Recuerda que de esta historia hemos escrito ya un prólogo, y que te hemos dado una primera visión muy general de la situación del Paraguay y sus vecinos. Además, te hemos explicado la situación y papel básico en la zona del Imperio brasileño. Luego hemos seguido con los dimes y diretes de la Confederación Argentina.
El 1 de marzo de
1864, el gobierno uruguayo de Berro termina su periodo, y es
sustituido por Anastasio Cruz Aguirre. Aguirre intentará casi
inmediatamente algún tipo de confluencia con Paraguay, para lo que
envía a Asunción al doctor Vázquez Sagastume. Lo que probablemente
callaron ambos contertulios es que el principal elemento de la
desesperación oriental, que era la desaparición de Rosas como
contrapoder de los brasileños, era algo que ellos mismos habían
propugnado.
Brasil maniobra, y
el 6 de mayo de aquel año llega a Montevideo el diplomático José
Antonio Saraiva, con importantes exigencias de reparación económica
para diversos daños sufridos por súbditos del imperio. José de
Herrera, ministro de Exteriores de Anastasio Aguirre, rechaza estos
puntos tajantemente, y protesta, inútilmente, por la acción de los
cuatreros brasileños en su frontera.
Ante el progresivo
agravamiento de la situación, Uruguay decide fortalecer su misión
secreta en Asunción con la presencia, también secreta, de otro diplomático: Antonio de Carreras. «Ya no es misterio para los hombres
observadores», lleva escrito en un memorando durante su traslado
aquel mes de julio, «que el gobierno del Brasil y la Argentina
tienen interés en dar a la cuestión oriental [léase: el temita del Uruguay] una solución
favorable al general Flores». Mitre, según interpretan los
uruguayos, sueña con hacer llegar el territorio de Argentina hasta
Bolivia y partes de Brasil, y para ello necesita anexarse Uruguay,
anulando así, de paso, la fuerte influencia de Urquiza, por dilución del fuerte sabor entrerriano y correntino que, en ese momento, tiene el cóctel argentino.
Por su parte, Brasil ambiciona «correr» su frontera hasta las
márgenes del río Negro.
Ante todas estas
reclamaciones, López actúa finalmente, y el 30 de agosto de aquel
1864, a través de su ministro José Bergés, le envía un documento
con protestas enérgicas al representante brasileño en Montevideo,
César Sauve Viana de Lima.
Argentina, por su
parte, reacciona enviando a Montevideo a una comisión de paz formada
por el ministro de Asuntos Exteriores del país, Rufino de Elizalde,
y un representante inglés, Edward Thornton. El gobierno uruguayo
recibe a esta comisión y de hecho acepta firmar una amnistía para
los revolucionarios uruguayos de Flores. A pesar de ello, las
negociaciones con esta comisión quedarán rotas, por ser sus
peticiones excesivas a los ojos del gobierno uruguayo (en puridad,
pretendían prácticamente la instauración del gobierno Flores).
El 4 de agosto,
Saraiva presenta un ultimátum, amenazando con represalias militares
en seis días caso de no atenderse todas sus reclamaciones. El
gobierno uruguayo, lógicamente, rechaza la nota. Brasil contesta
colocando ya a los militares en primera línea, concretamente el
vicealmirante Joaquín Márquez Lisboa, barón de Tamandaré, quien
envía al fondo del río los vapores uruguayos General Artigas y
Villa del Salto.
El Villa del
Salto está capitaneado por un español nacionalizado, llamado, según mis lecturas, Tudorí o, tal vez, Tudurí (¿catalán o mallorquín, tal vez?). Logra desembarcar tanto su material como
la tripulación en Paysandú, donde este Tudorí ordena incendiar el
barco. En Montevideo, tras saberse la noticia, Uruguay y Brasil
rompen relaciones, y en las plazas de la capital se queman banderas
brasileñas. El 7 de septiembre, el general José Luis Mena Barreto
recibe orden de entrar en Uruguay hasta el río Negro. Mena ejecuta
esta orden el 16 de octubre con el concurso de 12.000 hombres, y
ocupa rápidamente Cerro Largo.
Fue un movimiento
apresurado. Con fecha 30 de agosto, Paraguay había roto de hecho su
habitual neutralidad, avisando en una nota al gobierno de Brasil de
que les consideraría responsables de cualesquiera acciones cometidas
contra el gobierno uruguayo. En ese momento, Río de Janeiro no
cuenta con el apoyo declarado de Buenos Aires ni de Urquiza. Y tenía,
desde luego, sus razones para considerar difícil o cuestionable el
apoyo porteño. La causa brasileña nunca fue popular en Argentina,
que veía al Imperio como lo que era, esto es, la gran potencia
competidora en la zona; y, consecuentemente, Mitre no estaba
precisamente en una situación ideal, máxima teniendo en cuenta que
el otro gran poder interno del país, Urquiza, hacía de don
Tancredo (1). No pocas fuerzas internas del país, entre ellas el famoso
José Hernández, clamaban en la prensa por una alianza argentina...
con Paraguay, y contra Brasil.
De hecho, desde
Asunción el doctor Sagastume remite a un enviado, José de Caminos,
para que se reúna con Urquiza y le proponga un pronunciamiento
contra Buenos Aires, seguido de una alianza entre Argentina (ya
dominada por Urquiza, según este modelo), Paraguay y el gobierno
blanco uruguayo. Urquiza responde como hemos dicho: como don
Tancredo. Sin embargo, consigue ser lo suficientemente polisémico
como para conseguir que José de Caminos regrese a Asunción, 8 de
noviembre de 1864, rebosante de alegría, convencido de que trae una
manzana en la alforja. Los «compromisos» de Urquiza, que no están
del todo claros, podrían ser: una expresión pública de simpatía
hacia la causa de paraguayos y uruguayos blancos; la exigencia a
Mitre de permitir el libre tránsito del ejército paraguayo por
tierras argentinas; el pronunciamiento cuando Mitre, como era de
esperar, rechazase esta condición.
Antes
de que lleguemos a la primera acción de guerra paraguaya, la toma
del buque brasileño Marqués de Olinda,
y adelantándonos un poco a ella, es importante entender que Brasil
también jugó sus cargas frente a Urquiza, consciente de que el
entrerriano se había convertido en el árbitro de la situación; y
que lo hizo mucho mejor que los paraguayos. Invirtió en esta labor a
uno de sus mejores hombres: el vizconde de Río Branco, José María
Paranhos, muy hábil diplomático, especialmente en tiempos
comprometidos. Otra característica importante del vizconde es que
conocía de treinta años atrás a Urquiza pues, como secretario
entonces que era de del marqués de Paraná, participó con éste en
la negociación de la caída de Rosas.
Paranhos llegó a
Buenos Aires el 2 de diciembre de 1864. Allí se encontró a un
Venancio Flores fuertemente deprimido por el avance de la guerra, y
sobre todo a un presidente Mitre deseando encontrar la forma de
retirar todo indicio de alianza con los brasileños.
La
principal habilidad de todo buen diplomático es estar bien informado
sobre quién tiene enfrente, y saber, en consecuencia, alimentarle
sus debilidades o flaquezas. La de Mitre, sin duda alguna, era el
mando, siquiera teórico, y la altísima consideración que tenía de
sí mismo como estratega militar, que en modo alguno concretan los
hechos, pues la vida de Mitre se jalona bastante más de derrotas que
de victorias. Conocedor de todo esto, Paranhos le ofrece a Mitre el
mando supremo de la guerra. Infatuado y enorme como un pez globo,
Mitre comienza a cambiar de rumbo: acepta surtir a los brasileños de
bombas para atacar a Leandro Gómez, que se encuentra encastillado en
Paysandú como ahora veremos; permite que Martín García se
constituya en base de reparaciones de la flota imperial; Paranhos,
por último, logra de Mitre la instrucción a su prensa afecta para
que reinicie su campaña anti-paraguaya. Fue entonces cuando Mitre, a
través de su periódico La Nación Argentina, acrisoló
la expresión «el Atila de América» para referirse al paraguayo López.
Tras
dejar a Mitre bañándose en su propia saliva tras verse comandante
supremo de las fuerzas de la guerra, Paranhos se fue a ver a Urquiza.
Y, conociéndole como le conocía, no le costó convencerlo de
aceptar la causa brasileña, siquiera por omisión. De hecho, durante
las mismas fechas del asedio de Paysandú, que ahora mismo vamos a
contar, se produjo el hecho que, convenientemente lubricado por
Paranhos, acabó por colocar a Justo José de Urquiza,
definitivamente, del lado de los brasileños. El líder entrerriano
fue visitado por Manuel Osorio, futuro marqués de Erval, jefe de las
fuerzas de caballería brasileña. Mientras los federales de Entre
Ríos esperaban una orden de su jefe para cruzar el río en ayuda de
los uruguayos, éste lo que estaba haciendo era discutir el precio de
30.000 caballos que le vendería al ejército brasileño; el cual, es
obvio, los iba a utilizar para acometer a esos mismos uruguayos a los
que los entrerrianos querían ayudar.
Pero vayamos con la
guerra del Uruguay, esto es Paysandú y Montevideo.
El 16 de octubre,
el imperio brasileño había invadido la Banda Oriental, como ya
hemos contado. El 28 de noviembre, las tropas imperiales toman la
ciudad de Salto, sitiando casi inmediatamente Paysandú. Flores exige
la rendición, pero dentro de la ciudad, el coronel Leandro Gómez se
niega. Son 10.000 hombres asediando a 900; 900 que, además, cuentan
con unos cañoncitos que son incapaces de llegar hasta la flota
brasileña que los hostiga (entre otras cosas, como hemos visto, con
proyectiles que facilita el infatuado Mitre). Gómez da órdenes
de concentrarse en la plaza central de la ciudad; los atacantes toman
los suburbios y los incendian. El ataque dura tres días; desde bien lejos, se puede ver la columna de humo y el fuego. En uno
de esos gestos simbólicos a la par que inútiles, el presidente
Aguirre, igual que Hitler hizo mariscal a Von Paulus cuando estaba
perdiendo Stalingrado, nombra general a Gómez y, a sus hombres,
«guarnición benemérita de la patria en grado heroico».
A
pesar de que en las provincias argentinas el asedio de Paysandú
genera toda una corriente de simpatía hacia los sitiados (Rafael
Hernández, el hermano del autor del Martín Fierro,
incluso logrará burlar el bloqueo brasileño, y combatirá junto al
ya general Gómez), Urquiza, fiel a su trancredismo, no hace nada.
Paysandú, para desgracia de sus agresores, resiste durante días, a
pesar del durísimo bombardeo de la flota brasileña, abastecida en
Buenos Aires a plena luz del día por un gobierno que no ha entrado
en la guerra formalmente y que en los cíceros de la prensa se dice
neutral (ni siquiera no beligerante, como Franco: neutral).
El 10 de diciembre,
los brasileños se retiran para reabastecerse de bombas (argentinas).
El 14 de diciembre, el gobierno blanco uruguayo decreta la quema en
plaza pública de los tratados de Río de 12 de enero de 1851. El 29,
en la muy cercana San Francisco, los jefes brasileños y Flores
discuten el asalto final. El ataque se realiza en la madrugada del 31
de diciembre, 20.000 hombres contra 600 defensores, porque Tamandaré
quiere saludar al año nuevo con la bandera brasileña ondeando en
Paysandú. Eso sí, no lo logrará. A mediodía del 1 de enero, los
defensores reciben un golpe moral con la muerte del coronel Tristán
Azambuya, y esa tarde Gómez convoca una junta de mandos. Predomina
la idea de pedir una tregua para enterrar a los muertos, petición
que es enviada con un prisionero, que no regresa. Por la noche
continúa el ataque. Al amanecer del día 2, Gómez envía otro
parlamentario; los brasileños contestan negando la tregua e
intimando la rendición.
Más o menos al
mismo tiempo que llega la nota, una unidad brasileña logra desbordar
las trincheras. El coronel Oliveira Bello (podría ser Antonio Lopes
de Oliveira Bello, aunque no lo tengo yo adverado; la cosa extraña
es que Antonio era coronel de caballería, y eso no cuadra bien)
llega hasta el puesto donde está Leandro Gómez contestando la nota
que acaba de recibir. Le intima la rendición, y Gómez entrega su
espada. Junto a él, se rinden los mandos Federico Fernández, Juan
Braga, Eduviges Acuña y Francisco Figueroa.
Llevándose
a los prisioneros de guerra ya rendidos, Oliveira dobla una calle y
se encuentra con el comandante Francisco Belén, oficial de Venancio
Flores, que manda a treinta hombres. Belén se dirige a Oliveira e,
invocando el nombre y mando de su jefe, le exige la entrega del
general Gómez. Oliveira se resiste. En medio de esa discusión llega
otro mando florino, Goyo el Jeta Suárez,
y exige lo mismo. A este mando, no entiendo muy bien por qué (tal
vez por ser de mayor grado, tal vez por traer una orden por escrito
de Flores, como el brasileño exigía), Oliveira sí que le entrega a
los prisioneros.
Es
Belén quien se lleva a los prisioneros durante unos metros, hasta
llegar a un portal. En ese punto se para y ordena: «aquí nomás».
Gómez y sus mandos son introducidos en el ancho portal, donde los
desnudan, los apalean y los cosen a puñaladas. Algunos testimonios
incluso indican que a Gómez le cortaron los genitales en vida.
Con razón reclaman
los uruguayos que esta acción, contraria a todo derecho bélico, fue
realizada por unos tipos que decían en su prensa que hacían lo que
hacían en pro de la civilización. Caramba. Si llegan a ser
incivilizados, abren en canal a sus prisioneros y se los meriendan en
espeto...
Tras la acción de
Paysandú, y su repugnante coda, se produce una situación que es de
ésas que se prestan a la subjetividad opinativa. Una posición
mitrista nos dirá que, en ese momento, Argentina no estaba en guerra
y que, por lo tanto, fue consiguientemente agredida en los sucesos
que habrían de ocurrir. Mi idea personal es que esta opinión no se
sostiene ni con parihuelas. La actitud de Mitre durante el mes de
diciembre de 1864 fue claramente belicista y, tras la visita de
Paranhos, colaboracionista con uno de los bandos que estaban en liza.
Esto lo hizo, además, saltando por encima de las convicciones
federales de gran parte del pueblo argentino de provincias, que
provocaba la simpatía de la opinión pública con los blancos
oficialistas uruguayos. Argentina, diga lo que diga su declaración
formal de guerra, estaba mucho más en guerra en diciembre de 1864 de
lo que lo pudo estar el general Franco en el momento más profascista
de su vida.
El 2 de enero de
1865 cae Paysandú, tras lo cual los brasileños enfilan hacia
Montevideo. La escuadra se coloca frente a una ciudad que apenas
cuenta, como mucho, con 8.000 efectivos al mando de Juan Saá. Sin
embargo, se produce un inesperado movimiento. En el norte del país,
algunas montoneras blancas cruzan la frontera del país y se meten en
el río Grande, tomando diversas poblaciones y procediendo a liberar
a los esclavos (pues tal vez convenga recordar que, por aquel
entonces, Brasil es un Estado esclavista; al contrario que Argentina,
que prohíbe la esclavitud en su Constitución. Bueno, o no...) A
pesar de que todo conspira para que los brasileños levanten el campo
para defender su territorio, Paranhos toma la decisión de que se
ocupen primero de Montevideo.
El 15 de febrero,
el Senado uruguayo debe elegir presidente, y se producen grandes
presiones, animadas sobre todo por los ingleses, por parte de los
sectores pacifistas, en el sentido de tener un mandatario más
proclive a la negociación. Por un escaso margen, Aguirre pierde la
magistratura en favor de Tomás Villalba, colorado y no blanco.
Villalba se salta la jerarquía y nombra a un conmilitón suyo,
Manuel Herrera y Obes, para que negocie la capitulación con
Paranhos, a pesar de que Juan José de Herrera sigue siendo ministro
de Asuntos Exteriores. Una fuerza multinacional formada por marineros
ingleses, franceses, italianos y españoles desembarca en la ciudad,
supongo que para garantizar que la entrada de Venancio Flores en la
ciudad no genere cositas como las de Paysandú.
En
realidad, es probable que a Brasil la capitulación no fuese lo que
quería. Si aceptamos la idea, que tiene bastante lógica a la luz de
los hechos, de que el Imperio no había perdido de vista la idea de
expandirse hacia el sur, es muy probablemente que a los cariocas les
hubiese venido mucho mejor doblegar a una Montevideo relapsa a sangre
y fuego; pues eso les habría permitido tomarla y, tal vez,
quedársela for good.
Mediando una capitulación, sin embargo, hubo de entregarle la ciudad
a Flores, quien entró en la misma entre el silencio de la población.
Esto es la guerra
del Uruguay. Pero, en realidad, la guerra de la Triple Alianza es la
guerra del Paraguay. Es lo que nos queda por contar ahora.
(1) Dado que por la temática y el tono de los comentarios que suscita esta serie es como para sospechar que se lee allende los mares, tal vez se deba explicar en este punto que en España, en otros países no sé, fue muy popular hace más de cien años un espectáculo taurino en el que una persona se quedaba rígida y quieta en medio de la arena de una plaza de toros. Normalmente, a causa de que el actor no se movía, el toro no lo atacaba, y en eso consistía la atracción. A este personaje que realizaba la acción de no mover ni una pestaña se lo llamaba Don Tancredo, y es por eso que, en el lenguaje coloquial español, en algún momento porque ahora lleva ya camino de ser expresión en desuso, «hacer de don Tancredo» ha significado, ante cualquier problema o petición de definirse, no hacer nada, ni tomar partido ni dejar de tomarlo. Los más viejos del lugar recordarán que incluso existía una frase más antigua para definir lo mismo, que era «estar como Quevedo». Expresión que provenía de la frase hecha «estoy como Quevedo: ni subo, ni bajo, ni estoy quedo».
Las semblanzas que presenta, respecto tanto de Mitre como de Urquiza,no podria yo haberlas escrito mejor.
ResponderBorrarLo de Don Tancredo le va ,que ni pintado, al prolifico Justo Jose.
Hubiera sido un desafio para Brasil lanzarse al asalto de Montevideo,que no hacia mucho habia resistido un Sitio Troyano.
El modelo de desarrollo agricola-ganadero imperante en estas tierras,desde el Virreynato hasta la Unidad Nacional ,no requeria uso intensivo de mano de obra,dado lo cual la cantidad de esclavos era nimia comparados con Brasil.
La esclavitud llego a su fin con la formula transaccional de la Asamblea del Año XIII,la Ley de Vientres,que establecia que los hijos de los esclavos serian libres. Para 1865 no quedarian muchos,probablemente ni uno.