Luego hemos continuado contando la guerra del Uruguay, paso previo a la guerra del Paraguay.
En lo que a Paraguay se refiere, la
guerra comienza algunas semanas antes de los hechos de Paysandú, y
comienza en el Mato Grosso. La relación de Paraguay con el Mato
Grosso es, probablemente, el elemento conflictivo fundamental de la
independencia del Paraguay. Geográficamente hablando, el territorio
del país viene a ser como una extensión del propio Mato Grosso,
pero la política portuguesa de ir haciéndose con el territorio (que
no le correspondía en los términos de Tordesillas) tornó las
cosas. Quedándose Brasil con esta región, comprometía la
viabilidad de Paraguay como país, por cuando dificultaba, si no
impedía, su salida al Plata, necesaria para el comercio y para otras
muchas cosas.
En octubre de 1864, conscientes de que
el Mato Grosso está en peligro de ser de alguna manera hostigado por
los paraguayos, los brasileños envían a la zona un vapor, el
Márquez de Olinda, cargado
de material bélico destinado al presidente de la región, Frederico
Carneiro de Campos. El día 12 de aquel mes, el vapor pasa frente a
Asunción y López, desde Cerro León, ordena su captura por el buque
de guerra paraguayo Tacuarí.
En la acción queda preso el propio Carneiro de Campos, lo cual
provoca una furibunda reacción brasileña, que es contestada con los
paraguayos con el argumento de que estaba basada en los mismos
derechos que habían aducido los brasileños para invadir el norte de
Uruguay.
Al mes siguiente,
noviembre pues, Paraguay le declara la guerra al Brasil, y anuncia
que cruzará el Paraná, les de o no les de permiso Mitre a hollar
suelo argentino, para liberar la Banda Oriental. Mitre no contestará
nada a esta toma de posición.
Mientras el cruce
del río de produce, Solano López, el hijo del dictador, decide
ocupar el Mato Grosso. El 24 de noviembre zarpa de Asunción una
flotilla con unos 3.500 hombres, mientras, con otra fuerza, avanza
por tierra el coronel Francisco Isidoro Resquín. Los paraguayos
prácticamente ni rompieron a sudar durante aquella campaña tan
corta, de la que la acción más bélica fue el asedio de Fuerte
Coimbra. No obstante producirse esta ocupación, como ya hemos visto
Paranhos decidirá que Brasil no se gaste en las batallas del Mato
Grosso, para poder centrarse en sus acciones en Uruguay.
Con la caída de
Paysandú, el 2 de enero de 1865, esta estrategia brasileña revela
sus virtudes, dado de que a partir de ese momento para el Imperio
todo se reduce a conseguir que, finalmente, Mitre se decante de su
lado para poder formar una triple alianza contra Paraguay: Brasil,
Argentina y el Uruguay ahora dominado por los colorados. Paranhos
estaba en ello, como hemos visto, desde noviembre de 1864, mes en el
que llegó a Buenos Aires.
El 14
de enero de 1865, Solano López, cansado de esperar el nihil
obstat de Mitre para el paso de
sus tropas, necesario para poder acudir en ayuda de Montevideo,
solicita oficialmente dicho paso. Sin embargo, Mitre, que para
entonces, como ya hemos visto, de hecho ha abandonado la neutralidad
y tomado partido por Brasil, se la negará. Con ser un tanto aleve la
reacción del mandatario argentino (siendo teóricamente neutral,
impide el paso por tierra de uno de los contendientes, pero le
permite el paso fluvial al otro, e incluso le vende bombas para que
no tenga que ir a abastecerse a sus puertos; en puridad, hay que
reconocer que Mitre le ofreció a López el tránsito fluvial, que no
le servía de gran cosa), hay que reconocer que tenía sus razones
para hacerlo. El paso de las tropas paraguayas por Entre Ríos, a
buen seguro, se habría producido en medio de vítores y parabienes
en pueblos y ciudades, pues la provincia era claramente federalista y
de simpatías paraguayas en su enfrentamiento con Brasil. Además de
haber incrementado los guaraníes sus fuerzas con todas las personas,
que eran muchas, que hubieran querido ayudar a defender Montevideo
pero no lograron romper el bloqueo carioca, con bastante probabilidad
esos enterrianos, ahora armados, podrían haber pensado en otros
objetivos además de la capital del Uruguay; por ejemplo, darle de
hostias a los soberbios porteños. Y si Justo José de Urquiza
hubiese pretendido parar algo así, probablemente hubiera acabado en
algún calabozo. Así pues, con ser la actuación de Mitre, en la
guerra de la Triple Alianza como en otras circunstancias, cínica y
repleta de dobleces, hay que reconocer que, en este punto, hizo lo
que cualquier otro mandatario argentino unitario habría hecho en su
lugar.
En febrero, López
se cansa. Se dirige a Urquiza explicándole eso mismo, que está
hasta las napias, e invitándole a llevar a cabo ese pronunciamiento
por el que se había medio comprometido meses atrás, durante la
misión de José de Caminos a la que ya nos hemos referido. Para
entonces, sin embargo, los paraguayos descubrirán que el caudillo
que les había asegurado su voluntad de dar un golpe contra Buenos
Aires ya no tiene dicha voluntad; por no tener, ya ni tiene los
30.000 caballos que necesitaría para montar una armada con
posibilidades de victoria pues, como ya hemos leído, se los ha
vendido a los brasileños, enemigos de Paraguay. Urquiza envía a
Asunción a su representante Julio Victorica con una nota que se ha
perdido; pero que sabemos que, una vez leída por López, provoca que
el paraguayo tenga un acceso de rabia monumental y decida,
literalmente, «llevárselo todo por delante». Siempre nos quedará
la duda de si López no hubiera bajado la espada y los humos de haber
sabido las tremendas consecuencias que para el Paraguay habría de
tener esa decisión suya.
El paraguayo no
había dado el paso de declarar la guerra a Mitre, sabedor de que el
argentino necesita ser agredido para entrar formalmente en la guerra,
pues sólo de esa manera podrá sortear la posibilidad de que las
provincias argentinas se declaren a favor del otro bando, primero; y
le vayan a encender el pelo a él, después. Pero en marzo de 1865 la
situación derivada de la negativa argentina a dejar pasar tropas de
tierra por su territorio está minando la posición guaraní de tal
manera que ya no puede más, y el día 18 le declara la guerra. Esta
declaración fue pública, pero aun así los argentinos hicieron todo
lo posible porque pasara por secreta. El 29 de marzo, Asunción
despacha hacia Buenos Aires al teniente Cipriano Ayala con la
comunicación oficial dirigida al ministro Elizalde. Llega Ayala a la
capital argentina el 8 de abril, pero el gobierno argentino no se da
por enterado de la comunicación, a pesar de que ya en ese día, y lo
sabemos por los informes ingleses a Londres, la declaración era el
rumor de moda en la ciudad.
El día
13 de abril, los paraguayos se hacen en Corrientes con dos buques
argentinos medio destartalados, el Gualeguay y
el 25 de mayo, y
entran en Corrientes. Es el momento que esperaba Buenos Aires para
darse por enterado de lo que pasaba: una vez que puede pasar por
nación agredida sin previo aviso, se implicará en la guerra. El 1
de mayo de 1865, en Buenos Aires, Francisco Octaviano de Almeida
Rosa, en representación de Brasil; Carlos de Castro, canciller del
gobierno uruguayo de Venancio Flores; y Rufino de Elizalde, canciller
argentino, firman el acuerdo de la Triple Alianza que dará nombre a
esta cruenta guerra. El sentido fuertemente económico de aquel pacto
queda bastante claro con la lectura de su artículo décimo primero:
«Derrocado que sea el gobierno del Paraguay, los aliados procederán
a hacer los arreglos necesarios con las autoridades constituidas para
asegurar la libre navegación de los ríos Paraná y Paraguay, de
manera que los reglamentos y leyes de aquella República no obsten,
impidan o graven el tránsito y navegación directa de los buques
mercantes o de guerra de los Estados aliados». La misma cláusula
que los brasileños habían presentado a Urquiza, quince años antes,
para derrocar a Juan Manuel Rosas. Este tratado tenía la condición
de secreto, pero ya se sabe que las cosas secretas acaban haciéndose
públicas; y este documento, cuando fue de notorio conocimiento en
todo el mundo, provocó un rosario de protestas en América del Sur,
empezando por los propios argentinos, a cuyas espaldas fue firmado.
Perú protestó por medio de su cancillería, llegando a romper
relaciones con Brasil. En Bolivia, el general Mariano Melgarejo no
sólo atacó el tratado sino que envió a Asunción a un enviado de
apoyo, que ofrecía una ayuda militar que López rechazó. Incluso se
le ofrecieron al Paraguay en París, en septiembre de 1866, un grupo
de oficiales confederados estadounidenses, que solicitaron patente de
corso para realizar acciones contra el bloqueo naval del país a
cambio de la mitad de lo que obtuviesen. El representante en París,
Cándido Bareiro, no aceptó la oferta, a pesar de que su país no
era todavía firmante del Tratado de París de 1856, por lo que podía
todavía otorgar patentes de corso.
Paraguay estaba
básicamente preparada para la guerra mediante un sistema que llama
un poco al de otros varios países, como Suiza en Europa, en los que
se conceptúa que cada ciudadano es un soldado. Desde los tiempos del
doctor Francia, cada paraguayo venía obligado a mantener caballos y
armas propias. Tenía Paraguay a su favor, sobre todo, su terreno,
por el que no es nada fácil avanzar, y la motivación de sus
soldados. Nada que ver con la moral argentina, puesto que muchísimos
de los efectivos potenciales de su armada, en realidad, no quería ir
a esa guerra e, incluso, no pocos de ellos querían participar en
ella, pero en el bando contrario. Los gobernadores de las provincias,
de hecho, se las vieron y desearon en las levas.
Un solo síntoma:
Urquiza logró reunir 8.000 hombres y comenzó a progresar hacia el
norte el 14 de mayo. El 21 acamparon en Yuquerí, para luego seguir
hacia Basualdo. El 3 de julio, el jefe entrerriano se entrevista con
Mitre. Alguien propala por el campamento de Basualdo el rumor que de
Urquiza, tras dicha entrevista, se va a volver a su casa; y la
convicción crece rápidamente entre los soldados. Sin poder evitarlo
los mandos, las tropas se desbandan. Para cuando Urquiza logra llegar
al campamento, 3.000 efectivos lo han abandonado, y los demás están
en ello. El capitán general ordena una seria represión,
fusilamientos incluidos, pero aun así no logra impedir que las
deserciones masivas sigan produciéndose en las noches subsiguientes,
hasta el punto que acaba licenciando a todo el campamento para no ver
erosionada su autoridad.
Tras el
licenciamiento, a base de cucamonas y otros trucos, logra Urquiza
juntar unos 6.000 hombres. El 8 de noviembre llega con ellos a las
márgenes del río Toledo. Una vez allí, la división acopiada en
Gualeguaychú inicia la desbandada, y las demás la siguen. Nada, ni
los fusilamientos, los detuvo.
Las tropas
uruguayas eran la de menor número de la Triple Alianza y, por fin,
estaba el ejército brasileño. Brasil, verdadera potencia económica
y política del Cono Sur, en realidad no tenía un ejército a la
medida de dicho poder. Efectivos no le sobraban pero, en realidad, en
cuestión de competencia y moral de victoria, la cosa ya no estaba
tan clara. Para empezar, estaba el fantasma de la corrupción, ya
que, por ejemplo, en el ejército formado en Río Grande do Sul eran
muchos más los que cobraban que los que combatían o incluso
formaban parte de las unidades militares.
En segundo lugar
Brasil, como país esclavista, tendía a perder por esa vía la
capacidad de aportar fuerza y acometividad de la población esclava.
Los negros venían a ser entonces un 30% de la población del país,
pero pesaban menos del 20% en el ejército. Esto, sin tener en cuenta
de que, para muchos de ellos, en realidad desertar y pasarse al
enemigo (o dejarle ganar y que tomase el territorio en discordia) les
traía premio, pues automáticamente perderían su condición de
esclavos.
El ejército
brasileño, además, mantenía entonces las formas de un ejército de
la Ilustración, con la escala de mandos monopolizada por los
aristócratas; lo cual quería decir que, en cada acción, se la
acababa jugando a que el conde o marqués que mandase las tropas,
además de ser conde o marqués, supiese lo que estaba haciendo.
El gran problema
para Paraguay era el bando naval. Disponía de un barco de guerra
propiamente dicho, el Tacuarí, y el resto de su flota estaba
formada por barcos mercantes adaptados. Argentina estaba en una
situación parecida, pero en este terreno Brasil tenía una auténtica
fuerza naval. Sin embargo, el Imperio no pudo acabar la guerra con
dos de pipas como esperaba gracias a los barcos, pues esta flota, una
vez más, sobre ser relativamente imponente, era enormemente
ineficiente. Sin ir más lejos, le costó un año llegar al Paraguay.
Cuando, en 1868, Domingo Sarmiento
asume la presidencia argentina, no pocas personas pensaron que era el
final de esta tensión; que Argentina optaría por un cierto
acercamiento a Asunción y un distanciamiento respecto de Brasil,
cuya alianza no gustaba a sectores muy amplios de la opinión
pública. Sin embargo, Sarmiento declaró la pertinencia de la
alianza, y decretó la continuación de la guerra.
Regresando al marchar de la guerra,
hemos de recordar que Paraguay esperó a obtener de Argentina el
permiso para pasar por su tierra, pero que acabó perdiendo la
paciencia. El 14 de abril de 1865, formado un ejército de 14.000
soldados de infantería y 6.000 de caballería, el general paraguayo Wenceslao Robles entra en territorio argentino, y toma, casi sin
resistencia, la ciudad de Corrientes. Robles, conocedor de los
sentimientos de los correntinos, practica una política de amistad.
Mantiene la disciplina de las tropas, prohibiéndoles todo tipo de
saqueo. E, incluso, permite a los correntinos nombrar a tres
personajes locales: Víctor Silverio, Teorodo Gauna y Sinforoso
Cáceres, como nuevos gobernadores de la zona.
Mientras tanto la escuadra brasileña,
anclada en el Paraná, aguas abajo de Corrientes. Los paraguayos
albergan la idea de hacerse con dicha escuadra, y preparan en Humaitá
una expedición con todos los buques con que cuentan. Al mando del
capitán Pedro Ignacio Meza, se programa un ataque por sorpresa en la
madrugada del 10 al 11 de junio de 1865. Sin embargo, al pasar la
flotilla por Tres Bocas, uno de los barcos, el vapor Yberá,
sufre una avería que les retrasa a todos varias horas, por lo que no
llegan a su destino hasta las ocho de la mañana. La sorpresa, por lo
tanto, no se produce. Los barcos paraguayos pasan delante de los
brasileños, cañoneándose; una vez pasado de largo, los paraguayos
vuelven con la intención de abordar a los brasileños, lo cual se
considera un error, pues mejor abordar a las primeras de cambio y,
caso contrario, no intentarlo. Tras ocho horas de combate, los
paraguayos se retiran y los brasileños, al mando del casi siempre
dubitativo almirante Francisco Manuel Barroso de Silva, les persiguen
un rato sin convicción.
Volviendo a la
tierra, Robles deja 1.500 hombres en Corrientes y ocupa la ribera del
Paraná hasta Empedrado. El 11 de mayo, ocupa Goya. Da orden al mayor
Pedro Duarte de cruzar el Paraná, y éste acampa en Candelaria con
10.000 hombres y órdenes de seguir avanzando hacia el sur, reunirse
con Robles en la frontera, y avanzar juntos hacia el Río Grande,
esto es al encuentro de los brasileños. Sin embargo, también tienen
problemas de falta de disciplina. Una columna, al mando del teniente
coronel Antonio de la Cruz Estigarribia, que había recibido la orden
de cruzar el Uruguay por el Paso de los Garruchos, lo hace bastante
lejos de ahí, por Itapúa; e, ítem más, a pesar de llevar órdenes de
ir al encuentro de Robles sin entretenerse en tomar ninguna
población, toma Sao Borja.
Mientras tanto, el
general argentino Wenceslao Paunero, con unos 2.000 hombres, todos
ellos transportados por el almirante Barroso en sus barcos,
desembarca el 24 de mayo al sur de Corrientes y ataca la ciudad
defendida por 1.500 paraguayos. Sin embargo, pese a lo que esperaba
Paunero, no recibe el apoyo de la población de la ciudad.
El mando paraguayo
ordena a Estigarribia que no avance más allá del río Ybicuy, pero
el militar paraguayo, como se puede ver de ideas propias, continúa
al sur hasta Uruguayana.
Este conjunto de
hechos, todos juntos, tienen la consecuencia de conspirar contra la
idea primera de López, que era avanzar con 40.000 hombres contra el
Río Grande. El avance descoordinado de Robles y Estigarribia no es
el mejor del mundo y, además, está dando tiempo para que los
contrarios se organicen. El 17 de junio, Bartolomé Mitre delega el
gobierno de la Argentina en el doctor Marcos Paz y se pone al frente
de su ejército. El argentino logra reunir a 40.000 hombres que, en
puridad, lo único que tienen delante de sí son los 8.000 paraguayos
de Estigarribia, más otros 3.000 que, al mando del mayor Pedro
Duarte, le guardaban las espaldas al primero en Yatay, cerca de Paso
de los Libres. Dado que Estigarribia se encastilla en Uruguayana, le
traslada, literalmente, a Duarte el marrón de resistir frente a un
ejército mucho más numeroso, al mando de Venancio Flores.
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