Recuerda que ya te hemos contado cómo se montó la movida y cómo los marineros tomaron el control del acorazado.
Después, hemos contado lo caliente que estaba Odessa antes de la llegada del Potemkin, y el movidón que se montó cuando ya habían llegado, y que inmortalizó Einsenstein. Después comenzó el toma y daca entre los marineros y los revolucionarios, y algún que otro susto. Finalmente, los marineros del Potemkin logran enterrar al marinero Vakulinchuk, aunque con incidentes.
El gesto por parte del Potemkin de poner a hablar a los cañones no fue un gesto fácil ni inmediato. Y, lo que es más importante, estaba diseñado y casi decidido antes de los sucesos producidos en el entierro del marinero Vakulinchuk.
Después, hemos contado lo caliente que estaba Odessa antes de la llegada del Potemkin, y el movidón que se montó cuando ya habían llegado, y que inmortalizó Einsenstein. Después comenzó el toma y daca entre los marineros y los revolucionarios, y algún que otro susto. Finalmente, los marineros del Potemkin logran enterrar al marinero Vakulinchuk, aunque con incidentes.
El gesto por parte del Potemkin de poner a hablar a los cañones no fue un gesto fácil ni inmediato. Y, lo que es más importante, estaba diseñado y casi decidido antes de los sucesos producidos en el entierro del marinero Vakulinchuk.
La
mañana del funeral, antes de salir hacia tierra el pequeño
destacamento con el padre Parmen, una delegación militar oficial
acudió al barco para comunicar oficialmente el nihil obstat
de dicho traslado. En el curso de esa visita, uno de los soldados,
hemos de entender que de inteligencia revolucionaria, se las arregló
para hacer un aparte con Matushenko, y le informó de que la cúpula
militar de la ciudad, por así decirlo, iba a celebrar una reunión
para tratar el tema del Potemkin en el teatro de la ciudad. El
soldado le animó a bombardear el lugar, con la oferta de que, si así
se hacía, la tropa se les uniría con seguridad.
Éste
fue, al parecer, el punto en el que Matushenko perdió su proclividad
hacia la estrategia de la prudencia que había sostenido hasta el momento. Muy probablemente, se
sintió seriamente tentado, la palabra más adecuada sería
ilusionado, ante la perspectiva de descabezar la hidra zarista de la
ciudad de un solo golpe.
Cuando
el padre Parmen y su escolta desarmada bajaron a las chalupas para ir
a tierra, el Comité Popular ya estaba reunido. Matushenko bajó con
ellos, pero, cuando se percató de que efectivamente tenían libertad
de movimientos en tierra, regresó al barco. Cuando llegó, el Comité
Popular ya se encontraba bizcochado por Dymitchenko y Feldmann, y se
había convencido de que había que proceder al bombardeo. Así pues,
elaboraron un ultimátum: el bombardeo tendría lugar esa tarde,
precedido de tres disparos de anuncio. Se bombardearía
exclusivamente el teatro. Tras realizar dicho bombardeo, una
delegación bajaría a tierra para exigir la liberación de todos los
prisioneros políticos, el cese de todas las acciones militares
contra los obreros y, en fin, que los militares rindiesen la ciudad.
La
hora concreta del bombardeo quedó establecida en el momento
inmediato al regreso del padre Parmen y los marineros del funeral.
En
una escena muy propia de los sucesos revolucionarios, al final acabó
apareciendo el típico anarquista de los cojones. Bueno, anarquista,
tal vez no era. Sabemos, por las crónicas, que se trataba de un
marinero bastante veterano, así pues es posible que su ideología,
en realidad, fuese la prudencia. Pero el caso es que reaccionó como
un anarquista, pues argumentó que, ante decisiones tan importantes y
cruciales como una agresión armada, no había ni Comité Popular ni
hostias en vinagre: había que hacer una asamblea, y que la marinería
votase. Por supuesto, Matushenko y Feldmann, revolucionarios de
libro, pre-bolcheviques en sazón, no querían dicha asamblea; pero
tuvieron que aceptarla, pues si no de qué iban a poder rezar el mantra ése de todo el poder para los soviets.
El
padre Parmen estaba en el cementerio militar de Odessa declamando sus
ortodoxias cuando los 107 miembros, sin miembras, de la tripulación
del Potemkin se reunieron en asamblea en la cubierta del
barco, asamblea a la que se sometió la propuesta de bombardear el
teatro de Odessa con el general Korkhanov y su Estado Mayor dentro.
Feldmann
fue el encargado de defender el proyecto de resolución; o, más bien, se autoencargó, dada su proclividad al liderazgo. Lo hizo
comenzando por dispararle un torpedo en la línea de flotación al
bando, digamos, “conservador” de la marinería: les recordó que,
en llegando al punto que se había llegado, no les cabía esperar
perdón o indulto alguno. Por eso, dijo, es importante aprovechar la
confianza del adversario para asestarle el primer golpe. El discurso
siguió percorriendo esas praderas de la demagogia hasta provocar tal
nivel de excitación y entusiasmo en el auditorio que Feldmann creyó
la partida definitivamente ganada.
Sin
embargo, en un típico fenómeno asambleario-newtoniano de acción y
reacción, desde las últimas filas de la masa de oyentes (los menos
proclives siempre suelen escoger ese lugar) comenzaron a sonar voces
de marineros que decían que no se podía llevar a cabo el bombardeo
porque, al fin y al cabo, morirían camaradas.
Después
de ello, se produjo una caótica discusión ante la cual Feldmann fue
ya incapaz de hacer oír su voz. De hecho, acabó descendiendo del
puesto elevado adonde se había encaramado para hablar, para
encontrarse con Kirill, quien le reprochó haber hablado como lo
había hecho. Has sido, le dijo, y tenía razón, demasiado directo.
Estas cosas hay que venderlas por fascículos.
En
realidad, era peor. Aunque ningún miembro de la asamblea lo había
formulado así, era bastante evidente que Feldmann había cometido un
error táctico muy importante, que fue hablar él del bombardeo, y
reclamar él la decisión de aprobarlo. Al fin y al cabo, él no era
miembro de la tripulación del Potemkin. Esa propuesta debían
de haberla hecho Matushenko, o Dymitchenko. Su furor de dirigente del
mundo mundial le había jugado una mala pasada.
Una
evolución inesperada se produjo: poco a poco, entre la marinería
comenzaron a multiplicarse los gritos de quienes querían escuchar al
comandante de la nave. El comandante de la nave, recordémoslo, era
el teniente de navío Alexeyev; un tipo más bien depresivo e
indeciso que no servía ni para decidir dónde queda la proa y dónde
la popa de un barco. En medio de todo ese follón, lógicamente,
surgió Matushenko, el tipo que, de largo, tenía las ideas más
claras.
Mientras
Matushenko estaba haciendo las típicas llamadas a la calma y la
unidad, llegó de tierra la chalupa con la delegación del funeral,
con tres marineros de menos. Matushenko dejó la asamblea
inmediatamente para ir al encuentro de la delegación. Las noticias
le vinieron de perlas. Había tres marineros dados por muertos, se
había roto el armisticio... Ahora, decretó, ya no hacen falta ni
asambleas ni leches (pues, para todo comunista, el asamblearismo
anarquista tiene siempre un límite).
El
Potemkin se puso en movimiento para entrar en la rada y poder
situarse a menos de un cuarto de milla de su objetivo. Estaba cayendo
el sol en Odessa cuando, en el puente, se reunieron Matushenko,
Dymitchenko, Mikishin, Feldmann, Kirill, y el ingeniero mecánico
Kovalenko, junto con el maestro de tiro, un tal Bedermeyer. El primer
proyectil fue lanzado desde una pieza de 152 a las siete y media. Era
el primer tiro de aviso, y le siguieron otros dos.
Finalmente,
salieron los primeros cincuenta kilos de explosivos con voluntad de
hacer daño. El marinero que observaba el tiro, a los pocos segundos,
pronunció la palabra maldita.
- ¡Largo!
En modo alguno quería esto decir que el proyectil había impactado en la alopécica cabeza de Francisco Largo Caballero. Eso
quería decir que el proyectil había fallado su objetivo, pasándose
del teatro; y, tal vez, tal y como había temido media asamblea,
había matado a civiles inocentes.
Los
revolucionarios cayeron en shock. Resulta difícil de creer, porque
la artillería naval no es una ciencia exacta que digamos y mucho
menos hace más de cien años; pero todo parece indicar que, en su
confianza revolucionaria (a veces da la impresión de que no hay
mejor creyente en Dios que quien lo niega), aquellos tipos nunca
habían pensado que podían fallar. Aun así, decidieron volver a
disparar.
Pum.
- ¡Largo!
Evidentemente,
tras un segundo error, y puesto que también es característica del
buen revolucionario, como de cualquier otro político, negar la
responsabilidad propia, todos en el puente se volvieron contra el
pobre Bedermeyer, quien comenzó a resbalar por una pista de curling
en pendiente hacia su caracterización como traidor
contrarrevolucionario. Bedermeyer se defendió con argumentos
técnicos de peso, que supongo que cualquier militar artillero
versado firmará: le era imposible realizar un tiro de precisión sin
datos cartográficos también precisos.
Hay
que reconocer que, en ese punto, el grupo del puente no reaccionó
como suelen reaccionar los revolucionarios, esto es, pegándole un
tiro al maestro de tiro. Esto puede ser porque, verdaderamente,
tuviesen una cota de humanidad superior a la media; o pudo ser por el
egoísmo de no tener demasiados maestros de tiro en la tripulación.
Lo cierto es que Matushenko era un marinero torpedero, es decir lo
suyo era cargar los pepinos; y estaba rodeado por mecánicos, otros
marineros y un estudiante de universidad. Si Bedermeyer les decía
que era imposible ser preciso, sería verdad.
(También
es cierto que existen muchas sospechas de que Bedermeyer, tal vez,
estaba más cerca de la figura del traidor zarista de lo que parece.
De hecho, pasada toda la historia del Potemkin, fue
recompensado por su actuación por el ejército zarista. Aunque bien
pudo pasar que fuesen los zaristas los que quisiesen creer que todo
lo hizo a propósito, o lo que él les contó a toro pasado.)
El
bombardeo cesó, pues, y se reunió de nuevo al Comité Popular.
Aunque no he comentado hasta ahora eso no quiere decir que no siga tus entradas con mucho interés.
ResponderBorrarNo he visto la película, supongo que porque en la tele no gustan de películas mudas y en la Politécnica sólo molaban los temas ligeros. Yo era uno de los que proyectaban las pelis y doy fe de ello. En mi descargo debo decir que mis amigos ex-soviéticos tampoco la han visto. Debe ser porque a Matushenko siempre lo consideraron un blandengue que mandó todo a la porra por sus excesivos escrúpulos. No sé si es por mis fuentes, pero Matushenko es una de esas personas a las que le coges respeto, aunque no sea la indicada para una revolución.
Me gustaría que me confirmases algunas cosas que leí hace algunos años (mi memoria puede fallarme). Tengo algunas más pero no quiero anticiparme.
- Se compró carne podrida porque con el follón que había en Odessa buscaron lo primero que encontraron y resultó ser la de un mercader judío que no cabía en sí al ver que podía soltar su mercancía averiada. Al ver que podían comprar la carne sin internarse por la ciudad, el oficial al cargo aceptó pulpo como animal de compañía y salió echando leches.
- En realidad estaba prevista la sublevación de la flota en el punto de reunión y el líder era Vakulinchuk. El tema de la carne y la muerte de Vakulinchuk hizo que la cosa se acelerase y que Matushenko (un amigo) fuese el líder.
- Kovalenko era desde el primer momento partidario de los revolucionarios y se quedó por su propia voluntad en el barco. Al final se convirtió en el verdadero "jefe técnico" del barco y Matushenko en el "jefe político"
- Por lo demás, a los suboficiales siempre se les consideró culpables de sabotear el motín y, en concreto, fallar a propósito los disparos. Toda la actuación durante esos días parece indicar que, ya sea por convencimiento o por miedo a las represalias, siempre intentaron que el buque volviese al redil.
La primera la dudo, más que nada porque creo que la carne no se compró en Odessa. Mi impresión es que la carne que se compraba siempre era de mala calidad (cualquier español que haya hecho servicio de cocinas en un cuartel de reclutas durante la mili sabe que esto es, o era, verdad). Con la del Potemkin se pasaron de frenada.
Borrar- La sublevación en su inicio no tuvo líder, porque no fue una sublevación revolucionaria. Es como las huelgas asturianas de principios de los sesenta. Cuando algo surge en torno a una reivindicación concreta, suele ser un algo Fuenteovejunesco. Vakulinchuk es, sólo, el pringao que se puso donde iba la bala, aunque que estuviese en primera línea demuestra que probablemente era fogoso.
A la tercera, sí. Son bastantes los indicios de que a Kovalenko le iba la marcha.
BorrarA la última, siempre me ha costado creer la idea de que Bedermeyer era un saboteador. Hay que pensar en lo que se jugó haciendo lo que hizo.