Recuerda que ya te hemos contado los principios (bastante religiosos) de los primeros estados de la Unión, así como su primera fase de expansión. A continuación, te hemos contado los muchos errores cometidos por Inglaterra, que soliviantaron a los coloniales. También hemos explicado el follón del té y otras movidas que colocaron a las colonias en modo guerra.
Evidentemente, hemos seguido con el relato de la guerra y, una vez terminada ésta, con los primeros casos de la nación confederal que, dado que fueron como el culo, terminaron en el diseño de una nueva Constitución. Luego hemos visto los tiempos de la presidencia de Washington.
El
primer problema con que se encontró Adams como presidente de los
Estados Unidos fue la política exterior. A los franceses no les
había hecho ni puta gracia el acuerdo muñido por Jay; de hecho,
lo vieron como un cambio estratégico de Filadelfia a favor de
Inglaterra, cosa que tal y como se estaban poniendo las cosas en
Europa, era como para tentarse el epidídimo. Francia decidió
intensificar los ataques contra buques americanos surtos en puertos
de control británico, en un número de 300 ya en marzo de 1797,
cuando Adams juró su cargo. En un siguiente paso de decidida
hostilidad diplomática, el intento hecho por la Administración
americana (todavía lo hizo Washington) de nombrar a Pinckney
representante en París, en lugar del republicano James Monroe, fue
contestado por el Louvre amenazando incluso con arrestar a Pinckney
si ponía los pinreles en Francia (de hecho, el político federalista
tuvo que salir hacia Amsterdam a la naja). Cuando la noticia llegó a
Filadelfia, los federalistas comenzaron a exigirle a Adams, que ya
era presidente, la guerra con Francia.
El
presidente no se amilanó, o tal vez habría que decir que hizo gala
de una capacidad diplomática totalmente nula. Su reacción fue
reenviar a Pinckney a París, junto con otros dos estadounidenses,
con el objetivo de negociar con el ministro francés de Asuntos
Exteriores Talleyrand, que era bastante proclive al acuerdo.
Talleyrand, sin embargo, pidió, simple y llanamente, dinero a cambio
de apoyar la idea, y los americanos se echaron atrás. Estos
enviados, sin embargo, fueron bastante listos, pues hicieron públicas
las cartas con el francés en las cuales se referían a la mordida
que solicitaba Talleyrand, y a los tres intermediarios o amigos del
ministro que habrían de recibirla como X, Y, y Z. Toda Francia se
hizo lenguas sobre quiénes serían esas tres letras y, lo que es
mucho más importante desde el punto de vista de los Estados Unidos,
la publicación sirvió para galvanizar al Congreso a la hora de
votar la primera de una serie interminable de decisiones en las que
incrementaba el presupuesto militar. Fue en ese momento procesal de
la Historia, por cierto, en el que se creó un departamento específico de Marina, donde algún español habría de brillar con
luz propia muy pronto. Estados Unidos entró en una guerra naval
contra Francia de
facto
que Adams nunca se molestó, o se atrevió, a confirmar de
iure
en el Congreso.
Si
pasamos a los asuntos internos, encontraremos en John Adams al primer
presidente de la Historia de los EEUU cuyo mandato se caracterizó
por estar hasta cierto punto cuestionado. Ya hemos contado que, en
realidad, Adams había sacado tres votos más que Jefferson; y ésta
fue la razón por la cual los republicanos comenzaron a referirse a
él como the
President of three votes.
Una forma bastante poco elegante para significar un bajo nivel de
legitimidad. Estos embates republicanos conspiraron para hacer de
Adams un, por así decirlo, más devoto federalista. Cosa que pudo
demostrar con claridad en el verano de 1798, cuando el Partido
Federal impulsó las conocidas como Alien y Sedition Acts.
El
conjunto de Alien Acts marcan el primer peldaño de una escalera muy
larga (y sostenida), que es aquélla que lleva a la consolidación de
amplios poderes en la mano del Presidente. Estas leyes suponían, de
hecho, conceder al Presidente una mano ancha y prácticamente
arbitraria para decretar la expulsión del país de todo elemento
extranjero que considerase indeseable. Hay que decir que fueron leyes
cuya eficacia se produjo en grado de potencialidad: no se produjo ni
un arresto basándose en su texto, pero su existencia bastó para
acojonar a mucha gente. Por lo que se refiere a la Sedition Act, en
uno de sus artículos establecía multas y penas de reclusión muy
severas para toda aquella persona que hablase, escribiese o publicase
“con intención de difamar” al Presidente o otros miembros del
gobierno (una medida que se parece bastante a la famosa Ley Fraga de
los años sesenta en España, que retiraba la censura, con la
excepción de los actos del gobierno y, por supuesto, la figura del
jefe del Estado). Esta ley sí que se usó en la realidad: en poco
tiempo, hasta 70 personas habían sido encarceladas o multadas de
acuerdo con la misma. La inmensa mayoría eran editores de ideología
republicana y, de hecho, la ley causó el cierre de algunos
periódicos de la oposición.
Madison
y Jefferson tuvieron muy claro que la Sedition Act no era sino un
intento federalista de ganar las elecciones del 1800 por la vía de
silenciar a sus adversarios políticos (sí, como suena). Por ello,
diseñaron todo un contraataque parlamentario, para el cual contaron
con el apoyo de las legislaturas de Estados como Kentucky y Virginia.
Jefferson redactó las reivindicaciones para el primero de los Estados y Madison las segundas. En ambos
casos, se atacaba la interpretación constitucional realizada por
Adams y Hamilton, y se colocaba sobre la mesa la necesidad de
defender los poderes de los Estados, incluso justificado la anulación
de medidas, o la secesión. Jefferson, en palabras que están bien
grabadas en el frontispicio ideológico de todo buen republicano,
escribió que “los Estados no permanecen unidos por causa de un
principio de sumisión ilimitada al gobierno federal”. Las Kentucky
Resolutions, en consecuencia, decretaban el derecho de un Estado de
declarar qué decisiones de Filadelfia iban más allá del acuerdo
constitucional. Si Madison, en las resoluciones virginianas, decía
que todos los
Estados conjuntamente
tenían el derecho de repeler legislaciones federales que se pasasen
de la raya constitucional, Jefferson, en las de Kentucky, llegaba a
decir que ese derecho le estaba conferido a cada
Estado por sí solo.
Como
se ve, pues, el republicanismo confederalista se encontraba con el
problema con el que se siempre se encuentra todo secesionismo: ¿cuál
es el perímetro territorial en el cual una eventual decisión
secesionista debe ser respetada? O, dicho en términos de nuestra
actualidad española: ¿quién tiene derecho a decidir: los
españoles, los catalanes, los de la Costa Brava, los de Tarrasa, los
de Valvidrera, la señá Eulalia?
Cuando
llegaron las elecciones del 1800, las perspectivas mejoraron
sustancialmente para los republicanos. El Partido Federalista, que
venía acusando de tiempo atrás el choque de liderazgos entre John
Adams y Alexander Hamilton, terminó por romperse en esas dos
tendencias, operando de catalizador de esta operación el conflicto
con Francia, porque Hamilton deseaba una guerra que Adams prefería
regatear. Para las elecciones, los federalistas apostaron por el
ticket formado
por Adams y Pinckney, mientras que los republicanos confiaron de
nuevo en el equipo formado por Jefferson y Burr. Hamilton, de nuevo,
maniobró contra su teórico correligionario, clavando el último
clavo en el ataúd de los federalistas, que ya de por sí lo tenían
bastante difícil para ganar.
Ganaron
los republicanos, pero no quedó nada claro cuál de ellos, pues
tanto Jefferson como Burr tenían 73 votos electorales. De acuerdo
con la Constitución, era el parlamento el que ahora tenía que
decidir, pero votando por Estados, no por personas. Se necesitaban,
pues, nueve votos para ser presidente. En la primera votación,
Jefferson obtuvo ocho votos, Burr seis, y los dos restantes se
abstuvieron, indecisos. Así que hubo que votar otra vez. Y otra. Y
otra. Hasta 35. En la votación 36, tres Estados, se supone que un
poco hasta los huevos ya, decidieron cambiar su voto a favor de
Jefferson. Esta elección, en todo caso, fue la última que se tuvo
que enfrentar con este problema. En septiembre de 1804 se aprobó la
décima segunda enmienda de la Constitución, la cual establece que
“los votantes deberán indicar en su papeleta la persona votada
como presidente y en otra distinta la persona votada como
vicepresidente”. Esta enmienda supuso también que los partidos
deberían abandonar la práctica de presentar dos candidatos
indistintos, sino uno para presidente y otro para vicepresidente,
como ocurre hoy en día.
La
de 1800 fue la primera victoria sin paliativos de los republicanos.
Se hicieron con la presidencia, la vicepresidencia y las dos Casas.
Aunque los federalistas se tenían reservada una. Justo antes de
disolverse, aprobaron una Judicial Act, que creaba un montón de
nuevos tribunales que Adams se apresuró a petar de jueces
federalistas, además de nombrar a John Marshall como Chief
Justice
del Supremo. Con este gesto se garantizó que durante los 30 años de
poder republicano que llegasen por delante, las interpretaciones
jurídicas del Supremo (que no olvidemos es también la cámara
constitucional estadounidense) respondiesen a la doctrina federalista
de Marshall.
Thomas
Jefferson llegó a la Casa Blanca (que ya llegó a ser ocupada por
Adams) con una obsesión en política exterior: no involucrar a los
Estados Unidos en las guerras y problemas que en Europa tenían las
diferentes monarquías, y Francia. Puso de moda un concepto, no
entangling alliances,
que se convirtió en un auténtico motto
washingoniano. El concepto de no implicarse en alianzas tenía otra
consecuencia, que era la procura de un continental
destiny
para América que, mantenida aparte de los problemas de Europa, se
convertiría en una tierra de libertad. El concepto de continental
destiny
es como el cigoto de ése otro tan famoso de América para los
americanos.
De
todas formas, el principal problema para Jefferson era la enorme
división en la que se había llegado a aquella elección, incluso
dentro de su propio partido, sometido a un movimiento browniano entre
él y Burr. La obsesión de su discurso de toma de posesión (el
primero dictado en Washington) es concitar el apoyo de los perdedores. Nombró secretario de Estado a
James Madison, y a Albert Gallatin secretario del Tesoro. En general,
no despidió a muchos funcionarios federalistas, excepción hecha del
ámbito judicial, donde echó a cuantos más jueces pudo de última hora
designados gracias a la Judicial Act.
Uno
de estos despidos, o más bien rechazo de contratación, fue el de
William Marbury como juez de paz del distrito de Columbia. Marbury
reclamó su puesto y llegó hasta el Supremo en su demanda, generando
con ello una de las primeras sentencias del Alto Tribunal
estadounidense que han servido para ir delimitando el delicado juego
de poderes constitucionales de los Estados Unidos.
Recordemos
que el Supremo estaba bajo el dominio, por así decirlo, de John
Marshall. En su fallo sobre el asunto Marbury versus Madison (ya
sabéis que versus es prepo latina que significa contra, y que así
se citan los precedentes jurisprudenciales en el Derecho sajón),
Marshall argumentaba que la Constitución establecía con claridad en
qué casos el Supremo tenía jurisdicción original; puesto que la
exigencia de Marbury no estaba entre ellas, y que una ley como la
Judiciary Act no puede modificar la Constitución, el poder que la
ley otorgaba al Supremo de exigir la provisión del puesto de Marbury
era inconstitucional.
La
Casa Blanca, pues, se había llevado el gato al agua. Pero no tanto
como se cree. En realidad, Marbury vs Madison es una sentencia muy
jodida para un Presidente y un Congreso, pues es una sentencia en la
que un tribunal anula una ley federal (la Judicial Act). De hecho,
este fallo planteó el problema de cómo podrá el pueblo
(representado por su Parlamento, o su gobernante electo) resistirse,
por así decirlo, a una decisión magistral, impidiendo así que un
país sea una especie de democracia judicial.
La
respuesta a esta pregunta es, fundamentalmente, el procedimiento de
impeachment.
Contra
lo que puedan pensar algunos o muchos de los lectores de estas notas,
el impeachment
ni
de huevo es un procedimiento que sólo se pueda practicar contra un
Presidente. Jefferson, por ejemplo, lo usó contra el juez del
Supremo Samuel Chase, que se dedicaba en sus juicios a soltar unas
arengas antirrepublicanas de la hostia. El Presidente lo impicheó
en
1805, aunque escapó a su condena gracias al Senado.
En
el terreno político, la principal acción de Jefferson fue
pasteurizar las Alien y Sedition Acts de los federalistas. Declaró
el país de nuevo abierto a la llegada de extranjeros y sacó de las
cárceles a muchas de las personas que habían sido engrilletadas en
el mandato anterior. Las multas se devolvieron. En el terreno
presupuestario, detuvo el crecimiento de la Marina y redujo las
fuerzas armadas. Aunque probablemente no mintamos si decimos que la
medida económica más sorprendente fue la que conocemos como Barbary
War.
En
los diez años anteriores, Washington y Adams habían estado pagando
a la Mafia. Lo que pasa es que la mafia de entonces no era la que nos
imaginamos ahora, sino los corsarios que operaban en el norte de
África, y que a menudo atacaban barcos americanos. La coima no era
pequeña: unos dos millones de dólares anuales. Jefferson decidió
que era más barato someterse al riesgo y también puede que pensara
que una nación como la suya, que iba para potencia, no podía
dedicarse a pagar aquellas cosas. Así pues, en la Barbary War, decidió poner las necesidades presupuestarias por delante de la seguridad de sus comerciantes, y dejó de pagar; o, más bien, pasó a pagar menos. Lo cierto es que, a pesar de esta
medida, EEUU estuvo pagando a los corsarios hasta 1815.
A
los descendientes de los indios americanos no les cae muy bien
Jefferson (de hecho, uno de sus líderes, en una escena de House
of cards,
reclama que su retrato sea retirado de una sala donde va a mantener
una reunión) y esto tiene que ver con que es el primer presidente
que se toma en serio la expansión hacia el Oeste. El Congreso había
hecho cosas ya en 1796 y 1800 reduciendo la superficie que tenía que
comprar un colono y el monto de dinero en efectivo que tendría que
poner. En 1804, Jefferson rebajó estas condiciones hasta el punto de
que con apenas 80 dólares, un colono podía llegar a comprar 160
acres. Esta rebaja disparó la expansión, sobre todo en el terreno
del actual estado de Ohio, que fue admitido en la Unión en 1803.
Pero Jefferson estaba también interesado en que la expansión se
produjese en el suroeste del país, donde una serie de conflictos
entre poderes habían estado bloqueando la concesión de terrenos en
las orillas del río Yazoo, situado en el actual Estado de
Mississippi. Cuando Jefferson intentó dar la razón en el conflicto
al gobierno federal, algunos de sus propios correligionarios
republicanos, liderados por el virginiano John Randolph, le
recordaron las cosas que había escrito en las resoluciones de
Kentucky. La cosa no se solucionaría hasta 1814, y tendría como
consecuencia la aceptación como Estados de la Unión de Alabama y
Mississippi.
En
1803 Jefferson, quien siempre pensó a lo grande y soñó con la
colonización de todo el subcontinente, hizo enviar a Meriwether
Lewis y William Clark en una expedición al Pacífico, de orden
secreto porque atravesaron territorios en poder de potencias
extranjeras. Lewis y Clark consiguieron llegar a su destino en 1806,
y por el camino reclamaron el Oregon. En 1806, Zebulón Pike exploró
el suroeste de los actuales Estados Unidos.
En
paralelo con estos desarrollos, Jefferson se planteó el asunto de
Luisiana , que estaba en manos francesas por decisión de Napoleón
después de haber sido española entre 1762 y el 1800. Napoleón
quería hacer de Luisiana el granero de sus colonias en la zona, pero
se lo impidieron sus luchas en Europa y, también, la rebelión en
Haití del líder de los esclavos Toussaint de l'Overture, que
amenazaba con trasladarse al resto de las colonias.
En
1802, con la paz de Amiens, Napoleón pudo considerar las cosas
suficientemente pacificadas en Europa como para enviar 20.000 hombres
a América para vencer a Toussaint y para ocupar Nueva Orleans. La
campaña falló, pero aun así puso muy nervioso a Jefferson,
consciente de que prácticamente la mitad del comercio de los Estados
Unidos pasaba por esa ciudad. En marzo de 1803 envió a James Monroe
a París con la misión de comprarle a Napoleón la Luisiana, además
de la Florida, dado que la Casa Blana sospechaba que era Francia, y
no España, la que la controlaba de facto. Para cuando Monroe
llegó a París se encontró plantando en terreno abonado, pues los
malos resultados en la isla de Santo Domingo habían llevado a
Napoleón a abandonar la idea de construir un imperio americano. De
hecho, ya le había ofrecido a Robert Livinston, embajador americano,
todo el territorio de Luisiana por 15 millones de dólares. Firmando
el contrato, el 30 de abril de 1803, los Estados Unidos doblaban su
territorio de un plumazo.
Pero
ahí comenzaron los problemas. Para empezar, la Constitución no
delegaba poder alguno en el gobierno federal para comprar territorio.
Jefferson quería hacerlo bien, esto es proponer una enmienda
constitucional y tal; pero el hecho de que Napoleón podía, con
cierta facilidad, echarse atrás, le llevó a tirar por la calle de
en medio. En noviembre, el Senado aprobó la adquisición, y el
Congreso dispuso del dinero necesario. EEUU tomó oficialmente el
territorio el 20 de diciembre de aquel año. Pasó a ser administrada
Luisiana bajo las previsiones de la Northwest Ordinance de 1787 hasta
que, en 1812, fue aceptada como un Estado de la Unión.
La
adquisición de un territorio tan enorme, sin embargo, encabronó
rápidamente a los políticos del Este, o sea de Nueva Inglaterra.
Puesto que podían ser tontos pero no gilipollas, se dieron cuenta
rápidamente de que la inclusión de un territorio tan grande no podía
tener otra conclusión que diluir su capacidad de influencia
política. Algunos políticos del Norte incluso hablaron de dejar la
Unión, y buscaron un campeón en Aarón Burr, que en ese momento se
presentaba para gobernador de Nueva York. Burr, en efecto, se
presentó a las elecciones con la idea de crear una confederación
del Norte que se liberase de la “Dinastía de Virginia”; una vez
más Hamilton, sin embargo, hizo zozobrar esta campaña, evitando la
eventual secesión. El encabronamiento de Burr fue tan impresionante
que retó a duelo a Hamilton. Ambos se enfrentaron el 11 de julio de
1804 en un duelo en el que Hamilton resultó muerto. Burr escapó al
Oeste, donde acabaría conspirando con Londres y Madrid para realizar
una rebelión secesionista en Luisiana.
Todos
estos follones entre los yankees y el resto de los EEUU supusieron un
problema tan grande para el Partido Federalista que en 1804 llegó a
las elecciones enormemente dividido. Falto del genio maniobrero de
Hamilton (el verdadero primer Frank Underwood de la política USA),
el federalismo fue insultantemente batido por Jefferson, que ganó en
todos los Estados salvo en Connecticut y Delaware. Sin embargo, los
hechos mundiales hicieron esta legislatura una auténtica tortura
para el presidente. En Europa, Napoleón había ganado la
preeminencia en tierra en Austerlitz, pero Inglaterra la había
ganado en el mar gracias a Trafalgar. Esta situación era mierda pura
para los países neutrales y su comercio; y eso quería decir los
Estados Unidos. Los ingleses incluso se daban el gusto de bloquear,
parar y revisar los barcos americanos en sus propias aguas. La gente
le pedía guerra al Presidente, pero éste se presentó en el
Congreso con lo que denominó su política de peace coercion,
basada en sacar los barcos americanos de alta mar. Privados de las
mercancías americanas, los países beligerantes se darían cuenta de
que debían aceptar la neutralidad de este país. Y así se
estableció en la Embargo Act, que pasó la votación del Congreso el
27 de diciembre de 1807.
Increíblemente,
Jefferson no parecía haber calculado que el Embargo Act arruinaría
a su propio país mucho antes que a sus clientes. Después de algo
más de un año de aplicar esta política, el propio gobierno tuvo
que admitir su error, así pues el 1 de marzo de 1809, tres días
antes de su retiro, Jefferson se vio forzado a firmar su anulación.
En
las elecciones de 1808 ganaría el sucesor de Jefferson, James
Madison, que recibió 122 votos electorales, por 47 a favor de
Pinckney, el candidato federalista.
En
este mandato llegaría la guerra de 1812. Que dejamos, ya, para la
próxima apertura del blog.
Felicitaciones por tu blog. Es muy didactico, pero sobre todo muy interesante ya que cuentas la historia de forma muy divertida. Adelante con tu trabajo!
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