lunes, noviembre 03, 2025

Ceaucescu (11): Con la Iglesia hemos topado




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 

Los comunistas rumanos se movieron muy rápido para convertir su país en un montaje estalinista. En junio de 1946, nacionalizaron las empresas industriales, los bancos, las aseguradoras, las minas y las empresas de transporte. Dada la complejidad de la medida, se tomaron más tiempo, hasta el 2 de marzo de 1949, para eliminar todo rastro de propiedad privada en el sector agrario. Por supuesto, también lanzaron su propia lucha contra los chiaburi, versión rumana del kulak soviético. En apenas unos pocos días, el Ejército sacó de sus casas a 17.000 familias y las estableció en otras áreas del país.

Esta medida supuso el embargo de más de un millón de hectáreas, que quedaron bajo el poder del Ministerio de Agricultura, que decidiría desde entonces qué y para qué se iba a plantar en ellas. Asimismo, también fijaba los precios resultantes de dichos cultivos. Cierto es que se permitió la posesión de pequeñas parcelas de tierra, destinadas a garantizar la subsistencia del agricultor; ya que los precios intervenidos eran más falsos que las galletas de la suerte de Newtral.

La colectivización, en todo caso, fue tan contestada que hasta 80.000 agricultores fueron detenidos, de los cuales 30.000 fueron juzgados en público. La colectivización rumana tomó menos de veinte años, pues estaba completada en 1962. El 60% de la tierra quedó en granjas colectivas, el 30% en granjas estatales, y el resto en manos privadas. La inmensa mayoría de esta tierra privada eran zonas de montaña, prácticamente inaccesibles e imposibles de colectivizar.

Por supuesto, el comunismo rumano se apresuró a ejercer un control total sobre la Prensa, aduciendo, como siempre hace, que es que los demás estaban mintiendo. Consiguientemente, los medios de los partidos de la oposición, que por otra parte ya habían sido ilegalizados, fueron cerrados. Asimismo, todo el negocio editorial y los anaqueles de las librerías fueron purgados de todos los tomos que los comunistas no querían que el pueblo pudiese leer. Y es que es un tanto chocante lo rápido que se acuerdan unos del Índice de libros prohibidos de la Iglesia, desconociendo que quien realmente practicó la elaboración de índices de libros prohibidos en el siglo XX fue el comunismo. Por supuesto, comenzaron a aparecer ediciones en rumano de los escritos de Lenin y Stalin, a bastante buen precio. Pero, vamos, que el incentivo principal no era el precio, sino lo que te podía pasar si no te veían con ellos.

En agosto de 1948, el gobierno aprobó una ley de educación que cerró todas las escuelas gestionadas por agentes no rumanos, y también las religiosas. Entre la clase profesoral se condujo una gran purga, para eliminar de la profesión a los gilipollas que querían enseñar libremente. Por supuesto, como siempre hacen todos los regímenes totalitarios y fascistas como éste, el comunismo romano se apresuró a okupar la Historia, sobre todo a través de un personaje, Mihail Roller; un tipo que escribió una cantidad respetable de libros y artículos en los que, aparte los pies de imprenta, no hay una puta verdad ni de casualidad.

Al fin y a la postre, el gobierno comunista de Rumania, y su brazo en el orden social que ya había sido renombrado Securitate, tuvo que emplearse en atacar a la única gran estructura social alternativa que quedaba en pie en el país: la Iglesia. Pero aquí, los rumanos no pudieron usar el catón estalinista.

Stalin, efectivamente, había acabado con la Iglesia. Había impuesto en la URSS la idea de que la Iglesia no es sino la administradora de una serie de supersticiones y manipulaciones y, consiguientemente, le había dado la espalda. Los comunistas rumanos, sin embargo, se dieron cuenta de que no podían hacer eso. De una manera ciertamente muy asimétrica, el panorama religioso rumano estaba dominado por dos iglesias: la ortodoxa y la denominada Iglesia Católica Griega o iglesia uniate. El comunismo rumano tenía, y seguiría teniendo, una potente lectura nacionalista. Por muy comunista que fuese, por mucho que aceptase el liderazgo de Stalin, no podía olvidar que tenía sobre la mesa un conflicto territorial muy serio con la URSS, conflicto en el que obviamente los sentimientos nacionalistas jugaban un papel fundamental. Y en la conservación de ese nacionalismo rumano, sobre todo en Transilvania, el papel de estas dos iglesias había sido fundamental.

La Constitución de 1923 había declarado la prevalencia de la religión ortodoxa en Rumania, lo que había convertido a sus sacerdotes en funcionarios a sueldo del Estado. Lo que querían los comunistas rumanos no era acabar con este episcopado; lo que querían era controlarlo y, conscientes de que las iglesias son business models y, consecuentemente, valoran en mucho a todo aquél que les permita seguir existiendo, creían que había una posibilidad de conseguirlo.

Los uniates eran otra movida. Esta Iglesia había surgido a principios del siglo XVII, cuando un grupo de jesuitas había convertido a unos cuantos ortodoxos rumanos en Transilvania. Uno de los principios que los jesuitas habían conseguido que los uniates aceptasen, obviamente, había sido la autoridad francisquital. En consecuencia, el hecho de tener una Iglesia local relativamente importante pero de obediencia papal presentaba un problema para el comunismo rumano.

Como consecuencia, el régimen rumano, aunque obviamente se declaró ateo e incluso enemigo de la religión, decidió no prohibirla, sino tolerarla, siempre y cuando se moviese dentro de unos cauces que considerasen razonables. El 4 de agosto de 1948, aprobó una ley específica de confesiones religiosas. Las 60 confesiones distintas que se habían aceptado en la legislación anterior quedaron reducidas a 14. Se creó un ministerio de confesiones religiosas (que con los años sería convertido en una dirección general) con responsabilidad sobre todas ellas. Los sacerdotes seguirían siendo asalariados del Estado.

Todo esto se hizo para hacer más sencilla la purga en los escalones eclesiales, que era lo que verdaderamente se buscaba. En 1947 se introdujo una ley que prescribía la jubilación forzosa de los clérigos a los 70 años. Sólo esta medida provocó que diversos cargos en las cinco sedes metropolitanas rumanas (Valaquia, Moldavia-Suceava, Transilvania, Crisana-Maramures, y Oltenia-Banat) fuesen jubilados; como lo fueron doce obispados. En la purga legal, por así decirlo, cayeron el metropolitano Irineu de Moldavia, el metropolitano Nifón de de Oltenia, el obispo Luciano de Roman, el obispo Cosman del Bajo Danubio y el obispo Gheronte de Constanta. Otra ley aprobada ese mismo año aseguraba el poder del gobierno a la hora de nombrar a los sustitutos.

El Sagrado Sínodo de la Iglesia Ortodoxa, por lo tanto, estuvo muy pronto petado de comunistas. El 27 de febrero de 1948, al patriarca Nicodim le dio un apechusque del que la roscó; y por ello mismo fue sustituido por Joan Marina, que adoptó el nombre de Justiniano, que ya había sido colocado por el régimen como metropolitano de Moldavia. El gran mérito teológico de Justiniano era haber escondido en 1944, en su parroquia de Ramnicul Valcea, a un tal Gheorghiu-Dej.

Justiniano pilotó con rapidez el diseño de un nuevo estatuto organizativo de la Iglesia ortodoxa rumana; un estatuto que le otorgaba a él (es decir, al Partido) un control total sobre los activos y el patrimonio de dicha Iglesia. Así pues, como veis, los rumanos, en realidad, fueron bastante más listos que Stalin: en lugar de acabar con la pasta de la Iglesia, lo que hicieron fue quedársela.

Todos los patrimonios y activos de la Iglesia ortodoxa fueron nacionalizados, para así establecer un cordón umbilical entre los sacerdotes y el Estado que obligase a los primeros a defender al segundo; cosa que hicieron (la pasta es la pasta) incluso hasta cuando resultaba vomitiva dicha defensa, como veremos con el tiempo. La ya citada ley educativa le cerró a los ortodoxos 2.300 escuelas primarias y 24 secundarias, 13 academias y un conservatorio. Se abrieron dos escuelas específicas para sacerdotes en Predeal y Bucarest; escuelas en las que sólo entraban estudiantes seleccionados por las Juventudes Comunistas, y donde supongo que se enseñaría que Juan Bautista era, en realidad, el abuelo de Lenin.

El Estado, pues, nunca prohibió la práctica de la religión en la Rumania comunista; pero sí dejó bastante claro que no le gustaba. Prohibió los festejos de bautismos y bodas religiosas, así como la celebración de la Semana Santa y la Navidad. De hecho, el único matrimonio que operaba efectos legales era el civil. Los miembros del Partido y de las Fuerzas Armadas fueron instruidos específicamente para que no se les viese nunca por misa.

Esto es el caso de los ortodoxos. La Iglesia dominante en Rumania, la que tenía más fieles y, consiguientemente, más pasta. Unos tipos que ni se plantearon resistirse, pues para ellos era más importante sostener el business model. Los uniates ya fueron otra cosa. Como eran más pequeños, muchos decidieron resistirse. Fue tal la resistencia que el régimen acabó por suprimir esta Iglesia (mientras la ICAR propiamente dicha seguía siendo, curiosamente, legal).

La ICAR fue respetada, sobre todo, porque apenas tenía fieles rumanos. Casi todos los creyentes opústólicos y románticos que había en Rumania eran, en realidad, húngaros. Los comunistas rumanos, que siempre tenían un rabillo del ojo puesto en el vecino húngaro para que no se mosquease, no se atrevieron a cerrar sus iglesias por temor a que en Budapest se considerase que aquello era una provocación.

La ICAR, como suele ser siempre el caso, tenía un Concordato firmado con Rumania, que llevaba fecha de 10 de mayo de 1927. Este Concordato establecía cinco diócesis: Alba Iulia y Oradea-Satu Mare en Transilvania, casi totalmente húngara; Timosoara en el Banat, formada por alemanes básicamente; Iasi en Moldavia y Bucarest, que eran las dos básicamente rumanas. Buena parte de los católicos moldavos eran csangos, es decir medio húngaros, medio rumanos. Los cinco obispos en 1948 eran: monseñor Aron Marton en Alba Iulia; monseñor Ianos Scheffler en Oradea-Satu Mare; monseñor Augustin Pacha en Timosoara; monseñor Alexandru Cisar en Bucarest; y monseñor Anton Durcovici en Iasi.

En cuanto los comunistas llegaron al poder, su Prensa comenzó una serie de ataques en manada contra el Concordato, hasta que Gheorghiu-Dej terminó por denunciarlo el 22 de febrero de 1948. El 17 de julio, el acuerdo fue unilateralmente abrogado por los rumanos. Consiguientemente, la autoridad romana sobre la Iglesia fue eliminada.

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