Entre 1960 y 1963, aunque en ese momento no se supiese, Nikita Kruschev
estuvo varias veces a punto de ser echado del poder en la URSS. Lo cual quiere
decir que aquéllos que habían medrado a sus pechos y le eran teóricamente
fieles, como Leónidas Breznev, estaban también en el punto de mira.
La URSS, uno de los sistemas políticos más autoencarcelados que han
existido en la contemporaneidad, se «comunicaba» con el mundo a través de los
gestos. Por ejemplo: cuando un dirigente soviético caía en desgracia, mucho
antes de ser cesado de su o sus puestos, veía cómo su retrato era desplazado en
las paredes del Mausoleo de Lenin, o de alguna otra parte donde se exhibiesen
retratos de la gente poderosa. De hecho, los periodistas occidentales invertían,
en los años sesenta y setenta, la mayor parte de su tiempo analizando estas
gilipolleces, que no lo eran en lo absoluto.
Uno de los signos de poder de los políticos soviéticos (como, por otra
parte, de los franquistas, y yo diría que incluso, parcialmente, de los
actuales) eran los séquitos que eran capaces de mover para despedirlos y
recibirlos cuando se iban de viaje. A Daniel Ortega, máximo responsable del
gobierno nicaragüense varias veces, lo fotografiaron a su llegada a Madrid, la
primera vez que gobernó, en un autobús de Iberia de ésos que llevan al pasaje
desde el avión al terminal; la foto lo decía todo sobre la importancia que el
gobierno español dio a aquella visita.
Por eso, cuando en diciembre de 1962 el jefe del Estado de la URSS,
Leónidas Illich Breznev, hizo un viaje a Checoslovaquia, y tanto en la salida
con la llegada fueron a acompañarle al aeropuerto cuatro o cinco despistados, ninguno de ellos miembro del Presidium, para todo el mundo quedó claro que el ya viejo zorro de la política soviética
estaba a punto de caer, probablemente en compañía de su jefe (o más bien al
revés).
Parece ser, aunque no está del todo claro, que Kruschev incluso perdió una
votación en el Presidum, a mediados de febrero de 1963. No lo sabemos con
certitud, aunque lo que sí sabemos es que el ucraniano giró su política tras
aquella reunión, sobre todo acercándose a China. Asimismo, le dio una vuelta
total a la tortilla de la desestalinización cultural; lo cual, probablemente, no le
costó gran cosa pues era, al fin y al cabo, lo que le pedía el body.
El equipo colorao que estaba empujando para echar a Kruschev del nido
estaba formado por el ticket Suslov-Kozlov. A mediamos de marzo, había quien
pensaba que estos dos habían ganado, pues Kruschev desapareció de la vida
pública, oficialmente descansando en su casa de Gagra. Pero hete aquí que
ocurrió una de esas casualidades tan bien puestas que mucha gente se resiste a
creer que lo sean: unas pocas semanas después, Frol Kozlov desaparecía para
siempre de la política soviética.
El 10 de abril, durante un congreso de artistas al que también asistió
Breznev, Kozlov fue visto en público por última vez. En el crepúsculo de aquel
día, según diversas informaciones, habría hablado con Kruschev, que lo llamó
desde Gagra. Se dijeron de puta para arriba y discutieron acaloradamente.
Kozlov, que ya tenía un historial coronario como para no pasar de las coles de
Bruselas en las comidas, tuvo un ictus cerebral. O no.
Como digo, el colapso de Kozlov fue tan importante para Breznev y Kruschev
que cuesta creer que fuese algo dictado por la naturaleza. El 1 de mayo,
obviamente, no estuvo presente en el desfile del Día del Trabajo, aunque la
URSS trató de ocultarle al mundo el problema anunciando su nombramiento para el
secretariado del Partido. Tres días después, Pravda publicó, por primera vez, que estaba enfermo.
En junio, era evidente que Kozlov era un inválido. Aunque permaneció en el
Presidium y el secretariado, porque a la URSS nunca le importó que sus
jerifaltes fuesen vegetales con un ligero movimiento browniano en alguna parte de su cuerpo. Murió en febrero de 1965, sin
haber vuelto a la primera línea política.
El 21 de junio, ¿casualidad?, Breznev fue reelegido sin problemas para el
secretariado del Comité Central y, lo que es más importante, se convirtió en el
heredero in pectore de Kruschev. La
fuerza de su influencia se puede apreciar en el dato de que el jefe del partido
en Ucrania, Nicolai Podgorny, fue también promovido al secretariado.
En realidad, fue Kruschev quien defendió este último nombramiento, tratando
con ello de tener dos manos derechas en el secretariado que, de alguna manera,
se anulasen la una a la otra. Pero, aunque Podgorny heredó a todos los aparachintnik fieles a Kozlov, que ahora
necesitaban otro padrino para mantener sus momios, más la gente que se trajo de
Ucrania, nunca consiguió igualar en poder a Breznev, sobre todo por causa del enorme predicamento que tenía éste en el estamento militar. El 15 de julio de 1964,
probablemente sin mucha pasión, Kruschev tuvo que reconocer los hechos y
propuso que Leónidas Breznev fuese liberado de las inexistentes obligaciones
que tenía como jefe del Estado, para poder concentrarse en su labor en el
Secretariado. Fue sustituido en su insulso puesto por Anastas Mikoyan.
Era la primera vez, en la Historia de la URSS, que un condenado al
ostracismo regresaba ileso de Mordor. Un reto sólo apto para gentes que lo saben
hacer todo bien.
Kruschev, por aquel entonces, le contaba a los periodistas occidentales que
maquinaba la posibilidad de retirarse en su setenta cumpleaños, el 17 de abril
de 1964. Lo cual, evidentemente, era una puta mentira. De hecho, la onomástica
se desplegó con un nivel de culto a la personalidad que hizo a muchos recordar
la septuagésima onomástica del propio Stalin, en 1949.
¿Qué hizo caer a Kruschev? La posibilidad más plausible, en mi opinión, es
el miedo generado entre los jerifaltes soviéticos por la intención del ucraniano
de celebrar en diciembre de aquel año una conferencia de partidos comunistas
mundiales, que se convocaba con la transparentérrima intención de aislar a los chinos,
esto es enfrentar a la URSS con Pekín hasta límites totalmente desconocidos, y
temerarios cuando hablamos de un personaje como Mao Zedong, que estaba deseando
tener motivos para lanzarle una bomba atómica a alguien. También podría ser su
acercamiento a la Alemania Federal, cuya beethoveniana capital, Bonn, tenía
pensado visitar. No me parece una teoría tan sólida como la primera. La
primera, además, tiene la gran ventaja de explicar que buena parte de la
conspiración contra el secretario general del Partido tuviera que contar con
elementos militares; lo cual, de rebote, explicaría por qué Breznev fue (aunque por omisión) de la
partida y, consecuentemente, no cayó con su mentor, sino que lo sustituyó (por
no decir que lo traicionó, que es lo que de hecho hizo).
Es posible que la gota, por así decirlo, formal que desbordase el vaso
fuese el asunto del lanzamiento de Voskhod. Uno de los temas en los que
Kruschev competía olímpicamente con los EEUU era el espacio. Los americanos
tenían el proyecto de enviar una nave tripulada Gemini con dos astronautas, y
el ucraniano decidió ganarles. Por eso ordenó la preparación, a pelo puta, de
un lanzamiento en Voskhod de una nave con tres astronautas. Los técnicos no
tenían tiempo para nada si querían cumplir el plazo del 7 de noviembre marcado
por el Jefe. Así que cogieron la cápsula Vostok, en la que había viajado
Gagarin y que estaba diseñada para una persona, y le empezaron a quitar cosas
para que cupiesen tres. Literalmente. Tres astronautas modelo Tyrion Lannister
fueron colocados en gayumbos en la cápsula, y enviados al espacio sin lugar ni
para tirarse un cuesco. Si sobrevivieron es porque Dios es piadoso y piadable.
Hay, de todas formas, una razón más seria para todo lo que pasó. Una razón
que recuerda, además, a la caída de Stalin. Kruschev quería convocar un Pleno
del Comité Central en noviembre de aquel año, para tratar temas agrícolas; pero
pronto se filtró que el secretario general pretendía hacer nombramientos y
ceses, para cambiar la relación de poderes en el Presidium y en el
secretariado.
Exacto: Kruschev había decidido purgar a sus enemigos.
Mikhail Suslov ya no pudo más, y movió sus hilos. Kruschev los suyos. Y,
moviéndolos, notaba que perdía pie. Entre otras cosas, aunque no podemos
asegurarlo, debió de notar que su acólito Breznev no acudía presto a ayudarlo,
sino que se quedaba mirando, au dessus de
la melée, mientras otros hacían el trabajo sucio.
A las 9 de la mañana del 13 de octubre de 1964, en la ahora famosa villa de
Sochi, donde tenía una casa de vacaciones, estaba Nikita Kruschev. A esa hora
tenía agendada una audiencia con Gastón Palewski, el ministro francés de Ciencia.
Media hora después de haber empezado la conversación, Kruschev se levantó y, excusándose,
le dijo al ministro que tenía que hacer un viaje.
A ninguna parte.
Tres días después, los periódicos soviéticos dejaron de escribir su nombre.
Y su retrato, que había sido colgado de las calles de Moscú para celebrar la
gesta de los tres cosmonautas en calzoncillos, fue descolgado. Para siempre.
Había sonado la hora de Leónidas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario