miércoles, noviembre 05, 2025

Ceaucescu (13): Securitate




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 


Al igual que ocurrió en otras dictaduras fascistas comunistas, su cuerpo de policía secreta, la Securitate, no cayó del cielo. La dictadura del rey Carol y del mariscal Antonescu ya habían tenido cuerpos parecidos. Antonescu, sin embargo, montó su mecanismo de control social para perseguir a los judíos y a otros pequeños grupos de enemigos de su régimen. La Securitate, sin embargo, tenía como objetivo a la totalidad de los rumanos.

La primera misión de la Securitate fue laminar las instituciones y organizaciones sociales con las que el régimen no quería convivir. Todo ello se hizo con una presencia clara y evidente de los soviéticos. Elementos venidos de la URSS, efectivamente, ya se habían integrado dentro de la Guardia Patriótica de Emil Bodnaras. Tras la llegada de Groza al gobierno, las puertas del país quedaron abiertas para la NKVD y la NKGB. Un rumano enviado desde Moscú, Serghei Nicolau (nacido Sergei Nikonov) fue colocado al frente de los servicios de inteligencia, en dependencia respecto de Bodnaras. Nina, la mujer de Nikonov, era la secretaria personal de Gheorghiu-Dej. Asimismo, el jefe de gabinete del máximo mandatario comunista era Milhail Gavrilovici, un agente de la CIA soviética; y su guardaespaldas personal, Valerian Bucikov, era un préstamo de la NKVD. La sección de contraespionaje le fue encomendada a un soviético nacido en Besarabia, Pyotr Goncearuc. La policía de seguridad fue colocada bajo el mando de un agente soviético nacido en Ucrania como Panteleimon Bodnarenko, normalmente conocido por su sobrenombre Patiusha; y a quien conoceremos mejor en estas notas como le conocieron los rumanos, es decir, como Gheorghe Pintile. Éste fue, efectivamente, el nombre rumano que escogió Bornarenko para no ir telegrafiando por ahí que no era del país. Lo mismo hicieron otros soviéticos como Boris Grunberg (de casada Alexandru Nikolski). El demiurgo de toda esta gente era el responsable del enlace soviético en Bucarest, Dimitri Georgievitch Fedichkin; Fedirchkin mandaba sobre Bodnaras, Pintile y toda la pesca.

En febrero de 1948, una vez que el ucraniano Bodnarenko había sido reciclado al rumano Pintile, el Partido lo designó miembro de su Comité Central. La mujer de Pintile, Ana Toma, también tenía responsabilidades de espionaje soviético. Debía su apellido a haber estado casada con un periodista, Sorin Toma, importante para los principios del movimiento comunista en Rumania, y que había sido cincelado como intelectual orgánico en la URSS. Sorin Toma fue durante muchos años diputado y dirigente comunista, así como editor de diversas publicaciones del régimen. En los años sesenta del siglo XX, sin embargo, algo debió pasar, porque lo comenzaron a investigar por presuntamente haber sido un nenaza durante la guerra mundial, y lo expulsaron del Partido; aunque fue rehabilitado en 1970. Después de su rehabilitación emigró a Israel, y allí se hizo ex comunista (más que anti comunista). Escribió un libro de memorias.

Tras estar casada con Sorin, Ana Toma fue la pareja de Constantin Parvulescu, tras lo cual acabó casándose con Pintile. El matemático rumano Egon Balas, que se piró a los Estados Unidos en 1966, describió una vez a Toma como “una auténtica cerda”.

En agosto de 1948, Pintile, que era jefe de la sección política y administrativa del Comité Central del Partido, fue encomendado de la dirección de la vieja Siguranta, que fue renombrada Directia Generala a Securitatii Poporului o, más comúnmente, la Securitate. Su principal función, tal y como reza el decreto por el que se creó, era “defender los logros de la democracia”. Lo que pasa es que, como la democracia no había conseguido muchos logros, se dedicó más a defender los logros del comunismo. De hecho, el 90% de los oficiales del nuevo cuerpo eran cuadros comunistas.

A Pintile se le nombraron dos directores adjuntos: Alesandru Nikolski, a quien ya os he citado, que era un besarabio rusoparlante, judío además; y Vladimir Mazuru, un ucraniano de Besarabia, que con los años sería embajador rumano en Polonia. Los tres venían de la factoría NKVD.

La Securitate contó, desde el primer momento, con un nutrido grupo de asesores de la MGB soviética. Los dos principales enlaces fueron: en los tres primeros años, Sergei Savcenko; y, después, Alexander Milhailovitch Sakharovski. Además, estaba el embajador soviético en Bucarest, Sergei Ivanovitch Kavtaradze, un georgiano que era amigo personal de Stalin; lo cual, más que probablemente, le salvó la vida, pues fue objeto de las purgas contra el trotskismo, pero es uno de los escasísimos ejemplos de acusado que logró superar su acusación.

La creación del entramado soviético-rumano en la Securitate fue supervisada, como en otros países satélite de la URSS, por Lavrentii Beria, asistido por Viktor Semionovitch Abakumov, el nuevo director de la MGB.

A finales de la década de los cuarenta, la Securitate tenía unos 4.000 efectivos, entre los cuales había dos pequeñas minorías de polis húngaros y judíos. Los servicios de seguridad tenían especial interés en tener bien controladas las regiones y provincias del país donde la presencia magiar era relevante, tales como Brasov, Cluj, Oradea, Sibiu, o Timisoara. Ciertamente, el número de oficiales que os acabo de dar era pequeño, teniendo en cuenta que actuaban sobre una sociedad de 18 millones de almas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que ya en 1948, cuando apenas comenzaban a andar, tenían ya una red de informadores que superaba las 40.000 personas.

Esto garantizó una importante capacidad de actuación. A principios de los cincuenta, la Securitate estaba investigando por espionaje a algo más de 45.000 ciudadanos rumanos, de los cuales 267 fueron finalmente acusados. Más allá de las investigaciones por espionaje, en ese mismo momento 417.000 personas estaban siendo vigiladas, de las cuales 5.400 fueron arrestadas. Puede parecer poco; pero, si lo llevas a la situación actual de España, esto supone que, hoy, la UCO le estuviera poniendo micrófonos y vigilando a aproximadamente 1,2 millones de españoles.

De hecho, las actividades de vigilancia se hicieron tan frenéticas que incluso afectaron también a miembros del Partido. La llamada Unidad T, que era la que se encargaba de pinchar teléfonos y grabar las conversaciones y estaba comandada por el coronel Alexandru Neacsu, vigiló las comunicaciones de Ana Pauker, Vasile Luca, Teohari Georgescu, Ion Gheorghe Maurer, Alexandru Barladeanu y Walter Roman, todos ellos dirigentes comunistas (y en el caso de Georgescu, cuando menos formalmente, también era su jefe). En la década de los cincuenta, fueron añadidos a la lista Iosif Chisinevski, su mujer Liuba, Constantin Doncea… y un tal Nicolae Ceaucescu. También fue espiado Miron Constantinescu y, en un arabesco acojonante, en 1964 el régimen rumano llegó al paroxismo de que J. Edgar Hoover espiase a Hoover, puesto que la persona puesta bajo la atenta vigilancia de los pinchalíneas fue Gheorghe Pintile. Fue espiado, pues, bajo las órdenes de Alexandru Nikolski, su subordinado. En 1968, se supo que en 1949 incluso Gheorghiu-Dej había sido espiado. ¿Por qué? ¿En serio que todavía no lo habéis adivinado? Exacto: por órdenes de Moscú.

Entre 1948 y 1958, la Securitate impulsó la detención de más de 70.000 personas. Pero esto puede ser sólo la versión oficial maquillada, ya que los dirigentes comunistas rumanos confesaron con todo su desparpajo que, sólo para imponer la colectivización agraria, habían practicado 80.000 detenciones.

El procedimiento de la Securitate no tiene nada de nuevo; estaba ya inventado incluso antes del comunismo, aunque hay que reconocer que éste lo quintaesenció. Lo realmente importante era tener informadores que estuviesen dispuestos a soltar mierda de otros. La mejor forma de conseguirlos era tenerlos cogidos por los huevos; así que lo que hacía la Securitate era vigilar al personal y, a la mínima que vieran o les contaran, trincaban al pobre diablo, se lo llevaban a una comisaría, le daban una mano de hostias para que no supiera ni dónde tenía el ojo del culo, y después le ofrecían congelar su caso (siempre gravísimo) a cambio de que comenzase a largar. En esas circunstancias, cualquiera cantaría; así que cantaban todos. Y el sistema, como en una bomba de fisión, se autorreplicaba.

El procedimiento llegó a estar tan viciado de mentiras y fango que, a mediados de los cincuenta, la policía rumana no tuvo otra que proceder a una purga en su amplísima red de informadores; purga en la que el 70% de aquellos bocachanclas fueron rechazados. Los nuevos informadores fueron reclutados entre una clase de rumanos especialmente gilipollas: los intelectuales.

La estructura de seguridad rumana se completaba con otras dos unidades: la milicia, instaurada para sustituir a la policía propiamente dicha; y las tropas de seguridad, que quedaron bajo el mando del teniente general Pavel Cristescu, de quien se dice que podría ser ruso. Cristescu, que repartió hostias como panes y jodió muchas vidas, en España, vaya hombre, es un héroe: formó parte de ese grupo de alegres jóvenes apolíticos inocentes, todos ellos henchidos de grandes sentimientos humanitarios, que conocemos como Brigadas Internacionales. Incluso Lo País se acordó de él cuando le dio el apechusque.

La Milicia era un cuerpo especialmente presente en la conciencia de muchos rumanos, ya que era el encargado de gestionar los permisos de residencia; algo que era muy importante en un régimen como el comunista rumano en el que, como en otros muchos paraísos del proletariado, la gente no podía vivir donde le saliese del higo. Las tropas de seguridad, por su parte, eran responsables de mantener el orden público, sobre todo en las grandes zonas urbanas industriales, lo cual quiere decir que su función era aplastar cualquier tipo de movimiento de resistencia hacia las medidas del gobierno. Así que ya veis: Cristescu pasó de luchar por la libertad de los españoles a reprimir la de sus conciudadanos. Sí, tenéis razón: hay algo que no termina de cuadrar ahí.

Una de las primeras grandes misiones de las tropas de seguridad fue actuar contra el maquis rumano. Porque tras la imposición del régimen comunista, hubo grupos de resistencia que decidieron irse a las montañas; y hacia allí que se fueron los hombres de Cristescu, por supuesto con la intención de convencerles con argumentos y gestos amables. También eran los guardias de los campos de trabajo, lo cual tiene su coña poética teniendo en cuenta que, terminada la guerra civil, parece que Cristescu estuvo en alguno que otro antes de poder volver a Rumania.

La gran base jurídica de la labor de todo este entramado fueron una serie de leyes aprobadas por el gobierno que convirtieron la oposición política en un delito penal. El 12 de enero de 1949, siguiendo la estela de Stalin, se introdujo la pena de muerte para los delitos de traición y de sabotaje económico. Asimismo, una ley de 12 de agosto de 1950 impuso la pena de muerte para todos los crímenes contra la independencia nacional y la soberanía de Rumania, así como por negligencias cometidas por trabajadores que tuviesen como consecuencia “el desastre público”; también se incluyó en el paquete el robo o el daño infligido a activos militares y, en general, por conspirar contra el Estado.

Mola el marxismo, ¿eh?

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