El hundimiento
Ese día, a las cuatro menos cuarto de la tarde, Hitler y Eva Braun se suicidan. El canciller alemán, antes de morir, está abandonado por los suyos. Sabe, o intuye, que Göbels morirá con él; Göring le ha intentado hacer la envolvente y proclamarse canciller unos días antes, lo que ha provocado el gesto de Hitler de ordenar su detención e incluso fusilamiento; sabe por Speer que de Himmler no cabe fiarse y, pues, todo lo que le queda (Speer, Bormann tal vez) son segundas filas. Así las cosas, deja el poder de Alemania en herencia para el único militar que cree suficientemente pronazi y con control suficiente sobre las tropas que siguen siendo operativas: el jefe de la Marina, almirante Karl Dönitz.
Dönitz,
esto hay que tenerlo claro, hereda un país que claramente ha perdido
la guerra, pero que todavía conserva cartas en su mano. Cartas que
son, a la vez, un activo de negociación y un problema. La presencia
en Bohemia y Moravia es sólida, pero precisamente ahí está el
problema, porque son frentes que con toda seguridad acabarán siendo
arrollados por el ejército soviético, que es el ejército ante el
cual ningún soldado alemán con dos dedos de frente quiere
declararse rendido.
Para entonces, hace ya mucho tiempo que entre los soldados y mandos alemanes, ser destinados al frente oriental es poco menos que un castigo, amén de una muerte bastante más segura que en occidental. La política de los soviéticos respecto de los alemanes, cuando ocupan sus tierras, es por otra parte totalmente distinta de la de los aliados occidentales, mucho menos crueles y arbitrarios. En suma, la prioridad del ejército alemán, en ese momento, no es no rendirse; es rendirse, en cantidades lo mayores posible, al enemigo británico o estadounidense; y ya si, además, es posible hacer cosas que quiebren la unidad de acción de esos dos frentes aliados, que ambos quieren derrotar a Alemania pero tienen puntos de vista y prioridades totalmente distintas, mejor.
Para entonces, hace ya mucho tiempo que entre los soldados y mandos alemanes, ser destinados al frente oriental es poco menos que un castigo, amén de una muerte bastante más segura que en occidental. La política de los soviéticos respecto de los alemanes, cuando ocupan sus tierras, es por otra parte totalmente distinta de la de los aliados occidentales, mucho menos crueles y arbitrarios. En suma, la prioridad del ejército alemán, en ese momento, no es no rendirse; es rendirse, en cantidades lo mayores posible, al enemigo británico o estadounidense; y ya si, además, es posible hacer cosas que quiebren la unidad de acción de esos dos frentes aliados, que ambos quieren derrotar a Alemania pero tienen puntos de vista y prioridades totalmente distintas, mejor.
Lo importante, sin
embargo, es el tremendo avance combinado. Las unidades bielorrusas
penetran por el norte de Alemania y otras unidades en Checoslovaquia.
El I Ejército francés avanza por Austria y los británicos por el
Báltico. Los estadounidenses han tomado Munich, todavía medio convencidos
de que Hitler está escondido en las montañas bávaras.
En los primeros
meses de 1945, los alemanes hacen algunos intentos desesperados por
conseguir aliados en su lucha contra los ídem. Elemento importante
de esta política es la creación en el mes de febrero, patrocinada
por Himmler y a espaldas del propio Hitler, de una unidad militar
formada exclusivamente por rusos anticomunistas. Se conoció como el
Ejército Vlasov, nombre procedente de Andrei Vlasov, que era su
comandante. A finales de abril, este ejército se había desgajado en
dos unidades, una de las cuales estaba en Austria y la otra en
Checoslovaquia.
Estos refuerzos, sin embargo, poco podían hacer frente al empuje de las tropas soviéticas. El 26 de abril, desde el Báltico, el mariscal Konstantin Rokossovsky, al mando del segundo frente bielorruso, inició una ofensiva sobre el norte de Berlín. Enfrente, el mayor Enrich Mende, al mando de la CII División de Infantería alemana. Mende había conseguido frenar a los rusos en enero de aquel mismo año en Prusia oriental, permitiendo de esa manera el exilio de miles de civiles fuera de la influencia comunista; pero ahora carecía ya de los medios suficientes para repetir la jugada. Tomando los alrededores de Rostock, Rokossovsky prácticamente empaquetó a los alemanes, que a partir de ese momento ya sólo buscaron la manera de salir de allí.
Estos refuerzos, sin embargo, poco podían hacer frente al empuje de las tropas soviéticas. El 26 de abril, desde el Báltico, el mariscal Konstantin Rokossovsky, al mando del segundo frente bielorruso, inició una ofensiva sobre el norte de Berlín. Enfrente, el mayor Enrich Mende, al mando de la CII División de Infantería alemana. Mende había conseguido frenar a los rusos en enero de aquel mismo año en Prusia oriental, permitiendo de esa manera el exilio de miles de civiles fuera de la influencia comunista; pero ahora carecía ya de los medios suficientes para repetir la jugada. Tomando los alrededores de Rostock, Rokossovsky prácticamente empaquetó a los alemanes, que a partir de ese momento ya sólo buscaron la manera de salir de allí.
Mende y sus
soldados lograron llegar al puerto de Warnemünde, donde se
encontraron los muelles repletos de barcos que, asimismo, estaban
petados de gente. Repentinamente, Mende vio entrar en el puerto a
medio millar de personas con uniforme a rayas; claramente, eran
prisioneros de algún campo de concentración cercano que se habían
escapado o, tal vez, simplemente se habían quedado sin vigilantes.
En el momento en
que el mayor alemán se estaba enfrentando en silencio a los
prisioneros de su régimen, el frente berlinés se encontraba ya a
escasos 400 metros de la cancillería.
El 1 de mayo,
comenzó el trabajo del general Nikolai Berzarin, el militar
soviético al cual su jefe, mariscal Georgi Zhukov, había
encomendado la labor de tomar el control y la administración de la
capital alemana y alimentar a sus habitantes. Resulta difícil de
adverar la situación real que se produjo en esos días. Los
soviéticos escribieron a sus superiores informes relativamente
optimistas aunque no exentos de realismo, en los que admitían que no
era posible evitar los actos de saqueo y de violación; los alemanes,
por su parte, destacan en sus memorias el régimen de miedo extremo a
que estaban sometidos.
El general Vasily
Chuikov, al frente del VIII Ejército de Guardias, estableció su
cuartel general cerca del Tiergarden. La presencia del VIII Ejército
en Berlín tenía un fuerte significado moral y bélico, ya que esta
unidad se había formado a partir del LXII Ejército; es decir,
estaba formado por los soldados que habían defendido Stalingrado.
Chuikov era un tipo que estaba un tanto jodido por el hecho de que,
siendo su unidad la que había cargado con la peor parte de la
batalla, finalmente no había sido ante la misma ante la cual se
había rendido el mariscal Von Paulus. En efecto, Von Paulus había
sido capturado por el LXIV Ejército y, pasados dos años, eso seguía
escociéndole mucho a los miembros del LXII. Para compensar la
putada, entre los mandos soviéticos había una decisión no escrita
según la cual, en el caso de que se iniciasen negociaciones de
rendición por parte de los militares alemanes, sería el LXII
Ejército el que las comandaría.
A las tres y media
de la mañana del 1 de mayo, los soviéticos recibieron desde el
búnker un mensaje según el cual el general Hans Krebs deseaba
parlamentar con ellos. Los mandos rojos discutieron mucho entre ellos
pero, finalmente, prevaleció el pacto no escrito. Por ello,
decidieron enviar a un joven teniente, Andrei Eshpai, que hablaba
alemán, para que escoltase a Krebs hasta el Tiergarten y el despacho
de Chuikov. Krebs, efectivamente, se presentó allí acompañado de
un soldado alemán que llevaba un trapo blanco atado a su bayoneta.
Krebs le anunció a
Chuikov y los otros asistentes que Hitler se había suicidado el día
anterior, y que él estaba ahí, bajo la autoridad de Göbels, para
negociar un alto el fuego. Los soviéticos no esperaban esa noticia,
porque se quedaron en silencio y tardaron en reaccionar; eso sí,
cuando lo hicieron, fue por medio de Chuivok, quien se limitó a
decirle a Krebs que ya lo sabían.
Pero, claro, no lo
sabían. En puridad, los rusos ni siquiera sabían en qué punto de
Berlín estaba Hitler, aunque lógicamente sospechaban que sería en
la cancillería por las posibilidades de defensa que presentaba. Da
la impresión, en todo caso, de que nunca pensaron que se suicidaría,
porque la noticia les dejó bastante planchados.
Con la noticia
fresca en los labios, Chuikov dejó la sala para telefonear a Zhukov,
quien inmediatamente llamó a Stalin. Stalin, con toda lógica,
contestó que ni muerto ni vivo Hitler habría negociaciones; que su
gente no debía aceptar otra cosa que no fuese una rendición
incondicional.
Cuando Chuikov
regresó a la sala con estas noticias, Krebs protestó. Lo primero
que había que hacer, dijo, era negociar una tregua que hiciera
posible la jura del gobierno Dönitz, cumpliendo así las últimas
voluntades de Hitler. Los rusos, incluso, colocaron un cable
telefónico que conectaba con la cancillería, para poder parlamentar
directamente con Göbels; pero no hubo ningún tipo de acuerdo, y a
la una de la tarde, Krebs recibió órdenes de regresar a la
Cancillería. Krebs se marchó, pero volvió al poco, pretextando que
había olvidado sus guantes. Los rusos le preguntaron con sorna si
sus guantes eran tan importantes para él; sabían perfectamente que
estaba tratando de no regresar a un lugar donde estaba seguro que
sería masacrado. Chuikov lo llevó a un aparte; Krebs hablaba algo
de ruso, porque había trabajado en la embajada alemana en Moscú. El
general soviético le preguntó qué iba a hacer, y Krebs contestó,
en ruso: “cumplir mis obligaciones hasta el final”. Claramente,
le anunció su suicidio, pues. Luego se fue.
Nada más salir
Krebs del Tiergarten, la lucha por el control del Reichstag se inició
de nuevo. En unas horas, los rusos habían dominado el edificio.
En Moscú, Stalin
estaba inquieto. Chuikov y Zhukov eran de la opinión de que el
intento de Krebs buscaba un acuerdo unilateral con los soviéticos, y
temía que pudieran intentarlo con sus aliados. Asimismo, el camarada
primer secretario general del Partido Comunista de la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas tenía la promesa de Eisenhower
de que los estadounidenses no tratarían de entrar en Berlín; pero
no se acababa de fiar de Churchill. En una reunión urgente que tuvo
con Zhukov y Chuikov, les exigió que le garantizasen una pronta
caída de la totalidad de la ciudad. De hecho, Stalin estaba tan
deseoso de que los soviéticos se asegurasen el control de la ciudad
que incluso tomó la decisión (antimilitar) de provocar una
competencia entre los dos mariscales al mando de fuerzas en el teatro
de operaciones (Zhukov y Konev) a ver cuál de los dos lo conseguía
(lo lógico habría sido coordinar los ataques). Se había
planificado una ofensiva soviética el día 16, y Stalin no quería
que el tema de Berlín pasase de ahí. Para colmo, la muerte de
Roosevelt, ocurrida precisamente cuando se le estaban dando los
últimos toques a la ofensiva, lo puso todavía más nervioso.
Como ya sabrá el
lector que haya seguido las notas relativas a la conferencia deYalta, apenas unas semanas antes de la ofensiva sobre Berlín, los
tres grandes líderes aliados se habían reunido en Crimea y habían
tomado una serie de decisiones especialmente beneficiosas para la
Unión Soviética. Muy en particular, en Yalta Stalin había
adquirido un compromiso menor, como era entrar en guerra con Japón
en unos meses, a cambio de llevarse la joya de aquella negociación,
que era Polonia.
Ahora que había muerto Roosevelt, que era el principal elemento entre los aliados que había permitido un acuerdo de esas características, Stalin, que era un buen conocedor de la política estadounidense y por lo tanto sabía que un vicepresidente pocas veces adoptaba políticas continuistas respecto de su presidente, temía que Yalta se pudiese convertir en un juego revuelto. Así pues, entre otras medidas ordenó a sus jefes militares en Berlín que adelantasen a primeras líneas las unidades polacas que tenían, unidades que luchaban en favor del gobierno de Lublin, es decir del gobierno títere soviético. Buscaba con ello que los polacos compartiesen con los soviéticos las mieles y el mérito de una victoria segura, ganando con ello empaque.
De esta manera, las unidades de la I División de infantería polaca fueron movilizadas a toda prisa hacia el centro de Berlín desde las posiciones de apoyo en retaguardia que estaban garantizando. La II División, que estaba todavía más lejos, fue transportada en tren a pelo puta; fueron esas unidades polacas las que asumieron el avance por el Zoo de Berlín que presenta tantas ventajas fílmicas cuando alguien quiere relatar la batalla de Berlín en el cine. Ese mismo día, la III División entró en combate en la estación de tren del Tiergarten. Esta división, a las siete menos cinco de la mañana del día 2, alcanzó la Puerta de Brandenburgo. Esta es la razón de que, en lo más alto de la misma, aquel día, además de la bandera roja de la URSS, pudiese verse la rojiblanca de Polonia. Un detallito, uno más, de ésos que suelen olvidar las pelis sobre la materia.
Ahora que había muerto Roosevelt, que era el principal elemento entre los aliados que había permitido un acuerdo de esas características, Stalin, que era un buen conocedor de la política estadounidense y por lo tanto sabía que un vicepresidente pocas veces adoptaba políticas continuistas respecto de su presidente, temía que Yalta se pudiese convertir en un juego revuelto. Así pues, entre otras medidas ordenó a sus jefes militares en Berlín que adelantasen a primeras líneas las unidades polacas que tenían, unidades que luchaban en favor del gobierno de Lublin, es decir del gobierno títere soviético. Buscaba con ello que los polacos compartiesen con los soviéticos las mieles y el mérito de una victoria segura, ganando con ello empaque.
De esta manera, las unidades de la I División de infantería polaca fueron movilizadas a toda prisa hacia el centro de Berlín desde las posiciones de apoyo en retaguardia que estaban garantizando. La II División, que estaba todavía más lejos, fue transportada en tren a pelo puta; fueron esas unidades polacas las que asumieron el avance por el Zoo de Berlín que presenta tantas ventajas fílmicas cuando alguien quiere relatar la batalla de Berlín en el cine. Ese mismo día, la III División entró en combate en la estación de tren del Tiergarten. Esta división, a las siete menos cinco de la mañana del día 2, alcanzó la Puerta de Brandenburgo. Esta es la razón de que, en lo más alto de la misma, aquel día, además de la bandera roja de la URSS, pudiese verse la rojiblanca de Polonia. Un detallito, uno más, de ésos que suelen olvidar las pelis sobre la materia.
La colocación de
unidades polacas en el primer frente de la batalla de Berlín, por
otra parte, tuvo como consecuencia que la ya más que cuestionable
calidad del respeto a la población civil por parte de los soviéticos
se deteriorase todavía más. El comportamiento de los polacos con la
población alemana fue, si cabe, todavía más brutal, arbitrario y
violento que el de los soviéticos.
El 2 de mayo,
finalmente, el teniente general Chuikov tuvo su momento de gloria
ante la Historia que le había sido vedado en Stalingrado. El general
Helmuth Weidling, comandante de las posiciones alemanas en Berlín,
llegó al cuartel general del militar soviético para firmar una
rendición incondicional de todas las tropas alemanas en la ciudad,
con efectos en la tarde de aquel día. Como ocurre en el final de
muchas guerras (como la civil española), en realidad aquella
rendición no hacía sino certificar lo que ya estaba pasando, pues
eran para entonces muchas las unidades alemanas que habían dejado por su cuenta de
resistirse.
A la una de la
tarde, sin embargo, el almirante Dönitz habló en la radio
desmintiendo a Weidling, y ordenando a las tropas seguir resistiendo.
Algunas de ellas lo hicieron, pero habían sido dominadas a la caída
del sol.
El
interés oficial de los soviéticos por mantener un orden en
la victoria no se puede negar. Se elaboraron directivas en este
sentido, inspiradas en una general de Stalin de 20 de abril, por
parte de unos generales que eran conscientes de que la entrada de los
soldados rojos por la frontera Este de Alemania había sido brutal
para los civiles. Sin embargo, en términos generales esa directiva
no se cumplió porque, en una guerra, el mando de cada esquina lo
tiene quien está en cada momento en esa esquina con las armas en la
mano. Como ejemplo, Demmin, una ciudad pomerania que acabaría
integrada en la República Democrática Alemana.
Una columna del ejército soviético llegó allí el 30 de abril, con tropas del LXV Ejército y del I Cuerpo de Caballería de Guardias. A la vista de las tropas soviéticas, que llegaron casi en el crepúsculo, en la torre de la iglesia se colocó una bandera blanca. Los soviéticos enviaron tres negociadores que prometieron respetar a la población civil si el pueblo se rendía sin lucha.
Una columna del ejército soviético llegó allí el 30 de abril, con tropas del LXV Ejército y del I Cuerpo de Caballería de Guardias. A la vista de las tropas soviéticas, que llegaron casi en el crepúsculo, en la torre de la iglesia se colocó una bandera blanca. Los soviéticos enviaron tres negociadores que prometieron respetar a la población civil si el pueblo se rendía sin lucha.
Comandaba
la XXXVIII Brigada de tanques el general Mikhail Panov. Panov, que
conocía muy bien el estado de excitación de sus soldados, les hizo
saber una directiva en la que les recordaba que su trato de la
población civil debía ser correcto. Sin embargo, las cosas no
fueron como se esperaba. Un destacamento de las SS, como siempre los
miembros más nazificados y radicalmente hitlerianos de las fuerzas
armadas, disparó sobre los tres negociadores, a los que mató, y se
retiró hacia el centro de la ciudad, volando varios puentes. Con esa
medida, dejaron a 30.000 civiles alemanes encerrados dentro de su
pueblo. Por doquier aparecieron banderas blancas pero, de nuevo, una
vez que los soviéticos entraron en el pueblo, miembros de las
Juventudes Hitlerianas abrieron fuego contra ellos. Como respuesta,
los rusos quemaron parte del pueblo.
Fue en
ese momento cuando comenzó el hecho que haría tristemente famoso
Demmin ante la Historia. Los civiles, fuertemente trabajados
además por la propaganda nazi acerca de las atrocidades de las
tropas soviéticas, comenzaron a suicidarse. En puridad, los
suicidios de familias enteras comenzaron antes incluso de que los
soviéticos entrasen en el pueblo; pero cuando se inició el
incendio, momento en el que los mandos de las tropas soviéticas
perdieron completamente el control de sus tropas, rebrotaron a causa
de los actos injustificables que comenzó a hacer la tropa,
especialmente hacia las mujeres. En dos días, entre personas que
habían cometido suicidio y otras asesinadas por los rusos, unas 900
personas habían muerto.
Demmin
es relativamente conocido por el importante sacrificio que supuso
pero, de todas formas, es un ejemplo que conviene tener presente
porque también ejemplifica una estrategia que se estaba llevando en todo el frente del Este por parte de los alemanes, y que
condicionará toda la negociación propiamente dicha de la rendición
del país.
En todo
este frente, en efecto, la obsesión de los militares alemanes era
conseguir que porciones lo más grandes posible de las poblaciones de
su país se rindiesen a los aliados occidentales. Los alemanes eran
conscientes de que el nivel de deseo de venganza era totalmente
diferente entre las tropas rojas y las brito-americanas, y se daban
cuenta de que era mejor rendirse a éstas que a aquéllas. En su
favor hay que decir que no se equivocaban, pues aquéllos que
acabaron en campos de trabajo en la URSS, desde luego, tardaron mucho
más en regresar a sus casas, si es que regresaron, que los que
fueron hechos prisioneros por unidades angloparlantes.
En esa
estrategia, muchas unidades alemanas practicaron la estrategia de
Demmin, es decir: colocar a unidades fuertemente ideologizadas y
dispuestas a inmolarse, como las SS y las Juventudes, para realizar
una última resistencia. La función de esa última resistencia no
era, desde luego, salvar el lugar en el que se encontraban. Cuando
las SS volaron los puentes de Demmin, eran conscientes de que sus
convecinos estaban condenados. Lo que buscaban era detener en lo
posible el avance de los soviéticos, para permitir un mayor avance por el otro lado, el frente occidental.
Para las SS era una decisión fácil; ellos sabían que los miembros
de estas unidades que caían en manos de los soviéticos eran
asesinados inmediatamente. Su escasez de empatía con sus propios
conciudadanos sólo puede explicarse con el hecho de que compartiesen
las ideas de Hitler, quien ya le había dicho a Speer, en el búnker,
que, en realidad, si Alemania se rendía, merecería todo lo que le
pasara.
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