La URSS, y su puta madre
Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado
En el mundillo del golf se cuenta un chiste. Unos jugadores
están haciendo un recorrido cuando se encuentran a otro jugador metido en un bunker, dando un golpe tras otro contra
la arena, pero sin conseguir sacar la bola. Uno de los jugadores se dirige al tipo
y le pregunta: “¿Usted sabe jugar al golf?” El otro le mira airado y contesta:
“¿Que si sé jugar al golf? ¡Yo he escrito un libro sobre el golf!” El jugador
pregunta: “¿Y cómo se titula?” Su interlocutor contesta: “Pues se titula El golf y su puta madre”.
Inspirada en este chiste, aquí tenéis esta introducción: La URSS y su puta madre.
En el proyecto más o menos estructurado de realizar una
Historia más o menos comprensiva de la URSS, hay que reconocer que he empezado
la casa por el tejado. En el momento en que escribo estas notas, en el blog
hemos hablado ya de Leónidas Breznev, de Konstantin Chernenko y de Milhail Gorvachev; pero apenas hemos tocado los años que les precedieron, que les
condicionaron, que les hicieron.
Ahora llega el momento de completar esa laguna hablando de
Iosif Stalin. Pero antes de hablar de Stalin, de lo que hay que hablar es de la
URSS. La URSS pasó por muchas etapas pero, a la hora de hacer esta introducción
básica a la misma, ésa que he titulado La
URSS y su puta madre, me voy a fijar, fundamentalmente, en la URSS de los
años sesenta y setenta del siglo pasado; porque es el momento en el que, en
lenguaje cortazariano, el tigre estaba ya posado; y, al tiempo, la disgregación
y desintegración de la URSS propiamente dicha no había comenzado. Esa URSS
pues, cabe entender que fue el sistema político, el Estado, en el que se
convirtió la Revolución Rusa. Por eso la describo.
Lo primero que hay que decir sobre la URSS es una opinión
personal. Opinión personal que, has de saberlo, va en contra de todo un
ejército de teóricos y prácticos presentes y pasados, con seguridad también
futuros, que sostienen la idea exactamente contraria. Esa opinión personal es:
la URSS era un Estado fascista.
El fascismo, a mi modo de ver, es una ideología con fuertes
contenidos de irracionalidad que, en la práctica, defiende el total
sometimiento del individuo respecto del Estado; y, dado que también propugna la
identificación entre Estado y Partido, por la propiedad transitiva somete al
individuo a los dictados de dicho Partido único, de modo y forma que los deseos
personales, las ambiciones personales, los derechos personales, la riqueza
personal, la existencia personal toda, queda sometida a la prueba de
compatibilidad con las necesidades y objetivos del Partido.
Yo, la verdad, no encuentro ni un solo argumento para
demostrar que esto no es lo que
pasaba en la URSS. No obstante, debo advertirte sobre el hecho de que, desde
1930 aproximadamente, ha habido centenares de miles de teóricos y prácticos que
han intentado, e intentan, demostrar que esos argumentos no sólo existen, sino
que demuestran que el régimen soviético estaba en las antípodas del fascismo.
Así pues, esta teoría tiene todo lo que necesita un licenciado en Historia para
vivir tranquilo: fuentes que citar. Fuentes, de hecho, las hay a punta pala.
Pero el régimen soviético, a mi entender, era un fascismo.
No todo el comunismo es fascista. Enrico Berlinguer o el
Santiago Carillo de la Transición no pueden considerarse fascistas (aunque, en
su misma época, sí que lo fuese Álvaro Cunhal en Portugal). En términos
generales, el comunismo, cuando acepta el juego parlamentario liberal, suele
desbastarse de fascismo. Pero en su pura sazón, es decir, a la hora de
construir la dictadura del proletariado, se convierte en un fascismo de libro
(de libro bueno, quiero decir).
Dicho esto, pues, podemos decir que la descripción del
Estado soviético viene a ser la descripción de un Estado fascista.
La primera característica del Estado soviético es que era
extremadamente piramidal. Lo cual no deja de tener coña, puesto que la URSS
nació un poco de teorías medio marxistas, medio
anarquistas, en las que se luchaba denodadamente contra esa característica
piramidal. Éste es el sentido de la frase limiar del sovietismo, todo el poder para los soviets, así, en
plural. Una frase que, pasada por Lenin, se convirtió en su famoso “quién
prevalece sobre quién”, concepto que sus camaradas entendían referido a la
lucha del comunismo por prevalecer pero que, cuando llegó Stalin, quedó claro
que tenía una lectura básicamente interna.
El sistema soviético era un sistema multipiramidal. Se
componía, literalmente, de miles de pirámides; pero todas ellas eran pirámides,
es decir, en todas ellas había una estructura en la que alguien prevalecía
sobre alguien, hasta llegar a la punta, que prevalecía sobre toda la pirámide
aunque, eso sí, otras pirámides más importantes prevalecían sobre ella. Era,
pues, un sistema de poder fractal. A escala de barrio, de fábrica, de pueblo,
de provincia, de república, había pirámides de poder, hasta llegar a la
pirámide teóricamente máxima, llamada Soviet Supremo. En paralelo, el Partido
Comunista de la URSS tenía sus propias pirámides de poder, también
reproduciendo esa estructura sectorial y territorial, aunque con la novedad de
que, al final de la pirámide, tenía el Secretariado y el Politburo o Presidium.
En los años setenta, y la situación no cambia demasiado en otros puntos
temporales que miremos, los cuadros del Partido y los altos funcionarios y gestores
fuertemente dependientes de él controlaban el 100% del Secretariado, el 100%
del Politburo y el 96% del Comité Central. A partir de ahí comenzaban a soltar
sedal. Obreros y campesinos eran el 35% de los delegados a los Congresos del
Partido, el 55% de los miembros del Partido y el 73%, aproximadamente, de la
población total del país. Pero eso daba igual porque, al ser un sistema
piramidal estos escalones en los cuales la gente no paniaguada del comunismo
oficial era mayoría estaban totalmente sometidos al tridente Comité
Central-Politburo-Secretariado, donde no tocaban pito. Como veremos en estas
notas, una de las cosas que, supuestamente (muy supuestamente) estaba
intentando cambiar Lenin cuando murió, era esta asimetría del Comité Central. Y
digo “muy supuestamente” porque resulta difícil de creer que quien llenó los
azulejos de mierda de repente se obsesionase tanto con su incómodo color marronáceo.
A la pirámide estatal y la pirámide del Partido hay que
añadir la pirámide del Ejército y la de las estructuras de política económica.
Los sindicatos, organizaciones juveniles y por supuesto el Komsomol o juventud
comunista tenían sus propias pirámides.
Hay que decir que este sistema mesmerizó durante muchas
décadas a mucha gente. El hecho de que la URSS estuviese petada de pequeñas o
grandes estructuras en las que el ciudadano podía participar activamente,
presuntamente haciendo propuestas y tal y tumba, era lo más de lo más de la
democracia participativa. Quienes defendían, y defienden, esto, olvidaban, claro,
que una pirámide es una pirámide. En una pirámide, a quien está en el pico se
la suda completamente el diálogo que pueda haber en la base, cinco escalones
más abajo. Un buen ejemplo de lo que digo fue la reforma constitucional
realizada en tiempos de Stalin, a la que los ciudadanos enviaron un auténtico
tsunami de enmiendas y propuestas (porque así se les conminó a hacer), de las
cuales Stalin usó una, o ninguna.
Hemos pasado muchas décadas aguantando la turra de
politólogos de universidad alemana menor, o de facultad de Políticas de ésas en las que hasta el más tonto hace relojes, que venían a decirnos que la
democracia occidental se basaba en “la ilusión del voto”, mientras que en la
URSS había una participación directa, diaria y relevante de los ciudadanos en
los actos de gobierno. Todo era mentira. Los ciudadanos soviéticos no
participaban en una mierda. Participaban en actos en los cuales decían o
proponían lo que el extremo de la pirámide quería que dijesen o propusiesen.
Pequeños soviets que denunciaban con grandes alharacas a corruptos que el
régimen había decidido colgar de la picota por diversas razones, pero que ni
siquiera citaban el nombre de otros igual o más ladrones que los condenados, a
pesar de que conocían perfectamente sus fechorías. A los Buros llegaba lo que
tenía que llegar. Y, cuando llegaba, sus orondos miembros se echaban hacia
atrás en sus sillones para proclamar: ¿Cómo vamos a no escuchar al Pueblo?
¡Marx no nos lo permitiría!
En la teórica cumbre de todo este montaje estaba el Soviet
Supremo. Un megaparlamento de más de 1.500 miembros que apenas tenía reuniones.
Siendo tan grande y reuniéndose poco, el Soviet Supremo, en realidad, servía
para lo mismo que las Cortes de Franco: para refrendar los actos de otros. Ésta
era la manera que encontró el Partido Comunista de demostrar, so to speak, que en la URSS había una
estructura estatal distinta del Partido.
El Soviet Supremo era bicameral. En el Soviet de la Unión se
reunían representantes de los ciudadanos. El Soviet de las Nacionalidades
reunía a diputados elegidos por los territorios. La primera cámara tenía 767
representantes, y la segunda 750. El presidente del Soviet Supremo se
consideraba jefe del Estado, aunque ésta era una figura bastante cosmética,
salvo en la época de Breznev pues éste supo darle otro tono.
El gobierno de la URSS, en los años setenta, tenía cuatro
referentes: en primer lugar, el Soviet Supremo con su presidente, su secretario
y sus 15 vicepresidentes; en segundo lugar, el Consejo de Ministros, con un
presidente, tres primeros vicepresidentes, 9 vicepresidentes y 87 ministros (en
realidad: 58 ministros, diez titulares de comités estatales, cuatro de
dependencias especializadas, y 15 primeros ministros de las repúblicas de la
Unión); en tercer lugar, la Corte Suprema de la URSS, con salas Civil, Penal y
Militar, cuyos miembros eran elegidos cada 5 años; y, finalmente, la
Procuraduría General de la URSS, designada cada 7 años. Paradójicamente, esta
compleja estructura de gobierno no gobernaba, ya que quien gobernaba era el
Partido.
El Consejo de Ministros, sin embargo, estaba consagrado constitucionalmente
como el más alto órgano de poder estatal. Dado que el Consejo de Ministros era
un órgano mastodóntico, tenía su propio Presidium o Politburo, que era el que
cortaba el bacalao. El presidente de este Presidium era algo bastante parecido
a un primer ministro, y se trató, durante toda la vida de la URSS, de un puesto
lógicamente ocupado por altos representantes del Partido, como Lenin o Stalin.
Por debajo de las estructuras de la Unión como tal se
encontraban 15 repúblicas de la Unión, cada una de ellas con su propia
constitución, su propio Soviet Supremo y su propio Consejo de Ministros. Las 15
repúblicas de la Unión albergaban 20 repúblicas autónomas y algunas ciudades
vinculadas a repúblicas de la Unión. De las 20 repúblicas autónomas, 16 estaban
dentro de la Federación Rusa. Aunque las repúblicas autónomas estaban
subordinadas a su república de la Unión de referencia, también tenían su propia
constitución.
Así que tenemos tres escalones: la Unión, las repúblicas de
la Unión y las repúblicas autónomas encuadradas en repúblicas de la Unión. El
cuarto nivel eran los oblasts o, como
se suelen traducir, regiones. Los oblasts
no tenían constituciones propias; pero en algunos casos eran bastante
autónomos, llegando a enviar diputados propios al Soviet de las Nacionalidades.
En dos grandes repúblicas de la URSS, la Federación Rusa y Kazajstán, existía
otra división territorial llamada krai,
normalmente traducida como área.
Explicando esto un poco más a fondo, técnicamente un krai
era una división administrativa que contenía un oblast autónomo donde viviese
una minoría no eslava. Tanto los oblasts como los krais y las ciudades se
subdividían en una unidad llamada raion o
rayon. Puesto que el primer
secretario lo era del Comité Central, habitualmente se lo describe, en cada
caso, como secretario del obkom (oblast), kraicom (krai), raikom (raion) o
gorkom (ciudad); siendo, obviamente, los dos puestos fundamentales el de primer
secretario de obkom o de kraikom. De alguna manera, la Historia de la URSS es
la Historia de una constante lucha por controlar centralizadamente esta
tupidísima red de pequeños califas de taifa comunista, que se convertían en
muchos territorios en auténticos autócratas tan sólo formalmente controlados
desde Moscú; una realidad que, de hecho, ha sobrevivido al propio comunismo en
la conformación política actual de muchas repúblicas ex soviéticas de Asia
Central. Una de las razones de la caída de Gorvachev fue su decisión, en 1988,
de retirarle a los cargos partidarios las competencias en materia de gestión
económica, que fueron desde entonces ejercidas sólo por los ministerios; esto
le granjeó la enemiga de los virreyes territoriales que hasta entonces, desde
sus despachos de secretaría del Partido, dominaban sus territorios a placer.
Por debajo de los oblast
y, eventualmente, los krai, se encontraban las regiones autónomas, cinco,
los llamados Circuitos Nacionales u okrug
(10), los distritos o raion en
número de 1.750, y 513 pueblos situados fuera del ámbito de los distritos.
Hasta la llegada de Khruschev, en la URSS había unos 3.500 distritos rurales y
300 urbanos. En los años sesenta, los rurales fueron concentrados a 1.200. En
el último escalón de división territorial se encontraban unos 3.200 vecindarios
urbanos y 41.000 soviets establecidos en áreas rurales dispersas.
Todas estas unidades, desde la más pequeña hasta la más
grande, elegían un soviet, lo que hace que la URSS, en su momento de madurez,
tuviese unos 50.000 soviets. Estos 50.000 soviets lo analizaban absolutamente
todo en unas 230.0000 comisiones de trabajo que existían a principios de los
setenta, y que llevaban a los sedicentes expertos de jersey de cuello alto,
perilla ridícula y pipa apestosa a sostener sin pestañear que en la URSS la
participación ciudadana era la más perfecta que nunca había inventado el
hombre. Lo cierto, sin embargo, es que toda esa estructura, en el momento en
que gestionaba algo de un mínimo interés o importancia, era controlada desde
arriba, entre otras cosas mediante el gesto de nominar para las jefaturas
territoriales a personas de otros territorios, como Breznev, que fue el
mandamás de Moldavia, que es algo que viene a ser como si ahora nombrásemos a
Patxi López primer ministro de Eslovenia.
Otro aspecto que encantaba a los abuelos de los actuales
politólogos es que todo ese sistema era de elección directa. Cierto: todos
(bueno, casi todos) esos representantes eran votados. Pero el sistema
soviético, en realidad, no se preocupaba por el voto, puesto que tenía un
control total sobre la nominación. En
la URSS, no era candidato a ser votado sino quien debía ser votado. De ahí, el
irónico titular del diario francés Libération
tras las elecciones de la era Breznev: Elecciones
en la URSS: el PC se mantiene.
El Partido Comunista de la URSS, cuando llegó al poder,
heredó la estructura de células de su clandestinidad. Siguió, pues, organizado
en pequeños grupos estudiados para no tener relación unos con otros (y así
evitar las delaciones); sólo que estos grupos fueron renombrados y, por ello,
dejaron de ser células para pasar a ser unidades primarias.
De esta manera, todo comunista soviético era al menos
miembro de una unidad primaria. En esta unidad, como en las viejas células,
compartía análisis, objetivos y logros con personas que conocía bien: vecinos
de su barrio, parientes, familias cercanas a su familia. Para muchos,
muchísimos de los occidentales que teorizaron sobre esta estructura, estas
unidades primarias no eran sino la señal de que la sociedad soviética entera
“palpitaba” en el sistema soviético. En realidad, estas unidades primarias, y
esto es algo que el estalinismo demostró en modo Experto, eran, sobre todo,
estructuras de control, de delación y, no pocas veces, de pura y simple
traición. Las unidades primarias eran el primer estado en el que el ciudadano
soviético era controlado: si decidía no implicarse en ellas, por eso mismo; y,
si decidía hacerlo, ay de él, o de ella, si se le ocurría decir algo que no
gustase, que fuese inesperado o crítico.
En 1971, 14,5 millones de ciudadanos soviéticos eran
miembros del Partido, en torno a un 6% de la población total. En realidad,
desde que Stalin lanzase la campaña de limpieza de militantes de la que ya
hablaremos, en la URSS el acceso al Partido era algo bastante restringido, lo
cual es lógico porque venía a significar una potencial ganancia de nivel de
vida que tampoco se podía proveer para mucha gente. Aquél que quisiera ser
miembro del Partido debía atravesar por un periodo de prueba en el que sería
controlado por una unidad primaria, tras el cual tres militantes deberían
avalar su ingreso. Como consecuencia de todo esto, a finales de los sesenta en
la URSS había más de 350.000 unidades primarias, en las que todo militante
debía demostrar su condición. Las unidades primarias informaban de cualquier
cosa a alguno de los 31.000 comités locales del Partido, además de elegir
delegados para los congresos del Partido a escala de raion, ciudad o barrio. En la segunda mitad de los sesenta, había
unas 4.000 conferencias anuales de este tipo de “círculos”, por utilizar un
lenguaje más moderno.
De los ámbitos locales se pasaba a los órganos regionales
del Partido. Esto ya es la coordinación comunista a escala de krai, oblast o
unidad étnica. En total, unas 200 que elegían sus propios secretarios y
comités. El siguiente nivel era la organización del Partido en cada república
de la Unión y en las repúblicas autónomas integradas en la Federación Rusa
(porque la Federación Rusa, propiamente hablando, no tenía dirigentes del
Partido). Luego, ya, el Congreso del Partido de la Unión, su Comité Central, su
Politburo, y su Secretariado.
¿Por qué el comunismo soviético se llama centralismo democrático? Pues porque
nunca negó el hecho de que el poder en el PCUS estaba notablemente centralizado
en su cúspide (claro que tampoco habría podido negarlo, porque era más que
evidente); pero lo llamaba democrático porque, al establecerse, en cada escalón
del Partido, una estructura con su Comité Central, su Congreso y su
Secretariado, se sostenía la idea de que lo que hacían los grandes dirigentes
del Partido no era otra cosa que limpiar, fijar y dar esplendor a aquello que
les llegaba de esa rica y constante discusión, que empezaba con cuatro amigos,
miembros de una unidad primaria, juntándose en el sótano del edificio en el que
vivían, y terminaba en las sesiones semanales del Politburo. En otras palabras:
la URSS, que es probablemente el régimen político más “de arriba a abajo” que
ha existido nunca, se relataba a sí misma como un sistema “de abajo a arriba”,
donde el Pueblo, a través de sus representantes, hacía viajar, desde los
soviets más humildes, sus ideas y demandas, para que los generosos jefes del
Partido las recogiesen.
Pero, claro, era mentira. Todo una puta mentira. Esa
transmisión, como he dicho, no iba de abajo a arriba, sino de arriba a abajo.
La clave de bóveda de la engañifa es una expresión muy
conocida en su momento: línea del Partido.
El PCUS permitía que sus miembros discutiesen lo que quisieran. Pero lo que no
podían hacer nunca era apartarse de la línea del Partido. En esto, la URSS y el
franquismo se parecen de una forma abracadabrante. El de la URSS es el mismo
concepto que el de Franco: evolución política, sí; pero dentro del Movimiento.
Aquí, igual: discusión sobre lo que sea, siempre bienvenida; pero dentro de la
línea del Partido.
El comunismo soviético se preocupó mucho de que, en los
niveles intermedios y bajos del Partido, sólo los secretarios generales (los
pequeños Stalin, pues) fuesen funcionarios a tiempo completo. Este hecho es de
gran importancia. Para los máximos responsables del Partido a cada nivel, la
vida venía a significar lo mismo que para el diputado español medio: lo
importante no es hacerlo bien, lo importante es que el líder del Partido tenga
en la memoria la placentera sensación de tu sumisa lengua en su entrepierna. La
funcionarización exclusiva de los secretarios del Partido, unida a la política
generalizada de enviar a muchos territorios a políticos de otros lugares,
desvinculados con el terruño, fue fundamental para mantener toda la estructura
calladita y mamando durante siete décadas.
Hay que decir, además, que ese mito fake distribuido durante décadas en las facultades de Políticas del
mundo entero, en el sentido de que en la URSS se votaba todo, falla
precisamente por aquí: no, los secretarios no eran elegidos ni votados. Eran
designados por el secretario inmediatamente superior. Eras secretario del
Partido en tu barrio si lo quería el secretario tu gorkom, a quien había
nombrado su raikom, a quien había nombrado su orkom, a quien había nombrado el
secretario de la República, que era un señor que se lo debía todo al camarada
primer secretario general. En la URSS se solía decir: las tres etapas en la
Historia de la Humanidad son: matriarcado, patriarcado y secretariado.
Los estatutos del PCUS tenían un corte muy clásico que
establecía que su máximo órgano de gobierno era el Congreso, un órgano que
antes de la revolución se reunía anualmente pero pasó a hacerlo quinquenalmente
una vez tomado el poder. Entre congresos, el poder partidario lo detentaba el
Comité Central, un órgano de variada composición pero que llegó a tener muchos
miembros. La dinámica del Comité Central era relativamente periódica, sobre
todo en los primeros tiempos cuando era un órgano relativamente pequeño; pero
en la etapa de madurez de l URSS, con Breznev a la cabeza, comenzó a distanciar
sus reuniones a dos o tres al año, una costumbre que ya se mantendría hasta el
final, también con Gorvachev. Este distanciamiento entre reuniones hizo que el
Comité Central, en la práctica, no pudiera ser el órgano que llevase el día a
día del país; momento en el que comenzó a adquirir verdadera importancia el
Secretariado del Comité Central.
El Secretariado del CC era una Administración en sí misma.
Estaba dividido en departamentos, muchos de los cuales eran los habituales en
la gobernación (agricultura, industria pesada, etc.); la mayoría de ellos eran
paralelos a los ministerios, es decir, llevaban su mismo nombre y gestionaban
los mismos asuntos. A la cabeza de cada uno de estos departamentos había un
secretario del Comité Central que era, en buena medida, la voz cantante, o más
bien la voz gobernante, en su materia. Ser secretario del Comité Central, sobre
todo si se era de las materias más importantes, era signo de que la carrera
política estaba en ascenso; otorgaba poder sobre la creación de una estructura
de patronazgo basada en miembros del Partido menos poderosos que te deberían a
ti su nombramiento y, por lo tanto, habrían de apoyarte (o no, así que tenías
que ser cuidadoso al dotarlos de poder) en tus peleas por el poder.
Consiguientemente, perder la calidad de secretario del CC, que fue lo que le
pasó a muchos de los altos comunistas purgados por Stalin y sacrificados en el
altar de los enfrentamientos internos en el comunismo soviético, era el epítome
de una carrera acabada. Lo más de lo más, en términos de poder, era,
obviamente, ser secretario del CC y, a la vez, miembro del Politburo.
Aunque durante el tiempo de Stalin el poder de los
secretarios del CC era más relativo, y en muchos casos inferior al de los
comisarios del pueblo o ministros en su materia, con la llegada de Khruschev y
la burocratización del PCUS, que Breznev llevó a extremos sicóticos, las tornas
cambiaron. Además, no olvidemos que Khruschev prevaleció sobre Malenkov a base
de formular la prevalencia del Partido sobre el gobierno; y que, de hecho, éste
último, con su dédalo de ministerios, era objetivamente una estructura de poder
más difícil de controlar que el Partido.
En su sazón, justo antes de la caída del Muro, el
Secretariado del CC tenía 20 departamentos. No todos tuvieron la misma
importancia. Destacaba, por ejemplo, el llamado Departamento General, pues
trabajaba muy cerca del secretario general, preparando las agendas del
Politburo y garantizando la documentación necesaria para el mismo (ahí labraría
su carrera Chernenko). Luego estaba el Departamento de Organización, encargado
de los cuadros del Partido y que, según épocas, llegó a tener un gran poder en
los muchos nombramientos del sistema. El Departamento de Órganos
Administrativos, pese a tener un nombre tan inocente que parece anunciar una
labor técnica de muy poco sexy, en realidad controlaba ministerios como
Defensa, Aviación Civil, Asuntos Internos, Justicia, la Fiscalía General, el
Tribunal Supremo y, por último, pero no por ello menos importante, la policía
política.
El, por así llamarlo, colegio de secretarios del CC, que
formalmente nunca existió, tenía un teórico, muy teórico, primus inter pares, que era el secretario general. Esta posición
teórica es la que hace preciso, cuando menos en mi opinión, referirse al
secretario general del PCUS como primer secretario general del PCUS, puesto que
también era el primero de los secretarios del CC. El secretario general era
responsable de todos los demás secretarios. Stalin fue secretario general entre
la enfermedad de Lenin y 1934, cuando comenzó las primeras purgas. Es decir,
mientras hubo movimientos o corrientes dentro del PCUS que podían amenazar su
prevalencia, se hizo llamar así. Desde 1934, cuando se consolidó en el poder y,
según algunos historiadores, comenzó su etapa dictatorial (no, desde luego,
según este amanuense; a ver si ahora va a resultar que el periodo anterior fue
la democracia de Rita Irasema) cambió su denominación por otra, teóricamente
más modesta, de secretario del Comité Central. Es decir, Stalin, en la cumbre
de su poder, quiso recuperar para sí ese concepto de primus inter pares que está implícito en la organización del
Secretariado.
Como ya he dicho, a la muerte de Stalin, puesto que éste no
se había preocupado de dejar tras de sí una URSS adecuadamente estatuida y con
reglas claras, surgió la duda de quién debía mandar en el país: si el Partido o
el gobierno. En realidad, aquello era una pelea personal: muerto Beria,
Khruschev y Malenkov habían llegado a la final de la Copa y, como ya sabemos,
pasados noventa minutos sólo puede quedar uno. Khruschev se hizo llamar Primer
Secretario y ganó la batalla, lo cual consolidó el esquema por el cual era el
Partido el que mandaba. Breznev, por su parte, abandonó la calificación de
Primer Secretario y se hizo llamar Secretario General, generándose así un
esquema que permaneció más o menos sin cambios hasta que en 1990 Gorvachev fue
elegido presidente de la Unión, con la intención de dotar de sentido y de poder
a una institución que nunca la había tenido en la Historia de la Unión.
Por lo demás, desde los primeros tiempos del comunismo
soviético, pero muy particularmente tras la muerte de Stalin, el verdadero
poder político residía en un órgano vicario del Comité Central, que en momentos
se llamó Politburo, en momentos Presidium. Hasta 1957, la dualidad entre
Partido y Gobierno fue básicamente resuelta por Lenin y Stalin haciendo que los
miembros de esta elite gobernante fuesen, también, miembros del gobierno en
muchos casos; a partir de dicho año, siguiendo el esquema khuschevita que
apostaba sin ambages por una prevalencia partidaria, el Politburo comenzó a
poblarse de políticos puros, por así decirlo; una tendencia que en 1990, en la
última reforma de Gorvachev, se llevó al extremo pues el Politburo quedó
totalmente limpio de ministros.
El Politburo era nombrado en cada congreso. Tenía dos tipos
de miembros. El miembro candidato podía acudir a las reuniones, tenía derecho
de palabra pero no de voto; y luego estaba el miembro pleno. Gorvachev fue el
único líder soviético que cometió con profusión el teórico anatema de hacer a
partidarios suyos miembros de pleno derecho sin haber pasado antes por la
cámara de descompresión de ser miembro candidato.
La URSS, como su propio nombre indica, era una unión,
teóricamente libre, de repúblicas, cada una con su Partido Comunista, salvo el
caso de Rusia. En realidad, era uno de los Estados más centralizados que han
existido en la Historia, centralización nacida del hecho de que, como os he
dicho, no gobernaba el gobierno sino el Partido; y el Partido se gobernaba
desde Moscú.
Esta realidad fue sólidamente establecida ya por Lenin y
quintaesenciada por Stalin. Los dos establecieron un sistema que no se
recataba, en aquellos casos en los que en una república los políticos locales
fuesen un tanto relapsos, de hacer mandamases comunistas a personas que
llegaban de otras partes de la URSS, designadas por el poder central. Khruschev
no sólo no luchó contra esto sino que incluso lo profundizó más. El gran
competidor de Khruschev, que en realidad no fue Malenkov sino Lavrentii Beria,
jugó la baza de excitar las veleidades nacionalistas de muchas repúblicas
soviéticas. Como ucraniano que era, Khruschev conocía la enorme potencialidad
de este tipo de tendencias, y por eso las temía. Así las cosas, las grietas
nacionalistas en la URSS no comenzaron a aparecer, tímidamente, hasta el tiempo
de Breznev; y acabaron estallando en el jeto de Gorbachev.
Cada Partido Comunista republicano estaba liderado por un Buro, que sólo en el caso de Ucrania se llamaba también Politburo, elegido por el Comité Central en el correspondiente congreso. Asimismo, cada Partido tenía su Secretariado del Comité Central y sus departamentos, con el primer secretario al frente.
El Komsomol era más o menos la juventud comunista. Su
estructura reproducía la del Partido, con lo que operaba como una especie de
escuela de prácticas del burócrata soviético.
Las instituciones estatales eran el gobierno, el ejecutivo,
las agencias y los soviet. Constitucionalmente hablando, el poder supremo sobre
la nación era ejercido por el Soviet Supremo, que elegía al gobierno y aprobaba
muchas leyes (aunque el Politburo y el Comité Central emitían decretos por sí
mismos). Siempre se respetó la norma de que el primer ministro siempre fuera miembro del Politburo. Hasta 1989, en
todas las elecciones a soviet en sus muchos niveles, hasta llegar al Soviet
Supremo, había un solo candidato. El Soviet Supremo, como ya os he dicho, sólo
se reunía un par de veces al año, aunque la institución tenía otras
prerrogativas, como los indultos, que fueron inteligentemente utilizadas por la
pareja Breznev-Chernenko. Los soviet locales teóricamente eran los que
auditaban y seguían la labor de los gobiernos locales; pero estaban en la
práctica totalmente controladas por el Partido, el cual, a través del Buró del
CC, tomaba las decisiones.
El gobierno de la nación fue llamado Consejo de Comisarios
del Pueblo o Sovnarkom (Soviet Narodnyj Kommissarov) hasta 1946. Cada república
y república autónoma de la Unión tenía el suyo propio; lo cual significa,
fundamentalmente: Rusia, Bielorrusia, Moldavia, Lituania, Letonia, Estonia,
Armenia, Azerbayán, Georgia, Kazajstán, Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán y
Turkmenistán.
En realidad, todos los ministerios importantes eran
ministerios de la Unión; ministerios federales, podríamos decir. Ahí entraban
Defensa, Asuntos Exteriores, Industria Ligera (un ministerio de importancia
porque asumió la fabricación de la bomba atómica), y otros. Otros ministerios
eran de la Unión y de república, con los segundos subordinados al primero. El
caso más visual de esto era el ministerio de Agricultura.
Los ministerios, obviamente, siempre lucharon contra los
intentos, sobre todo de Khruschev, en el sentido de incrementar el poder de
Partido sobre ellos. Fue en la intrincada red de ministerios de naturaleza
económica, en mi opinión, donde la URSS labró su perdición. Como acabaría
concluyendo en una auditoría el Gosplan u oficina de planificación económica,
la estructura de gestión económica soviética estaba basada únicamente en el
cumplimiento, muchas veces meramente formal y estadístico, de unos objetivos
cuantitativos, nunca cualitativos. O sea, había que producir equis tractores;
ya, que esos tractores funcionasen, era otra movida. La estructura de gobierno
económico, con fuertes elementos descentralizadores en un Estado tan grande, lo
que promovía era los virreinatos ya comentados, que generaban estructuras
monopolísticas de naturaleza mafiosa (muchas de las cuales permanecen hoy en
día). El problema para el comunismo soviético es que, por mucho que albergase a
personas que sinceramente quisieran cambiar esto, fuesen esas personas Kosigyn,
Andropov o cualquier otro, nunca pudieron hacerlo, pues rara vez quien ha
provocado el problema tiene las claves para solucionarlo.
El gran reto de Gorvachev en 1990 fue cambiar esto. El
secretario general de los comunistas soviéticos, él mismo un convencido de la
cuadratura del círculo de que todo aquello se podía conseguir yendo del
comunismo al comunismo, trató de recuperar las esencias, darle el poder a unos
soviet surgidos de elecciones competitivas, y eliminar el principio de que
quien gestionaba era el Partido. Creó un súper parlamento, el Congreso
Soviético de Diputados del Pueblo, con 2.250 miembros de los cuales 750 todavía
provenían de una suerte de democracia orgánica, esto es, representaban a
organizaciones sociales y al Partido. Este Congreso elegía un Soviet Supremo
bicameral (como ya era: Soviet de la Unión y Soviet de las Nacionalidades).
Al fin y a la postre, gobierno y Partido en la URSS estaban
confundidos en una melange, que diría
el tango, total. Aunque el tema pasó por etapas, y hay que tener en cuenta,
sobre todo, el momento en que Kosigin decidió usar su posición como jefe de
gobierno para hacerle sombra a Breznev, en términos generales, en cada escalón
del poder, el correspondiente órgano del Partido mandaba sobre el del gobierno;
y siempre era, por ejemplo, mucho mejor destino ser designado secretario del
Comité Central para Asuntos Agrícolas que ministro de Agricultura. El gran
punto de conexión donde todos los hombres de poder se encontraban era el
Politburo o Presidium. Como hemos tenido ocasión de ver en los tiempos de
Breznev y, sobre todo, de Chernenko, el Politburo era el órgano político más
vivo; en realidad, el único.
A los miembros del PCUS, y sobre todo a sus dirigentes, se los machacó siempre con la idea de que debían ser contribuyentes netos del Partido; que debían aportar mucho más de lo que recibían. Ése es el espíritu que late en los escritos de Lenin inmediatamente después de consolidar el poder; aunque no podía ser tan estúpido, o estar tan desinformado, como para no ser consciente de que lo que estaba pasando era exactamente lo contrario.
Una vez, hace muchos años, un jefe que tuve en uno de mis
trabajos me dijo que desde joven era un falangista convencido. Que había leído
los escritos de José Antonio siendo un adolescente, y se había convencido. En
el año 1964 tuvo por fin edad para militar, y se fue a la Gran Vía, entonces
Avenida de José Antonio, para darse de alta en Falange Española Tradicionalista
y de las JONS. Contaba que tuvo un diálogo de sordos, bastante largo, con el
hombre que lo atendió. Aquel hombre le preguntaba si quería acceder a un piso,
u optar a un puesto de funcionario; no paraba de preguntarle qué quería a
cambio de militar. Mi jefe acabó por darse cuenta de que ya nadie, ni siquiera
en la propia Falange, creía que alguien pudiera querer ser falangista por la
ideología.
En el comunismo soviético pasaba un poco lo mismo. Los que
se apuntaban al Partido sabían que se enfrentaban a un proyecto vital muy
complejo. Un proyecto en el que, por ejemplo, si uno era ingeniero agrónomo y
le pillaba el proyecto de las Tierras Vírgenes en Kazajstán, todo el mundo en
su barrio, en su soviet, esperaría que se presentarse voluntario para irse
allí, al culo del mundo. El día a día de la mayoría de los comunistas
soviéticos era comer pollas a pares y discutir interminablemente políticas que
luego nunca funcionaban.
Pero todo eso tenía una compensación. Adaptando los datos del muy recomendable Vernon Aspaturian, y asumiendo que el salario de un trabajador no cualificado
puede identificarse con el SMI actual, unos 1.000 euros, pues, se puede
calcular que, si efectivamente un trabajador no cualificado soviético ganaba en
los años sesenta del siglo pasado el equivalente a 1.000 euros de hoy, el
cualificado ganaba 3.750. Un ingeniero podría aspirar a ganar unos 4.000, un
médico jefe de departamento, 3.500 euros. Pero, dentro de las estructuras del
poder, un ministro ganaba unos 17.500 euros, y un jefe del Partido, 50.000.
Todo esto, sin tener en cuenta las gabelas: mejores casas, mejores barrios,
coche oficial, economatos exclusivos, etc. Los incentivos para ser un camarada
eran muchos. Quizá por eso a Stalin no le quedó más remedio que "equilibrar".
Ahora veremos cómo.
Con su permiso.
ResponderBorrarRecomiendo empezar por el final, busquense vuestras mercedes la película La muerte de Stalin.
Presten atención a los detalles y verán que peazo hideputa fue el Dzugasvili (o como se escriba) de los cojones.
Cide Hamete Benengueli
Como nota a pie de página: El proyecto de las Tierras Vírgenes fue uno de los grandes desastres ecológicos de la URSS (Y no escasean) Se roturaron enormes extensiones de terreno en las estepas sin tener en cuenta que la hierba protegía el suelo y el primer vendaval arrastró a las montañas la capa de suelo fértil dejando tras de si un desierto estéril.
ResponderBorrarComo nota discordante soy de los que piensan que el comunismo no es fascismo pero no por sus bondades.
ResponderBorrarPara mí es totalitarismo que engloba tanto a comunismo como a fascismo.