El Ebro fue un error
Los tenues proyectos de paz
Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquen, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over
El último canto del cisne en materia de negociaciones de paz es el viaje de Indalecio Prieto el 27 de noviembre de 1938. A Prieto, a quien nadie quiere ya en Madrid, lo mandan a Chile. Negrín le dice que trabaje por una confluencia de países latinoamericanos en favor de la paz. Pero, vamos, lo mismo le pudo decir que le trajese la receta del pisco sauer porque, la verdad, perdida la batalla del Ebro, hubiera sido del género imbécil considerar que un tipo que no se había querido sentar en una mesa de negociación cuando apenas controlaba un tercio del territorio de España, lo iba a hacer ahora que iba 5-0 en el partido, quedaban tres minutos y a la República le habían expulsado a tres jugadores.
Un elemento de especial importancia en ese momento, lógico por otra parte teniendo en cuenta la situación de la guerra, es que los movimientos de alta política de la República son, por definición, cada vez más débiles porque se asientan sobre un país que lo ha perdido todo. Las crónicas de la entrada del ejército nacional en Barcelona, las escribiesen tirios o troyanos, son coincidentes al señalar que las tropas de Franco entraron en una ciudad de zombies hambrientos. Los barceloneses (y sus muchos refugiados de otros sitios) llevaban meses viviendo con raciones de campo de concentración, y en el marco de una desmoralización intensa. El general Vicente Rojo dejó escrito que, para entonces, se había terminado de intensificar un factor que, por otra parte, siempre fue problemático, en alguna medida, para el ejército de la República: la escasa moral bélica de muchas estructuras del Estado. Siempre hubo formaciones políticas que se situaron contra las levas y que llegaron a aconsejar a sus juventudes que no las atendieran; pero, además, había muchos alcaldes que defendían, si no organizaban, las deserciones. La República pagó muy caro, y durante demasiado tiempo, la opción estratégica que tomó tras el 18 de julio de hacer como que no había guerra, anulando las declaraciones del estado de ídem allí donde pudo, y tratando de mantener la ilusoria impresión de que lo que seguía habiendo en España era un Estado funcionando como si tal cosa.
De hecho, la situación a partir, aproximadamente, del verano de 1938, es tan desesperada en la zona republicana que, al contrario de lo que cierta imaginería poco documentada que a veces se le lee a los licenciados en Historia (así como otras ambientaciones, como el retrato del Madrid del final de la guerra que se hace en obras como Las bicicletas no son para el verano), el principal argumento republicano del 36: la revolución, había desaparecido por completo. El Frente Popular, a pesar de ser ya una entelequia inexistente, sigue siendo formalmente la coalición de gobierno en España. Pero en 1938 fue renombrado y pasó a llamarse Frente Popular Nacional, tratando con ello de pisarle algo de terreno ideológico al enemigo. Asimismo, el eslógan machaconamente repetido por la propaganda nacional ya se ha olvidado de la revolución, y acude al argumento patriótico: España para los españoles. Ya no se lucha contra el fascismo: se lucha contra la aleve penetración extranjera en los asuntos de España, con más inquina todavía desde el momento en que Negrín adopta el gesto unilateral de licenciar a las Brigadas Internacionales (que ya apenas son brigadas, y desde luego no son ya internacionales). A decir verdad, sí que hay quien conserva la retórica antifascista, es decir, los comunistas; pero, en 1938, el problema para la República ya no sólo es ser vencida por Franco; también tiene el problema de que todo el resto del ámbito republicano odia a los comunistas.
El 8 de diciembre de 1938, la República da uno de sus últimos pasos atrás: publica un decreto que crea el Comisariado General de Cultos, que se aplicará, a pelo puta, a tomar medidas para restablecer la normalidad de la práctica religiosa de cara a la cercana Navidad. Para entonces, la verdad, en las grandes ciudades de la zona de Cataluña se pueden celebrar misas, siempre y cuando lo sepa la Policía y no se grite mucho al cantar Qué alegría cuando me dijeron. Muy, muy tarde, la República se da cuenta de la importancia de garantizar la normalidad religiosa en su territorio; y no será porque no lo supiese. En otro punto de este blog ya te he contado que el ministro vasco Manuel de Irujo puso ya en enero de 1937 los puntos sobre las íes en lo que se refiere a la política de la República en guerra respecto de la Iglesia y el daño que esto le estaba causando. Negrín, sin embargo, perdió tontamente en año 38 en gestiones y gestioncillas en las que yo creo que no creía.
Cataluña estaba defendida por el GERO: Grupo de Ejércitos de la Región Oriental. El GERO tenía dos mandos fundamentales en el general Juan Hernández Saravia y su jefe de Estado Mayor, teniente coronel Aurelio Matilla Jimeno. El GERO se componía de dos ejércitos, uno de ellos de reserva. Esto, sin embargo, es lo que se veía sobre el papel. En realidad, muchas de las unidades del GERO no estaban completas, adolecían de falta de efectivos hasta en un 50%; los cuerpos V y XV, que se habían comido los marrones más grandes de la batalla del Ebro, estaban especialmente diezmados. A la falta de hombres había que añadir la falta de armamento y equipamientos pues, como ya os he dicho, el gran problema de la ofensiva republicana en el Ebro es que no podía ser un juego de suma cero.
Todo esto era así a pesar de que la República había hecho todo lo humanamente posible por dotarse de soldados. A finales de 1938, el ejército republicano acumulaba 19 reemplazos, los que iban desde 1923 hasta 1941 (sí: había dos reemplazos que habían sido convocados antes de alcanzar la edad legal para ello); aunque la Marina no había llamado al del 41. Pero, claro, ese nivel de leva dejaba la retaguardia prácticamente sin capacidad económica.
Asimismo, aunque la República siempre procuró que la logística militar procurase una alimentación mejor a los soldados que a la población en general, lo cierto es que los soldados tenían que luchar con la barriga apenas medio llena.
Frente al GERO, el Cuartel General de Generalísimo venía trabajando desde la segunda mitad del 1938 para diseñar la ofensiva sobre Cataluña, sobre todo mientras gestionaba la batalla del Ebro y se iba percatando de cuál iba a ser su resultado. Al frente está el general Francisco Martín Moreno, siendo jefe de Estado Mayor Luis Villanueva López-Moreno. Al frente de la sección de Información estaba el coronel Luis Gonzalo Vitoria (a quien veremos tener un papel muy relevante en las conversaciones finales de Gamonal), mientras que la jefatura de la Sección de Operaciones era para el teniente coronel Antonio Barroso y Sánchez Guerra. El jefe de la sección de Servicios era Manuel Villegas Gardoqui y, para terminar, el jefe de la sección de Cartografía era Carmelo Medrano.
Al frente de la Marina se encontraba el almirante Juan Cervera Valderrama, mientras que el jefe de las tropas aladas era el general Alfredo Kindelán Duany; comandantes principales de Artillería e Ingenieros, por su parte, eran los generales Joaquín García Pallasar y Salvador García de Pruneda.
Estos fueron los militares cuya labor fue diseñar la ofensiva final sobre Cataluña, para la que contaban con unos 250.000 efectivos para un total, optimistamente calculado, de unos 140.000 republicanos (republicanos que, como se ocupaba de recordar el coronel Segismundo Casado en sus conversaciones, no todos tenían fusil).
Poco tiempo después de terminada la batalla del Ebro, el general Vicente Rojo visitó la zona centro. La suya era una visita para buscar, literalmente, hasta el último recurso que pudiera permitirle a la República recuperar una iniciativa que tenía perdida. La idea es que las tropas que no han estado vinculadas a la operación del Ebro realicen una ofensiva que obligue a Franco a abandonar o aplazar los planes que ahora seguro que tiene de realizar una ofensiva en Cataluña.
En la zona Centro-Sur está el GERC, el Grupo de Ejércitos la Región Centro, al mando del general José Miaja, con el general Manuel Matallana como jefe de EM. Sobre el papel, el GERC era una potente máquina militar: cuatro ejércitos, 17 cuerpos de ejército, 53 divisiones, 144 brigadas mixtas. A menudo ocurre, sin embargo, que el mero planteamiento teórico en un papel o en un informe esconde cosas. Y lo que yo mismo acabo de escribir esconde el hecho claro de que el GERC, para empezar, es un conjunto de fuerzas agotado de pelear para que la hidra nacional no se haga con Valencia; y, por ésta y otras muchas causas, es, también, un conjunto de fuerzas carcomido por la desmoralización. El 6 de diciembre, el general Rojo le escribió en un informe a Negrín, en un lenguaje un tanto alambicado, que la guerra estaba básicamente perdida.
Aun a pesar de sus creencias, Rojo hizo un planteamiento, más teórico que práctico, consistente en que el GERC realizase tres operaciones. La primera sería un ataque combinado naval y terrestre sobre Motril; de ser exitoso, amenazaría Granada y Málaga, amenaza cuya función debería ser fijar las fuerzas nacionales de Andalucía y Extremadura en su territorio. Aproximadamente una semana más tarde, tres cuerpos de ejército como mínimo deberían presionar la línea Córdoba-Peñarroya, con el fin de agravar la situación en el frente andaluz-extremeño. Finalmente, otra semana después, un tercer ataque tendría como objetivo desconectar las comunicaciones entre los ejércitos franquistas del norte y del sur. Todo esto se había marcado para iniciarse el día 8 de diciembre, pero una buena prueba de que aquellos planes fueron castillos en el aire desde el primer momento es que el informe de Rojo advirtiendo de que las tropas no estaban ya en condiciones de empatar, mucho menos de ganar, el partido, es de dos días antes. Miaja, responsable último de llevar a cabo la operación, pidió, además, tres días de aplazamiento (otras fuentes indican que envió una carta oponiéndose a la operación que, además, tardó tres días en llegar); total para, el día 11, es decir cuando el merdé debería comenzar, comunicarle a Rojo, de una forma no muy clara, que por diversas razones la ofensiva era imposible (aunque, como veremos, el 5 se intentaría Peñarroya).
Da la impresión de que Miaja no quería que la operación se produjese. Diversos historiadores han destacado el dato de que la conocía desde el 20 de octubre y, sin embargo, su carta poniéndole trabas a la misma es de 8 de diciembre.
La primera semana de diciembre de 1938 se la pasaron en el Estado Mayor Central del Ministerio de Defensa esperando esta nonata ofensiva como agua en mayo; de forma un tanto extraña, sin embargo, cuando llegó el omnes obstat de Miaja, optaron, simplemente, por aceptarlo sin pedirle cuentas. Rojo, en sus memorias, dice que la suspensión de la operación de Motril fue el principio de la derrota en la batalla de Cataluña. Pero, como digo: lo escribe a toro pasado; en su momento, no pareció hacer nada. Y, segundo, yo personalmente no creo que la ofensiva de Motril hubiese cambiado nada, si acaso aplazar las cosas como el Ebro. Last, but not least, llamarle a lo de enero de 1939 batalla es de un optimismo digno de mejor fin.
Si recordáis o repasáis lo que os acabo de escribir unas líneas más arriba, recordaréis que se hablaba de un triple zasca: Motril-Peñarroya-tercer ataque para desconectar las fuerzas franquistas. Yo creo que este tercer ataque es lo que en estas notas he llamado la operación de Brunete II. Una acción que se cita en varios libros, pero a la que en la mayoría de ellos, o por lo menos de los que yo he consultado, se le dedica poco espacio. Tal vez ese relativo poco interés tiene que ver con el hecho de que, fracasadas las dos operaciones anteriores, no tenía mucho sentido. Sin embargo, yo creo que tiene su interés por lo que revela de debilidad de la República y, muy particularmente, del Ejército del Centro.
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