miércoles, septiembre 17, 2025

GCEconomics (4): Conspiradores




Una política cuestionable
Peseta grande, ande o no ande
Secos de crédito
Conspiradores
Las cábalas de Mussolini
March
Portugal
Los sueños imposibles del doctor Negrín
Dos modelos enfrentados
Dos bandos, dos modelos
La polémica interminable sobre la eficiencia del gasto bélico
Rosario de ventas
De lo necesario, y de lo legal
¿Y si Putin tiene una colección de monedas de puta madre?
La guerra del dinero
Echa el freno, Madaleno
Un mundo sin bancos
“Escuchado en la radio”
El sindiós catalán
Eliodoro de la Torre, el más vasco entre los vascos
Las repúblicas taifas
El general inflación
Bombardeando pasta
Los operadores económicos desconectados
El tema impositivo (y la recapitulación)

 

Visto esto, podemos observar que en la lista publicada por González Cuevas hay una sobrepoblación de la alta nobleza, primer dato. Y, segundo dato, incluso esa sobrepoblación es matizable, pues aun siendo todos los aportantes grandes de España, que no lo son, no llegarían ni a la mitad de la corporación completa.

Quiero con esto decir que uno de los mantras de la historiografía de izquierdas sobre la GCEXX no queda muy en pie tras estos datos. Ese mantra es que el golpe de Estado contra la República lo dio una coalición entre el ejército, la Iglesia y el empresariado español. Sinceramente, si todo ese conglomerado está representado por 45 personas, mal vamos. Ni siquiera podría considerarse propiamente representada la alta nobleza, que fue, sin duda, el principal baluarte civil del golpe.

Cierto es que aquélla no fue la única ventanilla recaudatoria. Juan Antonio Ansaldo recabó dinero por su cuenta, igual que hicieron el conde de los Andes y Paco Eliseda. En la revista Acción Española, bastión de Maeztu y Vegas-Latapié y que se convertiría en el principal altavoz del fascismo italiano en España, también se recaudaba dinero. Las revista, por lo demás, tenía una lista de suscriptores de pata negra, por así decirlo, que aportaban 500 pesetas mensuales, un pastón. Entre ellos estaba Alfonso XII, que figura en las listas como duque de Toledo; un título real que sirve para muchas cosas pues, que yo sepa, también fue usado por Alfonso XII antes de ser rey, cuando se hospedaba en algún lugar y no quería ser localizado.

El 31 de marzo de 1934, cuatro políticos de las derechas españolas más opuestas a la repu fueron recibidos en el Palazzo Venecia por Benito Mussolini. Eran Rafael Olazábal, Antonio de Lizarza, Emilio Barrera y Antonio Goicoechea. Venían atraídos por la más que evidente consolidación del fascismo italiano que, pensaban, las daría ayuda de cara a una involución monárquica.

Todas estas informaciones desde luego avalan la idea de que el golpe de Estado no se decidió en cuatro días. Pero, una vez más: sostener esta idea, o pensar que alguien la sostiene, es, en sí, una subnormalidad. Es una estupidez del tamaño de decir que Volkswagen decidió un martes lanzar el SEAT Arona y el jueves ya lo estaba fabricando. O que un director de cine está sentado en su silla gritando “¡Acción!” unas 72 horas después de haber leído el guion de la película por primera vez. Cualquier golpe de Estado que de tal se precie tiene que tener un largo período de lo que Charlie Harper (Two men and a half) llamaba “filtrado”. Porque una de las cosas que es importante tener en cuenta es que estas tentativas estaban básicamente desconectadas de las discusiones militares. Emilio Mola, que fue el gran consejero-delegado del 18 de julio trabajando a las manos de un CEO bastante simbólico que era José Sanjurjo, tuvo los primeros contactos formales con los carlistas que estaban formando unidades requeté unos cinco días antes del grito de julio.

Las cantidades que se recaudaron, importantes aunque relativamente modestas, fueron reputadas como suficientes. Así lo decía por ejemplo Ansaldo, quien aseveraba que, sólo con lo que había recaudado él, que era como dos millones de francos, era suficiente. La razón de esta suficiencia, valga la redundancia, era que todo el mundo entre los políticos y conspiradores estaba convencido de que la república caería en unos días como un castillo de naipes. Todo el mundo, incluso el propio Frente Popular, sabía que aquella coalición era una ensalada Frankenstein a la que le costaría mantener la unidad (y, de hecho, que esto es verdad les costó una guerra); el error de cálculo fue pensar que esas diferencias aflorarían a la media hora de darse el grito en África. Se pensaba un poco en el alzamiento de Martínez Campos en Sagunto como ejemplo.

Es por esta razón por la que los militares consideraban que iban sobrados con lo que tenían. Iban a alzarse, no a enfrentarse a una guerra; ambas cosas son precios distintos. En casa de José Delgado, diputado de la CEDA, se discutió el golpe en marzo de 1936. Un detalle que, sin embargo, no se suele citar, o a mí me lo parece, es que en esa reunión también quedó claro que el alzamiento sólo se activaría si era estrictamente necesario. Políticamente hablando, la organización del golpe fue apenas embrionaria. No se discutieron a fondo las características del nuevo régimen, aunque cierto es que Gil Robles, asegurando el reconocimiento casi inmediato por el Vaticano, estaba apuntando en una dirección muy clara en materia religiosa. Pero en el tema de la forma constitucional, los símbolos, etc., poco se hizo. La retórica era, podríamos decir, muy moderna, muy de nuestro tiempo: había que defender España. Si luego España se tenía que vestir de San Antón o de La Purísima, se vería.

Aparentemente, el único que creía que el golpe derivaría en una guerra larga era Francisco Franco. Teóricamente, le dijo esto al general Kindelán; y digo teóricamente porque esto Kindelán lo cuenta en unas memorias publicadas tras la muerte de Franco; en un estadio argumental, pues, en el que hasta las flatulencias del generalísimo habían dejado de oler. Cierto es que Luis Bolín, el corresponsal en Londres del ABC que ayudó a Franco a salir de Canarias en el Dragon Rapide, avala esta idea. 

Aquí tiene cabida la pregunta de si Franco temía una guerra larga, o la deseaba. Porque el caso es que la resistencia de la república, la imposibilidad de tomar Madrid en noviembre, la conciencia de estar en una guerra, es la que aconseja a los alzados crear una Junta de Defensa Nacional, nombrar un Generalísimo, y permitir, como permitieron, que ese Generalísimo cada vez actuase menos como mando supremo militar y más como mando supremo estatal. Y, en todo esto, que la guerra fuese larga no hizo otra cosa que beneficiar a Franco. Las cosas ocurren por casualidad. O no. Lo que nos pasa es que no podemos saberlo a ciencia cierta porque Franco nunca escribió, ni quiso escribir, ni encontró una turiferaria que le juntara las letras para su propio Manual de resistencia.

Hablando desde el punto de vista económico y, si se quiere, financiero, si el golpe de Estado del 18 de julio pudo llegar a algo, eso fue por la confluencia de tres factores importantes: la actitud del carlismo y el tradicionalismo, y sus buenos contactos con Mussolini; Portugal; y la figura de Juan March. Éstos fueron los actores que hicieron posible un golpe que, sin ellos, habría fracasado. Colocar otros peones en ese tablero es, con todos los respetos, un ejercicio de imaginación histórica.

La apelación a la Iglesia mueve a la risa. Creo que me avalan bastantes páginas escritas en este blog sobre el tinglado francisquital-leonino para sostener la idea de que a mí, la ICAR, simpática, simpática, lo que se dice simpática, no me cae. Pero de ahí a pensar que fuera a ser activa financiadora y/o sustentadora de un golpe de Estado en un país como España, hay mucho trecho. Eso es imposible, entre otras cosas, por el principal concepto que defiendo siempre sobre la ICAR: es un business model; es un negocio, los negocios no se enfrentan en un entorno de todo o nada. En los consejos de administración de las empresas se consume mucho tiempo discutiendo estrategias de mitigación del riesgo; esas estrategias siempre se pretende que sean prudentes y proporcionadas. La famosérrima pastoral colectiva de Franco y (la mayoría de) los obispos españoles fue un negocio muñido entre ellos; sostener que el Vaticano formó parte del acuerdo es desconocer la Historia. El palacio de Sant'Angelo nunca utilizó la palabra Cruzada (auténtico monolito del montaje teórico de la pastoral) para definir la GCEXX; y siempre propugnó una paz negociada para la guerra, lo cual siempre tuvo a Franco de los nervios; porque Franco no podía contar con que el bando republicano fuera a ser tan subnormal como para mantener su política de agresión a sacerdotes, monjas y creyentes, que era lo que bloqueaba una postura más comprensiva por parte vaticana.

El presunto apoyo de los empresarios españoles, e incluso extranjeros, queda donde queda. Como ya os he dicho, los nombres que nos han quedado para el conocimiento como financiadores del golpe, la mayoría aristócratas y muchos de ellos, cierto es, también empresarios de gran tamaño, no mueven a sostener la idea de que eso que llamamos la clase empresarial española estuvo por poner dinero para el golpe. Que luego, una vez producido el mismo, estuviera por él, eso es otra historia. Aquí estamos hablando de haber sido fulminante en la bala.

Los alzados de julio de 1936 no habrían llegado ni a los cagaderos de sus cuarteles para desahogarse de no existir en el esquema geopolítico europeo del momento los regímenes italiano y portugués. Éste fue, en mi opinión, el gran error que cometió cierta izquierda republicana proto, pro, cuasi o directamente comunista, que, meses o semanas antes del 18 de julio, sostenía, chulesca, en la barra de sus tabernas Garibaldi, la idea de que los fachistas (llamarlos fascistas es posterior) tenían muchas ganas de dar un golpe; pero que no lo darían porque sabían que serían aplastados. 

En la mente de esas personas, la república tenía dos potentísimos avales, que eran: el pueblo español, colocado en apretada falange (ejem...) frente a cuatro millonarios interesados y meapilas; y el entorno exterior, donde la república tenía potentísimos amigos. No se puede pensar en lectura más miope; bueno, leyendo hoy en día lo que se publica en X, debo confesar que sí, se puede pensar. Los “potentísimos amigos” de la república eran una URSS que, en ese momento, tenía las mismas ganas de implicarse en un fangal ibérico que de pegarse un tiro en cada testículo; y unas potencias democráticas cuya prioridad era amigarse con Mussolini. Es más: esas potencias occidentales tenían tantas ganas de ganarse, digamos, la neutralidad crítica de Mussolini frente a Hitler, que estaban dispuestas a dejarle hacer sus travesurillas, tipo Abisinia. Si le dejaron invadir un país, ¿cómo no iban a dejarle financiar una involución en un país que estaba en manos de unas fuerzas de izquierdas cada vez más identificadas con la URSS; un amigo que, cada vez, era menos amigo y que para entonces lo que estaba negociando era un pacto con Hitler?

Como ya os he dicho, el día 31 de marzo de 1934, Rafael Olazábal, Antonio de Lizarza, el general Emilio Barrera y el político de Renovación Española Antonio Goicoechea se reunieron con Benito Mussolini y el general Italo Balbo. Supongo que ya os ha dado una pista la alta densidad de apellidos eúscaros. Esto es así porque Olazábal y Lizarza eran miembros de la Comunión Tradicionalista. Goicoechea, ya lo he dicho, comandaba el grupo parlamentario más netamente monárquico de las Cortes. Y el general Barrera estaba encuadrado en la Unión Militar Española o UME.

La entrevista la había conseguido Olazábal a través de un coronel italiano que vivía en Barcelona, y un jesuita español residente en Roma. Algo pudo tener que ver el Vaticano, puesto que en muchos círculos conservadores de la Curia, la Comunión Tradicionalista tenía muy buena prensa. Para Mussolini, por otra parte, la experiencia no era nueva. En la primavera de 1932 ya le había visitado el aviador Juan Antonio Ansaldo, quien le pidió ayuda para el golpe que daría Sanjurjo semanas después. Se vio con Italo Balbo, quien le prometió 200 ametralladoras (que lo mismo eran las mismas 200 ametralladoras que prometió un año después). Ansaldo volvió meses después a Roma, tras el fracaso de la sanjurjada, esta vez acompañado de Calvo Sotelo.

Sanjurjo, por su parte, estuvo en Alemania coincidiendo con los Juegos Olímpicos de invierno, que se celebraron en Garmisch-Panterkirchen en febrero de 1936. Se ha dicho que fue durante esa visita cuando Sanjurjo acordó con los alemanes la puesta a disposición del golpe de Estado de aviones para transportar tropas desde África. Yo, personalmente, creo que esta teoría es farfolla, entre otras cosas porque los JJOO terminaron el 16 de febrero, es decir, el mismo día de las elecciones que ganó el Frente Popular.

La entrevista con Mussolini duró tres cuartos de hora, fue muy cordial, y sirvió de preludio a otra reunión más técnica con Balbo, que se produjo al día siguiente. Mussolini, tras hacer a los españoles una serie de preguntas sobre la situación española, probablemente retóricas pues seguro que estaba ya bien informado, acabó por decirles que le parecía que España debía gobernarse con una democracia orgánica y corporativa, y bajo un rey; y que había decidido ayudarles en ese sentido. Los españoles querían armas, dinero, y la promesa de Roma de que, cualquiera que fuera el resultado del first strike del golpe de Estado, Italia reconociese al nuevo Estado inmediatamente. 

En la segunda entrevista Balbo, que en ese momento conocía muy bien los apliques que estaba haciendo su jefe en la geopolítica europea y, consecuentemente, el deseo de Mussolini de no definirse del todo con nadie, les dijo que del reconocimiento se fuesen olvidando. Pero les ofreció 10.000 fusiles, 200 ametralladoras y otras armas. Fue una oferta muy prudente. Italia quería ayudar a los futuros alzados españoles porque valoraba las ventajas de tener un vecino mediterráneo con el que pudiese sintonizar políticas. Mussolini cotizaba que una España gobernada por políticos de derechas muy cercanos al ejército alzado (ése era el esquema en que se creía en ese momento; el esquema de Mola, por así decirlo. Tenéis que quitaros a Franco de la cabeza), quizá dependiente económicamente de un socio italiano que fuese el único, con Portugal, de verdad implicado en apoyarlo, sería un país muy proclive a sintonizar su política exterior con Roma. Pero si fuera así, entonces Roma, cuando negociase con Londres y París, negociaría de otra manera. Si vas a comprar 100 pallets de margarina, negocias un precio; pero si vas a comprar 100.000, negocias otro. Balbo-Mussolini, pues, estaban muy interesados en otorgar una ayuda suficientemente relevante como para inclinar la balanza, pero tampoco tan bestia como para excitar cambios en la comprensión de las potencias europeas occidentales. En mi opinión, fue una oferta que no tuvo nada de generosa: Italia esperaba ganar mucho más que lo que iba a poner en juego. El hecho, además, es que Balbo repitió varias veces que, pasara lo que pasara, una vez vencedor el alzamiento, el statu quo del Mediterráneo no debía cambiar. Ésa era la clave: Roma quería un cambio en España que la hiciese aparecer más fuerte ante el resto de los actores geopolíticos mediterráneos; pero no como una enemiga.

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