lunes, julio 06, 2015

La GTA (5: el teatro argentino)

Recuerda que de esta historia hemos escrito ya un prólogo, y que te hemos dado una primera visión muy general de la situación del Paraguay y sus vecinos. Además, te hemos explicado la situación y papel básico en la zona del Imperio brasileño. Luego hemos seguido con los dimes y diretes de la Confederación Argentina.

Luego hemos continuado contando la guerra del Uruguay, paso previo a la guerra del Paraguay.

En lo que a Paraguay se refiere, la guerra comienza algunas semanas antes de los hechos de Paysandú, y comienza en el Mato Grosso. La relación de Paraguay con el Mato Grosso es, probablemente, el elemento conflictivo fundamental de la independencia del Paraguay. Geográficamente hablando, el territorio del país viene a ser como una extensión del propio Mato Grosso, pero la política portuguesa de ir haciéndose con el territorio (que no le correspondía en los términos de Tordesillas) tornó las cosas. Quedándose Brasil con esta región, comprometía la viabilidad de Paraguay como país, por cuando dificultaba, si no impedía, su salida al Plata, necesaria para el comercio y para otras muchas cosas.


En octubre de 1864, conscientes de que el Mato Grosso está en peligro de ser de alguna manera hostigado por los paraguayos, los brasileños envían a la zona un vapor, el Márquez de Olinda, cargado de material bélico destinado al presidente de la región, Frederico Carneiro de Campos. El día 12 de aquel mes, el vapor pasa frente a Asunción y López, desde Cerro León, ordena su captura por el buque de guerra paraguayo Tacuarí. En la acción queda preso el propio Carneiro de Campos, lo cual provoca una furibunda reacción brasileña, que es contestada con los paraguayos con el argumento de que estaba basada en los mismos derechos que habían aducido los brasileños para invadir el norte de Uruguay.

Al mes siguiente, noviembre pues, Paraguay le declara la guerra al Brasil, y anuncia que cruzará el Paraná, les de o no les de permiso Mitre a hollar suelo argentino, para liberar la Banda Oriental. Mitre no contestará nada a esta toma de posición.

Mientras el cruce del río de produce, Solano López, el hijo del dictador, decide ocupar el Mato Grosso. El 24 de noviembre zarpa de Asunción una flotilla con unos 3.500 hombres, mientras, con otra fuerza, avanza por tierra el coronel Francisco Isidoro Resquín. Los paraguayos prácticamente ni rompieron a sudar durante aquella campaña tan corta, de la que la acción más bélica fue el asedio de Fuerte Coimbra. No obstante producirse esta ocupación, como ya hemos visto Paranhos decidirá que Brasil no se gaste en las batallas del Mato Grosso, para poder centrarse en sus acciones en Uruguay.

Con la caída de Paysandú, el 2 de enero de 1865, esta estrategia brasileña revela sus virtudes, dado de que a partir de ese momento para el Imperio todo se reduce a conseguir que, finalmente, Mitre se decante de su lado para poder formar una triple alianza contra Paraguay: Brasil, Argentina y el Uruguay ahora dominado por los colorados. Paranhos estaba en ello, como hemos visto, desde noviembre de 1864, mes en el que llegó a Buenos Aires.

El 14 de enero de 1865, Solano López, cansado de esperar el nihil obstat de Mitre para el paso de sus tropas, necesario para poder acudir en ayuda de Montevideo, solicita oficialmente dicho paso. Sin embargo, Mitre, que para entonces, como ya hemos visto, de hecho ha abandonado la neutralidad y tomado partido por Brasil, se la negará. Con ser un tanto aleve la reacción del mandatario argentino (siendo teóricamente neutral, impide el paso por tierra de uno de los contendientes, pero le permite el paso fluvial al otro, e incluso le vende bombas para que no tenga que ir a abastecerse a sus puertos; en puridad, hay que reconocer que Mitre le ofreció a López el tránsito fluvial, que no le servía de gran cosa), hay que reconocer que tenía sus razones para hacerlo. El paso de las tropas paraguayas por Entre Ríos, a buen seguro, se habría producido en medio de vítores y parabienes en pueblos y ciudades, pues la provincia era claramente federalista y de simpatías paraguayas en su enfrentamiento con Brasil. Además de haber incrementado los guaraníes sus fuerzas con todas las personas, que eran muchas, que hubieran querido ayudar a defender Montevideo pero no lograron romper el bloqueo carioca, con bastante probabilidad esos enterrianos, ahora armados, podrían haber pensado en otros objetivos además de la capital del Uruguay; por ejemplo, darle de hostias a los soberbios porteños. Y si Justo José de Urquiza hubiese pretendido parar algo así, probablemente hubiera acabado en algún calabozo. Así pues, con ser la actuación de Mitre, en la guerra de la Triple Alianza como en otras circunstancias, cínica y repleta de dobleces, hay que reconocer que, en este punto, hizo lo que cualquier otro mandatario argentino unitario habría hecho en su lugar.

En febrero, López se cansa. Se dirige a Urquiza explicándole eso mismo, que está hasta las napias, e invitándole a llevar a cabo ese pronunciamiento por el que se había medio comprometido meses atrás, durante la misión de José de Caminos a la que ya nos hemos referido. Para entonces, sin embargo, los paraguayos descubrirán que el caudillo que les había asegurado su voluntad de dar un golpe contra Buenos Aires ya no tiene dicha voluntad; por no tener, ya ni tiene los 30.000 caballos que necesitaría para montar una armada con posibilidades de victoria pues, como ya hemos leído, se los ha vendido a los brasileños, enemigos de Paraguay. Urquiza envía a Asunción a su representante Julio Victorica con una nota que se ha perdido; pero que sabemos que, una vez leída por López, provoca que el paraguayo tenga un acceso de rabia monumental y decida, literalmente, «llevárselo todo por delante». Siempre nos quedará la duda de si López no hubiera bajado la espada y los humos de haber sabido las tremendas consecuencias que para el Paraguay habría de tener esa decisión suya.

El paraguayo no había dado el paso de declarar la guerra a Mitre, sabedor de que el argentino necesita ser agredido para entrar formalmente en la guerra, pues sólo de esa manera podrá sortear la posibilidad de que las provincias argentinas se declaren a favor del otro bando, primero; y le vayan a encender el pelo a él, después. Pero en marzo de 1865 la situación derivada de la negativa argentina a dejar pasar tropas de tierra por su territorio está minando la posición guaraní de tal manera que ya no puede más, y el día 18 le declara la guerra. Esta declaración fue pública, pero aun así los argentinos hicieron todo lo posible porque pasara por secreta. El 29 de marzo, Asunción despacha hacia Buenos Aires al teniente Cipriano Ayala con la comunicación oficial dirigida al ministro Elizalde. Llega Ayala a la capital argentina el 8 de abril, pero el gobierno argentino no se da por enterado de la comunicación, a pesar de que ya en ese día, y lo sabemos por los informes ingleses a Londres, la declaración era el rumor de moda en la ciudad.

El día 13 de abril, los paraguayos se hacen en Corrientes con dos buques argentinos medio destartalados, el Gualeguay y el 25 de mayo, y entran en Corrientes. Es el momento que esperaba Buenos Aires para darse por enterado de lo que pasaba: una vez que puede pasar por nación agredida sin previo aviso, se implicará en la guerra. El 1 de mayo de 1865, en Buenos Aires, Francisco Octaviano de Almeida Rosa, en representación de Brasil; Carlos de Castro, canciller del gobierno uruguayo de Venancio Flores; y Rufino de Elizalde, canciller argentino, firman el acuerdo de la Triple Alianza que dará nombre a esta cruenta guerra. El sentido fuertemente económico de aquel pacto queda bastante claro con la lectura de su artículo décimo primero: «Derrocado que sea el gobierno del Paraguay, los aliados procederán a hacer los arreglos necesarios con las autoridades constituidas para asegurar la libre navegación de los ríos Paraná y Paraguay, de manera que los reglamentos y leyes de aquella República no obsten, impidan o graven el tránsito y navegación directa de los buques mercantes o de guerra de los Estados aliados». La misma cláusula que los brasileños habían presentado a Urquiza, quince años antes, para derrocar a Juan Manuel Rosas. Este tratado tenía la condición de secreto, pero ya se sabe que las cosas secretas acaban haciéndose públicas; y este documento, cuando fue de notorio conocimiento en todo el mundo, provocó un rosario de protestas en América del Sur, empezando por los propios argentinos, a cuyas espaldas fue firmado. Perú protestó por medio de su cancillería, llegando a romper relaciones con Brasil. En Bolivia, el general Mariano Melgarejo no sólo atacó el tratado sino que envió a Asunción a un enviado de apoyo, que ofrecía una ayuda militar que López rechazó. Incluso se le ofrecieron al Paraguay en París, en septiembre de 1866, un grupo de oficiales confederados estadounidenses, que solicitaron patente de corso para realizar acciones contra el bloqueo naval del país a cambio de la mitad de lo que obtuviesen. El representante en París, Cándido Bareiro, no aceptó la oferta, a pesar de que su país no era todavía firmante del Tratado de París de 1856, por lo que podía todavía otorgar patentes de corso.

Paraguay estaba básicamente preparada para la guerra mediante un sistema que llama un poco al de otros varios países, como Suiza en Europa, en los que se conceptúa que cada ciudadano es un soldado. Desde los tiempos del doctor Francia, cada paraguayo venía obligado a mantener caballos y armas propias. Tenía Paraguay a su favor, sobre todo, su terreno, por el que no es nada fácil avanzar, y la motivación de sus soldados. Nada que ver con la moral argentina, puesto que muchísimos de los efectivos potenciales de su armada, en realidad, no quería ir a esa guerra e, incluso, no pocos de ellos querían participar en ella, pero en el bando contrario. Los gobernadores de las provincias, de hecho, se las vieron y desearon en las levas.

Un solo síntoma: Urquiza logró reunir 8.000 hombres y comenzó a progresar hacia el norte el 14 de mayo. El 21 acamparon en Yuquerí, para luego seguir hacia Basualdo. El 3 de julio, el jefe entrerriano se entrevista con Mitre. Alguien propala por el campamento de Basualdo el rumor que de Urquiza, tras dicha entrevista, se va a volver a su casa; y la convicción crece rápidamente entre los soldados. Sin poder evitarlo los mandos, las tropas se desbandan. Para cuando Urquiza logra llegar al campamento, 3.000 efectivos lo han abandonado, y los demás están en ello. El capitán general ordena una seria represión, fusilamientos incluidos, pero aun así no logra impedir que las deserciones masivas sigan produciéndose en las noches subsiguientes, hasta el punto que acaba licenciando a todo el campamento para no ver erosionada su autoridad.

Tras el licenciamiento, a base de cucamonas y otros trucos, logra Urquiza juntar unos 6.000 hombres. El 8 de noviembre llega con ellos a las márgenes del río Toledo. Una vez allí, la división acopiada en Gualeguaychú inicia la desbandada, y las demás la siguen. Nada, ni los fusilamientos, los detuvo.

Las tropas uruguayas eran la de menor número de la Triple Alianza y, por fin, estaba el ejército brasileño. Brasil, verdadera potencia económica y política del Cono Sur, en realidad no tenía un ejército a la medida de dicho poder. Efectivos no le sobraban pero, en realidad, en cuestión de competencia y moral de victoria, la cosa ya no estaba tan clara. Para empezar, estaba el fantasma de la corrupción, ya que, por ejemplo, en el ejército formado en Río Grande do Sul eran muchos más los que cobraban que los que combatían o incluso formaban parte de las unidades militares.

En segundo lugar Brasil, como país esclavista, tendía a perder por esa vía la capacidad de aportar fuerza y acometividad de la población esclava. Los negros venían a ser entonces un 30% de la población del país, pero pesaban menos del 20% en el ejército. Esto, sin tener en cuenta de que, para muchos de ellos, en realidad desertar y pasarse al enemigo (o dejarle ganar y que tomase el territorio en discordia) les traía premio, pues automáticamente perderían su condición de esclavos.

El ejército brasileño, además, mantenía entonces las formas de un ejército de la Ilustración, con la escala de mandos monopolizada por los aristócratas; lo cual quería decir que, en cada acción, se la acababa jugando a que el conde o marqués que mandase las tropas, además de ser conde o marqués, supiese lo que estaba haciendo.

El gran problema para Paraguay era el bando naval. Disponía de un barco de guerra propiamente dicho, el Tacuarí, y el resto de su flota estaba formada por barcos mercantes adaptados. Argentina estaba en una situación parecida, pero en este terreno Brasil tenía una auténtica fuerza naval. Sin embargo, el Imperio no pudo acabar la guerra con dos de pipas como esperaba gracias a los barcos, pues esta flota, una vez más, sobre ser relativamente imponente, era enormemente ineficiente. Sin ir más lejos, le costó un año llegar al Paraguay.

Cuando, en 1868, Domingo Sarmiento asume la presidencia argentina, no pocas personas pensaron que era el final de esta tensión; que Argentina optaría por un cierto acercamiento a Asunción y un distanciamiento respecto de Brasil, cuya alianza no gustaba a sectores muy amplios de la opinión pública. Sin embargo, Sarmiento declaró la pertinencia de la alianza, y decretó la continuación de la guerra.

Regresando al marchar de la guerra, hemos de recordar que Paraguay esperó a obtener de Argentina el permiso para pasar por su tierra, pero que acabó perdiendo la paciencia. El 14 de abril de 1865, formado un ejército de 14.000 soldados de infantería y 6.000 de caballería, el general paraguayo Wenceslao Robles entra en territorio argentino, y toma, casi sin resistencia, la ciudad de Corrientes. Robles, conocedor de los sentimientos de los correntinos, practica una política de amistad. Mantiene la disciplina de las tropas, prohibiéndoles todo tipo de saqueo. E, incluso, permite a los correntinos nombrar a tres personajes locales: Víctor Silverio, Teorodo Gauna y Sinforoso Cáceres, como nuevos gobernadores de la zona.

Mientras tanto la escuadra brasileña, anclada en el Paraná, aguas abajo de Corrientes. Los paraguayos albergan la idea de hacerse con dicha escuadra, y preparan en Humaitá una expedición con todos los buques con que cuentan. Al mando del capitán Pedro Ignacio Meza, se programa un ataque por sorpresa en la madrugada del 10 al 11 de junio de 1865. Sin embargo, al pasar la flotilla por Tres Bocas, uno de los barcos, el vapor Yberá, sufre una avería que les retrasa a todos varias horas, por lo que no llegan a su destino hasta las ocho de la mañana. La sorpresa, por lo tanto, no se produce. Los barcos paraguayos pasan delante de los brasileños, cañoneándose; una vez pasado de largo, los paraguayos vuelven con la intención de abordar a los brasileños, lo cual se considera un error, pues mejor abordar a las primeras de cambio y, caso contrario, no intentarlo. Tras ocho horas de combate, los paraguayos se retiran y los brasileños, al mando del casi siempre dubitativo almirante Francisco Manuel Barroso de Silva, les persiguen un rato sin convicción.

Volviendo a la tierra, Robles deja 1.500 hombres en Corrientes y ocupa la ribera del Paraná hasta Empedrado. El 11 de mayo, ocupa Goya. Da orden al mayor Pedro Duarte de cruzar el Paraná, y éste acampa en Candelaria con 10.000 hombres y órdenes de seguir avanzando hacia el sur, reunirse con Robles en la frontera, y avanzar juntos hacia el Río Grande, esto es al encuentro de los brasileños. Sin embargo, también tienen problemas de falta de disciplina. Una columna, al mando del teniente coronel Antonio de la Cruz Estigarribia, que había recibido la orden de cruzar el Uruguay por el Paso de los Garruchos, lo hace bastante lejos de ahí, por Itapúa; e, ítem más, a pesar de llevar órdenes de ir al encuentro de Robles sin entretenerse en tomar ninguna población, toma Sao Borja.

Mientras tanto, el general argentino Wenceslao Paunero, con unos 2.000 hombres, todos ellos transportados por el almirante Barroso en sus barcos, desembarca el 24 de mayo al sur de Corrientes y ataca la ciudad defendida por 1.500 paraguayos. Sin embargo, pese a lo que esperaba Paunero, no recibe el apoyo de la población de la ciudad.

El mando paraguayo ordena a Estigarribia que no avance más allá del río Ybicuy, pero el militar paraguayo, como se puede ver de ideas propias, continúa al sur hasta Uruguayana.


Este conjunto de hechos, todos juntos, tienen la consecuencia de conspirar contra la idea primera de López, que era avanzar con 40.000 hombres contra el Río Grande. El avance descoordinado de Robles y Estigarribia no es el mejor del mundo y, además, está dando tiempo para que los contrarios se organicen. El 17 de junio, Bartolomé Mitre delega el gobierno de la Argentina en el doctor Marcos Paz y se pone al frente de su ejército. El argentino logra reunir a 40.000 hombres que, en puridad, lo único que tienen delante de sí son los 8.000 paraguayos de Estigarribia, más otros 3.000 que, al mando del mayor Pedro Duarte, le guardaban las espaldas al primero en Yatay, cerca de Paso de los Libres. Dado que Estigarribia se encastilla en Uruguayana, le traslada, literalmente, a Duarte el marrón de resistir frente a un ejército mucho más numeroso, al mando de Venancio Flores.  

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