La URSS, y su puta madre
Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado
Vladimir Illitch Ulianov, más conocido como Lenin, era un consumado artista en la práctica, hoy tan extendida, consistente en decir que se quiere hacer algo pero, en realidad, hacer lo exactamente contrario. De hecho, como teórico dedicó su vida a generar una praxis para la generación de la sociedad comunista, sin gobierno ni clases sociales, que Karl Marx y Friedich Engels habían formulado más que descrito; pero, como práctico, se dedicó a construir el Estado más poderoso como tal que nunca ha tenido la Humanidad; y mira que ha tenido tiranías atroces.
Para ser una persona que
escribió con una prolijidad digna de mejor fin, casi todo lo interesante en
este terreno está en un solo libro: El Estado y la Revolución; una obra
que es tan de Lenin que sólo tardó dos meses en escribirla, lo cual nos dice
que la tenía ya escrita en el cerebro. Fue en 1917, en las tensas semanas que
precedieron a lo que denominamos revolución rusa. En este libro, Lenin nos
habla de un futuro Estado comunista que se basará en la vida comunal y
el rechazo del burocratismo; pero, al mismo tiempo, adopta una de las ideas más
esbozadas que afirmadas en Marx: para llegar a esto, antes será necesario
generar una dictadura del proletariado. El Estado y la Revolución es la
obra de un activista inteligente, que se da cuenta de que, una vez caído el
régimen zarista, serán muchos los que pretenderán reformarlo o construir desde
él; y, como eso no podría llevar a la preeminencia de la minoría, construye su
propio entorno ideológico, en el que se muestra partidario de la idea de que lo
único que se puede hacer con el orden capitalista es destruirlo y ponerlo bajo
la bota de un nuevo orden dictatorial.
Cuando los bolcheviques se las
arreglaron para dominar Rusia, inauguraron un nuevo sistema que denominaron
República de los Soviets. Esta república tenía un gobierno conocido como
Consejo de los Comisarios del Pueblo o Sovnarkom, que era el brazo ejecutivo
del Congreso de Soviets de Rusia. Si embargo, como ya os he dicho, Lenin decía
que hacía una cosa pero hacía otra. La Constitución soviética de 1918 establece
unas bases de poder que no son las que el padre de la revolución creó. Desde el
primer momento, Lenin tuvo claro que lo que siempre podría dominar, y esto
quiere decir que las otras cosas no las podría dominar igual, era el Partido
Comunista; y, por lo tanto, propugnó una radical confusión entre Partido y
Gobierno que, por cierto, es una de las primeras marcas de agua de todo sistema
político que para sí quiera el apelativo de fascista.
Los cronistas e historiadores
más lenitivos con Vladimir Lenin os dirán que en el Partido Comunista de sus
tiempos, la discrepancia era libre y otras zarandajas. Pamemas. Lenin podía
escuchar críticas y contraversiones de sus decisiones en los congresos del
Partido o las reuniones del Comité Central; pero en el sitio donde importaba:
el Politburo, no le tosía ni Dios. Lenin era el vozhd, el líder del
comunismo ruso; era, pues, el líder de un país y una sociedad que tiene muy
enraizado el uso del liderazgo.
Los bolcheviques apenas eran un cuarto de millón en 1919.
Pero habían prevalecido sobre sus adversarios, a los que habían ilegalizado; también a los socialistas. Generaron una total censura de Prensa y crearon la
OGPU, Obyedinionnoye Gosudarstvennoye
Politicheskoye Upravleniye, la policía
política que, desde el primer momento, tuvo competencias muy amplias. El Estado
expropió la tierra, las minas, los bancos, los sistemas de transporte, la
industria, creó un monopolio comercial estatal. Todo el PIB soviético quedó
bajo el mando del Consejo Supremo de la Economía Nacional, dependiente del
Sovnarkom. El gobierno, inicialmente emplazado en San Petesburgo, se movió a
Moscú.
Lo dicho sobre la OGPU es importante para
entender, siquiera parcialmente, a Stalin. Al contrario de lo que cierta
historiografía quiere describir ahora como una especie de traición estalinista
a unas esencias leninistas que serían diferentes, Lenin fue quien le enseñó a
Stalin el camino del terror político, puesto que siempre consideró que los
enemigos de su revolución debían ser masacrados. En diciembre de 1917, como os
he dicho, se creó la Cheka, entonces la OGPU, como una fuerza armada con
amplias atribuciones. Su primera prueba de fuego ocurrió en agosto de 1918,
cuando hubo una violenta rebelión en Penza, ante la cual las órdenes de Lenin
(no de Stalin) fueron “aplicar el terror en masa contra kulaks, sacerdotes y
rusos blancos”. Pocos días después, el 5 de septiembre de 1918, se aprobó el
llamado decreto del Terror Rojo, que afirmaba: “la seguridad de la República
Soviética se garantizará mediante el aislamiento de sus enemigos en campos de
concentración”. Aquel mismo año, por otra parte, los bolcheviques tuvieron todo
el apoyo para las medidas que tomaron ante la campaña de terrorismo iniciada
por los socialrrevolucionarios, quienes asesinaron a varios dirigentes
bolcheviques, al embajador alemán conde Wilhelm von Mirbach Harff, y lo
intentaron con el propio Lenin.
Ciertamente, la nueva política económica o NEP
propugnada por Lenin suponía cierta flexibilización de las duras medidas
revolucionarias; pero sólo en el terreno de la economía, en realidad. La NEP y,
en general, el leninismo desarrollado ya en el poder, son hijos de una
situación en la que el arquitecto de la revolución se da cuenta de que tiene
que revisitar el marxismo que alimenta su actuación. Marx había desarrollado
una percepción de la revolución proletaria que era algo así como
semi-automática. Consideraba que las propias sociedades capitalistas albergaban
y alimentaban esas revoluciones, por lo que éstas aparecían cuando debían
hacerlo. Estas sociedades, una vez colapsadas bajo el peso de sus
contradicciones, pasarían por una etapa, que Marx siempre consideró breve, de
dictadura del proletariado, de Estado socialista fuerte, hasta llegar a la
sociedad sin clases. Un tiempo intermedio que era lo que se denominaba
socialismo propiamente dicho durante el cual el comunismo no estaría totalmente
realizado, por ejemplo, en detalles como que los salarios seguirían dependiendo
del trabajo realizado y no de las necesidades.
El punto de partida de la dictadura leninista
es su constatación de que, tras la revolución, las diferencias y antagonismos
entre clases sociales, sobre todo trabajadores y campesinos, permanecen; y por
eso hace falta un Estado fuerte que repare esa gotera. La gran obsesión de Lenin,
no hay más que leer sus escritos, son los campesinos, a los que parece concebir
como los únicos capaces de echar a perder su revolución, razón por la cual
desplegará contra ellos una violencia inusitada.
Lo más importante de todo esto, sin embargo, es
el concepto de que Rusia estaba en una fase de transición. Dice un aforismo
capitalista que una sardina es una ballena que ha pasado por todas las fases
del socialismo menos por la última. Y algo así es lo que, en la práctica,
implantó Lenin: un sistema de transición que, sobre ser notablemente lesivo
incluso para los obreros por los que decía hacerlo todo, tenía, además, muy
poco de transitorio. En 1920, ante un congreso del Komsomol, esto es, más o
menos las juventudes comunistas, Lenin dijo: “La generación de rusos que hoy
tienen 50 años no puede aspirar a ver una sociedad comunista, pero los que hoy
tienen 15 sí que la verán y la construirán”. Esa afirmación, por supuesto,
suena a arenga propagandista puesto que, en un congreso del Komsomol, Lenin tenía
que saber que le estaba hablando a esa generación que entonces tenía 15 años.
En todo caso, tomada en su literalidad, hemos de pensar que Lenin contaba con
llegar a la estación término del comunismo en algún momento entre 1950 y 1970;
y que para ello contaba con la generación que Stalin masacró.
Un minipunto sí que hay que apuntarle a Lenin
en el haber: él, cuando menos, se dio cuenta, a través de la NEP, de las
bondades de la frase de José Canalejas: “todo lo que no es evolución, es
revolución”. El ya veterano dirigente comunista se dio cuenta de que la marcha
hacia el comunismo no se podía hacer sólo a cristazos; que también debía tener
sus elementos de evolución natural. La NEP no es sino la conciencia de que no
se podía romper totalmente con el régimen socioeconómico que había eliminado la
revolución. Pero, vamos, que tampoco se sobren demasiado tus profes cuando te
expliquen la NEP: su objetivo final era someter y absorber todos esos pequeños
negocios que ahora se permitían.
Lenin, pues, exactamente igual que lo harán
todos los dirigentes comunistas soviéticos después de él hasta Chernenko,
concebía la construcción del socialismo como un proceso pedagógico. Todo en su
Rusia, muy especialmente los sindicatos y los soviets, debería operar como aula
de comunismo. La educación debería ser paralela a un proceso más eficiente a
corto plazo, que era la colectivización. Lenin tenía la esperanza de consumir
apenas una o dos generaciones de rusos en la total colectivización de
trabajadores y campesinos, aunque admitía (como siempre hacen los comunistas,
siempre llevándolo todo ad calendas graecas) que podría ser más.
Mientras tanto, sería necesario realizar una revolución cultural y otra
industrial.
En los principios de 1917, cuando apenas
quedaban unos meses para la revolución que mesmerizó al mundo y que, de hecho,
sigue ilusionando a muchos, Iosif Vissarionovitch Dzughashvili, o Stalin como ya
entonces le gustaba ser conocido, era un hombre ya maduro; tenía 37 años. Había
vivido varios años en la región ártica de Turukhansk, concretamente en Stylaya
Kureika. No podía decir que fuese el momento cumbre de su vida. Stalin había
conocido a Vladimir Lenin en 1905, durante una conferencia del Partido en
Tammerfors. Luego estuvo en congresos celebrados en Londres y Estocolmo, donde
pudo observar la forma de hacer de los que entonces eran sus mayores; aunque,
de hecho, su actuación en esos años se convertiría, con el tiempo, en fuente de
grandes polémicas y de la desgracia de quienes fueron testigos de ella, dada la
necesidad que tenía Stalin de ocultar la verdad. La incómoda verdad de que en
todas aquellas convocatorias, en las que compartió lugar y labores con
revolucionarios expertos y muy viajados, apenas pudo destacar. Stalin era un
hombre sin experiencia, un revolucionario sin pasado ni cicatrices que enseñar.
Antes de la revolución, Stalin fue arrestado siete veces y había huido cinco de
las prisiones zaristas; su registro estaba muy lejos de serlo de récord. Para
ascender, hubo de realizar varios robos para financiar el Partido, de los que
con los años no querría saber nada. Y, sobre todo, fue en esos tiempos cuando
se convirtió en un teórico de la fusión entre bolcheviques y mencheviques “a
toda costa”; con los años, habría de practicar una política decidida de tierra
quemada, o más bien de hombre muerto, borrando cualquier traza de recuerdo de
aquello a base de hundir en la desgracia a todos los que podían recordar.
Stalin no era un sicópata o, cuando menos, yo no pienso que lo fuese. La gran característica que lo distingue de nosotros, los demás, la gente normal por así decirlo, era su capacidad de compartimentar. El principal personaje de America, la novela de James Ellroy, da buenas lecciones de en qué consiste eso. Es un hombre en principio admirador de Kennedy pero al que la necesidad y el interés le llevan a participar en el complot de su asesinato. Resuelve ese problema, cada vez que alguien se lo plantea, diciendo que él sabe “compartimentar” las cosas. Una cosa es que te guste Kennedy, y otra que no puedas matarlo. Esta misma forma de ver las cosas se aprecia constantemente en la vida de Stalin. Hombre que nunca se sintió cercano a nadie (incluso su madre apenas recibía cartas de él), había sido endurecido por la vida y, sobre todo, por la muerte de Kato, su primera esposa. Se había casado con Yekaterina Semionova Svanidze, en secreto, en 1906, en la iglesia de San David; los casó un compañero suyo del seminario, Khristofor Tkhinvoleli. Poco tiempo después, el tifus se la llevó. No conozco ni un solo historiador que coquetee seriamente con la idea de que, de haber sobrevivido su amor de juventud a la enfermedad y haber envejecido con él, Stalin habría sido otra persona. No, no lo habría sido. Venía así de serie.
Hay muchos ejemplos en la vida y en la Historia que nos demuestran que la línea entre la religiosidad y la revolución es muy fina. En el caso de Stalin, debió de serlo. Iosif el georgiano pasó por la Escuela de Teología de Gori y, después, por el seminario en Tibilisi. Sin embargo, ávido lector como era entonces (y lo sería toda su vida), no le hizo ascos a la literatura que cayó en sus manos sobre el marxismo y ahí, como dice la canción de misa, decidió buscar otro mar. Georgia perdió a un pastor ortodoxo; el mundo ganó a uno de los mayores genocidas de la Historia.
Una puntualización: Lo que Lenin fundó en diciembre de 1917 fue la Cheká (Las siglas de Comisión Extraordinaria Panrusa) que en febrero de 1922 devino en la GPU (Directorio Político del Estado) que en noviembre de 1923 pasó a llamarse OGPU (Directorio Político Unificado del Estado) que en julio de 1934 fue absorbida por la NKVD con el nombre de GUGB (Directorio Principal de la Seguridad del Estado) (No es fácil de seguir, no)
ResponderBorrarLo "gracioso" es que la absorción por la NKVD se vio en su momento como una limitación del poder de la policía política (¡JA!) ya que ello le quitaba las competencias judiciales (Hasta entonces los chequistas investigaban, juzgaban y ejecutaban sin responder ante nadie) y se consideraba que ello aumentaba las garantías de los acusados (¡JA! y ¡REJÁ!)