Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez
Patrascanu fue juzgado en
compañía de otros diez acusados: Remus Koffler, Herbert Belu Zilber, Ion
Mocsonyi-Starcea, Alexandru Stefanescu, Jac Berman, Emil Calmanovici, Victoria
Sarbu, Harry Brauner, Lena Constante y Herant Torossian. Los cargos de todas
estas personas llenaban 36 páginas del sumario.
De los pocos testimonios que se
conocieron sobre el juicio antes de la caída de Ceaucescu, en 1958 se publicó
que por la sala habían desfilado diversos comunistas para testificar contra
Patrascanu. Entre ellos estuvo Ecaterina Borila, que era la mujer de Petre
Borila, un estrecho colaborador de Gheorghiu-Dej; así como Ana Toma, la mujer
de Pintile, o Ika Wassermann, que dirigía una editorial en ruso; todos ellos
para declarar que Patrascanu estaba preparando una serie de complots,
declaraciones sobre las que nunca se les exigió la más mínima prueba.
El tribunal que juzgó los
hechos (por usar un verbo y un sustantivo al azar) era, como ya os he dicho, un
tribunal militar. Lo presidía el coronel Ilie Moisescu, asistido por los
también coroneles Alexandru Demeter e Ion Ciulei. El equipo fiscal también
estaba formado por coroneles: Aurel Ardealeanu, Grigore Rapeanu y Rudolf
Rosman, además del comandante Ioan Pohontiu.
Moisescu habría de prestar
declaración ante la comisión de investigación que montó el Partido en 1967. Según
su testimonio, toda la coreografía del juicio, es decir el orden de los
testigos y de las declaraciones de los acusados, fue pautada por Iosif
Chisinevski, que era miembro del Comité Central encargado de asuntos de
propaganda, junto el jefe de interrogadores Ioan Soltutiu y el propio Moisescu.
Ni los acusados ni su abogado defensor, que fue designado de oficio por el
tribunal, tuvieron derecho a hacer preguntas a los testigos. Todos los acusados
se declararon culpables, menos Patrascanu y Stefanescu, que se limitaron a
decir que no tenían nada que decir.
Patrascanu, justo antes del
juicio, fue sometido a un “ensayo” con Moisescu, en el curso del cual se limitó
a decir que aquel juicio era una puta mierda. Esto inquietó al presidente del
tribunal, quien informó a Chisinevski de que, tal vez, el acusado no se iba a
portar como debía durante las sesiones. Sin embargo, Soltutiu garantizó que sí
que lo haría. Sin embargo, erró, porque Patrascanu, efectivamente, optó por no
reconocer al tribunal y permanecer en silencio. Moisescu declaró que a lo largo
de todo el juicio, Chisinevski estuvo constantemente llamándolo por teléfono
para instruirle sobre los siguientes pasos, por lo que se pasó buena parte del
tiempo levantándose de su sillón para atender el teléfono. Por supuesto, al
final del juicio Chisinevski le dictó al presidente del tribunal la sentencia
que iba a firmar.
Así las cosas, el 14 de abril, y tras informar de que el Politburo había votado unánimemente la pena de muerte para Patrascanu y Koffler, la sentencia fue pronunciada.
A Patrascanu y Koffler se les recetó el paredón; Zilber, Stefanescu y Calmanovici fueron condenados a trabajos forzados perpetuos; Mocsony-Starcea y Torossian fueron condenados a 15 años de trabajos forzados; a Brauner y Constante les cayeron 12 años de trabajos forzados; a Berman, 10 años de trabajos forzados; y 8 años para Sarbu. Patrascanu se negó a pedir clemencia, cosa que Koffler sí que hizo (para nada, porque no se la concedieron). Así las cosas, Patrascanu fue ejecutado en la prisión de Jilava a las tres de la madrugada del 17 de abril de 1954. Koffler fue ejecutado ese mismo día, pero no se conocen los detalles.
Ahora que sabía bien que no
tenía competencia, Gheorghiu-Dej no tenía ya problema en aceptar el principio
de cogobernanza que le exigían desde Moscú. Lo hizo, de hecho, en la misma
sesión del Politburó que le receptó la mega mamada de marxismo a Patrascanu. El
mismo 18 en que Scinteia estaba anunciando la ejecución de Patrascanu,
también anunció que una sesión plenaria del Comité Central del partido había
decidido abolir el puesto de secretario general y sustituirlo por un
Secretariado que, lógicamente, tendría un primer secretario. Gheorghiu-Dej
dimitió como secretario general (así se vendió, aunque formalmente lo que
pasaba es que dejaba de serlo porque el puesto desaparecía), aunque seguía
siendo primer ministro. El elegido como primer secretario o cabeza del
secretariado fue un íntimo del líder, Gheorghe Apóstol. Los otros tres
secretarios que se nombraron fueron: Nicolae Ceaucescu, Mihai Dalea y Janos
Fazekas; poco menos que becarios, pues Ceaucescu fue hecho, junto con
Draghici, miembro candidato del Politburo.
Con la ejecución de Patrascanu,
Gheorghiu-Dej consiguió, como objetivo fundamental, dejar a los hombres de
Moscú sin alternativas para practicar cualquier plan de cambio y reforma en el
liderazgo del comunismo rumano. En los minutos de descuento, con Stalin ya
muerto, el líder había conseguido, finalmente, dejar a su Partido sin más
alternativa que obedecerle. En Rumania, por mor de la muerte de Patrascanu y el
ostracismo de Luca y Pauker, se hacía simplemente imposible que pudiera pasar
lo que pasaría en lugares como Polonia y Hungría, donde víctimas supervivientes
de Stalin, como Vladislav Gomulka o Imre Nagy, regresaban de las catacumbas
para tomar el poder en el Partido. Por lo demás, si desde Moscú se le exigiera
a Gheorghiu-Dej que purgase el partido de estalinistas, podría sin problema
argumentar que efectivamente lo había hecho: en la persona de Luca y Pauker.
Para dejar estas cosas claras,
en octubre de 1954 el líder del comunismo rumano dio la orden de proceder con
el juicio contra Vasile Luca. Fue un juicio que, ésta vez sí, admitió la
presencia de corresponsales extranjeros, y que duró cuatro días. Fue encontrado
culpable de cargos de sabotaje a la economía y conspiración. El 10 de octubre
lo sentenciaron a muerte. Luca pidió clemencia, con acierto, dado que le
conmutaron la pena por trabajos forzados perpetuos.
El caso de Ana Pauker era distinto. Su predicamento dentro del Partido no se podía considerar muerto; tanto es así que en la cúpula del poder rumano había gentes, como Emil Bodnaras, que eran partidarias de rehabilitarla. Sin embargo, los soviéticos dejaron bien claro que pensaban apostar por Gheorghiu-Dej. Lo cual es bastante curioso, teniendo en cuenta que el líder del comunismo rumano no sólo había llegado a donde había llegado practicando las ahora repulsivas estrategias estalinistas, sino que seguía siendo un estalinista de pura cepa. Rumania es, de hecho, uno de los territorios comunistas donde se puede decir que la muerte de Stalin tuvo unas consecuencias para la vida social y política del país equiparables a las consecuencias que tuvo para la historia de la música clásica el estreno de la canción Toda de Jesulín de Ubrique.
Esto, sin embargo, no
quiere decir, exactamente, que el nuevo poder soviético dejase en paz a
Gheorghiu-Dej. Los nuevos mandamases de la URSS, que venían a ser los
mandamases antiguos sin Stalin ni Beria, quedaron muy, pero muy, marcados, por
los disturbios ocurridos en el verano de 1953 en la República Democrática
Alemana a causa de los graves problemas de pobreza y desabastecimiento. Moscú
comenzaba a barruntarse que el sistema comunista se estaba gripando. Con esa
capacidad de tiene siempre todo provecto comunista que de serlo se precie, lo
que mejor se les daba a los Khruschev, Malenkov y resto de peña era dar por
culo a otros. Así las cosas, mientras en la URSS, por mucho que se hablase, se
tendía a obstaculizar la llegada de las verdaderas reformas económicas (y,
si no, que se lo digan a Podgorny), eso mismo era lo que se le exigía a los
países satélite. Como digo, la orden era clara: evitar otra RDA a toda costa.
Paradójicamente, para
Gheorghiu-Dej, la demanda de reformas fue una oportunidad; una oportunidad que
en buena medida supo aprovechar, aunque quien sería un maestro de dicho
aprovechamiento sería Ceaucescu. Esto es así porque la demanda de reformas
traía aparejado un nivel respetable de autonomía, soberanía incluso, económica;
que era lo que los rumanos ambicionaban cada vez más. Los rumanos abandonaron
el proyecto faraónico del canal Danubio-Mar Negro, que era un proyecto de
Stalin, y sobre el que Khruschev se limpió el orto en cuanto le hizo efecto
el Fave de Fuca. De esta manera, Gheorghiu-Dej pudo insinuarle a los rumanos
que, de alguna manera, les había parado los pies negándose a seguir con aquella
mierda; cuando la cosa no era así porque quien había parado el proyecto eran
los propios soviéticos. Asimismo, Moscú tomó la decisión de cerrar las Sovroms,
es decir, las empresas de capital mixto que había formado en Rumania a finales
de los cuarenta. En todos los casos, la parte soviética fue vendida a los rumanos
entre 1954 y 1956.
Gheorghiu-Dej era un gran hijo
de puta, lo cual no es ninguna novedad porque a secretario general de una
formación comunista no se llega lanzando perfume. Pero era, ya os lo he dicho,
un excelente olfateador, un perro perdiguero del marxismo, con mucha capacidad
de entender por dónde van las corrientes. Por eso comprendió que la mejor forma
de poder seguir siendo un estalinista, que era lo que quería, era dar señas de
estar abandonando a Stalin; en esto, predató a Leónidas Breznev en algunos
años.
En 1955, el líder del comunismo
dictó una amnistía parcial, y dio la orden de que la opresiva política de
control comunista de la cultura se redujese algún puntito porcentual. Eso, sin
embargo, eran gestos: en diciembre de 1955 volvió a ser votado como primer
secretario general, puesto que como veis Apóstol apenas le había estado
guardando; y diseñó la total reelección del Politburo, sin caras nuevas, sin
ofertas de nuevo cuño (aunque Ceaucescu y Draghici entraron).
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