En este mismo color tenemos:
Hemos llegado, en nuestro repaso de la reunión de Yalta, a la jornada del jueves, 8 de febrero, que es el día considerado como más importante o, si no más importante, sí por lo menos más denso, de la conferencia de Yalta. Fue un día, en efecto, en el que se produjo un número inusitadamente elevado de reuniones: los jefes de Estado mayor británicos y estadounidenses se reunieron dos veces; los ministros de Exteriores tuvieron su encuentro diario; los jefes de Estado mayor estadounidenses y soviéticos se reunieron una vez; Stalin y Roosevelt tuvieron una entrevista particular; se produjo la reunión plenaria; y, finalmente, Stalin invitó a sus colegas a una cena en el palacio Yusupov.
Hemos llegado, en nuestro repaso de la reunión de Yalta, a la jornada del jueves, 8 de febrero, que es el día considerado como más importante o, si no más importante, sí por lo menos más denso, de la conferencia de Yalta. Fue un día, en efecto, en el que se produjo un número inusitadamente elevado de reuniones: los jefes de Estado mayor británicos y estadounidenses se reunieron dos veces; los ministros de Exteriores tuvieron su encuentro diario; los jefes de Estado mayor estadounidenses y soviéticos se reunieron una vez; Stalin y Roosevelt tuvieron una entrevista particular; se produjo la reunión plenaria; y, finalmente, Stalin invitó a sus colegas a una cena en el palacio Yusupov.
A
mediodía, en la reunión de ministros propiamente dicha, Stettinius
presentó una invitación de los EEUU al resto de países para la
primera reunión de las Naciones Unidas; gesto con el que iba
buscando, claramente, que dicha primera reunión, como poco, se
celebrase en su país (como hecho lo fue: en San Francisco). Estando
marzo muy cercano, propuso la fecha del miércoles, 25 de abril, que
fue aceptada.
Anthony
Eden tomó entonces la palabra para expresar que Gran Bretaña estaba
dispuesta a aceptar la propuesta de Stalin de que dos o tres
repúblicas soviéticas fueran incluidas como tales en la lista de
países de las Naciones Unidas, algo que, añadió, anunciarían
oportunamente. Molotov apostilló que lo antes que lo hicieran,
mejor.
A
partir de ahí, los ministros de Exteriores se ocuparon de analizar
los planes para Irán, las fronteras yugoslavas, la comisión de
control de Hungría y Bulgaria y, de nuevo, la cuestión de las
reparaciones bélicas.
Eden,
muy consciente de la fuerte presencia que tenía Gran Bretaña en
Irán, y la amenaza que suponía el incipiente interés
estadounidense por el país y sus pozos, tiró de esa típica jugada
diplomática de defender el “libre derecho de los iraníes a
elegir” cuando piensas o estas convencido de que te van a elegir a
ti de una manera o de otra. En realidad, Eden no estaba sólo
intentando parar a los estadounidenses; también a los rusos, quienes
durante toda la guerra habían ambicionado el petróleo del Irán
septentrional, y ahora, que la paz se veía venir, más todavía. Así
las cosas, el británico propuso la retirada de todas las tropas extranjeras del país,
cosa a la que se resistió Molotov, aduciendo la dureza del gobierno
persa a la hora de dar concesiones petrolíferas a su país.
Británicos y estadounidenses afirmaron no tener ningún problema con
que el gobierno iraní otorgase esas concesiones a la URSS en el
norte del país; pero eso lo dijeron, probablemente, porque estaban
algo más que convencidos de que el gobierno de Irán no iba a hacer
cosa tal.
Sobre
Yugoslavia, Eden presentó una nota que, sucintamente, proponía que
Austria fuese repartida como Alemania en zonas de ocupación, pero de
tal manera que los británicos tuviesen el control sobre la frontera
del país con Yugoslavia. Asimismo, se mostraba claramente contrario
a algunas reivindicaciones territoriales del país balcánico (una
parte de Estiria, Klagenfurt y parte de Carintia). En suma, Londres
esperaba mantener la frontera austro-yugoslava de 1937, y que los
tres grandes obligarían a Belgrado a reconocerla.
El
tema de las reparaciones quedó en paso, dado que británicos y
estadounidenses afirmaron que todavía no tenían una posición
consolidada sobre la materia.
Por
su parte, los jefes de Estado Mayor angloparlantes se reunieron a las
10 de la mañana en Livadia, y una segunda vez a mediodía. Trataron
sobre el uso de misiles guiados contra objetivos alemanes y
japoneses, los recursos petrolíferos disponibles en todos los
teatros de operaciones, el traslado de flotas de transporte desde
Europa hacia el Pacífico, los problemas generados por los
prisioneros de guerra y, finalmente, el rearme del ejército griego.
Los
británicos estaban especialmente interesados en el último punto, y
por eso Alan Brooke presentó un informe muy meticuloso, destinado a
convencer a los estadounidenses de que rearmar al ejército heleno no
comportaba problema alguno para el aprovisionamiento de armas en el
frente noroccidental europeo.
A las
tres de la tarde, por su parte, Leahy, Marshall, King y Kuter se
encontraron en el palacio Yusupov con Antonov, Khyudanov y Kuznekov.
Leahy aportó la primera justificación de la reunión en el interés
estadounidense de disponer de la opinión de los soviéticos sobre
diversas cuestiones tácticas que se planteaban en la guerra contra
Japón. El tema iba mucho más allá de un simple dime qué opinas, tú
que sabes; tenía que ver con la intención estadounidense de plantar
algunas bases de operaciones en territorio soviético. El informe de
Leahy, que dirigió a Antonov, demandaba la plena colaboración de
las autoridades soviéticas locales hacia las acciones llevadas a
cabo por los estadounidenses. Algo que se podría considerar incluso
normal entre aliados en una guerra; pero aquéllos, la verdad, eran
unos aliados poco comunes.
Antonov,
por su parte, abordó directamente la eventualidad de que la URSS
entrase en guerra con Japón. En esa eventualidad, dijo, los
japoneses, pensaban en Moscú, podrían estar en condiciones de
dificultar, cuando no cortocircuitar, la vía del ferrocarril
transiberiano. Por lo tanto, los soviéticos querían saber si
Estados Unidos estaría en condiciones de mantener las vías de
comunicación terrestres y marítimas del Pacífico; y, muy
particularmente, si estaría en condiciones de abastecer al ejército
siberiano con petróleo e intendencia. Marshall y King respondieron
casi sobrados.
Dicho
esto, Antonov desplegó las mayores alabanzas hacia los planes
estadounidenses en la guerra del Pacífico, no sin terminar
recordando que no podía dar la aquiescencia de la URSS sin el
conocimiento y la aprobación del camarada primer secretario general
del Comité Central del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas, mariscal del Ejército Rojo y comandante de
todos los teatros de operaciones de la guerra.
Media
hora después de haber comenzado esta reunión militar, en el
despacho de Roosevelt en Livadia, tuvo lugar el acto central de
Yalta, esto es: la entrevista personal entre el presidente de los
Estados Unidos y el camarada primer secretario general del Comité
Central del PCUS. Eran seis; los dos citados, Molotov, Harriman,
Pavlov y Bohlen.
Roosevelt
comenzó explicando la situación de la guerra del Pacífico que,
dijo, había tomado otro cariz tras la caída de Manila. EEUU
esperaba establecer pronto bases en las islas de Bonin y Formosa. Su
plan, ahora, era intensificar el bombardeo de las ciudades japonesas,
para tratar de evitar una invasión de la isla por tierra, acción
que precisaría de muchos efectivos y que con seguridad generaría
enormes bajas. En ese entorno, dijo el presidente, lo fundamental era
que la URSS entrase en guerra lo antes posible.
Ambos
líderes lo discutieron algo, y llegaron al acuerdo de que la URSS
declararía la guerra al Japón tres meses después de que cayese
Alemania, y de que el ejército estadounidense prestaría una intensa
asistencia al soviético (como se puede ver, en ambas reuniones se
estaba hablando un poco de lo mismo). El mando sería para
Vassilievsky, sobre todo en lo tocante a la defensa de Kamtchatka. Y
que los estadounidenses podrían establecer bases aéreas en
Komsomolsk y Nikolaevsk, y también en el río Amour; pero todo eso
bajo la condición de que los topógrafos estadounidenses que
tendrían que hacer el trabajo previo para el establecimiento de las
bases llevasen unos uniformes que les harían en el Ejército Rojo,
destinados a hacerlos parecer miembros del mismo.
Sin
embargo, Stalin quería saber qué recibiría él a cambio de
someterse al riesgo de ser atacado por los japoneses.
Ahí
comenzaron las promesas que FDR había preparado con Hopkins y
Stettinius: al final de la guerra, la URSS recibiría la mitad
meridional de la isla de Sajalin y de las Kuriles. Asimismo, se
acordaría cuando menos el acceso soviético a un puerto de mar en el
extremo de la línea férrea meridional de Manchukuo, probablemente
Dairen, en la península de Kwantung. Eso sí, para que Chang Kai
Chek tragase con aquello, sería necesario que Stalin aceptase para
Dairen el estatus de puerto internacional. Si esto fuese así,
razonaba el Departamento de Estado, sería más posible arrancarle a
Churchill una declaración parecida para Hong Kong, y Chang sería
proclive a apoyar un acuerdo en el que ganaba mucho más de lo que
perdía. Como se ve, en la discusión se habló de un esquema en el
que ambos interlocutores ganaban, a base de hacer perder al tercero
que no estaba presente. Así era Roosevelt: un personaje que se creía
lo más de lo más del internacionalismo pero que, en el fondo,
seguía creyendo en ese exclusivismo sobrado, imperialismo lo llaman
algunos de forma un tanto tosca, del que habían hecho gala muchos de
sus antecesores, entre otros el que había portado su mismo apellido.
Stalin
contestó afirmando que para la URSS era de la máxima importancia
controlar las líneas férreas de Manchukuo. Recordó, en este
sentido, que la cosa no era nueva pues la Rusia de los zares había
controlado líneas como Manchuli-Harbin, Harbin-Dairen-Port Arthur,
Harbin-Nikkolsk-Ussurik, o Khabarovsk-Vladivostok. Sin unas ventajas
similares, continuó, tanto a él como a Molotov les sería imposible
presentarle al pueblo ruso la entrada de la URSS en guerra (por
segunda vez, por lo tanto, Stalin se escudaba en un pueblo soviético
que, en realidad, no estaba en condiciones de cuestionar sus
decisiones).
En
realidad, continuó el camarada primer secretario general del Comité
Central del PCUS, es que el pueblo soviético no entendía (como si
tuviera que entender algo) por qué entrar en guerra con Japón.
Alemania, sí, claro, porque les había puesto en peligro (después
de pactar con ellos); pero, Japón, ¿qué les había hecho Japón?
En
otras palabras: como Richard Gere, Stalin dijo: “quiero que me
hagan más la pelota”.
Roosevelt preguntó, en ese punto, si Stalin se conformaría con un acuerdo de las tres potencias, esto es, sin consultarlo con Chang Kai Chek. El georgiano, repantingado en su sillón, aceptó magnánimamente la oferta, siempre y cuando, dijo, se expresase por escrito.
Y así fue como Roosevelt le firmó a Stalin un acuerdo por el que éste se llevaba la mejor parte de Sajalín, de las Kuriles, la totalidad de los ferrocarriles de Manchukuo y el puerto de Dairen... a cambio de declararle la guerra a un país vencido que, según ya le estaban informando los servicios de inteligencia al presidente, estaba poco menos que deseando deponer las armas.
Amigos para siempre means you'll always be my friend
no naino naino naino naino naino na...
Roosevelt preguntó, en ese punto, si Stalin se conformaría con un acuerdo de las tres potencias, esto es, sin consultarlo con Chang Kai Chek. El georgiano, repantingado en su sillón, aceptó magnánimamente la oferta, siempre y cuando, dijo, se expresase por escrito.
Y así fue como Roosevelt le firmó a Stalin un acuerdo por el que éste se llevaba la mejor parte de Sajalín, de las Kuriles, la totalidad de los ferrocarriles de Manchukuo y el puerto de Dairen... a cambio de declararle la guerra a un país vencido que, según ya le estaban informando los servicios de inteligencia al presidente, estaba poco menos que deseando deponer las armas.
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