Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado
Volvamos con Beria. En noviembre de 1920, Iosif Stalin visitó Bakú; pero no tenemos, en realidad, ningún dato que nos permita estimar que él y Beria se conociesen. Como chekista que ya era, Beria era en ese momento un hombre de Serge Ordzhonikidze, mucho más que de Stalin. Los bolcheviques, siendo la tendencia general marcada por la revolución, se llevaron por delante el gobierno vigente en Armenia en 1920, y al año siguiente el de Georgia.
La Comisión Extraordinaria para combatir la Contrarrevolución y el Sabotaje (que normalmente conocemos como la Cheka) azerí, se estableció el 29 de abril de 1920, como consecuencia inmediata de la toma de poder en la república por los bolcheviques. Obviamente, dependía de la VeCheka o Cheka de todas las Rusias, que existía desde diciembre de 1917 (porque, sí; los bolcheviques se tomaban tan en serio la dictadura del proletariado que, allí donde lograban el poder, lo primero que hacían no era bajar el pan o el gas, sino establecer sólidas instituciones represivas). La Cheka azerí era yogurina en lo suyo y, por eso, cometía errores. De hecho, llegó a detener al propio Beria cuando todavía era formalmente un estudiante. Se lo llevaron para interrogarlo y allí mismo le podían haber troquelado la nariz a la nuca de no haber sido por un amigo suyo, Georgi Sturua.
Como ya os he contado, Beria terminó siendo un empleado de esa comisión que le había querido dar una buena mano de hostias a él mismo. Allí, Beria trabajó a las órdenes de Mir Dzhafar Bagirov, un azerí bolchevique de primera hora y media, pues no podía exhibir más experiencia en el Partido que el propio Beria. Bagirov, asimismo, dependía del comisario local del ejército, quien dictó la orden de realizar operaciones muy violentas sobre todo en zonas rurales; operaciones en las que Bagirov se desempeñó con una crueldad sofisticada y general. La doble B: Beria y Barirov, se conocía bien desde los tiempos en que el primero había espiado para el XI ejército; el hecho de que el segundo acabase por ser el principal líder comunista en Azerbayán sería de gran ayuda para Lavrentii. Ambos formaron una de esas típicas mini-tribus mafiosas existentes en la gran mafia que fue el Partido Comunista de la URSS; formaron, pues, una sociedad de socorros mutuos en la que se ayudaron muchas veces. Eso sí, por supuesto Bagirov, cuando Beria fue ejecutado, pasó a decir que siempre había sabido que era un cabrón y que, en realidad, amigos, amigos, lo que se dice amigos, nunca lo habían sido.
Sólo pudo ser gracias a Bagirov que Beria, un chavalote que meses antes estaba aspirando a que le dejasen ser arquitecto; un tipo al que se había investigado por posible doble espionaje, no se sabe en realidad con qué conclusiones, acabase teniendo un puesto dirigente en la Cheka azerí. Pero lo que está claro, al menos para mí, es que este nombramiento está en la base de la extrema crueldad de Beria: tenía que demostrar muchas cosas.
Beria fue nombrado jefe del Departamento de Operativos Secretos y vicedirector de la Cheka. Tuvo capacidad de ampliar personal, y haciéndolo fue como contrató por primera vez a Vladimir Georgievitch Dekanozov, que tendría una larga vida en la estructura represiva soviética. Dekanozov ya trabajaba en la Cheka, pero en la parte económica; Beria lo hizo su secretario personal.
La labor de la Cheka era combatir a los grupos antibolcheviques. Esto incluía a los movimientos nacionalistas islámicos, los turcos, los socialrrevolucionarios y los mencheviques; todos se habían convertido en enemigos. En realidad, era una lucha de orden público; la presencia de estos grupos en diversos lugares de Azerbayán habían hecho que el control gubernamental fuese tenue o inexistente; en muchas partes del país reinar, reinar, lo que se dice reinar, reinaba la anarquía. En mayo de 1921, los bolcheviques crearon una troika especial para luchar contra el bandidaje, presidida por Bagirov; troika que, asimismo, creó diversas troikas subordinadas aquí y allá, en una especie de esquema Ponzi de la violencia política. Con ese gusto que se dan los comunistas por los derechos de la persona cuando se les deja desplegarse en todo su esplendor, las troikas fueron legalmente empoderadas, entre otras cosas, para poder asesinar de un disparo a los contrarrevolucionarios en el mismo sitio donde los arrestasen. Beria estuvo muy, pero que muy lejos de estar ajeno a las operaciones de la troika.
La cosa fue tan brutal que, incluso en un régimen como aquél, con su dictadura del proletariado y su máximo dirigente escribiendo que la violencia contra el opositor no sólo es legítima sino que es necesaria, la AzCheka terminó siendo criticada por los pasotes que se hacía. Incluso en el propio Azerbayán había bolcheviques que criticaban a Beria por animal de bellota. En la primavera de 1921, la cosa era tan bestia que la Cheka central, o sea Dzershinsky, envió a un propio, Milhail Sergeyevitch Kedrov, para inspeccionar a la AzCheka. Al parecer, lo que encontró Kedrov no fue sólo la movida propia de alguien que se desplegaba con inusitada crueldad; más bien, la cosa iba de que Beria era un poquito corrupto, pues descubrió que notorios opositores al bolchevismo habían sido extrañamente liberados de sus prisiones, mientras que otras personas perfectamente inocentes se pudrían en las cárceles. En consecuencia, le escribió a Dzerzhinsky recomendando que lo echasen de su puesto. Sin embargo, la carta no tuvo ninguna consecuencia. Beria siguió en su machito y, de hecho, la consecuencia más visible de aquello se vio en 1939, cuando tanto Milhail Kedrov como su hijo Igor Milhailovitch Kedrov fueron fusilados. Pero, vamos, hay que reconocer que ni Kedrov ni Kedrovcito, ambos chekistas, eran precisamente colaboradores del padre Ángel. Ellos mismos también eran crueles, venales y corruptos. Así pues, ésta de Beria versus Kedrov es una más de las peleas entre cabrones que te encuentras en la Historia de la URSS.
En el otoño de aquel año tan productivo de 1921, Beria se casó con Nino Teimurazovna Gegechkori, que era sobrina de un bolquevique georgiano: Alexander, normalmente conocido como Sasha, Alexeyevitch Gegechkori, y que había compartido prisión con Beria en Kutaisi. Nino era la típica adolescente un tanto atolondrada que, incluso, una vez fue a una manifa antibolchevique, lo cual causó un gran revuelo en su familia. Cuando tenía 16 años, Beria la abordó en la calle, la invitó a tomar algo y, en la misma cita, la pidió matrimonio. Las prisas que tenía por pulírsela (porque Beria lo que era en lo personal, por encima de todo, es un follador compulsivo) le llevaron a mentirle y decirle que el gobierno lo iba a enviar a Bélgica, pero sólo lo haría si estaba casado. Se casaron en secreto, sin decírselo a las familias, y se fueron a Bakúm, que por aquel entonces ni era Bélgica ni se le parecía un tantito. No hay que descartar que en el matrimonio pesaran otras cosas distintas de las que normalmente pesan en una relación amorosa. Nino era mingreliana como Beria y, sobre todo, pertenecía a una familia de gran pedigree bolchevique; esto a Beria le ayudaría mucho.
A finales de 1922, Azerbayán estaba bastante pacificada, pero el bolchevismo seguía teniendo serios problemas en Georgia. Por eso, Beria fue transferido a Tibilisi. El Revkom, o Comité Revolucionario georgiano, no era querido por la población. El bolchevismo georgiano, y esto es algo que suele pasar, era un comunismo que hablaba mucho de obreros y campesinos, pero que no tenía en su seno ni obreros ni campesinos. Era un movimiento de abogados, maestros y funcionarios en general. Los campesinos georgianos eran totalmente hostiles a los mensajes del comunismo, y los obreros, muy organizados, le eran fieles al menchevismo. Esto llevó a los dos principales colaboradores de Lenin en Georgia: Filipp Yeseyevitch Makharadze y Policarp, normalmente conocido como Budu, Gurgenovitch Mdivani, a adoptar la estrategia recomendada por el líder, caracterizada por ciertos niveles de conciliación estratégica. Tomaron medidas de tolerancia hacia el menchevismo e incluso dieron algo de cuartelillo a la propiedad privada. Sobre todo, trataron de aparecer como un gobierno muy pendiente de las sensibilidades nacionales.
Sin embargo, como contraste frente a esta postura, estaba el presidente del Zaikraikom o Comité Regional de Transcaucasia, Sergo Ordzhonikidze, apoyado en esto por Stalin (que era, no se olvide, comisario de Nacionalidades en el Partido), que querían una línea, pues eso: estalinista. Stalin, como veremos, estaba desarrollando entonces su visión híper centralista, muy poco comprensiva con las realidades territoriales de la futura URSS; y, por lo tanto, propugnaba una unión transcaucásica que, decía, se podía hacer por las buenas o por las malas; pero, en cualquier caso, se haría. De hecho, inicialmente ganaron la partida, imponiendo la creación de la Federación Transcaucásica en marzo de 1922, que en diciembre de 1922 culminó en la creación de la República Socialista Federada de Transcaucasia, que tres semanas después se integró en la URSS recién creada. Por mucho que Makharadze y Mdivani intentaron que Georgia diese ese paso como república independiente, no lo consiguieron. Esto no pasó inadvertido para Lenin quien, como vemos en estas notas, estaba muy atento, y muy preocupado, ante las intenciones centralizadoras de su camarada Stalin. Por ello, en noviembre de 1922 ordenó el envío de una comisión especial a Tibilisi, presidida por Dzerzhinsky; detalle éste en el que demostró que, sin duda, había perdido su toque, pues difícilmente podría haber enviado a un diputado más proestalinista. Dzerzhinsky, de hecho, trató de convencer a Lenin de que Georgia era una tierra de leche y miel por la que circulaba Rita Irasema lanzando perfume; Lenin, probablemente informado por otras fuentes, no tragó, y ordenó que los abusos contra georgianos fuesen inmediatamente detenidos.
La invasiva enfermedad de Lenin, sin embargo, le jugaba a la contra, y a favor de Stalin y, no se olvide, Ordzhonikidze (y digo esto de no se olvide porque Sergito acabaría suicidándose, presuntamente, porque no podía soportar las violencias de Stalin; pero, vaya, que el chavalote, en aquella época, no le hacía ascos a una buena mano de hostias en un sótano. Hay historiadores, yo creo que no exentos de razón, que suponen que, si se mató, era por suponer que las violencias de Stalin, esta vez, se iban a aplicar sobre él). En marzo de 1923, un tanto desesperado, Lenin decidió jugar su trump card, y trató de implicar a Trotsky en el sudoku georgiano; sin embargo, León le dijo a Vladimiro que no quería enfrentarse a Iosif en el que, obviamente, era su terreno. Así las cosas, lo que se produjo desde 1922 fue un aplastamiento progresivo de la conciencia nacional georgiana; proceso en el que un hito fundamental fue el nombramiento de Lavrentii Pavlovitch Beria en la Cheka local.
Lo más probable es que quien llevase a Beria a la GeCheka no fuese Stalin, sino Ordzhonikidze. La Cheka georgiana se creó en febrero de 1921, inmediatamente después de la invasión bolchevique. Su primer jefe fue Kote Tsintsadze. Era un tipo duro, pero era demasiado georgiano para Stalin y Ordzhonikidze. Consecuentemente, fue cesado por ser demasiado vasco, y sustituido por quien sería el jefe de Beria: Epiphane Alexis Kvantaliani.
En febrero de 1922, la VeCheka de Moscú fue disuelta y sustituida por la Administración Política del Estado o GPU, que a principios de 1923 se convirtió en la Administración Política Unificada del Estado o OGPU. Sin embargo, en Georgia la disolución de las chekas no llegaría hasta 1926, a causa del estado de debilidad en que estaba el bolchevismo.
Beria y su mujer se establecieron en un espacioso apartamento en el número 57 de la calle Kiacheli de Tibilisi. Convenció a su jefe, Kvantaliani, para que se mudase al mismo edificio con su familia. En el mismo también vivía Papulia, el hermano de Sergei Ordzhonikidze que sería finalmente detenido por Stalin. En el trabajo, reclutó a un grupo de chekistas jóvenes que, en esencia, permanecería con él durante toda su vida: dos armenios, Vsevolod Nikolaievitch, normalmente llamado Boris, Merkulov, y Bogdan Zakharovitch Kobulov; y un judío, Solomon Rafailovitch Milshtein, de origen polaco. Y, por supuesto, una importante caterva de georgianos: Dekanozov, Abksentii Rapava, Lavrentii Fomich Tsanava, Alexei Nikolayevitch Sadzhaia, Shota Tsetereteli y Nikolai (estoy por jurar que Maksimovitch, pero no estoy totalmente seguro; tendría que haber sido chekista con 17 años) Rukhazde.
Esta joven cheka se encontró con una serie de rebeliones en el año 1922, que despachó con total dureza y una falta absoluta de garantías jurídicas, como de costumbre. En 1923, conforme las personas más proclives dentro del Partido georgiano a mantener cierta comprensión hacia los elementos nacionales fueron perdiendo poder, la represión ya se hizo generalizada y absolutamente carente de cualquier freno. En octubre de aquel año, un denominado Comité por la Independencia de Georgia, comandado por los mencheviques y que englobaba a los movimientos de oposición, preparó un levantamiento armado. La Cheka, sin embargo, estaba dentro de ese movimiento, y practicó decenas de detenciones. Aun así, el levantamiento ocurrió en agosto de 1924. Da la impresión de que Beria, de hecho, dejó que ocurriese para así tener la disculpa perfecta para un movimiento represivo generalizado. Aparentemente, la Cheka estaba perfectamente informada del asunto a través de un detenido, Vladimir, conocido como Valiko, Jugheli, e impidió que éste avisase al resto de los conspiradores para que el golpe se produjese. El levantamiento logró controlar durante algunos días las áreas de la Georgia occidental más pro mencheviques, pero fue rápidamente sofocado (Jugheli, por cierto, fue ejecutado).
El 4 de septiembre, Beria fue a ver a los dirigentes insurgentes detenidos, y les conminó a hacer una declaración para que los rebeldes aun activos depusiesen las armas y así se evitase más derramamiento de sangre. Los insurgentes aceptaron, quizás pensando que así salvarían sus vidas. Sin embargo, una vez conseguida y publicada la declaración, la Cheka redobló su represión y los arrestos. Brigadas de chekistas se llegaron a las villas rebeldes y las arrasaron, matando a familias enteras. En una de esas aldeas, todas las familias que portaban un apellido concreto fueron masacradas, incluyendo bebés. Sólo esas acciones causaron unos 10.000 muertos.
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