Si hasta ahora hemos hablado de las
intenciones del Brasil, centrémonos un poco ahora en la dinámica en
la Confederación Argentina. Para desesperación de sus miembros, y
sobre todo de los centralistas porteños que envidiaban el porte
imperial de su vecino del norte, desde la revolución de mayo,
Argentina no había hecho sino perder territorios de lo que había
sido el anchuroso Virreinato del Río de la Plata; en no pocas
ocasiones, por rechazo voluntario de los porteños, como ocurrió en
el caso del Alto Perú. En 1831, como hemos visto, Juan Manuel de
Rosas consigue confederar una serie de provincias; pero esta
Confederación adolecerá siempre de una división binaria entre la
capital y el resto, entre el centralismo y el federalismo, entre
ciudadanos fuertemente occidentalizados como los bonaerenses, y el
gaucho.
El gran problema externo de Rosas, ya
lo hemos visto, fue Brasil. Respondió a los cariocas con la misma
moneda, pues fue un importante impulsor de las tendencias
segregacionistas de la provincia de Río Grande do Sul, que
ambicionaba anexar a su proyecto. El presidente de la Confederación
Argentina sabía que tenía ganadas las guerras con Brasil en el
largo plazo, puesto que la armada brasileña era de acometividad
relativamente baja (como se comprobaría en la guerra de la Triple
Alianza); sin embargo, fue derrotado en Caseros gracias a la
defección de Urquiza, quien con todo su ejército de operaciones,
creado, mantenido y financiado por Rosas, se pasó al otro bando.
La victoria de Caseros consumó la
división de la Confederación en dos bandos irreconciliables: por un
lado, la provincia de Buenos Aires, la población porteña, liberal,
unitaria y mitrista; por otro, las provincias del interior lideradas
por Urquiza. A los federales, sin embargo, les falló su líder.
Tanto las batallas de Cepeda como de Pavón acaban por avalar el
avance dentro de la confederación del bando porteño liderado por
Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento.
El mitrismo, de hecho, se embarca,
sobre todo tras su derrota en Cepeda que se convirtió en victoria
política merced a la torpísima mediación paraguaya, en una
limpieza de federales dentro de la nación; limpieza que quiere
decir, no pocas veces, exterminio del opositor político y del gaucho
como elemento diferencial. Hoy en día, la exaltación del gaucho,
sus costumbres y la poesía de su existencia forma parte de la
cultura argentina, y sus arreos y vestidos son elemento fundamental
en las tiendas de recuerdos del centro de Buenos Aires; pero no hay
que olvidar que Mitre y Sarmiento juraron que ni uno solo de ellos
habría de quedar vivo, como el propio Mitre reconoció en 1852.
Sarmiento, en carta al propio Mitre en 1863, se refiere a los
habitantes de las provincias como «animales bípedos de perversa
condición»; un ensayo descriptivo que, no es por nada, jamás han tenido que soportar ni catalanes, ni vascos, de castellano alguno. No ha de extrañar que, entre las muchas personas a
cuya cabeza puso precio Sarmiento estuviese José Hernández, el
autor del Martín Fierro.
Entre los elementos que utilizó el ticket Mitre-Sarmiento para
llevar a cabo sus acciones se encontraron no pocos caudillos
orientales (uruguayos), entre los que encontramos uno importante para
nuestra historia: Venancio Flores, conocido como «el degollador de
Cañada de Gómez», después de que, en dicho lugar, se apiolase a
cuatrocientos vencidos, tanto mandos como soldados.
¿Por qué esta limpieza, medio étnica,
medio política, tiene importancia para la suerte del Paraguay? Pues
por la razón de que, una vez que Mitre consiguió la «uniformidad
de la política de las provincias con la de Buenos Aires», como
eufemísticamente describiría el proceso en el Congreso, le quedaba
otro teatro que limpiar de federales antiunitarios: Uruguay, cuyo
partido blanco simpatizaba con el federalismo, frente a los
colorados, de tinte más liberal unitario. De ahí que Argentina
apoyase de muchas formas a Venancio Flores, buscando que desplazase
al blanco Bernardo Berro. Pero la independencia de Uruguay era
fundamental para Paraguay, puesto que dicha independencia le
garantizaba la salida al mar a través de los ríos del Plata. Por lo
tanto, perdiendo Uruguay su independencia, Paraguay se convertiría
en una provincia más de aquél que consiguiese dominar la Banda
Oriental, por mucho que conservase una independencia formal.
Una vez producido el acercamiento entre
Argentina y Brasil, hasta entonces sempiternos enemigos, mediante un
tratado de amistad cuyo principal ganador era Brasil, pues obtenía
la libre navegación de los ríos, Paraguay se cae del guindo y López
se pone nervioso. Por eso, cuando el encargado de negocios brasileño
en Asunción, Felipe José Pereira Leal, le exige al paraguayo los
mismos tratados de límites y navegación que ha conseguido de los
argentinos y uruguayos colorados, el paraguayo se negó; lo cual fue
tomado por los brasileños como una grave ofensa, toda vez que vivían
convencidos (y en parte no les faltaba razón) de que Paraguay les
debía su independencia. Pero, claro, no se habían dado cuenta de
que quien busca la independencia, con los apoyos que sea, no lo suele
hacer para caer en otro tipo de dependencia a cambio.
En ese punto, los cariocas llevaron a
cabo sus nada veladas amenazas militares. Cambiaron la diplomacia por
el ejército, y enviaron al almirante Pedro Ferreira de Oliveira al
frente de una escuadra con una veintena de buques de guerra. Aquella
demostración de fuerza, que venía a demostrar que Brasil se había
convertido en el dueño del Paraná, tuvo sin embargo la consecuencia
de poner nerviosos a algunos sectores opositores argentinos, a los
que no gustó ver a los brasileños entrar en «su» río sin pedir
permiso. Por su parte, López puso Asunción en estado de guerra.
Ante esta situación, Oliveira opta por ser prudente y el 15 de marzo
de 1855 avanza con un solo buque, que es precisamente lo que le
habían dicho los paraguayos que hiciese, y abre una negociación,
para la cual fue designado interlocutor el hijo de López, Francisco
Solano.
Solano, mucho más preparado que
Ferreira, se lo comió por las patas. Le arrancó una protocolaria
declaración de amistad que dejaba en agua de borrajas los desafueros
que aducía Brasil para tomar acciones tan violentas y, lo que es más
importante, en materia de libre navegación se limitaba ésta a los
buques mercantes, debiendo cualquier traslado de buques de guerra
contar con el previo visto bueno paraguayo. De esta manera, Paraguay
intentaba evitar que la armada pudiera ser utilizada para rearmar el
Mato Grosso y, de hecho, conseguía un acuerdo en mejores condiciones
que el que habían firmado los argentinos.
Regresado Oliveira con sus barcos al
Brasil, el emperador le vino a decir que si era gilipollas o qué,
que cómo se había dejado convencer de firmar esa mierda; y ya lo
tenemos en julio de 1856 comunicando que donde dijo digo ahora decía
Diego, y que quería la libre navegación. López envía a Río a
José Bergés, quien transige únicamente en el incremento del
tonelaje del acuerdo, pero sin cambiar la sustancia de sus cláusulas.
Merced a las normas impuestas por los paraguayos, los buques
mercantes extranjeros debían llevar un piloto paraguayo, y tocar
puerto para ser inspeccionados. Claramente, estaba tratando de evitar
el transporte de armas, sobre todo hacia el Mato Grosso.
En octubre de 1857, el acuerdo provoca
un nuevo conflicto. Brasil establece un puerto en el Mato Grosso y
concede franquicia de navegación a Inglaterra, pero Paraguay se
niega aduciendo que, en los términos del tratado, los derechos que
concede éste no pueden ser traspasados a un tercero. Brasil envía a
Asunción a un diplomático bastante poco diplomático, José María
de Amaral; quien con sus actitudes poco negociadoras chocará
prontamente con los paraguayos. El inevitable «acordemos de no estar
de acuerdo» coloca a ambos países al borde de la guerra, y si
Brasil no atacó entonces fue porque, muy inteligentemente la verdad,
no estaba seguro de la actitud que tomaría Urquiza.
Hablamos de Urquiza, claro; porque la
actitud del mitrismo siempre estuvo clara. Durante años, el mitrismo
liberal unitario argentino estableció, a través de la prensa, una
típica dicotomía de buenos y malos en la cual la confluencia entre
brasileños, argentinos y uruguayos blancos era lo bueno («alianza
de la civilización y de las formas regulares de gobierno», se la
llamó en la prensa afecta), y los otros unos capullos cabrones. Hay
que reconocer, no obstante, que las formas escasamente democráticas
de Paraguay daban munición a estos disparos, pues el machaconeo de
la prensa mitrista era constante a la hora de reclamar que tanto
Uruguay como Paraguay se diesen a sí mismos gobiernos liberales, con
sus elecciones y tal. Las elecciones argentinas solían celebrarse
entre navajeos literales y atentados de diverso jaez entre los
diferentes opositores; pero al menos eran elecciones, y en esto,
ciertamente, López tenía muy poco que contestar a Mitre.
Aunque la guerra comenzó, propiamente
dicha, en 1864, el hecho evidente de que estaba ya incubada y casi
planteada se demuestra si vemos que bien pudo haber comenzado un año
antes. El 1 de julio de 1863, el buque de guerra uruguayo Villa
del Salto se dirigió a Fray
Bentos, dado que se había recibido información de que una nave
argentina, el Salto,
llegaría con armamento y otros efectos militares destinados al
ejército rebelde de Venancio Flores. Toda la mercancía del barco
fue incautada y el ministro de Asuntos Exteriores de Mitre, Rufino de
Elizalde, montó la mundial. Uruguay se limitó a entregarle, como
respuesta a su nota, el sumario judicial del suceso, en el que el
capitán del buque argentino confesaba que las armas habían sido
embarcadas en Buenos Aires y pertenecían al gobierno argentino.
Elizalde reaccionó sosteniéndola y sin enmendalla, exigiendo la
devolución de la mercancía (que hay que ser hipócrita) y la
degradación del capitán uruguayo que, en pleno uso de los derechos
que le otorgaban los tratados por cierto, había procedido a la
inmovilización del barco y la incautación de las armas.
Argentina
actuó de inmediato incautando el buque uruguayo General
Artigas, que llevaba tropas
gubernamentales uruguayas hacia el norte, y bloqueó de hecho el paso
al Uruguay. Este país reaccionó pidiendo ayuda a Paraguay. En ese
punto, Montevideo propuso a Asunción una alianza militar defensiva,
pero López no quiso comprometerse por no desencadenar una guerra. No
obstante, en octubre le envió una carta a Mitre para dejar claro que
Paraguay estaba vigilante. El presidente argentino le contestará
finalmente el 2 de enero de 1864, texto en el que suelta algunas ripiosas
alabanzas en la persona del paraguayo (al que en la prensa
consideraba un dictador infumable; pero, bueno, estas cosas pasaban
cada día, y siguen pasando) y trataba de rebajar la tensión sin
ofrecer nada en realidad. El fondo de la cuestión está en que, en
esos momentos, Mitre no estaba ya nada convencido de poder confiar,
en sus movimientos exteriores, y muy especialmente si conllevaban
guerra, en ser seguido por las provincias argentinas, y muy
especialmente Entre Ríos; por no citar al gobierno blanco uruguayo,
que nunca colaboraría en una agresión al Paraguay.
De hecho Urquiza,
que es el único elemento importante de las provincias federalistas
argentinas que quedó impoluto tras la política de limpieza de Mitre
y Sarmiento, intentó algunos contactos tanto con paraguayos como con
uruguayos blancos. Recibió en San José al uruguayo José Vázquez
Sagastume y envía mensajes secretos a López. Sin embargo, no es más
que una prueba de la doblez con la que se desempeñó Urquiza durante
toda su vida política pues, como veremos, no le importará concertar
otros acuerdos. Sin embargo, lo que sí es bastante claro es que para
entonces los enterrianos están casi al borde de la guerra civil con
Buenos Aires, hecho éste que prueban diversos sucesos, quizás el
más importante de todos la proclama del coronel Manuel Navarro en
octubre de 1863, provocada por una victoria de Waldino Urquiza contra
una partida de Venancio Flores, y la consiguiente reacción
entrerriana, en la que se le niega a Mitre la condición de
presidente y aun los grados militares.
La situación es
solventada por Buenos Aires de la misma forma que siempre: con pasta.
Se le concede un préstamo a la provincia, además de aprobarse
diversos subsidios. A cambio de ello, Urquiza se posiciona
públicamente contra actos como el del coronel Navarro. Bajándose la
presión en Entre Ríos, lo que queda expedito es el camino hacia la
guerra civil en Uruguay, otro elemento importante de la guerra de la
Triple Alianza. De hecho, es ya en ese mismo año 1863 que Venancio
Flores invade la Banda Oriental. El gobierno oficialista, blanco, de
Berro pilla in fraganti, contrabandeando armas, a los buques
argentinos Pampero, Villa del Salto y Guazú; pero a la
protesta formal de los orientales, el gobierno argentino contesta muy
altivo, reclamando incluso indemnizaciones por el ultraje sufrido por
su pabellón.
Dice de Urquiza José María Rosa en su Historia Argentina: "No era un unitario que daba mas valor a las palabras que a las cosas, a la razón que al sentimiento. No oponía a la patria real y sentida, otra"patria" de retórica . . . Pero amaba también sus estancias, sus negocios, el poder que daba el dinero"
ResponderBorrarLizardo Sánchez
Córdoba, Argentina
Dentro de la Confederacion Argentina,cada Provincia crea ,forma y mantiene a su Ejercito.El cuerpo principal del bando vencedor en Caseros,es la disciplinada y eficiente Caballeria Entrerriana.
ResponderBorrarRosas,Gobernador de Buenos Aires,tenia como prerrogativa del Pacto Federal "el manejo de las RREE en nombre de la Confederacion".No mantenia ninguna otra fuerza que la propia( y cada Gobernador,la suya).No existia un Ejercito Nacional,asi que Urquiza mal podia sustraerle a Rosas o a la Confederacion unas fuerzas que eran suyas,es decir Entrerrianas.
Desde la Batalla de Pavon (inclusive) y en adelante,las intenciones politicas de Urquiza son un autentico misterio ,tanto para sus coetaneos como para nosotros.Solo conjeturas.Mucho debate y pocas certezas.
ResponderBorrarEs que, a mi parecer, luego de Pavón las intenciones de Urquiza ya no fueron políticas sino personales. Dejó al interior en manos de los porteños de Mitre y su guerra de policía a cambio de que se lo dejase tranquilo en Entre Ríos.
ResponderBorrarLizardo Sánchez
Córdoba, Argentina
Efectivamente,es lo que ocurrio.Sin embargo,mantuvo contactos con los viejos federales,tanto Peñaloza como Varela contaban con su apoyo y se cansaron de esperar su adhesion manifiesta.Cualquier inteligencia a la que hubiera llegado con ellos,nunca la cumplio y permitio la libre represion mitrista.
Borrar