jueves, diciembre 29, 2016

Cátaros (1)

La herejía cátara es la última gran herejía maniquea medieval que viene a hacerle compañía a paulicianos, bogomilos y patarinos. De todas ellas es la que más curiosidad ha despertado a causa de su occidentalismo. Ya lo he insinuado en este blog: no hablamos del maniqueísmo como una religión incluso dominante en la Edad Media por el simple hecho de que su teatro de desarrollo fueron los Balcanes, esto es, una zona de Europa de Historia poco conocida y que por lo general no solemos considerar relevante para la del continente. La herejía cátara, sin embargo, se desarrolló en el corazón de lo que hoy es Francia. El halo de misterio que rodea su desaparición total, además, ha disparado la curiosidad de estafadores culturales, mistabobos y otras formas de tontoculez que, de cuando en cuando, sacan un libro en el que especulan con que si los cátaros eran bla o bla. Me atrevo a recomendarle al lector mucha prudencia a la hora de leer sobre los cátaros, que le pueden dar un pedazo de mierda que parece una liebre por liebre a las primeras de cambio.



Dicho esto, pasemos al relato de los hechos. Diversas zonas de lo que hoy conocemos como Francia, la verdad, siempre habían tenido veleidades maniqueas, porque el maniqueísmo no dejaba de ser, en la Alta Edad Media, una interpretación de la religión dominante. Al nombrado obispo de Reims en el 991, Gerberto de Aurillac, le obligaron a realizar unos votos de fe públicos, dado que era sospechoso de tener convicciones gnósticas y maniqueas, como el rechazo del Antiguo Testamento. En 1022, Pedro del Piadoso hizo quemar a varios monjes del monasterio de la Santa Cruz de Orléans, por ir por ahí contando que la materia está corrupta por definición; que es, como ya sabrá quien haya leído estos capitulitos, esté de siempre interesado por la materia o haya tenido algún cura heterodoxo como profesor de religión; es, decimos, una creencia de fuerte raíz maniquea.

Sabemos que en el año 1015 hubo un obispo, Gerardo de Limoges, que tuvo que actuar contra la herejía maniquea en su diócesis. Siete años más tarde, varios son ejecutados en Toulouse. En el 1028, Guillermo V, duque de Aquitania, llamó a concilio a los obispos de su ducado en Charroux para estudiar la lucha contra los herejes. En esa reunión se dieron pistas de que las creencias maniqueas habían llegado a Francia a través de Italia, pues se informó de que la extensión de las ideas dualistas se había producido por el acto de un italiano huido, acompañado de un compañero périgourdin, esto es, un innominado personaje natural del Périgueux. Su proselitismo fue tan exitoso que, de hecho, uno de los monjes de la Santa Cruz que fue quemado había sido confesor de la reina Constancia de Aquitania.

En 1025, la presión italiana cogió momento. Un tal Gondolfo, a la cabeza de un grupo organizado de misioneros italianos, se trasladó hasta Arras, donde el obispo, Reginaldo, los envió al maco.

Así las cosas, ya en 1030 se podía encontrar en Monteforte una comunidad herética nutrida, organizada, a la que ya las fuentes llaman cátara; palabra que se ha especulado proviene del término que los propios cátaros usaban para denominar a aquéllos de los suyos que habían alcanzado el estado de pureza o perfección.

Antes de las cruzadas, con seguridad, ya hubo movimientos culturales por los cuales peregrinos que iban a Oriente traían las ideas maniqueas de aquella zona, o bien se producían desplazamientos de maniqueos bosnios o serbios hacia Italia, primero, y Francia después. Sin embargo, con la llegada de los planes de reconquista de Jerusalén, los intercambios se hicieron más intensos y las ideas dualistas comenzaron a llegar a Francia con enorme facilidad. Calixto II, Papa, reunió en Toulouse en junio del 1119 un concilio para anatematizar a los herejes que, en diversas partes de Francia, decían no creer en los sacramentos de la comunión, del bautismo o del matrimonio, y negaban la jerarquía a los sacerdotes; con lo que puede verse que el dualismo, en Francia, tendió en ocasiones a mezclarse con un simple y puro anticlericalismo.

La cosa le salió a Calixto como la mierda. Pocos años después, un predicador dualista llamado Pierre de Bruys y su compañero, un monje anciano llamado Henri, revolvieron las conciencias en las mismas provincias con su predicación decididamente maniquea. Pierre fue quemado en Saint-Gilles en 1126, pero había dejado ya libros escritos con sus doctrinas, y Henri se dedicó a difundirlas. Dos años después Pedro el Venerable, monje de Cluny, escribía sobre la existencia de una secta herética en Francia a la que llamaba petrobrusiana.

El principal elemento de la teología petrobrusiana era el rechazo del bautismo de los recién nacidos y niños. Pero asimismo, como otros muchos dualistas, rechazaban la adoración de la cruz, que consideraban (con bastante lógica, por cierto) el instrumento de la tortura de Jesús y, por lo tanto, un objeto odioso (para contrarrestar esta opinión tan intuitiva es por lo que la Iglesia desarrolló la teoría de que Jesús quería ser crucificado, el sacrificio para lavar el pecado original, y bla). De creencias pandivinas,los petrobrusianos decían que si Dios está en todas partes para qué necesita casa, así pues hay que demoler todas las iglesias. Rechazaban la eucaristía y por lo tanto la misa, y no le concedían ningún valor al gesto de rezar por los muertos.

En 1147 el Papa Eugenio III, que viajó a Francia para predicar la segunda cruzada, mostró sin ambages su escándalo por constatar el gran número de herejes existente en Francia, especialmente en lo que denominamos hoy el Midi o Mediodía. Le encarga el tema a su brazo derecho, Bernardo de Claraval. Bernardo se fue para el centro de la movida y se la encontró petada de sectas diferentes, cuyo epicentro era la localidad de Albi. Eran llamados arrianos. Con gran escándalo, Nardo descubrió que la nobleza de la zona protegía a todos estos herejes.

A Bernardo le fue medio bien, medio mal. En Albi lo escucharon y tuvo algún éxito; pero en Verfeil ni le dejaron hablar. En todo caso, la Iglesia, lejos de detener la ola hereje, tuvo que contemplar cómo se expandía hacia el norte. Ya en 1116, un ermitaño llamado Enrique había contaminado de dualismo la villa de Le Mans. Afirmando que era un enviado de Dios, se hizo con el control del lugar, hasta que huyó de la zona. Uno de sus discípulos, llamado Pons, apareció poco después en Périgueux, al frente de un grupo de doce hombres que decían estar llevando la vida de los apóstoles. Eran ascetas, vegetarianos, y no usaban dinero. Rechazaban la misa, la cruz e incluso las limosnas, pues no creían en la propiedad privada. Se llamaban asimismo apostólicos y captaron un montón de seguidores, incluso entre el clero regular.

Pocos años más tarde, en 1125, un natural de Bucy, cerca de Soissons, llamado Clemente, se dedicaba a predicar que Jesucristo era un fantasma y que los misterios desarrollados alrededor de él no tenían ningún valor. Rechazaba el matrimonio porque incluso consideraba que la procreación era indeseable (típica creencia dualista: si el mundo material es caca, entonces tener hijos no es sino cagar más mierda). Vivían siempre entre los acólitos del mismo sexo aunque al parecer, de vez en cuando, supongo que para descargar, se entregaban a orgías. La secta generaba tanto miedo entre los cristianos ortodoxos que se les comenzó a acusar de cosas terribles. Así, el cronista Guiberto de Nogent nos dice que los niños nacidos de las coyundas de aquellas orgías eran quemados y, con sus cenizas fabricaban el pan que comían.

A pesar de contar con la protección de la nobleza, pues el conde Soissons lo proclamó como el hombre más sabio que había conocido, Clemente fue encarcelado junto a su padre y condenado a cadena perpetua. Cuando se estaba leyendo la sentencia, dos de sus discípulos fueron linchados allí mismo.

Pero el problema seguía. Un tal Eudes de L'Etoile predicaba la herejía en 1140 en los alrededores de Saint-Malo. Convocaba reuniones secretas en lo más profundo del bosque llamado de Brocelianda. Se cambió el nombre de Eudes a Eon, y se declaró el Mesías de las Escrituras que habría de venir para juzgar a los vivos y a los muertos. Denominaba a sus discípulos con los nombres de los eones maniqueos (Justicia, Sabiduría y Ciencia). Creó su propia jerarquía arzobispal y, al contrario que otros muchos maniqueos, vivía rodeado por un gran lujo. Un concilio reunido en Reims lo condenó; ante su insistencia en no abjurar, fue encarcelado.

Henri du Mans, Pons de Périgueux, Clemente de Bucy o Eudes de l'Etoile son, pues, testimonios bien claros de que el dualismo estaba muy vivo en Francia tras el paso del milenio; y que se consideraba lo suficientemente seguro de sí mismo como para actuar en público. Sin embargo, eran las suyas unas iniciativas un tanto desorganizadas. La herejía organizada como tal apareció más bien en 1144, en Flandes. De esa época datan una serie de advocaciones del obispo de Lieja en tonos muy alarmistas. En 1157, el obispo de Reims informa de que predicadores itinerantes han difundido la herejía en sus predios, invitando a la gente a rechazar el matrimonio y a practicar el sexo sin tasa. Henri de Reims, que también fue obispo de la ciudad y era hermano del rey Luis VII, dejó escrito que en los tiempos de la coronación de su hermano (1162), Flandes bullía de heréticos. Pero para entonces habían llegado incluso a Alemania. Eckberto, abad de Schönau, encontró tantos herejes en Renania que se aplicó a escribir un tratado contra sus teorías; en 1163, impulsó una quema pública de muchos de ellos en Colonia. Pero los herejes pasaron de Alemania a Inglaterra, donde desembarcó en 1160 un tal Gerardo con treinta acólitos. Un concilio celebrado en Oxford los condenó a ser marcados a fuego en la frente (a Gerardo lo condenaron a llevar una marca suplementaria en el mentón). Todos estos herejes flamencos o de origen flamenco son denominados en las fuentes populicani; lo cual sugiere con fuerza que eran paulicianos; si se prefiere y/o se es muy friqui, bogomilos dragovitsianos o, lo que es lo mismo, dualistas hasta el epidídimo.

Otro teatro de la expansión del dualismo, y a la postre el más exitoso, fue el Languedoc. En 1163, el Papa Alejandro III convocó un concilio en Tours en el que, fuertemente presionado para ello por el rey Luis VII, pronunció un furibundo anatema contra todo el que protegiese a un hereje en la región de Toulouse y la Gascuña. Dos años después, los obispos del Midi se reunieron en Lombez para condenar, una vez más, las doctrinas heréticas. Pero los dualistas desafiaron a aquel concilio, gracias sobre todo al apoyo de la nobleza, lo cual sugiere que, una vez más, nos encontramos ante una lucha formalmente religiosa que escondía muchas más cosas. La condesa de Toulouse, que para colmo era la hermana del rey Luis, protegió descaradamente a Olivier, el líder herético. Oliverio, de hecho, arengó a las masas contra los curas, y generó tal nivel de apoyo que los obispos decidieron no actuar. Dos años después, los heréticos hicieron una notable exposición de fuerza al celebrar una asamblea propia en Saint-Félix de Caraman, hoy mejor conocida como Saint-Félix-Lauragais (si vais, comed en Lenclas, especialmente un buen cassoulet).

Allí en Caraman se reunieron libremente todos los obispos heréticos: Sicard Cellerier de Albi, Marc de Lombardía, Roberto de Esperona... Fueron también representantes de sedes sin obispo como Carcasona, de Toulouse e incluso, ojo, del valle de Arán aragonés; una presencia la dualista en los Pirineos españoles que yo creo que nunca ha sido demasiado estudiada. La reunión de Caraman llegó a nombrar un obispo herético para esta diócesis: Raymond de Casalis.

La asamblea la presidió un griego, un tal Nicetas, llegado de Constantinopla. Nicetas impuso en el concilio de Saint-Félix el estricto dualismo que traía de Constantinopla y la Dalmacia y, para consolidar este mando, desplazó a Sicard de Albi para nombrar obispo de la localidad a un hombre suyo: Bartolomé de Carcasona. Esta decisión habría de crear en la ciudad un importantísimo stronghold dualista que conocemos como iglesia albigense.

Como ya hemos dicho, muchas veces este tipo de movimientos heréticos, basados en discusiones teológicas, se mezclan en Francia con el anticlericalismo y con diversas luchas de contenido netamente social.  Movimientos que tuvieron sus líderes principales en Pedro Valdés de Lyon y Arnaldo de Brescia. Valdés predicó entre el 1161 y el 1180. hasta que sus doctrinas, que eran incluso apoyadas por muchos sacerdotes, fueron condenadas. Da la impresión de que los lolardos que surgen como un siglo después estaban, cuando menos en parte, inspirados en las doctrinas de Valdés.

El concilio de Caraman marcó la hegemonía cátara en el Languedoc. De hecho, los obispos de la Iglesia oficial estaban en una situación bastante precaria. El Papa, en Roma, bastante tenía con gestionar sus problemas con el emperador Federico Barbarroja. La nobleza local, por otra parte, encontró muchas razones para apoyar a los herejes. El primer noble que se colocó descaradamente a su favor fue Roger II, vizconde de Béziers y de Carcasona, gobernador de toda la Narbonense. En 1174, se negó oficialmente y en redondo a dejar de apoyar a los heréticos. Cuatro años más tarde fue excomulgado, pero al parecer le importó un culo. Otro pilar herético era el conde Raymond V de Toulouse. Raimondo declaraba formalmente que los dualistas eran caca, pero en realidad no hacía nada contra ellos. Raymond VI, su hijo, le sucedió en 1195 y se declaró amigo de los heréticos. A comienzos de aquel siglo XIII, diversas casas nobles estaban a favor de los paulicianos franceses. Eran especialmente tratados por las mujeres nobles: Cavaers de Fanjeaux les cedió una mansión en esa villa, y Furneria de Mirepoix, incluso, se convirtió en algo así como obispa de varias comunidades. Cuando en 1205 Escarmonde de Foix fue iniciada en la fe, al acto acudió su hermano el conde, Raymond-Roger de Foix, y la práctica totalidad de la nobleza de la zona.

Contra lo que pueda parecer, el catarismo no era una religión de elites. Todo lo contrario: su gran fuerza era el favor popular. El hecho de extenderse muy especialmente entre los comerciantes hizo que tuviese la facilidad que tuvo para diseminarse.

A punto de entrar el siglo XIII, la Iglesia católica estaba en pánico. Las decretales de Tours apenas habían servido para sanear algunos ortos. El rey Luis VIII tenía demasiado miedo para solucionar aquello a hostias. Fue el Papa Alejandro III el que se puso a ello en 1178, con el envío de una misión especial a Toulouse, dirigida por un erudito cisterciense, Pedro, cardenal de San Crisógono. Le acompañaban el arzobispo de Bourges, el obispo de Poitiers, el abad de Claraval y Reginaldo, el abad de Bath. O sea, todo un dream team católico. Raymond V los recibió con pompa y circunstancia, pero la gente no. A Pedro lo corrieron a leches por la calle.

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