Tiberio Graco
Definición de un enfrentamiento
Malos tiempos para la lírica senatorial
Roma no paga traidores
La búsqueda de un justo medio
Ese hombre (hoy casi desconocido) llamado Publio Sulpicio Rufo
La hora de Cinna
El nuevo hombre fuerte
La dictadura del rencor
Lépido
Pompeyo
Éxito en oriente
Catilina
A Catilina muerto, Pompeyo puesto
El escándalo Clodio (y una reflexión final)
La elección de censores del año 86 encumbró a Lucio Marcio Filipo, un hombre relativamente cercano a los populares, y a Marco Perperna. Es importante esta elección porque estos censores eran los que tenían poder sobre la limpieza del Senado de miembros a los que la aplicación de las leyes vigentes dejaba sin curro. Aparentemente, realizaron su labor con rapidez y eficiencia, colocando en lugar de los despedidos a hombres de Cinna.
Cinna, de hecho, tejía con paciencia esa tela de araña en la que quería tener incluidos a importantes miembros de la aristocracia. Atrajo hacia si a los poderosos Domicios Ahenobarbos; Cneo Domicio, hijo de quien había sido cónsul en el año 96, se casó con una hija de Cinna. Publio Antistio, que había sido tribuno en el año 88 y a quien hemos visto juzgando a Pompeyo, se convirtió en una figura señera de la política romana a causa de sus habilidades oratorias; acabaría siendo edil. Cinna, asimismo, consiguió atraer a los Junios Brutos, que eran rabiosamente antisilanos. Marco Junio Bruto había tenido que huir de Roma durante el golpe de Estado. Lucio Junio Bruto, que había sido legado de Pompeyo Estrabón, mató a cuatro senadores que se habían pasado a Sila. Otro elemento importante de la política cinana fue el fino orador Quinto Hortensio. Cayo Norbano Balbo, seguidor de Saturnino en su día, fue cónsul en el año 83, inmediatamente después del periodo de Cinna, junto a Lucio Cornelio Escipión Asiático. Quinto Sertorio, por su parte, había sido un gran apoyo para Sila en su golpe de Estado; pero como quiera que Cornelio luego lo dejó tirado, lo que impidió su elección como tribuno, se pasó a las filas de Mario. Fue nombrado en el 83 pretor de la Hispania Citerior.
La intención de Cinna era conseguir un acuerdo entre las diferentes facciones romanas. Se preocupó mucho de integrar en las altas magistraturas, y en las gobernaciones provinciales, a hombres que le eran fieles, antiguos partidarios de Mario, hombres de Filipo, de Pompeyo Estrabón y metelos. El gran reto de Cinna en materia política era económico. Roma había quedado destrozada por la guerra con los itálicos; y, para colmo, su principal fuente de ingresos tributarios, que era Asia, se había secado porque allí estaba Sila recaudando para sí. En consecuencia, Cinna decretó una condonación de tres cuartas partes de las deudas existentes. Esta Lex Valeria de aere alieno, sin embargo, no logró todo el efecto que buscaba. Cuando la gente se endeuda, se endeuda por algo; una correcta política económica no actúa sobre la deuda, sino sobre ese algo. Más éxito tuvo, eso sí, estabilizando el valor de la moneda, que había sido extremadamente volátil en los tiempos anteriores; una medida que le granjeó enorme popularidad.
Consciente de que no podía alienarse el apoyo del Senado, Cinna hizo transacciones importantes. Por ejemplo, aunque la distribución de los nuevos ciudadanos en todas las tribus quedó santificada por la ley, se hizo de forma muy rácana, para no acojonar en demasía. La medida sólo cogió momento en el año 84, en virtud de la Lex Papiria de novorum civium libertinorumque suffragiis, que ya habréis adivinado fue presentada por Cneo Papirio Carbón, a causa del miedo que causó el regreso de Sila.
En el año 86, el Senado otorgó el imperio proconsular a Lucio Valerio Flaco quien, con dos legiones, se dirigió a Asia. No se buscaba tanto la guerra con Sila como llegar allí con nuevas ofertas para sus soldados que pudieran moverles a modificar sus lealtades. Sila, sin embargo, había tomado Atenas y obtenido dos prometedoras victorias en Queronea y Orcómenos; los soldados olían la pasta, y no estaban en modo alguno dispuestos a abandonar a un general tan prometedor. En realidad, lo que pasó fue lo contrario: fueron tropas de Flaco las que se pasaron a Sila. Así las cosas, Flaco decidió atacar a Mitrídates en el Bósforo, para tentar su suerte. Las tropas, sin embargo, se amotinaron y allí, en el tumulto, Flaco la roscó. Su segundo, Flavio Fimbria, inició una campaña en Anatolia que no le fue mal, llegando hasta Pérgamo. Fimbria le ofreció colaboración a Sila, que éste rechazó; aprovechó, eso sí, la debilidad en que había quedado Mitrídates para intimarle un armisticio. Así las cosas, en la primavera del año 85 se firmó la paz de los Dárdanos entre Sila y Mitrídates. El rey asiático entregó todos los territorios que había conquistado desde el inicio de la guerra, que eran: la Gran Capadocia, Paflagonia, Galacia, Bitinia y Asia; pagó 2.000 talentos de reparaciones de guerra y puso a disposición de Sila hasta 80 barcos para que regresase a Italia. Las ciudades asiáticas romanas que habían apoyado a Mitrídates perdieron su autonomía y fueron gravadas con 20.000 talentos de reparaciones. Sila, como se ve, buscaba juntar un pastón con el que retribuir adecuadamente a sus soldados y, además, dejar un fuerte remanente para financiar la guerra civil que tenía muy claro iba a librar de seguido. Con tantas cosas a su favor, el ejército oficialista romano se pasó a su lado. Flavio Fimbria se suicidó en el templo de Esculapio de Pérgamo, más solo que un militante de Sumar en un mitin de Sumar.
La paz de Dárdanos fue un acto ilegal. Sila lo sabía tan bien que nunca lo plasmó por escrito. Fue un acto consiguientemente nunca estudiado por el Senado, que ni lo votó, ni a favor, ni en contra. Fue, por así decirlo, el primer acto de una guerra civil. En el invierno entre el año 85 y el 84, Cinna comenzó a levantar tropas, a las que quería desplazar en la primavera siguiente a los Balcanes, para esperar ahí a Sila. Pero los soldados se negaron a embarcar.
El año 83 fueron elegidos cónsules Cayo Norbano Balbo, un hombre de Cinna; y Lucio Cornelio Escipión Asiático, como hombre de la nobleza. Esta administración prosiguió la política de levantar un gran ejército para enfrentarlo con Sila. Al mismo tiempo, Cinna hacía guiños a los que todavía eran seguidores de los populares. El tribuno de la plebe proveniente del grupo de Mario, Marco Junio Bruto (cuyo hijo se cargó a Julio) sacó adelante la Lex de colonia Capuam deducenda por la que se formó la colonia de Capua. Aunque no duró mucho, porque Sila se la cargaría.
A pesar de todos los esfuerzos por dar miedo, lo cierto es que a Lucio Cornelio Sila le bastó desembarcar en Brindisi para provocar el colapso del sanchismo cinano. El principal síntoma de lo que digo fue la eclosión de las típicas ratas de toda la vida, que comenzaron a cambiar de bando y a marcar el móvil de Sila para convencerlo de que siempre habían sido muy amigos.
Marco Licinio Craso, futuro triunviro (que no triunfito), que estaba un tanto cabreado porque su padre se había suicidado en tiempo de Cinna, estaba reclutando un ejército de andaluces. Metelo Pío, otro jefe militar al que Roma había controlado malamente, desembarcó con sus tropas en Liguria. Cneo Pompeyo, el hijo de Estrabón, había reclutado tres legiones en Piceno. Sila lo recibió como imperator, y le impondría al Senado dicha distinción.
Con esos mimbres, Sila venció fácilmente la resistencia del cónsul Cayo Mario El Joven, en la conocida como batalla de Sacriporto. Casi al mismo tiempo, su legado Metelo, que estaba en la Galia Cisalpina (es decir, la Galia que se siente muy alpina, distinguida de la Galia Fluida), le encendió el pelo allí al otro cónsul, Papirio Carbón, quien se cogió el ferry a África para que no le rasurasen la epiglotis. Como os acabo de decir, un Senado pastueño, que había decidido que la oferta de Sila era más importante (y sólida) que el mantenimiento de las esencias republicanas, le dio a Pompeyo su primer imperium, con la misión de acabar con la resistencia de los partidarios de Mario en Sicilia. Papirio Carbón probó su suerte cruzando el Mediterráneo hacia la isla, pero no le salió muy bien; fue capturado y ejecutado. El gobernador de la isla, Marco Perperna, consiguió huir a tiempo, porque también iban a por él por su perfil proclive a los populares. Luego, Pompeyo desembarcó en la isla en plan Día D, arreando hostias con una mano en Sicilia y con la otra en Túnez, barriendo a las últimas resistencias populares y llevándose por delante al rey númida Hiarbas. A finales del año 82, los samnitas, que junto con los lucanos se jugaban mucho en aquella guerra porque Mario les había otorgado una ciudadanía romana que tenían muy claro Sila les iba a negar, atacaron la propia ciudad de Roma; pero fueron rechazados en la puerta Colina, llamada así como homenaje a un célebre árbitro local. La última aldea gala donde estaba Mario el Joven y sus gentes, Preneste, estaba totalmente rodeada, y decidió rendirse. Mario y sus lugartenientes optaron por el suicidio. Otros cinanos no fueron tan drásticos; Norbano huyó a Rodas y Quinto Sertorio a Hispania.
Sila era, para las Navidades del año 82 (so to speak) dueño de Roma. En su lucha contra Cinna y Mario el Joven, había estirado de tal manera la goma constitucional republicana, que la había roto. Sila es, en sí, la máxima expresión del sentir de aquellos romanos patricios que consideraban al movimiento popular una excrecencia intolerable (rabble rousers, les suelen llamar los optimates en las novelas de McCollough) y no una consecuencia lógica de la evolución social de un modelo; algo, pues, con lo que había que transar.
La mente de Sila y de los silanos, pues, era la misma que la de los legitimistas que, en la Francia de 1814, consideraban que el reloj de la Historia se podía poner a cero en los tiempos previos al 14 de julio. Roma, las cosas como son, no tenía una toma de la Bastilla, mucho menos un Robespierre al que borrar del recuerdo. Pero lo que tenía era casi peor, porque todo lo que ahora quería olvidar (desde el punto de vista silano, entiéndase) lo había generado ella misma, desde su propia dinámica, en sus propias instituciones. Para la República era crucial la creación del tribunado de la plebe, porque era la institución que estaba diseñada para darle a la plebs la cuota de poder sin la cual amenazaba con quemar el cesto entero. El tribunado, sin embargo, había sido utilizado, al fin y a la postre, para sustantivar la posición de los bulén butá de la vida; los que, sean catalanes o de la Subura, consideran que las instituciones deben estar sometidas a lo que el pueblo desee en cada momento. Es en este punto donde reside, en mi opinión, la imperfección de la democracia romana. La democracia moderna, construida en buena medida sobre las instituciones del Derecho creadas por los romanos, es un equilibrio en el que nadie, ni el pueblo, ni los gobernantes, ni ninguno de los poderes, tiene todo el poder. El resultado de esa convivencia es lo que llamamos La Ley; y es la ley la que es sagrada, en mayor medida que el voto. De hecho, una democracia ha muerto cuando la ley deja de ser la mediana de los deseos de todos, y pasa a ser la voluntad de Uno. Ahora bien: que en España hayamos vivido recientemente, y en realidad sigamos viviendo, tiempos en los que ha crecido esa sensación de “si la gente lo quiere votar, tiene que ser”; o la de que son más legisladores los que rodean el Congreso que los que están dentro; si hemos vivido esos tiempos, digo, eso nos deja bien claro que ésta es una tensión que está muy lejos de haberse resuelto, más de 2.000 años después. Y la razón sigue siendo la misma: la comprensión deficiente que la mayor parte de la gente tiene de lo que es, lo que significa, de qué se compone y cómo funciona, una democracia.
Sila dejó muy claro, desde el minuto uno de su estancia en Roma, que su régimen sería un régimen de resquemor y represalia. Él no había venido para decir eso de: “tú has dicho cosas, yo he dicho cosas; vamos a olvidarlo”. Las fuentes contemporáneas nos refieren la escena de su primer discurso ante el Senado, en su sede habitual del templo de Bellona, que se produjo con el runrún en la calle de los gritos de los 6.000 prisioneros que, en ese mismo momento, estaban siendo ejecutados a muy pocos metros. Marco Mario Gratidiano, que había sido tribuno de la plebe en el año 87, fue llevado junto a la tumba de Quinto Cátulo, que se había suicidado dicho año, y allí fue salvajemente mutilado para terminar asesinado. Sila hizo incluso desenterrar el cadáver de Mario y dispersar sus restos.
La política de rencor alcanzó a Julio. Recordaréis que estaba casado con Cornelia, hija de Cinna. Sila lo conminó a divorciarse; César, sin embargo, no se arredró ante el nuevo hombre fuerte de Roma. Se negó al divorcio, lo que le llevó a tener que dimitir como Flamen Dialis y vio su patrimonio embargado; aunque fue finalmente indultado gracias a la respetable cantidad de Julios que había en el partido silano.
Sila, sin embargo, no realizó una represión quirúrgica. Consciente de que en el propio Senado había miembros que o bien habían coqueteado con el partido popular, o bien no le harían ascos a liderarlos en un momento dado, extendió su represión entre la elite romana. Esto puso al Senado de los nervios y le llevó a exigir que Sila publicase una lista de los que estaban en su radar. El dictador convocó una contio el año 82 en la que hizo pública la lista. A partir de ese momento, cualquiera podía denunciar, o incluso matar, a cualquiera de lo de la lista, a cambio de una retribución. Incluso legisló que los sucesores de estos condenados nunca podrían ostentar magistraturas romanas. Luego se dedicó a revisar su propia lista, aumentándola constantemente. Al final del proceso, unos 40 senadores y 1.500 equites cayeron bajo la espada. En paralelo, el dictador practicaba una política de “a los amigos el culo, a los enemigos por el culo y a los indiferentes, la legislación vigente”. Los hombres del partido de Sila se hicieron inmensamente ricos, por ejemplo, rapiñando hasta el último mango de las ciudades que se habían opuesto al avance silano. Entre los antiguos esclavos de las personas que había declarado proscritas creó un ejército personal, los cornelios, de 10.000 efectivos, que lo rodeaba constantemente.
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