihai Victor Serdaru, decidieron organizar una manifestación en la universidad de Bucarest, para cuya convocatoria distribuyeron una serie de pasquines en los que se abogaba por la retirada del plan de estudios de las universidades de la lengua rusa y del marxismo-leninismo. Los impulsores fueron arrestados, pero aún así las protestas se celebraron en muchos puntos. Ese mismo día, Miron Constantinescu asistió a una asamblea estudiantil en Cluj en la que prometió que las clases de ruso obligatorio en las universidades serían retiradas; dos semanas después, fue nombrado ministro de Educación. Pero el gesto estaba muy lejos de significar lo que se podría pensar leyendo una frase detrás de la otra. La promesa de Costantinescu tuvo, de hecho, el valor de la promesa average de un comunista. Miron era el número 7 del régimen en ese momento y, por supuesto, era miembro del Politburo. Su nombramiento al frente de un ministerio que había sido tradicionalmente ocupado por bienintencionados profesores fue un mensaje de Gheorghiu-Dej, en el sentido de que había sonado de la hora de controlar con mano de hierro a los jovenzanos.

Las protestas contemporáneas con el movidón de Hungría, sin embargo, apenas llegaron a nada. La razón fundamental, a decir de quienes las han analizado a fondo, fue que los estudiantes no lograron alcanzar el punto que sí alcanzarían en Mayo del 68 en París: el punto de confluencia con las organizaciones obreras. Aunque evidentemente había mucho descontento entre los trabajadores a causa de sus salarios y condiciones de vida, lo cierto es que cuando los estudiantes se echaron a la calle, o más concretamente se echaron a los campus, se encontraron completamente solos. El régimen había triunfado emasculando cualquier adarme de organización sindical más allá de la oficial, y los trabajadores no se movilizaron.

Como es bien sabido, Nikita Khruschev, un hombre que, probablemente, personalmente repugnaba de las decisiones tomadas con mano de hierro (y así le fue), tomó en 1956 la decisión de sofocar la rebelión húngara de la forma más expeditiva posible. En ello colaboró que tenía allí al hombre ideal para ello (Yuri Andropov); y a un factor que se cita poco, que fue la presión de los chinos. El 23 de octubre, bajo invitación de Khruschev, una delegación china había viajado a Moscú, presidida por Liu (léase Liou) Shao Chi, el entonces vicepresidente del Partido Comunista que acabaría cayendo en desgracia ante Mao. Khruschev y Liu se vieron el día 23, y una vez más el 29, y el gran tema de conversación entre ambos fueron las relaciones entre la URSS y sus países satélite europeos. En ese momento procesal, Mao Tse Tung, ya establecido en el poder en China, y sobre todo tras haber experimentado la muerte de Stalin y su sustitución por un hombre al que no es que no admirase, es que ni siquiera respetaba; Mao, como digo, estaba empezando a pensar en las posibilidades que tenía de colocarse como primer referente del comunismo mundial. Por eso le dio orden a Liu de que presionase al secretario general del PCUS en ese sentido, tratando de hacer sitio para la propia presencia del maoísmo en Europa.

La acción de los chinos, en todo caso, era sutil. Buscaba lo que buscaba; pero lo hacía mediante el subterfugio. Liu era portador de un mensaje de Mao en el que el líder chino le aconsejaba a Khruschev que reaccionase a los problemas en los países del este abriendo un poco la mano y permitiendo que dichos países rigiesen más por sí solos sus destinos; obviamente, este consejo apuntaba justo a lo contrario que habría hecho Mao de estar en el lugar de Khruschev. Pero se trataba de que el pígnico ucraniano dejase espacio libre para que los chinos pudieran meter cuña. Ambos: Khruschev y Liu, se pusieron de acuerdo en hacer pública una declaración.

Así nació la Declaración por el Gobierno de la URSS sobre los principios de desarrollo y robustecimiento de la amistad y la cooperación entre la Unión Soviética y otros Estados socialistas; una declaración en la que empezaba a insinuar la posibilidad de una retirada de tropas soviéticas de suelo extranjero.

Khruschev hizo esa declaración, como digo, presionado por los chinos, y amparado en sus limitadas capacidades como analista a medio y largo plazo. Al ucraniano, efectivamente, no le costaba mucho imaginar las consecuencias que sus actos tendrían mañana por la mañana; pero le costaba mirar a tres o treinta años vista. De alguna manera, el líder de la URSS contaba con que los países socios se tomarían su declaración como un acto simbólico, de poca aplicación práctica. Pero, en el caso de Gheorghiu-Dej, no era así. El líder rumano, en primer lugar, se encontraba en una posición parecida a la de Mao: muerto Stalin, el liderazgo soviético no terminaba de convencerle; y, la verdad, tras las denuncias del estalinismo, incluso le preocupaba en lo que a su seguridad personal se refería. El comunismo rumano, además, había sido desde el primer momento (como el ucraniano, y otros) un comunismo de fuertes tintes nacionales en el que a prácticamente nadie, sólo los muy fans, le gustaba el espectáculo de tropas soviéticas en su suelo. Así que cuando la declaración llegó a Bucarest, no había terminado de salir de la impresora cuando Gheorghiu-Dej ya estaba reclamando: saca a tus putos soldados de aquí. El líder comunista convocó un Politburo a pelo puta a las seis de la tarde del 31 de octubre; reunión en la que se decidió que el tema de la salida de las tropas soviéticas de Rumania sería colocado en el orden del día de la próxima reunión del Pacto de Varsovia.

Los acontecimientos, sin embargo, se precipitaron. Los chinos, que como acabamos de ver habían sido, el 29 de octubre, los principales partisanos de la idea de que la URSS anunciase la retirada de sus tropas de los países amigos, estaban, tan sólo 48 horas después, en la posición exactamente contraria. El día 31, efectivamente, Liu Shao Chi, dado que los chinos temiesen una intervención occidental en defensa de una Hungría libre, estaba presionando a Khruschev para que desenfundase el cuchillo de capar gorrinos y no dejase una sola gónada en su sitio en Budapest.

El día 30, el Presidium del PCUS se reunió para ver qué hacer en sus jardines adyacentes; y, básicamente, lo que terminó por hacer fue lo que Mao le dijo que hiciera o, dicho con más precisión, lo que Mao deseaba que pasase. El líder chino había quedado impresionado en las últimas horas por la naturaleza de los sucesos ocurridos en Budapest. Ya no se trataba de protestas más o menos dentro de la cazoleta del marxismo; se trataba de que había habido incluso comunistas asesinados. Así pues, el mismo día 30 el Politburo del PCC se había reunido para dejar claro que el segundo gran poder comunista del mundo era contrario a la idea de que las tropas soviéticas abandonasen los países satélite (o sea; el Politburo era contrario a sí mismo. Pero ya se sabe que los comunistas nunca han encontrado problemas a la hora de “cabalgar contradicciones”, como dicen ellos; o “cambiar de opinión”, como dicen sus epónimos). La declaración china estaba encima de la mesa del órgano decisorio soviético, y pesó mucho.

Al día siguiente, lo canales de comunicación habituales le trasladaron a Gheorghiu-Dej el mensaje de que antes bailaría David Bisbal desnudo sobre la superficie de la Luna que los soviéticos sacasen sus tropas de Rumania. El líder rumano entró en pánico, y no se quedó tranquilo hasta que no consiguió la total anulación de las actas de su último Politburo.

Pero ésa era toda la parte sucia de la pista para los rumanos. En Bucarest, las cosas como son, la decisión de Moscú de liarse a hostias en Budapest era lo que todos los comunistas locales estaban esperando. Cualquier derivación distinta de los sucesos húngaros era extremadamente preocupante para los rumanos. En primer lugar, porque en su país había una minoría de nada menos que dos millones de húngaros, bastante concentrados geográficamente, que como se sintiese envalentonada, podía poner las cosas muy complicadas. Y, segundo, porque una Hungría que no se sintiese compelida a hermanarse con el comunismo rumano bien podía comenzar a sacar el temita de que Transilvania debería estar dentro de sus fronteras. Todos estos problemas los resolvía de un plumazo el primo de Zumosol si daba un puñetazo encima de la mesa. El 30 de octubre, el gobierno rumano creó un Comando General, bajo cuyo mando colocó a los ministerios del Ejército y del Interior. Los que hayáis seguido con atención estas notas ya habréis barruntado quién fue colocado al frente de este órgano: sí, efectivamente: Emil Bodnaras. Junto a él, Alexandru Draghici, Leontin Salajan, y un tal Nicolae Ceaucescu.

Para entonces, la vida de Khruschev se había convertido en un no parar de encuentros personales y llamadas de teléfonos con diversos líderes comunistas. A todos los presentó el hecho de que la URSS estaba pensando en intervenir en Hungría, para chequear su posición. Ningún líder comunista puso problemas. Repetimos: ningún comunista puso problemas, y esta repetición va, sobre todo, por los hagiógrafos de Tito. El supuesto verso libre del comunismo mundial, esta vez, no se apartó ni medio milímetro; como tampoco lo hizo Gomulka, otro que también tiene, en según qué libros, fama de demócrata avant la lettre.

El 1 de noviembre, le tocó a Gheorghiu-Dej y Bodnaras. En un poderoso ejercicio de cinismo político que, salvo entre comunistas, queda feo, los dos rumanos le dijeron a Khruschev que ya estaba tardando con la intervención. Ambos, en efecto, habían estado en la sesión del Politburo propio en la que habían reclamado los beneficios de una desmilitarización de los países comunistas. Pero si hay una habilidad que todo comunista tiene que tener en grado sumo, ésa es la habilidad de olfatear los cambios de ambiente. Ambos sabían que las cosas habían cambiado; y, además, como ya os he dicho, apreciaban notables ventajas locales en el nuevo entorno. Así que lo alimentaron. El gran ganador interior de aquel cambio fue Bodnaras, de repente un peón absolutamente necesario; tan necesario que, al control de los ministerios que ya tenía, le fue añadida la cartera de Transportes y Comunicaciones.

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