Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez
Tras desaparecer Foris, su madre, como es lógico, comenzó a buscarlo. Esto hizo que visitase a los jefes de la Securitate, en demanda de información. Pintile acabó hasta los huevos de la señora, y decidió llamarla a su despacho. Esto ocurrió en el verano de 1947. Pintile trató de convencer a la madre de Foris de que nadie en el Partido tenía la más mínima información sobre el paradero de su hijo; pero la buena señora, que debía de saber bien lo que era un comunista pues había parido a uno, no le creyó. Por esta razón, Pintile contactó con Gavril Birtas, el jefe de la Securitate en Oradea, en la Transilvania occidental, y le encomendó que la silenciase.
Pintile le contó a la madre de
Foris que su hijo había sido visto en Oradea, y la invitó a desplazarse allí.
Como daba la puta casualidad que Birtas estaba a punto de hacer el viaje en su
propio coche, le sugirió que se fuese con él. Según declararía Birtas años
después, tras apiolarse a la buena señora, a la llegada a Oradea, se la entregó
a dos policías, que la tiraron al río Crisul Repede con una piedra atada al
cuello para que se fuese al fondo. Si, exactamente igual que hacen otras mafias.
Mola el marxismo, ¿eh?
El 12 de agosto de 1944,
Gheorghiu-Dej fue finalmente liberado de su internamiento. Un grupo de
comunistas, coordinado por Ion Gheorghe Maurer, consiguieron llegar a la
prisión de Targu Jiu y sacar de allí tanto al líder como a su íntimo amigo
Vania Didenko. Pasó varios días escondido, entre otros gracias a un sacerdote
ortodoxo, Ioan Marina (y es que el caso de los curas abertzales vascos es menos
original de lo que parece). Como ya hemos leído, Marina acabaría siendo
premiado por los comunistas con el patriarcado ortodoxo de Rumania, puesto en
el que nuestro querido patriarca se pasaría años tragando penes y haciendo caja.
Gheorghiu-Dej siempre dijo que
él había sido el secretario general del Partido desde la desaparición de Foris.
Pero ya hemos visto que, en la reunión que hubo entre los comunistas presos, lo
que se nombró fue una dirección colectiva de la que, para más inri, él no
formaba parte. Pero hay más. Cuando el Scinteia, es decir el periódico
de los comunistas, salió de la clandestinidad, el 21 de septiembre de aquel año,
lo hizo para publicar un comunicado firmado por Constantin Parvulescu.
Y, junto a su nombre, algún despistado escribió: “secretario general del
Partido Comunista Rumano”. En los siguientes días se volvió a publicar dicha
información, aunque justo es reconocer que el periódico le dedicaba mucho más
espacio a Gheorghiu-Dej y Patrascanu, que a Parvulescu.
Pero ése era también el
problema. Inmediatamente después de producido el golpe de Estado, el verdadero
líder comunista, admitido como tal por todos, era Patrascanu. En realidad,
Lucretiu era un comunista con mucha más solera que Dej (había entrado en el
Partido como diez años antes). Había nacido en 1900 en la ciudad moldava de
Bacau. Su padre era escritor y él mismo había sido un provechoso estudiante,
que se había graduado en Derecho en Bucarest (1922), para doctorarse después en
Leipzig. Luego estudió en Francia. Su predicamento en el PCR era tan elevado, y
tan antiguo, que ya en 1931 había sido uno de los cinco comunistas que habían
sacado escaño para el parlamento rumano, aunque nunca lo ocupó, puesto que las
elecciones fueron declaradas inválidas. Y, lo más importante, en 1933 los
soviéticos le habían nombrado representante del Partido rumano en la Komintern.
Aquel tipo, pues, era caza mayor.
de darse el hostión
Que el prestigio de Patrascanu
iba más allá del propio ámbito comunista lo demuestra que, cuando los
dirigentes comunistas (entre ellos, Gheorghiu-Dej) fueron condenados a
importantes periodos de prisión por el régimen, él simplemente fue castigado
con una libertad vigilada; de hecho, esta lenitud sería, con el tiempo,
utilizada contra él como “demostración” de que era un chivato de la policía. Lo
que tenía, más que eso, era la capacidad de contactar con fuerzas ajenas al
comunismo. Tuvo varios encuentros con el rey y fue el único comunista que
obtuvo puesto ministerial en el gobierno Sanatescu.
La estrella de Patrascanu, sin
embargo, se apagó tras el golpe de Estado y con el final de la guerra. Era un
hombre que, aun siendo disciplinado como todos los comunistas, tenía la mala
costumbre de pensar por su cuenta y riesgo alguna que otra vez. Y esa vez se
presentó cuando Rumania hubo de negociar el armisticio con la URSS. Algunas de
las condiciones que propuso (bueno, impuso más que propuso) Viacheslav Molotov
le parecieron al abogado demasiado pasada, y así lo dejó ver claramente. Con
este gesto, lo que consiguió fue que los soviéticos dejasen de confiar en él.
Era demasiado poco perruno.
A ello hay que añadir que los
soviéticos, como adquirieron rápidamente un control total de lo que pasaba en
Rumania, tenían informes muy fidedignos de que Patrascanu, en el verano de
1945, cuando el rey Miguel había intentado presionar a Groza para que resignase
su gobierno, había tenido reuniones con representantes del Partido Agrario y
del Partido Liberal. Concretamente, Patrascanu se vio con Grigore
Niculescu-Buzesti, Victor Radulescu-Pogoneanu, Constantin Visioanu e Ion
Mocsony-Styrcea. En los muchos interrogatorios de que acabaría por ser objeto,
Patrascanu se defendió diciendo que en todo momento había informado al Partido
de esos contactos; lo cual es verdad a medias, hay que reconocerlo, pues, si
bien es verdad que siempre dijo con quién se veía, se guardó mucho de informar
a los camaradas de que estas personas, todas ellas del círculo del rey, le
propusieron que aceptase ser primer ministro.
El gran ganador, y explotador, de la repentina desconfianza soviética hacia la figura de quien probablemente estaba llamado a ser el primer líder del comunismo rumano fue Gheorghiu-Dej. Ya os he dicho que Dej tenía esa rara habilidad, tan valiosa en esos tiempos, de entender, adivinar incluso, los intrincados recovecos de las reflexiones de Stalin, y sabía explotar sus inseguridades. Fue así como, en la primera conferencia nacional del Partido que se celebró en octubre de 1945, logró bloquear el acceso de Patrascanu al Politburo. Y, por supuesto, se quedó sin la condición de secretario del comité central, puesto para el que fueron elegidos Gheorghiu-Dej, Pauker, Luca y Georgescu. Consiguió, eso sí, ser miembro del Comité Central; pero era más un jarrón chino que otra cosa.
Ana Pauker, sin
embargo, quería a Patrascanu en el Politburo. Pauker era una teórica comunista
con ideas propias, lo cual la convertía en alguien, a veces, un poco
impredecible. Por lo general era una estalinista directa y simple; pero otras
veces, como ésta, le daba la vena comunisto-anarquista, y se ponía a proponer
soluciones que, en la práctica, eran juegos de equilibrio de poder. Quería a
Patrascanu en el Politburo para que nadie pudiese dominar ese órgano, lo cual
mejoraba su propia posición. Gheorghiu-Dej, obviamente, objetó esta propuesta,
y el tema se fue emputeciendo hasta que, durante una visita de los rumanos a
Moscú, terminó encima de la mesa de Stalin. Stalin se puso del lado de Pauker.
Patrascanu accedió al Politburo en el verano de 1946.
Patrascanu, además, tenía sus
agarraderas entre los soviéticos. Quizá la principal era Iván Susaikov, quien
claramente lo prefería a Gheorghiu-Dej. Aún así, Patrascanu cometió el error de
considerar que, en la búsqueda de contrapesos para poder equilibrar la
esencialmente desequilibrada estructura del comunismo rumano (el problema de
siempre de los comunistas: buscan solución para una falta de contrapesos que es
endémica, porque el problema no está en cómo hacer las cosas, sino en el
comunismo en sí); que, en la búsqueda de contrapesos, digo, podía hablar con
los aliados de la URSS. Así que tanto él como un colaborador muy estrecho suyo,
Belu Zilberk, mantuvieron contactos con británicos y estadounidenses.
Pero hemos ido demasiado
deprisa. La reunión de Moscú cuyo tema fue la formación del Politburo rumano
tiene más claves que el propio conflicto con Patrascanu. De hecho,
probablemente éste no era el más importante. El factor más importante era el
enfrentamiento entre Gheorghiu-Dej y Ana Pauker.
Hasta septiembre de 1944,
cuando Ana Pauker y Vasile Luca regresaron de Moscú, la dirección comunista en
Rumania había sido ejercida por rumanos étnicos: Gheorghiu-Dej, Patrascanu,
Parvulescu, Georgescu y Apóstol; lista a la que algunos suman a Emil Bondnaras,
aunque Bodnaras era un rumano con antecesores ucranianos y alemanes. El
problema que tenían estos hombres es que, en 1944, eran desconocidos para los
soviéticos. Esto es lo que llevó a Dimitrov, el coordinador de la Komintern, a
instruir a Ana Pauker para que tomase el liderazgo del Partido.
La llegada de Pauker, pues, se
cargó el frágil equilibrio entre gallitos que era el PCR antes de dicha
llegada. Pauker voló desde Moscú hasta Bucarest en un avión soviético, junto
con su hija Tatiana. Inmediatamente fue alojada en un piso franco comunista, en
el que Gheorghiu-Dej la visitó al día siguiente. Inmediatamente, para ambos
quedó claro que no se llevaban. Pauker vino a dejar claro que venía con
instrucciones precisas de Moscú, insinuando por lo tanto cambios muy profundos
en el Partido.
Pauker traía consigo el
planteamiento soviético. En Moscú habían llegado a la conclusión de que el gran
orgullo de los comunistas rumanos: el golpe de Estado de agosto, había sido un
error. Gheorghiu-Dej acabaría confesando que se quedó pijarriba cuando escuchó
a Pauker decir eso. Los comunistas rumanos estaban convencidos de que lo habían
hecho de puta madre, pues, dando el golpe de Estado, habían evitado que los
soviéticos hubiesen tenido que entrar en Bucarest repartiendo hostias. Pero
resulta que eso mismo es lo que los soviéticos decían ahora que tenía que haber
pasado; y Pauker se convirtió en su gran altavoz.
En octubre de 1944, algunos
días después que Pauker, llegó su mano derecha, Vasile Luca. Inmediatamente, en
el Partido se montó un triunvirato teórico (Pauker, Luca y Gheorghiu-Dej) que,
en realidad, era un diunvirato. A finales de la primavera de 1945, Pauker voló
a Moscú, donde se reunió con Molotov para discutir el liderazgo del PCR, con la
vista puesta en la conferencia nacional del Partido que se tenía que celebrar
en octubre. Si hemos de creer a Tatiana Pauker, en dicha reunión su madre se
descartó a sí misma como líder. Lo hizo, siempre según esta versión, por ser
judía, por ser tía, por ser una intelectual y no una obrera, y por no haber
estado durante la guerra en Rumania. Luego propuso a Gheorghiu-Dej. Según
algunas versiones, como la del yerno de Pauker, todo esto fue pura tramoya.
Pauker quería ser la secretaria general del Partido, y no consideraba que
alguno de los argumentos explicados pudiera tener auténtica fuerza. Según esta
versión, habría propuesto a Gheorghiu-Dej tratando de poner sobre la mesa un
candidato poco potente y conocido, para así hacer más probable la reacción de
Molotov pidiéndole a ella que reconsiderase su posición. Pero, ay, cuando se
juegan estos gambitos, hay que estar razonablemente seguro del contrario. Y
Molotov era un ser impenetrable e impredecible. Le sonrió, le agradeció la
generosidad, y le dijo que su propuesta era muy inteligente.
En este particular juego de
tronos todavía había un candidato más: Emil Bodnaras. Bodnaras venía de la
NKVD; más confianza no se podía inspirar en Moscú. Groza lo había querido al
frente del Partido. Con el tiempo, Bodnaras había desarrollado una cierta
cercanía hacia Georghiu-Dej; pero no son pocos los historiadores que nos
recuerdan que, en realidad, un tipo como él no tenía fidelidades.
El caso es que Pauker, a pesar
de lo mal que le había salido la celada con Molotov, era alguien que podía
confiar claramente en el apoyo de Moscú; el apoyo que daba y quitaba en ese
momento en la cúpula del poder en Rumania.
Ella era la favorita de los
soviéticos.
O no.

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