miércoles, septiembre 18, 2019

Partos (3: Fraates y su hermano)

Otras partes sobre los partos

Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano


Los partos vieron cómo Antíoco se hacía con su capital sin siquiera presentarle batalla seria. Pero en eso no hicieron otra cosa que demostrar que eran un pueblo de las montañas. En efecto, las gentes que viven en lugares de complicada orografía suelen tener siempre la misma táctica cuando son atacados por un enemigo numeroso. Le dejan hacer, le dejan avanzar, buscando dos cosas: primera, que se aleje de sus recursos, esto es que se implique en una guerra que lógísticamente sea cada vez más complicada; y, segundo, que se deba adentrar en el complicado perfil del terreno, lugares donde las emboscadas son fáciles, donde con relativamente pocos efectivos se puede tener la perspectiva de obtener victorias contra ejércitos bien dotados.

Artabano, pues, dirigió a sus tropas hacia Hircania, huyendo de la batalla. Antíoco, bien informado de este movimiento, apenas se detuvo en la capital parta que acababa de tomar, y rápidamente le exigió a sus tropas una nueva marcha en pos del ejército enemigo. Para llegar a Hircania, debía de cruzar la cordillera de Elburz, una impresionante barrera al norte del actual Irán con cumbres que incluso superan los 5.000 metros. Cruzar los montes Elburz no debió ser fácil para Antíoco, quien además hubo de librar muy probablemente una batalla cerca de la cumbre; pero, finalmente, consiguió traspasarla y comenzar a tomar pueblos hircanos. A partir de ahí, nuestras noticias son escasas, si bien lo que sabemos es que, tras una lucha que debió de durar varios años, los partos permanecieron sin ser dominados.

Como digo, no conocemos los detalles de lo ocurrido, pero hemos de entender, o al menos yo así lo creo, que la gran longitud temporal de la guerra debió de crearle a Antíoco problemas con sus propias tropas, que no nos olvidemos estaban muy lejos de casa y tal vez acabaron dudando muy mucho de los presuntos beneficios de aquella expedición; porque el caso es que el monarca sirio acabó llegando a la conclusión de que la mejor manera de salvar aquel escollo era llegar a un acuerdo diplomático con los partos, lo cual suponía aceptar su independencia. Además, todo parece indicar que Antíoco había cambiado de prioridad o, si se prefiere, había llegado a la conclusión de que había otros huesos más blandos de roer; porque el caso es que, en cuanto llegó a acuerdos con los partos, se lanzó contra Eutidemo, del rey de Bactria; y podría ser incluso que hubiese recibido algún tipo de apoyo de los partos en esta nueva expedición.

Lo de Bactria, sin embargo, salió como lo de Partia. Eutidemo y sus soldados se acabaron demostrando como gente mucho más difícil de invadir de lo que el rey sirio había pensado y, finalmente, éste tuvo que acabar pactando con ellos como había hecho con los partos. Antíoco se había hecho, literalmente, un pan con unas tortas.

Después de todos estos sucesos, que acabaron en el 206 antes de Cristo con Antíoco cogiendo el AVE de vuelta prácticamente sin haber podido comprar un puto souvenir, de Arsaces III prácticamente ya no sabemos nada más. Detrás de él, apenas sabemos que el nuevo rey se llamaba Priapato, y que reinó durante el respetable periodo de quince años. Fueron años en los que el territorio del área que realmente experimentó un crecimiento importante en su fuerza y capacidad de influencia fue Bactria, primero bajo el reinado del inteligente Eutidemo y, después, bajo la batuta de su hijo, Demetrio.

Bactria ambicionaba ser más grande pero, consciente de que hacia el oeste se encontraría tarde o temprano con las ambiciones de los reyes sirios, pensó en el este, donde las oportunidades eran muchas. Como bien sabemos, Alejandro llegó muy lejos en su avance, poniendo el pie sobre tierras conocidas hoy como Korasán, Afganistán o incluso el Punjab. De alguna manera, la helenización había dejado su marca en aquellos lugares pero, tras la muerte de Alejandro y la reparcelación de su imperio, estos territorios, que apenas sentían la fuerza de gravedad del núcleo macedonio, fueron progresivamente des-helenizándose. En diversos lugares, muy particularmente el Punjab, los indígenas se revolvieron contra sus gobernadores griegos, en la mayoría de los casos los asesinaron, y se declararon libres de todo yugo o dependencia. Entre los líderes indígenas destaca Chandragupta, o Sandrocottos como lo llamaban los griegos, quien se las arregló para unificar tribus e intereses, y montarse un reino de coalición bastante guapo. Seleuco Nicator, durante una expedición que realizó siguiendo el curso del Indo en el año 305 antes de Cristo, se encontró con este Sandracottos reinando sobre el país entre el Indo y el Ganges. No sabemos si hubo hostias, pero si las hubo el resultado final fue un tratado de paz, en el que Seleuco recibió quinientos elefantes y, a cambio, aceptó la soberanía de Chandragupta sobre tierras en la orilla occidental del Indo, hasta entonces de más bien teórica soberanía macedonia.

La cesión frente al reino punjabí no era ninguna buena noticia para los reyes bactrianos. Éstos eran griegos y, por lo tanto, en el momento en que los indios consiguieron su independencia y, con ello, adquirieron margen de maniobra para hacer la guerra; y cuando, años después, los partos resistieron el embate de Antíoco, se encontraron con el problema de que, en el marco de un proceso de des-helenización, se pudiesen ver atrapados por una pinza formada de partos y punjabíes. Eutimio, tal vez, pudo pensar en algún momento, cuando llegó a su acuerdo con Antíoco, que éste, liberado de presiones en Partia y Bactria, tal vez intentaría volver a llevar la frontera del imperio macedonio (o, más bien, del conjunto de monarquías de inspiración macedonia) hacia el Indo. Pero eso no pasó: Antíoco, ya he dicho que probablemente consciente del enorme cansancio de guerra que debían de tener sus generales y sus tropas, se limitó a confirmar el status quo de la zona, esto es a honrar los viejos acuerdos con Sandrocottos. Sofageneso, el nieto de Sandracottos, lubricó la movida con un nuevo regalo de elefantes. De hecho, es posible que incluso el rey seléucida le concediese al indio, a cambio de los proboscídeos, nuevas soberanías al oeste del Indo, con lo que el reino punjabí se acercó todavía más a Bactria.

Aparentemente convencido de que no le quedaba otra que lamerse sus propias pelotas, Eutidemo habría de comenzar en su frontera sudeste una serie de guerras en las que su principal activo fue la sabiduría militar de su hijo Demetrio. Se ha dicho muchas veces que Alejandro es el único conquistador que ha conseguido dominar Afganistán, pero no es del todo cierto porque lo cierto es que Eutidemo y Demetrio, primero juntos y luego sólo el hijo cuando el padre la cascó, también consiguieron dominar buena parte de lo que hoy es este país a lo largo de ese tiempo de guerra. Una vez dominados los pasos afganos, Demetrio siguió, pasó el Indo, y entró en el país de los punjabíes. Estos dos reyes, padre e hijo, se las arreglaron pues para construir un pequeño imperio a partir de un reino de relativa poca importancia como era la Bactriana original.

Toda esa híper actividad que observamos en los bactrianos durante los años que abrochan los siglos III y II antes de Cristo contrasta con lo que parece ser una inactividad en el flanco de los partos. Arsaces III, quien como hemos visto reinaría más o menos una década más tras su acuerdo con Antíoco, y su hijo Priapatio, o Arsaces IV, contuvieron en el primer caso las ínfulas guerreras que una vez tuyo, mientras que en el segundo probablemente se dejó llevar por la estabilidad del país para optar por no meterse en líos.

La cosa, sin embargo, cambiaría con la llegada de Arsaces V, es decir Fraates, hijo de Priapatio. Fraates, probablemente espoleado por los años de paz que había vivido su reino, las posibilidades de expansión que ofrecía una zona en la que el poder teórico seléucida cada vez se percibía menos, y las consecuencias que probablemente había traído la paz en términos de recursos disponibles, decidió que había llegado el momento de ampliar la finca. Entonces se fijó en los mardianos, que no eran unos alienígenas con frenillo sino los componentes de un pueblo bastante poco desarrollado pero muy levantisco que estaba radicado en algún lugar de la cadena de los montes Elburz. A Fraates dominar a aquellos tipos le llevó varios años. Fraates I (o Arsaces V, como prefiráis) parece haberse aprovechado, para estas acciones, del hecho de que en el torno sirio seléucida se encontrase en ese momento Seleuco IV Filopátor, un rey bastante poco dado a las acciones bélicas y que, por tanto, siendo quien tenía que haber protegido a los mardianos de la agresión parta puesto que eran súbditos suyos, no parece haber hecho ni poco ni mucho por ellos. Es probable también que juzgase que una expedición de defensa de los mardianos podría suponer que finalmente la saliese más caro el collar que el perro, pues, como he dicho, se trataba de un pueblo de bastante poca importancia, así pues Filopátor y sus asesores, probablemente, concluyeron que ni él perdía poder, ni los partos lo ganaban, en el caso de que les permitiese invadir a aquel pueblo.

Este análisis, sin embargo, casi nunca es cierto. La ambición por trozos relativamente pequeños y poco importantes de tierra o pueblos que dicen poco a la civilización presente y su balance de poder, sin embargo, no suele ser más que un ensayo de ambición. Fraates aprendió en la expedición contra los mardianos que su espada era fuerte y que la actitud de quien tendría que presentarse como contrapoder a sus ambiciones reculaba. Así pues, puso los ojos en una provincia conocida como Media Rhagiana, formalmente adscrita a Media. Aquí ya hablamos de palabras mayores pues, tratándose como se trataba de una región bañada por varios ríos nacidos en los montes Elburz, era un lugar extremadamente fértil. Fraates, sin embargo, habría de morir en el año 174 antes de Cristo, tras apenas siete de reinado, sin haber puesto aparentemente un pie en aquel territorio que sin duda había soñado con conquistar.

Aunque parece ser bastante claro que Fraates tenía, en el momento en el que se sintió morir, varios hijos mayores de edad que, por lo tanto, podían sucederlo, decidió legar el trono a su hermano Mitrídates, conocido como Filadelfo (o sea, amante hermano). Como siempre hablando de Historia Antigua, cada uno puede tener la conjetura que le parezca. La mía es que este movimiento tuvo que ver con la perfecta coordinación que debió de existir entre ambos hermanos (algo que atestigua el sobrenombre de Mitrídates) y el hecho de que Fraates había llegado a la conclusión de que él sería mucho mejor ejecutor de las políticas agresivas que, sin duda, quería llevar a cabo. Y la verdad es que demostró tener un ojo de muy buen cubero, pues, en realidad, el reinado de Mitrídates I es, probablemente, el más importante de la Historia de Partia.

Mitrídates, a pesar de haber accedido al trono en un momento probablemente no muy temprano de su vida, como casi siempre le ocurre a los reyes que lo son sucediendo a hermanos, se vio beneficiado por un largo reinado de treinta y cinco años, muy poco común para la época. Tiempo más que suficiente para el proyecto de Fraates, su hermano, que él compartió, mediante el cual una antigua provincia seléucida, no muy grande además y tampoco de grandes recursos como siempre le ocurre a los pueblos montañosos, se convirtió en un floreciente imperio.

Por geografía, por recursos, casi se diría que por tradición, Partia estaba llamada a ser una provincia en las afueras de un imperio sirio seléucida que, desde luego, tenía sus centros de poder colocados en emplazamientos muy distantes. Su destino by default habría sido el de conformar una región básicamente pobre y de pocos recursos, situada en medio de la dinámica bélica casi permanente entre pueblos situados a este y a oeste de su emplazamiento; una especie de Polonia seléucida, pues, y con las mismas consecuencias, esto es, la frecuente pérdida de partes de sus territorios en la almoneda de las paces firmadas por esas potencias cercanas.

Lejos de ello, sin embargo, Partia habría de convertirse en un poder en sí misma, en un poder reinante sobre los reyes de la zona, y cuando la Historia hiciese llegar al área al nuevo primo de Zumosol, Roma, le presentaría batalla con orgullo y eficiencia.

Y todo esto, de alguna manera, empezó con Mitrídates I, un tipo con una capacidad fuera de lo común para manejarse en los terrenos de eso que hoy llamamos las relaciones exteriores.

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