miércoles, noviembre 19, 2025

Ceaucescu (21): La apoteosis del primer comunista de Rumania




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 

El 19 de marzo de 1954, se anunció que el Politburo del PTR había decidido que el juicio contra “el grupo de espías encabezado por Patrascanu” debía llevarse a cabo. Tuvo lugar, exactamente, entre el 6 y el 13 de abril. Fue un juicio sin luz ni taquígrafos del que apenas se publicó información; tan sólo los cargos (que, además, fueron publicitados sólo con referencias a los artículos del Código Penal; es decir, nunca fueron descritos); las conclusiones del consejo de guerra; y la noticia de la ejecución de Patrascanu y Remus Koffler; ambas informadas por el Scinteia el 18 de abril. De hecho, la detención, interrogatorios y juicio de Patrascanu no han sido conocidos al detalle hasta la caída del comunismo.

Patrascanu fue juzgado en compañía de otros diez acusados: Remus Koffler, Herbert Belu Zilber, Ion Mocsonyi-Starcea, Alexandru Stefanescu, Jac Berman, Emil Calmanovici, Victoria Sarbu, Harry Brauner, Lena Constante y Herant Torossian. Los cargos de todas estas personas llenaban 36 páginas del sumario.

De los pocos testimonios que se conocieron sobre el juicio antes de la caída de Ceaucescu, en 1958 se publicó que por la sala habían desfilado diversos comunistas para testificar contra Patrascanu. Entre ellos estuvo Ecaterina Borila, que era la mujer de Petre Borila, un estrecho colaborador de Gheorghiu-Dej; así como Ana Toma, la mujer de Pintile, o Ika Wassermann, que dirigía una editorial en ruso; todos ellos para declarar que Patrascanu estaba preparando una serie de complots, declaraciones sobre las que nunca se les exigió la más mínima prueba.

El tribunal que juzgó los hechos (por usar un verbo y un sustantivo al azar) era, como ya os he dicho, un tribunal militar. Lo presidía el coronel Ilie Moisescu, asistido por los también coroneles Alexandru Demeter e Ion Ciulei. El equipo fiscal también estaba formado por coroneles: Aurel Ardealeanu, Grigore Rapeanu y Rudolf Rosman, además del comandante Ioan Pohontiu.

Moisescu habría de prestar declaración ante la comisión de investigación que montó el Partido en 1967. Según su testimonio, toda la coreografía del juicio, es decir el orden de los testigos y de las declaraciones de los acusados, fue pautada por Iosif Chisinevski, que era miembro del Comité Central encargado de asuntos de propaganda, junto el jefe de interrogadores Ioan Soltutiu y el propio Moisescu. Ni los acusados ni su abogado defensor, que fue designado de oficio por el tribunal, tuvieron derecho a hacer preguntas a los testigos. Todos los acusados se declararon culpables, menos Patrascanu y Stefanescu, que se limitaron a decir que no tenían nada que decir.

Patrascanu, justo antes del juicio, fue sometido a un “ensayo” con Moisescu, en el curso del cual se limitó a decir que aquel juicio era una puta mierda. Esto inquietó al presidente del tribunal, quien informó a Chisinevski de que, tal vez, el acusado no se iba a portar como debía durante las sesiones. Sin embargo, Soltutiu garantizó que sí que lo haría. Sin embargo, erró, porque Patrascanu, efectivamente, optó por no reconocer al tribunal y permanecer en silencio. Moisescu declaró que a lo largo de todo el juicio, Chisinevski estuvo constantemente llamándolo por teléfono para instruirle sobre los siguientes pasos, por lo que se pasó buena parte del tiempo levantándose de su sillón para atender el teléfono. Por supuesto, al final del juicio Chisinevski le dictó al presidente del tribunal la sentencia que iba a firmar.

Así las cosas, el 14 de abril, y tras informar de que el Politburo había votado unánimemente la pena de muerte para Patrascanu y Koffler, la sentencia fue pronunciada.

A Patrascanu y Koffler se les recetó el paredón; Zilber, Stefanescu y Calmanovici fueron condenados a trabajos forzados perpetuos; Mocsony-Starcea y Torossian fueron condenados a 15 años de trabajos forzados; a Brauner y Constante les cayeron 12 años de trabajos forzados; a Berman, 10 años de trabajos forzados; y 8 años para Sarbu. Patrascanu se negó a pedir clemencia, cosa que Koffler sí que hizo (para nada, porque no se la concedieron). Así las cosas, Patrascanu fue ejecutado en la prisión de Jilava a las tres de la madrugada del 17 de abril de 1954. Koffler fue ejecutado ese mismo día, pero no se conocen los detalles.

Ahora que sabía bien que no tenía competencia, Gheorghiu-Dej no tenía ya problema en aceptar el principio de cogobernanza que le exigían desde Moscú. Lo hizo, de hecho, en la misma sesión del Politburó que le receptó la mega mamada de marxismo a Patrascanu. El mismo 18 en que Scinteia estaba anunciando la ejecución de Patrascanu, también anunció que una sesión plenaria del Comité Central del partido había decidido abolir el puesto de secretario general y sustituirlo por un Secretariado que, lógicamente, tendría un primer secretario. Gheorghiu-Dej dimitió como secretario general (así se vendió, aunque formalmente lo que pasaba es que dejaba de serlo porque el puesto desaparecía), aunque seguía siendo primer ministro. El elegido como primer secretario o cabeza del secretariado fue un íntimo del líder, Gheorghe Apóstol. Los otros tres secretarios que se nombraron fueron: Nicolae Ceaucescu, Mihai Dalea y Janos Fazekas; poco menos que becarios, pues Ceaucescu fue hecho, junto con Draghici, miembro candidato del Politburo.

Con la ejecución de Patrascanu, Gheorghiu-Dej consiguió, como objetivo fundamental, dejar a los hombres de Moscú sin alternativas para practicar cualquier plan de cambio y reforma en el liderazgo del comunismo rumano. En los minutos de descuento, con Stalin ya muerto, el líder había conseguido, finalmente, dejar a su Partido sin más alternativa que obedecerle. En Rumania, por mor de la muerte de Patrascanu y el ostracismo de Luca y Pauker, se hacía simplemente imposible que pudiera pasar lo que pasaría en lugares como Polonia y Hungría, donde víctimas supervivientes de Stalin, como Vladislav Gomulka o Imre Nagy, regresaban de las catacumbas para tomar el poder en el Partido. Por lo demás, si desde Moscú se le exigiera a Gheorghiu-Dej que purgase el partido de estalinistas, podría sin problema argumentar que efectivamente lo había hecho: en la persona de Luca y Pauker.

Para dejar estas cosas claras, en octubre de 1954 el líder del comunismo rumano dio la orden de proceder con el juicio contra Vasile Luca. Fue un juicio que, ésta vez sí, admitió la presencia de corresponsales extranjeros, y que duró cuatro días. Fue encontrado culpable de cargos de sabotaje a la economía y conspiración. El 10 de octubre lo sentenciaron a muerte. Luca pidió clemencia, con acierto, dado que le conmutaron la pena por trabajos forzados perpetuos.

El caso de Ana Pauker era distinto. Su predicamento dentro del Partido no se podía considerar muerto; tanto es así que en la cúpula del poder rumano había gentes, como Emil Bodnaras, que eran partidarias de rehabilitarla. Sin embargo, los soviéticos dejaron bien claro que pensaban apostar por Gheorghiu-Dej. Lo cual es bastante curioso, teniendo en cuenta que el líder del comunismo rumano no sólo había llegado a donde había llegado practicando las ahora repulsivas estrategias estalinistas, sino que seguía siendo un estalinista de pura cepa. Rumania es, de hecho, uno de los territorios comunistas donde se puede decir que la muerte de Stalin tuvo unas consecuencias para la vida social y política del país equiparables a las consecuencias que tuvo para la historia de la música clásica el estreno de la canción Toda de Jesulín de Ubrique. 

Esto, sin embargo, no quiere decir, exactamente, que el nuevo poder soviético dejase en paz a Gheorghiu-Dej. Los nuevos mandamases de la URSS, que venían a ser los mandamases antiguos sin Stalin ni Beria, quedaron muy, pero muy, marcados, por los disturbios ocurridos en el verano de 1953 en la República Democrática Alemana a causa de los graves problemas de pobreza y desabastecimiento. Moscú comenzaba a barruntarse que el sistema comunista se estaba gripando. Con esa capacidad de tiene siempre todo provecto comunista que de serlo se precie, lo que mejor se les daba a los Khruschev, Malenkov y resto de peña era dar por culo a otros. Así las cosas, mientras en la URSS, por mucho que se hablase, se tendía a obstaculizar la llegada de las verdaderas reformas económicas (y, si no, que se lo digan a Podgorny), eso mismo era lo que se le exigía a los países satélite. Como digo, la orden era clara: evitar otra RDA a toda costa.

Paradójicamente, para Gheorghiu-Dej, la demanda de reformas fue una oportunidad; una oportunidad que en buena medida supo aprovechar, aunque quien sería un maestro de dicho aprovechamiento sería Ceaucescu. Esto es así porque la demanda de reformas traía aparejado un nivel respetable de autonomía, soberanía incluso, económica; que era lo que los rumanos ambicionaban cada vez más. Los rumanos abandonaron el proyecto faraónico del canal Danubio-Mar Negro, que era un proyecto de Stalin, y sobre el que Khruschev se limpió el orto en cuanto le hizo efecto el Fave de Fuca. De esta manera, Gheorghiu-Dej pudo insinuarle a los rumanos que, de alguna manera, les había parado los pies negándose a seguir con aquella mierda; cuando la cosa no era así porque quien había parado el proyecto eran los propios soviéticos. Asimismo, Moscú tomó la decisión de cerrar las Sovroms, es decir, las empresas de capital mixto que había formado en Rumania a finales de los cuarenta. En todos los casos, la parte soviética fue vendida a los rumanos entre 1954 y 1956.

Gheorghiu-Dej era un gran hijo de puta, lo cual no es ninguna novedad porque a secretario general de una formación comunista no se llega lanzando perfume. Pero era, ya os lo he dicho, un excelente olfateador, un perro perdiguero del marxismo, con mucha capacidad de entender por dónde van las corrientes. Por eso comprendió que la mejor forma de poder seguir siendo un estalinista, que era lo que quería, era dar señas de estar abandonando a Stalin; en esto, predató a Leónidas Breznev en algunos años.

En 1955, el líder del comunismo dictó una amnistía parcial, y dio la orden de que la opresiva política de control comunista de la cultura se redujese algún puntito porcentual. Eso, sin embargo, eran gestos: en diciembre de 1955 volvió a ser votado como primer secretario general, puesto que como veis Apóstol apenas le había estado guardando; y diseñó la total reelección del Politburo, sin caras nuevas, sin ofertas de nuevo cuño (aunque Ceaucescu y Draghici entraron).

En la noche del 25 de febrero de 1956, todo cambió en el orbe soviético, aunque en el orbe no soviético sólo se enteraron los muy bien informados y los muy espías. Nikita Khruschev, consciente de que la URSS no aguantaría a otro autócrata como Stalin, decidió que la única manera de sacar aquello adelante era cargándose la figura del antecesor (algo que no era estrictamente necesario; y ahí está el breznevismo para demostrarlo). Como digo, los ecos de aquel discurso fueron de onda muy corta, pues apenas se oyeron allende el Telón de Acero. Pero dentro de él, las cosas sí que se supieron. Gheorghiu-Dej estuvo razonablemente informado de ello. Y le costó un disgusto de tal calibre que estuvo un mes como pollo sin cabeza, incapaz de reaccionar. Todo su mundo, de alguna manera, se estaba viniendo abajo.

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