lunes, junio 11, 2018

El regente Ciscar (1: el hidalgo valenciano al que se le daban bien las mates)

Que España se muestra esquiva y en ocasiones huera con sus personajes y héroes es cosa que, con el nivel que suele haber entre los lectores de este blog, no necesite de mucha más explicación. La labor de desenterrar y otorgar un poquito más de conocimiento público a españoles que lo merecen es ingente y, tal vez por eso, sólo puede llevarse a cabo de cuando en cuando y en adecuadas diócesis. Estas notas que comienzo aquí son una de esas ocasiones, pues hoy os quiero hablar de un personaje del que cuando menos yo creo que se debería hablar mucho más, sobre todo en los textos escolares de Historia, que a veces reservan la gloria para tanto mediocre cuyo único mérito es ofrecer una biografía compatible con conceptos actuales.

En realidad, el personaje que voy a tratar ya nos ha visitado en este blog. Si recuerdan aquellos lectores que lo hayan sido de la historia trazada aquí sobre el cálculo de las dimensiones del metro decimal, tal vez recuerden que, en los párrafos destinados a la polémica en torno a la adopción del sistema decimal por España, se citaba a Gabriel Ciscar. Pues es de don Gabriel de quien queremos hablar aquí, entre otras cosas porque el personaje tiene más dimensiones que la matemática. En realidad, Císcar es un personaje importante para la Historia de España y, diría yo, un ejemplo de coherencia en el pensamiento. Ensayemos, pues, un esbozo geográfico que sea capaz de trazar ese camino de justicia histórica.

Gabriel Ciscar, según el retrato que de él nos han dejado sus contemporáneos, era un hombre alto, delgado y que rara vez abandonaba su gesto serio y hasta adusto. Esto probablemente se justifica por el hecho de que su vida, en buena parte, estuvo presidida por el sufrimiento físico y moral. Además de la pérdida de los suyos, que le golpeó varias veces, él mismo fue persona de escasa salud. A los quince años de edad cayó enfermo de la dolencia-resumen de su época, las fiebres tercianas. Fuera cual fuera en términos precisos la dolencia que lo atacó, se quedó latente en su cuerpo para regresar en episodios agudos durante toda su vida. A los 37 años, padeció otra enfermedad, entonces llamada destilación, que le provocó grandes toses y expectoración sanguínea. Para colmo, Císcar era muy corto de vista, como pronto se dieron cuentas sus maestros en el arte de la marinería.

Gabriel Ciscar y Ciscar nació el 17 de marzo de 1760, segundo hijo de Pedro Ciscar Fernández de Mesa y Rosa Ciscar y Pascual, ambos miembros de una rama de hidalgos rurales de Tortosa que llevaba ya entonces uno dos siglos radicada en Oliva.

La familia Ciscar era una familia pija. Don Pedro era un propietario próspero, con importante educación universitaria, dedicado por completo a la administración de sus heredades y al cumplimiento de las obligaciones para con el bien común que le dictaba su posición altoburguesa (de hecho, fue alcalde de Oliva). Tuvo el matrimonio ocho hijos de los cuales Gabriel, como he dicho, fue el segundo. El mayor de la familia, Fernando, llegó a ocupar sitial en las Cortes de Cádiz; pero no desarrolló su labor con gran interés, pues sus intervenciones son pocas y de escaso fuste.

En 1787, con 27 años de edad, pues, Gabriel se casó con Ana Agustina Berenguer de Marquina. Con este matrimonio Ciscar, que para entonces ya era teniente de fragata, trataba claramente de consolidar su posición, ya que su suegro era un personaje muy importante en aquella España y, de hecho, en el momento de la petición de mano acababa de ser nombrado capitán general de Filipinas. Se casó en Cartagena el 19 de septiembre de aquel año. Sin embargo, Ana Agustina era mujer de poca salud. Un mes antes de la boda, de hecho, estuvo muy enferma de paludismo, y las caídas y recaídas formaron parte de su vida desde entonces. La escasa salud de ambos cónyuges, pues ya te he dicho que el propio Gabriel tenía bastantes problemas en este terreno, le fue legada a los vástagos: de siete hijos que tuvo el matrimonio, sólo dos alcanzaron la mayoría de edad. Incluso en aquellos tiempos de elevada muerte infantil o puerperal, es una tasa inusitadamente elevada. Sin embargo, la que realmente tiene mérito es Ana Agustina, una mujer a la que la medicina moderna con seguridad habría aconsejado evitar los partos pero que, sin embargo, se enfrentó a siete, ello a pesar de que fue el primero de ellos el que le causó más secuelas y problemas, y de haber estado en 1792 a las puertas de la muerte, hasta el punto de que le fue administrado el viático. Murió, sin embargo, bastante más tarde, el 13 de mayo de 1816.

Una buena demostración de que el matrimonio, hasta hace relativamente poco, ha tenido en la sociedad un uso instrumental bastante lejano a la relación por amor que se produce hoy y que se empeñan en vendernos los malos escritores de novela histórica, es que Ciscar no tardó ni un año en volver a casarse tras la muerte de su mujer; matrimonio el suyo que contó con la aprobación inmediata de su suegro, por cierto. En este caso, la elegida estaba en su propia familia, ya que Teresa Ciscar de Oriola era nieta por parte paterna de un hermano de la madre de Gabriel.

Con 57 años y mucha mierda vivida, tanto personal como política, todo parece indicar que este segundo matrimonio de Gabriel fue mucho más tranquilo y frío. Si a su anterior esposa el marino le había dedicado poemas líricos, a esta segunda no parece que Ciscar le dedicase ya ninguna égloga. En todo caso, el matrimonio tuvo dos hijas, Josefa y Rosa; ambas llegarían a la edad adulta. Cuando en 1891 murió Josefa, el rastro sanguíneo de su padre se perdió, si bien pervivió en su hija. En vida, Josefa Ciscar había estado casada con Ramón González Almunia.

Una  característica muy particular de la familia Ciscar, procedente del padre, es la elevada valoración de los estudios universitarios. Ya hemos dicho que el patriarca de la familia los tenía, como los tuvo también Fernando, el primogénito. En ese ambiente, es lógico que Gabriel también sintiese el gusanillo de la formación. Tanto padre como hermano estudiaron para la doctorarse en Derecho; y, la verdad, en un inicio todo los indicios venían a apuntar que el destino de Gabriel sería el mismo. Como estudiante, Ciscar recibió una sólida formación humanística, y de hecho tradujo a varios poetas griegos y latinos. Su ingreso en la Universidad de Valencia, que se produce en 1776, tenía como objetivo estudiar Derecho.

Una Navidad, los estudiantes del aula de Gabriel se apuntaron a una típica astracanada propia de esas fechas, y montaron una movida en la que se negaron a entrar en clase. Juan Antonio Mayans, rector de la universidad, pariente lejano del propio Ciscar, decidió, no sabemos basándose en qué, que él había sido el instigador de la movida, por lo que lo castigó (entonces los rectores podían hacer eso) a estar tres días en un calabozo universitario (entonces las universidades tenían calabozos). Gabriel, hondamente mosqueado con el castigo, decidió abandonar la universidad valenciana. Quiso la casualidad que prácticamente en las mismas fechas en que tomó la decisión de pirarse, una Real Orden crease la compañía de guardias marinas de Cartagena; Ciscar decidió unirse a ella.

Aquello era un giro copernicano para un estudiante acostumbrado a los latines y los textos legales. Lo que se pedía para entrar en la compañía era, sobre todo, matemáticas. Por ello, Ciscar tuvo que matricularse en una academia de preparación de Valencia, dirigida por el sacerdote Gaspar Pérez y Gómez. El cura debía de ser muy bueno enseñando números, porque Ciscar ingresó como guardia marina el 24 de octubre de 1777 y apenas dos meses después se presentaba a los exámenes, obteniendo sobresaliente en matemáticas, geometría y cosmografía, entre otras notas. Para Ciscar se hizo evidente que tenía las aptitudes intelectuales necesarias para ser un buen marino, si bien para el desarrollo de su carrera siempre le jugaría en contra su poca salud y su pobre vista.

Entrando en la academia de Cartagena, Gabriel Ciscar se vinculaba a la enseñanza científica en un país donde era difícil obtenerla de calidad. Sin embargo, ya años antes de su ingreso Jorge Juan se había comprometido en el diseño de curricula formativos en las academias de marina fuertemente dotados para estas materias. Si bien también es cierto que cuando este excelente marino dejó la enseñanza, las academias lo notaron. Sin embargo, Ciscar tuvo la suerte de entrar en la de Cartagena en el momento en que la estaba dirigiendo uno de los marinos más capaces de la época, José Mazarredo. Mazarredo, de hecho, debió de fijarse especialmente en Ciscar, pues en agosto de 1778, cuando éste contaba con 18 de edad, lo nombró ayudante interino de la Academia y le encargó algunas clases. Ese año de 1778, además, fue especialmente importante en la vida de Ciscar, pues en abril fue la primera vez que se embarcó.

La carrera militar de Gabriel Ciscar fue continuada y provechosa. Él siempre se consideró eso mismo: un militar, por encima de todas las cosas. Aprovechó muy bien los vientos de cola que le aportaba el apoyo de Mazarredo a su carrera y, por lo tanto, fue escalando en el escalafón, en ocasiones incluso antes de lo que las normas marcaban. Esto le permitió ser brigadier ya en 1808, lo que hizo que su carrera militar no peligrase por los importantes sucesos que habrían de ocurrir durante aquellos años, y de los que por fuerza habremos de ocuparnos en estas notas.

Paradójicamente, sin embargo, no es por las características que él más valoró en sí mismo por lo que Ciscar fue recordado, o debería serlo. En realidad, son dos los detalles de su vida que realmente marcaron su personalidad: su colaboración en la definición del sistema métrico, y su implicación en la alta política de España, que tantos sinsabores habría de provocarle.

No me ocuparé, por lo tanto, de la larga y prolija carrera militar de Ciscar. Prefiero centrarme más en otras cosas, a la postre, mucho más relevantes.

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