viernes, septiembre 01, 2023

Stalin-Beria 1: Consolidando el poder (0): La URSS, y su puta madre


La URSS, y su puta madre
Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado



En el mundillo del golf se cuenta un chiste. Unos jugadores están haciendo un recorrido cuando se encuentran a otro jugador metido en un bunker, dando un golpe tras otro contra la arena, pero sin conseguir sacar la bola. Uno de los jugadores se dirige al tipo y le pregunta: “¿Usted sabe jugar al golf?” El otro le mira airado y contesta: “¿Que si sé jugar al golf? ¡Yo he escrito un libro sobre el golf!” El jugador pregunta: “¿Y cómo se titula?” Su interlocutor contesta: “Pues se titula El golf y su puta madre”.

Inspirada en este chiste, aquí tenéis esta introducción: La URSS y su puta madre.

En el proyecto más o menos estructurado de realizar una Historia más o menos comprensiva de la URSS, hay que reconocer que he empezado la casa por el tejado. En el momento en que escribo estas notas, en el blog hemos hablado ya de Leónidas Breznev, de Konstantin Chernenko y de Milhail Gorvachev; pero apenas hemos tocado los años que les precedieron, que les condicionaron, que les hicieron.

Ahora llega el momento de completar esa laguna hablando de Iosif Stalin. Pero antes de hablar de Stalin, de lo que hay que hablar es de la URSS. La URSS pasó por muchas etapas pero, a la hora de hacer esta introducción básica a la misma, ésa que he titulado La URSS y su puta madre, me voy a fijar, fundamentalmente, en la URSS de los años sesenta y setenta del siglo pasado; porque es el momento en el que, en lenguaje cortazariano, el tigre estaba ya posado; y, al tiempo, la disgregación y desintegración de la URSS propiamente dicha no había comenzado. Esa URSS pues, cabe entender que fue el sistema político, el Estado, en el que se convirtió la Revolución Rusa. Por eso la describo.

Lo primero que hay que decir sobre la URSS es una opinión personal. Opinión personal que, has de saberlo, va en contra de todo un ejército de teóricos y prácticos presentes y pasados, con seguridad también futuros, que sostienen la idea exactamente contraria. Esa opinión personal es: la URSS era un Estado fascista.

El fascismo, a mi modo de ver, es una ideología con fuertes contenidos de irracionalidad que, en la práctica, defiende el total sometimiento del individuo respecto del Estado; y, dado que también propugna la identificación entre Estado y Partido, por la propiedad transitiva somete al individuo a los dictados de dicho Partido único, de modo y forma que los deseos personales, las ambiciones personales, los derechos personales, la riqueza personal, la existencia personal toda, queda sometida a la prueba de compatibilidad con las necesidades y objetivos del Partido.

Yo, la verdad, no encuentro ni un solo argumento para demostrar que esto no es lo que pasaba en la URSS. No obstante, debo advertirte sobre el hecho de que, desde 1930 aproximadamente, ha habido centenares de miles de teóricos y prácticos que han intentado, e intentan, demostrar que esos argumentos no sólo existen, sino que demuestran que el régimen soviético estaba en las antípodas del fascismo. Así pues, esta teoría tiene todo lo que necesita un licenciado en Historia para vivir tranquilo: fuentes que citar. Fuentes, de hecho, las hay a punta pala.

Pero el régimen soviético, a mi entender, era un fascismo.

No todo el comunismo es fascista. Enrico Berlinguer o el Santiago Carillo de la Transición no pueden considerarse fascistas (aunque, en su misma época, sí que lo fuese Álvaro Cunhal en Portugal). En términos generales, el comunismo, cuando acepta el juego parlamentario liberal, suele desbastarse de fascismo. Pero en su pura sazón, es decir, a la hora de construir la dictadura del proletariado, se convierte en un fascismo de libro (de libro bueno, quiero decir).

Dicho esto, pues, podemos decir que la descripción del Estado soviético viene a ser la descripción de un Estado fascista.

La primera característica del Estado soviético es que era extremadamente piramidal. Lo cual no deja de tener coña, puesto que la URSS nació un poco de teorías medio marxistas, medio anarquistas, en las que se luchaba denodadamente contra esa característica piramidal. Éste es el sentido de la frase limiar del sovietismo, todo el poder para los soviets, así, en plural. Una frase que, pasada por Lenin, se convirtió en su famoso “quién prevalece sobre quién”, concepto que sus camaradas entendían referido a la lucha del comunismo por prevalecer pero que, cuando llegó Stalin, quedó claro que tenía una lectura básicamente interna.

El sistema soviético era un sistema multipiramidal. Se componía, literalmente, de miles de pirámides; pero todas ellas eran pirámides, es decir, en todas ellas había una estructura en la que alguien prevalecía sobre alguien, hasta llegar a la punta, que prevalecía sobre toda la pirámide aunque, eso sí, otras pirámides más importantes prevalecían sobre ella. Era, pues, un sistema de poder fractal. A escala de barrio, de fábrica, de pueblo, de provincia, de república, había pirámides de poder, hasta llegar a la pirámide teóricamente máxima, llamada Soviet Supremo. En paralelo, el Partido Comunista de la URSS tenía sus propias pirámides de poder, también reproduciendo esa estructura sectorial y territorial, aunque con la novedad de que, al final de la pirámide, tenía el Secretariado y el Politburo o Presidium. En los años setenta, y la situación no cambia demasiado en otros puntos temporales que miremos, los cuadros del Partido y los altos funcionarios y gestores fuertemente dependientes de él controlaban el 100% del Secretariado, el 100% del Politburo y el 96% del Comité Central. A partir de ahí comenzaban a soltar sedal. Obreros y campesinos eran el 35% de los delegados a los Congresos del Partido, el 55% de los miembros del Partido y el 73%, aproximadamente, de la población total del país. Pero eso daba igual porque, al ser un sistema piramidal estos escalones en los cuales la gente no paniaguada del comunismo oficial era mayoría estaban totalmente sometidos al tridente Comité Central-Politburo-Secretariado, donde no tocaban pito. Como veremos en estas notas, una de las cosas que, supuestamente (muy supuestamente) estaba intentando cambiar Lenin cuando murió, era esta asimetría del Comité Central. Y digo “muy supuestamente” porque resulta difícil de creer que quien llenó los azulejos de mierda de repente se obsesionase tanto con su incómodo color marronáceo.

A la pirámide estatal y la pirámide del Partido hay que añadir la pirámide del Ejército y la de las estructuras de política económica. Los sindicatos, organizaciones juveniles y por supuesto el Komsomol o juventud comunista tenían sus propias pirámides.

Hay que decir que este sistema mesmerizó durante muchas décadas a mucha gente. El hecho de que la URSS estuviese petada de pequeñas o grandes estructuras en las que el ciudadano podía participar activamente, presuntamente haciendo propuestas y tal y tumba, era lo más de lo más de la democracia participativa. Quienes defendían, y defienden, esto, olvidaban, claro, que una pirámide es una pirámide. En una pirámide, a quien está en el pico se la suda completamente el diálogo que pueda haber en la base, cinco escalones más abajo. Un buen ejemplo de lo que digo fue la reforma constitucional realizada en tiempos de Stalin, a la que los ciudadanos enviaron un auténtico tsunami de enmiendas y propuestas (porque así se les conminó a hacer), de las cuales Stalin usó una, o ninguna.

Hemos pasado muchas décadas aguantando la turra de politólogos de universidad alemana menor, o de facultad de Políticas de ésas en las que hasta el más tonto  hace relojes, que venían a decirnos que la democracia occidental se basaba en “la ilusión del voto”, mientras que en la URSS había una participación directa, diaria y relevante de los ciudadanos en los actos de gobierno. Todo era mentira. Los ciudadanos soviéticos no participaban en una mierda. Participaban en actos en los cuales decían o proponían lo que el extremo de la pirámide quería que dijesen o propusiesen. Pequeños soviets que denunciaban con grandes alharacas a corruptos que el régimen había decidido colgar de la picota por diversas razones, pero que ni siquiera citaban el nombre de otros igual o más ladrones que los condenados, a pesar de que conocían perfectamente sus fechorías. A los Buros llegaba lo que tenía que llegar. Y, cuando llegaba, sus orondos miembros se echaban hacia atrás en sus sillones para proclamar: ¿Cómo vamos a no escuchar al Pueblo? ¡Marx no nos lo permitiría!

En la teórica cumbre de todo este montaje estaba el Soviet Supremo. Un megaparlamento de más de 1.500 miembros que apenas tenía reuniones. Siendo tan grande y reuniéndose poco, el Soviet Supremo, en realidad, servía para lo mismo que las Cortes de Franco: para refrendar los actos de otros. Ésta era la manera que encontró el Partido Comunista de demostrar, so to speak, que en la URSS había una estructura estatal distinta del Partido.

El Soviet Supremo era bicameral. En el Soviet de la Unión se reunían representantes de los ciudadanos. El Soviet de las Nacionalidades reunía a diputados elegidos por los territorios. La primera cámara tenía 767 representantes, y la segunda 750. El presidente del Soviet Supremo se consideraba jefe del Estado, aunque ésta era una figura bastante cosmética, salvo en la época de Breznev pues éste supo darle otro tono.

El gobierno de la URSS, en los años setenta, tenía cuatro referentes: en primer lugar, el Soviet Supremo con su presidente, su secretario y sus 15 vicepresidentes; en segundo lugar, el Consejo de Ministros, con un presidente, tres primeros vicepresidentes, 9 vicepresidentes y 87 ministros (en realidad: 58 ministros, diez titulares de comités estatales, cuatro de dependencias especializadas, y 15 primeros ministros de las repúblicas de la Unión); en tercer lugar, la Corte Suprema de la URSS, con salas Civil, Penal y Militar, cuyos miembros eran elegidos cada 5 años; y, finalmente, la Procuraduría General de la URSS, designada cada 7 años. Paradójicamente, esta compleja estructura de gobierno no gobernaba, ya que quien gobernaba era el Partido.

El Consejo de Ministros, sin embargo, estaba consagrado constitucionalmente como el más alto órgano de poder estatal. Dado que el Consejo de Ministros era un órgano mastodóntico, tenía su propio Presidium o Politburo, que era el que cortaba el bacalao. El presidente de este Presidium era algo bastante parecido a un primer ministro, y se trató, durante toda la vida de la URSS, de un puesto lógicamente ocupado por altos representantes del Partido, como Lenin o Stalin.

Por debajo de las estructuras de la Unión como tal se encontraban 15 repúblicas de la Unión, cada una de ellas con su propia constitución, su propio Soviet Supremo y su propio Consejo de Ministros. Las 15 repúblicas de la Unión albergaban 20 repúblicas autónomas y algunas ciudades vinculadas a repúblicas de la Unión. De las 20 repúblicas autónomas, 16 estaban dentro de la Federación Rusa. Aunque las repúblicas autónomas estaban subordinadas a su república de la Unión de referencia, también tenían su propia constitución.

Así que tenemos tres escalones: la Unión, las repúblicas de la Unión y las repúblicas autónomas encuadradas en repúblicas de la Unión. El cuarto nivel eran los oblasts o, como se suelen traducir, regiones. Los oblasts no tenían constituciones propias; pero en algunos casos eran bastante autónomos, llegando a enviar diputados propios al Soviet de las Nacionalidades. En dos grandes repúblicas de la URSS, la Federación Rusa y Kazajstán, existía otra división territorial llamada krai, normalmente traducida como área.

Explicando esto un poco más a fondo, técnicamente un krai era una división administrativa que contenía un oblast autónomo donde viviese una minoría no eslava. Tanto los oblasts como los krais y las ciudades se subdividían en una unidad llamada raion o rayon. Puesto que el primer secretario lo era del Comité Central, habitualmente se lo describe, en cada caso, como secretario del obkom (oblast), kraicom (krai), raikom (raion) o gorkom (ciudad); siendo, obviamente, los dos puestos fundamentales el de primer secretario de obkom o de kraikom. De alguna manera, la Historia de la URSS es la Historia de una constante lucha por controlar centralizadamente esta tupidísima red de pequeños califas de taifa comunista, que se convertían en muchos territorios en auténticos autócratas tan sólo formalmente controlados desde Moscú; una realidad que, de hecho, ha sobrevivido al propio comunismo en la conformación política actual de muchas repúblicas ex soviéticas de Asia Central. Una de las razones de la caída de Gorvachev fue su decisión, en 1988, de retirarle a los cargos partidarios las competencias en materia de gestión económica, que fueron desde entonces ejercidas sólo por los ministerios; esto le granjeó la enemiga de los virreyes territoriales que hasta entonces, desde sus despachos de secretaría del Partido, dominaban sus territorios a placer.

Por debajo de los oblast y, eventualmente, los krai, se encontraban las regiones autónomas, cinco, los llamados Circuitos Nacionales u okrug (10), los distritos o raion en número de 1.750, y 513 pueblos situados fuera del ámbito de los distritos. Hasta la llegada de Khruschev, en la URSS había unos 3.500 distritos rurales y 300 urbanos. En los años sesenta, los rurales fueron concentrados a 1.200. En el último escalón de división territorial se encontraban unos 3.200 vecindarios urbanos y 41.000 soviets establecidos en áreas rurales dispersas.

Todas estas unidades, desde la más pequeña hasta la más grande, elegían un soviet, lo que hace que la URSS, en su momento de madurez, tuviese unos 50.000 soviets. Estos 50.000 soviets lo analizaban absolutamente todo en unas 230.0000 comisiones de trabajo que existían a principios de los setenta, y que llevaban a los sedicentes expertos de jersey de cuello alto, perilla ridícula y pipa apestosa a sostener sin pestañear que en la URSS la participación ciudadana era la más perfecta que nunca había inventado el hombre. Lo cierto, sin embargo, es que toda esa estructura, en el momento en que gestionaba algo de un mínimo interés o importancia, era controlada desde arriba, entre otras cosas mediante el gesto de nominar para las jefaturas territoriales a personas de otros territorios, como Breznev, que fue el mandamás de Moldavia, que es algo que viene a ser como si ahora nombrásemos a Patxi López primer ministro de Eslovenia.

Otro aspecto que encantaba a los abuelos de los actuales politólogos es que todo ese sistema era de elección directa. Cierto: todos (bueno, casi todos) esos representantes eran votados. Pero el sistema soviético, en realidad, no se preocupaba por el voto, puesto que tenía un control total sobre la nominación. En la URSS, no era candidato a ser votado sino quien debía ser votado. De ahí, el irónico titular del diario francés Libération tras las elecciones de la era Breznev: Elecciones en la URSS: el PC se mantiene.

El Partido Comunista de la URSS, cuando llegó al poder, heredó la estructura de células de su clandestinidad. Siguió, pues, organizado en pequeños grupos estudiados para no tener relación unos con otros (y así evitar las delaciones); sólo que estos grupos fueron renombrados y, por ello, dejaron de ser células para pasar a ser unidades primarias.

De esta manera, todo comunista soviético era al menos miembro de una unidad primaria. En esta unidad, como en las viejas células, compartía análisis, objetivos y logros con personas que conocía bien: vecinos de su barrio, parientes, familias cercanas a su familia. Para muchos, muchísimos de los occidentales que teorizaron sobre esta estructura, estas unidades primarias no eran sino la señal de que la sociedad soviética entera “palpitaba” en el sistema soviético. En realidad, estas unidades primarias, y esto es algo que el estalinismo demostró en modo Experto, eran, sobre todo, estructuras de control, de delación y, no pocas veces, de pura y simple traición. Las unidades primarias eran el primer estado en el que el ciudadano soviético era controlado: si decidía no implicarse en ellas, por eso mismo; y, si decidía hacerlo, ay de él, o de ella, si se le ocurría decir algo que no gustase, que fuese inesperado o crítico.

En 1971, 14,5 millones de ciudadanos soviéticos eran miembros del Partido, en torno a un 6% de la población total. En realidad, desde que Stalin lanzase la campaña de limpieza de militantes de la que ya hablaremos, en la URSS el acceso al Partido era algo bastante restringido, lo cual es lógico porque venía a significar una potencial ganancia de nivel de vida que tampoco se podía proveer para mucha gente. Aquél que quisiera ser miembro del Partido debía atravesar por un periodo de prueba en el que sería controlado por una unidad primaria, tras el cual tres militantes deberían avalar su ingreso. Como consecuencia de todo esto, a finales de los sesenta en la URSS había más de 350.000 unidades primarias, en las que todo militante debía demostrar su condición. Las unidades primarias informaban de cualquier cosa a alguno de los 31.000 comités locales del Partido, además de elegir delegados para los congresos del Partido a escala de raion, ciudad o barrio. En la segunda mitad de los sesenta, había unas 4.000 conferencias anuales de este tipo de “círculos”, por utilizar un lenguaje más moderno.

De los ámbitos locales se pasaba a los órganos regionales del Partido. Esto ya es la coordinación comunista a escala de krai, oblast o unidad étnica. En total, unas 200 que elegían sus propios secretarios y comités. El siguiente nivel era la organización del Partido en cada república de la Unión y en las repúblicas autónomas integradas en la Federación Rusa (porque la Federación Rusa, propiamente hablando, no tenía dirigentes del Partido). Luego, ya, el Congreso del Partido de la Unión, su Comité Central, su Politburo, y su Secretariado.

¿Por qué el comunismo soviético se llama centralismo democrático? Pues porque nunca negó el hecho de que el poder en el PCUS estaba notablemente centralizado en su cúspide (claro que tampoco habría podido negarlo, porque era más que evidente); pero lo llamaba democrático porque, al establecerse, en cada escalón del Partido, una estructura con su Comité Central, su Congreso y su Secretariado, se sostenía la idea de que lo que hacían los grandes dirigentes del Partido no era otra cosa que limpiar, fijar y dar esplendor a aquello que les llegaba de esa rica y constante discusión, que empezaba con cuatro amigos, miembros de una unidad primaria, juntándose en el sótano del edificio en el que vivían, y terminaba en las sesiones semanales del Politburo. En otras palabras: la URSS, que es probablemente el régimen político más “de arriba a abajo” que ha existido nunca, se relataba a sí misma como un sistema “de abajo a arriba”, donde el Pueblo, a través de sus representantes, hacía viajar, desde los soviets más humildes, sus ideas y demandas, para que los generosos jefes del Partido las recogiesen.

Pero, claro, era mentira. Todo una puta mentira. Esa transmisión, como he dicho, no iba de abajo a arriba, sino de arriba a abajo.

La clave de bóveda de la engañifa es una expresión muy conocida en su momento: línea del Partido. El PCUS permitía que sus miembros discutiesen lo que quisieran. Pero lo que no podían hacer nunca era apartarse de la línea del Partido. En esto, la URSS y el franquismo se parecen de una forma abracadabrante. El de la URSS es el mismo concepto que el de Franco: evolución política, sí; pero dentro del Movimiento. Aquí, igual: discusión sobre lo que sea, siempre bienvenida; pero dentro de la línea del Partido.

El comunismo soviético se preocupó mucho de que, en los niveles intermedios y bajos del Partido, sólo los secretarios generales (los pequeños Stalin, pues) fuesen funcionarios a tiempo completo. Este hecho es de gran importancia. Para los máximos responsables del Partido a cada nivel, la vida venía a significar lo mismo que para el diputado español medio: lo importante no es hacerlo bien, lo importante es que el líder del Partido tenga en la memoria la placentera sensación de tu sumisa lengua en su entrepierna. La funcionarización exclusiva de los secretarios del Partido, unida a la política generalizada de enviar a muchos territorios a políticos de otros lugares, desvinculados con el terruño, fue fundamental para mantener toda la estructura calladita y mamando durante siete décadas.

Hay que decir, además, que ese mito fake distribuido durante décadas en las facultades de Políticas del mundo entero, en el sentido de que en la URSS se votaba todo, falla precisamente por aquí: no, los secretarios no eran elegidos ni votados. Eran designados por el secretario inmediatamente superior. Eras secretario del Partido en tu barrio si lo quería el secretario tu gorkom, a quien había nombrado su raikom, a quien había nombrado su orkom, a quien había nombrado el secretario de la República, que era un señor que se lo debía todo al camarada primer secretario general. En la URSS se solía decir: las tres etapas en la Historia de la Humanidad son: matriarcado, patriarcado y secretariado.

Los estatutos del PCUS tenían un corte muy clásico que establecía que su máximo órgano de gobierno era el Congreso, un órgano que antes de la revolución se reunía anualmente pero pasó a hacerlo quinquenalmente una vez tomado el poder. Entre congresos, el poder partidario lo detentaba el Comité Central, un órgano de variada composición pero que llegó a tener muchos miembros. La dinámica del Comité Central era relativamente periódica, sobre todo en los primeros tiempos cuando era un órgano relativamente pequeño; pero en la etapa de madurez de l URSS, con Breznev a la cabeza, comenzó a distanciar sus reuniones a dos o tres al año, una costumbre que ya se mantendría hasta el final, también con Gorvachev. Este distanciamiento entre reuniones hizo que el Comité Central, en la práctica, no pudiera ser el órgano que llevase el día a día del país; momento en el que comenzó a adquirir verdadera importancia el Secretariado del Comité Central.

El Secretariado del CC era una Administración en sí misma. Estaba dividido en departamentos, muchos de los cuales eran los habituales en la gobernación (agricultura, industria pesada, etc.); la mayoría de ellos eran paralelos a los ministerios, es decir, llevaban su mismo nombre y gestionaban los mismos asuntos. A la cabeza de cada uno de estos departamentos había un secretario del Comité Central que era, en buena medida, la voz cantante, o más bien la voz gobernante, en su materia. Ser secretario del Comité Central, sobre todo si se era de las materias más importantes, era signo de que la carrera política estaba en ascenso; otorgaba poder sobre la creación de una estructura de patronazgo basada en miembros del Partido menos poderosos que te deberían a ti su nombramiento y, por lo tanto, habrían de apoyarte (o no, así que tenías que ser cuidadoso al dotarlos de poder) en tus peleas por el poder. Consiguientemente, perder la calidad de secretario del CC, que fue lo que le pasó a muchos de los altos comunistas purgados por Stalin y sacrificados en el altar de los enfrentamientos internos en el comunismo soviético, era el epítome de una carrera acabada. Lo más de lo más, en términos de poder, era, obviamente, ser secretario del CC y, a la vez, miembro del Politburo.

Aunque durante el tiempo de Stalin el poder de los secretarios del CC era más relativo, y en muchos casos inferior al de los comisarios del pueblo o ministros en su materia, con la llegada de Khruschev y la burocratización del PCUS, que Breznev llevó a extremos sicóticos, las tornas cambiaron. Además, no olvidemos que Khruschev prevaleció sobre Malenkov a base de formular la prevalencia del Partido sobre el gobierno; y que, de hecho, éste último, con su dédalo de ministerios, era objetivamente una estructura de poder más difícil de controlar que el Partido.

En su sazón, justo antes de la caída del Muro, el Secretariado del CC tenía 20 departamentos. No todos tuvieron la misma importancia. Destacaba, por ejemplo, el llamado Departamento General, pues trabajaba muy cerca del secretario general, preparando las agendas del Politburo y garantizando la documentación necesaria para el mismo (ahí labraría su carrera Chernenko). Luego estaba el Departamento de Organización, encargado de los cuadros del Partido y que, según épocas, llegó a tener un gran poder en los muchos nombramientos del sistema. El Departamento de Órganos Administrativos, pese a tener un nombre tan inocente que parece anunciar una labor técnica de muy poco sexy, en realidad controlaba ministerios como Defensa, Aviación Civil, Asuntos Internos, Justicia, la Fiscalía General, el Tribunal Supremo y, por último, pero no por ello menos importante, la policía política.

El, por así llamarlo, colegio de secretarios del CC, que formalmente nunca existió, tenía un teórico, muy teórico, primus inter pares, que era el secretario general. Esta posición teórica es la que hace preciso, cuando menos en mi opinión, referirse al secretario general del PCUS como primer secretario general del PCUS, puesto que también era el primero de los secretarios del CC. El secretario general era responsable de todos los demás secretarios. Stalin fue secretario general entre la enfermedad de Lenin y 1934, cuando comenzó las primeras purgas. Es decir, mientras hubo movimientos o corrientes dentro del PCUS que podían amenazar su prevalencia, se hizo llamar así. Desde 1934, cuando se consolidó en el poder y, según algunos historiadores, comenzó su etapa dictatorial (no, desde luego, según este amanuense; a ver si ahora va a resultar que el periodo anterior fue la democracia de Rita Irasema) cambió su denominación por otra, teóricamente más modesta, de secretario del Comité Central. Es decir, Stalin, en la cumbre de su poder, quiso recuperar para sí ese concepto de primus inter pares que está implícito en la organización del Secretariado.

Como ya he dicho, a la muerte de Stalin, puesto que éste no se había preocupado de dejar tras de sí una URSS adecuadamente estatuida y con reglas claras, surgió la duda de quién debía mandar en el país: si el Partido o el gobierno. En realidad, aquello era una pelea personal: muerto Beria, Khruschev y Malenkov habían llegado a la final de la Copa y, como ya sabemos, pasados noventa minutos sólo puede quedar uno. Khruschev se hizo llamar Primer Secretario y ganó la batalla, lo cual consolidó el esquema por el cual era el Partido el que mandaba. Breznev, por su parte, abandonó la calificación de Primer Secretario y se hizo llamar Secretario General, generándose así un esquema que permaneció más o menos sin cambios hasta que en 1990 Gorvachev fue elegido presidente de la Unión, con la intención de dotar de sentido y de poder a una institución que nunca la había tenido en la Historia de la Unión.

Por lo demás, desde los primeros tiempos del comunismo soviético, pero muy particularmente tras la muerte de Stalin, el verdadero poder político residía en un órgano vicario del Comité Central, que en momentos se llamó Politburo, en momentos Presidium. Hasta 1957, la dualidad entre Partido y Gobierno fue básicamente resuelta por Lenin y Stalin haciendo que los miembros de esta elite gobernante fuesen, también, miembros del gobierno en muchos casos; a partir de dicho año, siguiendo el esquema khuschevita que apostaba sin ambages por una prevalencia partidaria, el Politburo comenzó a poblarse de políticos puros, por así decirlo; una tendencia que en 1990, en la última reforma de Gorvachev, se llevó al extremo pues el Politburo quedó totalmente limpio de ministros.

El Politburo era nombrado en cada congreso. Tenía dos tipos de miembros. El miembro candidato podía acudir a las reuniones, tenía derecho de palabra pero no de voto; y luego estaba el miembro pleno. Gorvachev fue el único líder soviético que cometió con profusión el teórico anatema de hacer a partidarios suyos miembros de pleno derecho sin haber pasado antes por la cámara de descompresión de ser miembro candidato.

La URSS, como su propio nombre indica, era una unión, teóricamente libre, de repúblicas, cada una con su Partido Comunista, salvo el caso de Rusia. En realidad, era uno de los Estados más centralizados que han existido en la Historia, centralización nacida del hecho de que, como os he dicho, no gobernaba el gobierno sino el Partido; y el Partido se gobernaba desde Moscú.

Esta realidad fue sólidamente establecida ya por Lenin y quintaesenciada por Stalin. Los dos establecieron un sistema que no se recataba, en aquellos casos en los que en una república los políticos locales fuesen un tanto relapsos, de hacer mandamases comunistas a personas que llegaban de otras partes de la URSS, designadas por el poder central. Khruschev no sólo no luchó contra esto sino que incluso lo profundizó más. El gran competidor de Khruschev, que en realidad no fue Malenkov sino Lavrentii Beria, jugó la baza de excitar las veleidades nacionalistas de muchas repúblicas soviéticas. Como ucraniano que era, Khruschev conocía la enorme potencialidad de este tipo de tendencias, y por eso las temía. Así las cosas, las grietas nacionalistas en la URSS no comenzaron a aparecer, tímidamente, hasta el tiempo de Breznev; y acabaron estallando en el jeto de Gorbachev.

Cada Partido Comunista republicano estaba liderado por un Buro, que sólo en el caso de Ucrania se llamaba también Politburo, elegido por el Comité Central en el correspondiente congreso. Asimismo, cada Partido tenía su Secretariado del Comité Central y sus departamentos, con el primer secretario al frente. 

El Komsomol era más o menos la juventud comunista. Su estructura reproducía la del Partido, con lo que operaba como una especie de escuela de prácticas del burócrata soviético.

Las instituciones estatales eran el gobierno, el ejecutivo, las agencias y los soviet. Constitucionalmente hablando, el poder supremo sobre la nación era ejercido por el Soviet Supremo, que elegía al gobierno y aprobaba muchas leyes (aunque el Politburo y el Comité Central emitían decretos por sí mismos). Siempre se respetó la norma de que el primer ministro siempre fuera miembro del Politburo. Hasta 1989, en todas las elecciones a soviet en sus muchos niveles, hasta llegar al Soviet Supremo, había un solo candidato. El Soviet Supremo, como ya os he dicho, sólo se reunía un par de veces al año, aunque la institución tenía otras prerrogativas, como los indultos, que fueron inteligentemente utilizadas por la pareja Breznev-Chernenko. Los soviet locales teóricamente eran los que auditaban y seguían la labor de los gobiernos locales; pero estaban en la práctica totalmente controladas por el Partido, el cual, a través del Buró del CC, tomaba las decisiones.

El gobierno de la nación fue llamado Consejo de Comisarios del Pueblo o Sovnarkom (Soviet Narodnyj Kommissarov) hasta 1946. Cada república y república autónoma de la Unión tenía el suyo propio; lo cual significa, fundamentalmente: Rusia, Bielorrusia, Moldavia, Lituania, Letonia, Estonia, Armenia, Azerbayán, Georgia, Kazajstán, Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán y Turkmenistán.

En realidad, todos los ministerios importantes eran ministerios de la Unión; ministerios federales, podríamos decir. Ahí entraban Defensa, Asuntos Exteriores, Industria Ligera (un ministerio de importancia porque asumió la fabricación de la bomba atómica), y otros. Otros ministerios eran de la Unión y de república, con los segundos subordinados al primero. El caso más visual de esto era el ministerio de Agricultura.

Los ministerios, obviamente, siempre lucharon contra los intentos, sobre todo de Khruschev, en el sentido de incrementar el poder de Partido sobre ellos. Fue en la intrincada red de ministerios de naturaleza económica, en mi opinión, donde la URSS labró su perdición. Como acabaría concluyendo en una auditoría el Gosplan u oficina de planificación económica, la estructura de gestión económica soviética estaba basada únicamente en el cumplimiento, muchas veces meramente formal y estadístico, de unos objetivos cuantitativos, nunca cualitativos. O sea, había que producir equis tractores; ya, que esos tractores funcionasen, era otra movida. La estructura de gobierno económico, con fuertes elementos descentralizadores en un Estado tan grande, lo que promovía era los virreinatos ya comentados, que generaban estructuras monopolísticas de naturaleza mafiosa (muchas de las cuales permanecen hoy en día). El problema para el comunismo soviético es que, por mucho que albergase a personas que sinceramente quisieran cambiar esto, fuesen esas personas Kosigyn, Andropov o cualquier otro, nunca pudieron hacerlo, pues rara vez quien ha provocado el problema tiene las claves para solucionarlo.

El gran reto de Gorvachev en 1990 fue cambiar esto. El secretario general de los comunistas soviéticos, él mismo un convencido de la cuadratura del círculo de que todo aquello se podía conseguir yendo del comunismo al comunismo, trató de recuperar las esencias, darle el poder a unos soviet surgidos de elecciones competitivas, y eliminar el principio de que quien gestionaba era el Partido. Creó un súper parlamento, el Congreso Soviético de Diputados del Pueblo, con 2.250 miembros de los cuales 750 todavía provenían de una suerte de democracia orgánica, esto es, representaban a organizaciones sociales y al Partido. Este Congreso elegía un Soviet Supremo bicameral (como ya era: Soviet de la Unión y Soviet de las Nacionalidades).

Al fin y a la postre, gobierno y Partido en la URSS estaban confundidos en una melange, que diría el tango, total. Aunque el tema pasó por etapas, y hay que tener en cuenta, sobre todo, el momento en que Kosigin decidió usar su posición como jefe de gobierno para hacerle sombra a Breznev, en términos generales, en cada escalón del poder, el correspondiente órgano del Partido mandaba sobre el del gobierno; y siempre era, por ejemplo, mucho mejor destino ser designado secretario del Comité Central para Asuntos Agrícolas que ministro de Agricultura. El gran punto de conexión donde todos los hombres de poder se encontraban era el Politburo o Presidium. Como hemos tenido ocasión de ver en los tiempos de Breznev y, sobre todo, de Chernenko, el Politburo era el órgano político más vivo; en realidad, el único.

A los miembros del PCUS, y sobre todo a sus dirigentes, se los machacó siempre con la idea de que debían ser contribuyentes netos del Partido; que debían aportar mucho más de lo que recibían. Ése es el espíritu que late en los escritos de Lenin inmediatamente después de consolidar el poder; aunque no podía ser tan estúpido, o estar tan desinformado, como para no ser consciente de que lo que estaba pasando era exactamente lo contrario.

Una vez, hace muchos años, un jefe que tuve en uno de mis trabajos me dijo que desde joven era un falangista convencido. Que había leído los escritos de José Antonio siendo un adolescente, y se había convencido. En el año 1964 tuvo por fin edad para militar, y se fue a la Gran Vía, entonces Avenida de José Antonio, para darse de alta en Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Contaba que tuvo un diálogo de sordos, bastante largo, con el hombre que lo atendió. Aquel hombre le preguntaba si quería acceder a un piso, u optar a un puesto de funcionario; no paraba de preguntarle qué quería a cambio de militar. Mi jefe acabó por darse cuenta de que ya nadie, ni siquiera en la propia Falange, creía que alguien pudiera querer ser falangista por la ideología.

En el comunismo soviético pasaba un poco lo mismo. Los que se apuntaban al Partido sabían que se enfrentaban a un proyecto vital muy complejo. Un proyecto en el que, por ejemplo, si uno era ingeniero agrónomo y le pillaba el proyecto de las Tierras Vírgenes en Kazajstán, todo el mundo en su barrio, en su soviet, esperaría que se presentarse voluntario para irse allí, al culo del mundo. El día a día de la mayoría de los comunistas soviéticos era comer pollas a pares y discutir interminablemente políticas que luego nunca funcionaban.

Pero todo eso tenía una compensación. Adaptando los datos del muy recomendable Vernon Aspaturian, y asumiendo que el salario de un trabajador no cualificado puede identificarse con el SMI actual, unos 1.000 euros, pues, se puede calcular que, si efectivamente un trabajador no cualificado soviético ganaba en los años sesenta del siglo pasado el equivalente a 1.000 euros de hoy, el cualificado ganaba 3.750. Un ingeniero podría aspirar a ganar unos 4.000, un médico jefe de departamento, 3.500 euros. Pero, dentro de las estructuras del poder, un ministro ganaba unos 17.500 euros, y un jefe del Partido, 50.000. Todo esto, sin tener en cuenta las gabelas: mejores casas, mejores barrios, coche oficial, economatos exclusivos, etc. Los incentivos para ser un camarada eran muchos. Quizá por eso a Stalin no le quedó más remedio que "equilibrar".

Ahora veremos cómo.

3 comentarios:

  1. Anónimo1:29 p.m.

    Con su permiso.
    Recomiendo empezar por el final, busquense vuestras mercedes la película La muerte de Stalin.
    Presten atención a los detalles y verán que peazo hideputa fue el Dzugasvili (o como se escriba) de los cojones.

    Cide Hamete Benengueli

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  2. Como nota a pie de página: El proyecto de las Tierras Vírgenes fue uno de los grandes desastres ecológicos de la URSS (Y no escasean) Se roturaron enormes extensiones de terreno en las estepas sin tener en cuenta que la hierba protegía el suelo y el primer vendaval arrastró a las montañas la capa de suelo fértil dejando tras de si un desierto estéril.

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  3. Como nota discordante soy de los que piensan que el comunismo no es fascismo pero no por sus bondades.
    Para mí es totalitarismo que engloba tanto a comunismo como a fascismo.

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