Una política cuestionable
Peseta grande, ande o no ande
Secos de crédito
Conspiradores
Las cábalas de Mussolini
March
Portugal
Los sueños imposibles del doctor Negrín
Dos modelos enfrentados
Dos bandos, dos modelos
La polémica interminable sobre la eficiencia del gasto bélico
Rosario de ventas
De lo necesario, y de lo legal
¿Y si Putin tiene una colección de monedas de puta madre?
La guerra del dinero
Echa el freno, Madaleno
Un mundo sin bancos
“Escuchado en la radio”
El sindiós catalán
Eliodoro de la Torre, el más vasco entre los vascos
Las repúblicas taifas
El general inflación
Bombardeando pasta
Los operadores económicos desconectados
El tema impositivo (y la recapitulación)
Quiero con esto decir que uno de
los mantras de la historiografía de izquierdas sobre la GCEXX no queda muy en
pie tras estos datos. Ese mantra es que el golpe de Estado contra la República
lo dio una coalición entre el ejército, la Iglesia y el empresariado español.
Sinceramente, si todo ese conglomerado está representado por 45 personas, mal
vamos. Ni siquiera podría considerarse propiamente representada la alta
nobleza, que fue, sin duda, el principal baluarte civil del golpe.
Cierto es que aquélla no fue la
única ventanilla recaudatoria. Juan Antonio Ansaldo recabó dinero por su
cuenta, igual que hicieron el conde de los Andes y Paco Eliseda. En la revista Acción
Española, bastión de Maeztu y Vegas-Latapié y que se convertiría en el
principal altavoz del fascismo italiano en España, también se recaudaba dinero.
Las revista, por lo demás, tenía una lista de suscriptores de pata negra, por
así decirlo, que aportaban 500 pesetas mensuales, un pastón. Entre ellos estaba
Alfonso XII, que figura en las listas como duque de Toledo; un título real que
sirve para muchas cosas pues, que yo sepa, también fue usado por Alfonso XII
antes de ser rey, cuando se hospedaba en algún lugar y no quería ser
localizado.
El 31 de marzo de 1934, cuatro
políticos de las derechas españolas más opuestas a la repu fueron recibidos en
el Palazzo Venecia por Benito Mussolini. Eran Rafael Olazábal, Antonio de
Lizarza, Emilio Barrera y Antonio Goicoechea. Venían atraídos por la más que
evidente consolidación del fascismo italiano que, pensaban, las daría ayuda de
cara a una involución monárquica.
Todas estas informaciones desde
luego avalan la idea de que el golpe de Estado no se decidió en cuatro días.
Pero, una vez más: sostener esta idea, o pensar que alguien la sostiene, es, en
sí, una subnormalidad. Es una estupidez del tamaño de decir que Volkswagen
decidió un martes lanzar el SEAT Arona y el jueves ya lo estaba fabricando. O
que un director de cine está sentado en su silla gritando “¡Acción!” unas 72
horas después de haber leído el guion de la película por primera vez. Cualquier
golpe de Estado que de tal se precie tiene que tener un largo período de lo que
Charlie Harper (Two men and a half) llamaba “filtrado”. Porque una de
las cosas que es importante tener en cuenta es que estas tentativas estaban
básicamente desconectadas de las discusiones militares. Emilio Mola, que
fue el gran consejero-delegado del 18 de julio trabajando a las manos de un CEO
bastante simbólico que era José Sanjurjo, tuvo los primeros contactos formales
con los carlistas que estaban formando unidades requeté unos cinco días antes
del grito de julio.
Las cantidades que se recaudaron,
importantes aunque relativamente modestas, fueron reputadas como suficientes.
Así lo decía por ejemplo Ansaldo, quien aseveraba que, sólo con lo que había
recaudado él, que era como dos millones de francos, era suficiente. La razón de
esta suficiencia, valga la redundancia, era que todo el mundo entre los
políticos y conspiradores estaba convencido de que la república caería en unos
días como un castillo de naipes. Todo el mundo, incluso el propio Frente
Popular, sabía que aquella coalición era una ensalada Frankenstein a la que le
costaría mantener la unidad (y, de hecho, que esto es verdad les costó una
guerra); el error de cálculo fue pensar que esas diferencias aflorarían a la
media hora de darse el grito en África. Se pensaba un poco en el alzamiento de
Martínez Campos en Sagunto como ejemplo.
Es por esta razón por la que los militares consideraban que iban sobrados con lo que tenían. Iban a alzarse, no
a enfrentarse a una guerra; ambas cosas son precios distintos. En casa de José
Delgado, diputado de la CEDA, se discutió el golpe en marzo de 1936. Un detalle
que, sin embargo, no se suele citar, o a mí me lo parece, es que en esa reunión
también quedó claro que el alzamiento sólo se activaría si era estrictamente
necesario. Políticamente hablando, la organización del golpe fue apenas
embrionaria. No se discutieron a fondo las características del nuevo régimen,
aunque cierto es que Gil Robles, asegurando el reconocimiento casi inmediato
por el Vaticano, estaba apuntando en una dirección muy clara en materia
religiosa. Pero en el tema de la forma constitucional, los símbolos, etc., poco
se hizo. La retórica era, podríamos decir, muy moderna, muy de nuestro tiempo:
había que defender España. Si luego España se tenía que vestir de San Antón o
de La Purísima, se vería.
Aparentemente, el único que creía que el golpe derivaría en una guerra larga era Francisco Franco. Teóricamente, le dijo esto al general Kindelán; y digo teóricamente porque esto Kindelán lo cuenta en unas memorias publicadas tras la muerte de Franco; en un estadio argumental, pues, en el que hasta las flatulencias del generalísimo habían dejado de oler. Cierto es que Luis Bolín, el corresponsal en Londres del ABC que ayudó a Franco a salir de Canarias en el Dragon Rapide, avala esta idea.
Aquí tiene cabida la
pregunta de si Franco temía una guerra larga, o la deseaba. Porque el
caso es que la resistencia de la república, la imposibilidad de tomar Madrid en
noviembre, la conciencia de estar en una guerra, es la que aconseja a los
alzados crear una Junta de Defensa Nacional, nombrar un Generalísimo, y
permitir, como permitieron, que ese Generalísimo cada vez actuase menos como
mando supremo militar y más como mando supremo estatal. Y, en
todo esto, que la guerra fuese larga no hizo otra cosa que beneficiar a Franco.
Las cosas ocurren por casualidad. O no. Lo que nos pasa es que no podemos
saberlo a ciencia cierta porque Franco nunca escribió, ni quiso escribir, ni encontró una turiferaria que le juntara las letras para su
propio Manual de resistencia.
Hablando desde el punto de vista
económico y, si se quiere, financiero, si el golpe de Estado del 18 de julio
pudo llegar a algo, eso fue por la confluencia de tres factores importantes: la
actitud del carlismo y el tradicionalismo, y sus buenos contactos con
Mussolini; Portugal; y la figura de Juan March. Éstos fueron los actores que
hicieron posible un golpe que, sin ellos, habría fracasado. Colocar otros
peones en ese tablero es, con todos los respetos, un ejercicio de imaginación
histórica.
La apelación a la Iglesia mueve a
la risa. Creo que me avalan bastantes páginas escritas en este blog sobre el
tinglado francisquital-leonino para sostener la idea de que a mí, la ICAR,
simpática, simpática, lo que se dice simpática, no me cae. Pero de ahí a pensar
que fuera a ser activa financiadora y/o sustentadora de un golpe de Estado en un
país como España, hay mucho trecho. Eso es imposible, entre otras cosas, por el
principal concepto que defiendo siempre sobre la ICAR: es un business model;
es un negocio, los negocios no se enfrentan en un entorno de todo o nada. En
los consejos de administración de las empresas se consume mucho tiempo
discutiendo estrategias de mitigación del riesgo; esas estrategias
siempre se pretende que sean prudentes y proporcionadas. La famosérrima pastoral
colectiva de Franco y (la mayoría de) los obispos españoles fue un negocio
muñido entre ellos; sostener que el Vaticano formó parte del acuerdo es
desconocer la Historia. El palacio de Sant'Angelo nunca utilizó la
palabra Cruzada (auténtico monolito del montaje teórico de la pastoral) para
definir la GCEXX; y siempre propugnó una paz negociada para la guerra, lo cual
siempre tuvo a Franco de los nervios; porque Franco no podía contar con que el
bando republicano fuera a ser tan subnormal como para mantener su política de
agresión a sacerdotes, monjas y creyentes, que era lo que bloqueaba una postura
más comprensiva por parte vaticana.
El presunto apoyo de los
empresarios españoles, e incluso extranjeros, queda donde queda. Como ya os he
dicho, los nombres que nos han quedado para el conocimiento como financiadores
del golpe, la mayoría aristócratas y muchos de ellos, cierto es, también
empresarios de gran tamaño, no mueven a sostener la idea de que eso que
llamamos la clase empresarial española estuvo por poner dinero para el golpe.
Que luego, una vez producido el mismo, estuviera por él, eso es otra historia.
Aquí estamos hablando de haber sido fulminante en la bala.
Los alzados de julio de 1936 no habrían llegado ni a los cagaderos de sus cuarteles para desahogarse de no existir en el esquema geopolítico europeo del momento los regímenes italiano y portugués. Éste fue, en mi opinión, el gran error que cometió cierta izquierda republicana proto, pro, cuasi o directamente comunista, que, meses o semanas antes del 18 de julio, sostenía, chulesca, en la barra de sus tabernas Garibaldi, la idea de que los fachistas (llamarlos fascistas es posterior) tenían muchas ganas de dar un golpe; pero que no lo darían porque sabían que serían aplastados.
En la mente de esas personas, la república tenía dos
potentísimos avales, que eran: el pueblo español, colocado en apretada falange
(ejem...) frente a cuatro millonarios interesados y meapilas; y el entorno
exterior, donde la república tenía potentísimos amigos. No se puede pensar en
lectura más miope; bueno, leyendo hoy en día lo que se publica en X, debo confesar que sí,
se puede pensar. Los “potentísimos amigos” de la república eran una URSS que,
en ese momento, tenía las mismas ganas de implicarse en un fangal ibérico que
de pegarse un tiro en cada testículo; y unas potencias democráticas cuya
prioridad era amigarse
con Mussolini. Es más: esas potencias occidentales tenían tantas ganas de
ganarse, digamos, la neutralidad crítica de Mussolini frente a Hitler, que
estaban dispuestas a dejarle hacer sus travesurillas, tipo Abisinia. Si le
dejaron invadir un país, ¿cómo no iban a dejarle financiar una involución en un
país que estaba en manos de unas fuerzas de izquierdas cada vez más
identificadas con la URSS; un amigo que, cada vez, era menos amigo y que para
entonces lo que estaba negociando era un pacto con Hitler?
Como ya os he dicho, el día 31 de
marzo de 1934, Rafael Olazábal, Antonio de Lizarza, el general Emilio Barrera y
el político de Renovación Española Antonio Goicoechea se reunieron con Benito
Mussolini y el general Italo Balbo. Supongo que ya os ha dado una pista la alta
densidad de apellidos eúscaros. Esto es así porque Olazábal y Lizarza eran
miembros de la Comunión Tradicionalista. Goicoechea, ya lo he dicho, comandaba
el grupo parlamentario más netamente monárquico de las Cortes. Y el general
Barrera estaba encuadrado en la Unión Militar Española o UME.
La entrevista la había conseguido
Olazábal a través de un coronel italiano que vivía en Barcelona, y un jesuita
español residente en Roma. Algo pudo tener que ver el Vaticano, puesto que en
muchos círculos conservadores de la Curia, la Comunión Tradicionalista tenía
muy buena prensa. Para Mussolini, por otra parte, la experiencia no era nueva.
En la primavera de 1932 ya le había visitado el aviador Juan Antonio Ansaldo,
quien le pidió ayuda para el golpe que daría Sanjurjo semanas después. Se vio
con Italo Balbo, quien le prometió 200 ametralladoras (que lo mismo eran las
mismas 200 ametralladoras que prometió un año después). Ansaldo volvió meses
después a Roma, tras el fracaso de la sanjurjada, esta vez acompañado de Calvo
Sotelo.
Sanjurjo, por su parte, estuvo en
Alemania coincidiendo con los Juegos Olímpicos de invierno, que se celebraron
en Garmisch-Panterkirchen en febrero de 1936. Se ha dicho que fue durante esa
visita cuando Sanjurjo acordó con los alemanes la puesta a disposición del
golpe de Estado de aviones para transportar tropas desde África. Yo,
personalmente, creo que esta teoría es farfolla, entre otras cosas porque los
JJOO terminaron el 16 de febrero, es decir, el mismo día de las elecciones que
ganó el Frente Popular.
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