Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Los partos vieron cómo Antíoco se hacía con su capital sin
siquiera presentarle batalla seria. Pero en eso no hicieron otra
cosa que demostrar que eran un pueblo de las montañas. En efecto,
las gentes que viven en lugares de complicada orografía suelen tener
siempre la misma táctica cuando son atacados por un enemigo
numeroso. Le dejan hacer, le dejan avanzar, buscando dos cosas:
primera, que se aleje de sus recursos, esto es que se implique en una
guerra que lógísticamente sea cada vez más complicada; y, segundo,
que se deba adentrar en el complicado perfil del terreno, lugares
donde las emboscadas son fáciles, donde con relativamente pocos
efectivos se puede tener la perspectiva de obtener victorias contra
ejércitos bien dotados.
Artabano,
pues, dirigió a sus tropas hacia Hircania, huyendo de la batalla.
Antíoco, bien informado de este movimiento, apenas se detuvo en la
capital parta que acababa de tomar, y rápidamente le exigió a sus
tropas una nueva marcha en pos del ejército enemigo. Para llegar a
Hircania, debía de cruzar la cordillera de Elburz, una impresionante
barrera al norte del actual Irán con cumbres que incluso superan los
5.000 metros. Cruzar los montes Elburz no debió ser fácil para
Antíoco, quien además hubo de librar muy probablemente una batalla
cerca de la cumbre; pero, finalmente, consiguió traspasarla y
comenzar a tomar pueblos hircanos. A partir de ahí, nuestras
noticias son escasas, si bien lo que sabemos es que, tras una lucha
que debió de durar varios años, los partos permanecieron sin ser
dominados.
Como
digo, no conocemos los detalles de lo ocurrido, pero hemos de
entender, o al menos yo así lo creo, que la gran longitud temporal
de la guerra debió de crearle a Antíoco problemas con sus propias
tropas, que no nos olvidemos estaban muy lejos de casa y tal vez
acabaron dudando muy mucho de los presuntos beneficios de aquella
expedición; porque el caso es que el monarca sirio acabó llegando a
la conclusión de que la mejor manera de salvar aquel escollo era
llegar a un acuerdo diplomático con los partos, lo cual suponía
aceptar su independencia. Además, todo parece indicar que Antíoco
había cambiado de prioridad o, si se prefiere, había llegado a la
conclusión de que había otros huesos más blandos de roer; porque
el caso es que, en cuanto llegó a acuerdos con los partos, se lanzó
contra Eutidemo, del rey de Bactria; y podría ser incluso que
hubiese recibido algún tipo de apoyo de los partos en esta nueva
expedición.
Lo de
Bactria, sin embargo, salió como lo de Partia. Eutidemo y sus
soldados se acabaron demostrando como gente mucho más difícil de
invadir de lo que el rey sirio había pensado y, finalmente, éste
tuvo que acabar pactando con ellos como había hecho con los partos.
Antíoco se había hecho, literalmente, un pan con unas tortas.
Después
de todos estos sucesos, que acabaron en el 206 antes de Cristo con
Antíoco cogiendo el AVE de vuelta prácticamente sin haber podido
comprar un puto souvenir,
de Arsaces III prácticamente ya no sabemos nada más. Detrás de él,
apenas sabemos que el nuevo rey se llamaba Priapato, y que reinó
durante el respetable periodo de quince años. Fueron años en los
que el territorio del área que realmente experimentó un crecimiento
importante en su fuerza y capacidad de influencia fue Bactria,
primero bajo el reinado del inteligente Eutidemo y, después, bajo la
batuta de su hijo, Demetrio.
Bactria
ambicionaba ser más grande pero, consciente de que hacia el oeste se
encontraría tarde o temprano con las ambiciones de los reyes sirios,
pensó en el este, donde las oportunidades eran muchas. Como bien
sabemos, Alejandro llegó muy lejos en su avance, poniendo el pie
sobre tierras conocidas hoy como Korasán, Afganistán o incluso el
Punjab. De alguna manera, la helenización había dejado su marca en
aquellos lugares pero, tras la muerte de Alejandro y la reparcelación
de su imperio, estos territorios, que apenas sentían la fuerza de
gravedad del núcleo macedonio, fueron progresivamente
des-helenizándose. En diversos lugares, muy particularmente el
Punjab, los indígenas se revolvieron contra sus gobernadores
griegos, en la mayoría de los casos los asesinaron, y se declararon
libres de todo yugo o dependencia. Entre los líderes indígenas
destaca Chandragupta, o Sandrocottos como lo llamaban los griegos,
quien se las arregló para unificar tribus e intereses, y montarse un
reino de coalición bastante guapo. Seleuco Nicator, durante una
expedición que realizó siguiendo el curso del Indo en el año 305
antes de Cristo, se encontró con este Sandracottos reinando sobre el
país entre el Indo y el Ganges. No sabemos si hubo hostias, pero si
las hubo el resultado final fue un tratado de paz, en el que Seleuco
recibió quinientos elefantes y, a cambio, aceptó la soberanía de
Chandragupta sobre tierras en la orilla occidental del Indo, hasta
entonces de más bien teórica soberanía macedonia.
La
cesión frente al reino punjabí no era ninguna buena noticia para
los reyes bactrianos. Éstos eran griegos y, por lo tanto, en el
momento en que los indios consiguieron su independencia y, con ello,
adquirieron margen de maniobra para hacer la guerra; y cuando, años
después, los partos resistieron el embate de Antíoco, se
encontraron con el problema de que, en el marco de un proceso de
des-helenización, se pudiesen ver atrapados por una pinza formada de
partos y punjabíes. Eutimio, tal vez, pudo pensar en algún momento,
cuando llegó a su acuerdo con Antíoco, que éste, liberado de
presiones en Partia y Bactria, tal vez intentaría volver a llevar la
frontera del imperio macedonio (o, más bien, del conjunto de
monarquías de inspiración macedonia) hacia el Indo. Pero eso no
pasó: Antíoco, ya he dicho que probablemente consciente del enorme
cansancio de guerra que debían de tener sus generales y sus tropas,
se limitó a confirmar el status quo de
la zona, esto es a honrar los viejos acuerdos con Sandrocottos.
Sofageneso, el nieto de Sandracottos, lubricó la movida con un nuevo
regalo de elefantes. De hecho, es posible que incluso el rey
seléucida le concediese al indio, a cambio de los proboscídeos,
nuevas soberanías al oeste del Indo, con lo que el reino punjabí se
acercó todavía más a Bactria.
Aparentemente
convencido de que no le quedaba otra que lamerse sus propias pelotas,
Eutidemo habría de comenzar en su frontera sudeste una serie de
guerras en las que su principal activo fue la sabiduría militar de
su hijo Demetrio. Se ha dicho muchas veces que Alejandro es el único
conquistador que ha conseguido dominar Afganistán, pero no es del
todo cierto porque lo cierto es que Eutidemo y Demetrio, primero
juntos y luego sólo el hijo cuando el padre la cascó, también
consiguieron dominar buena parte de lo que hoy es este país a lo
largo de ese tiempo de guerra. Una vez dominados los pasos afganos,
Demetrio siguió, pasó el Indo, y entró en el país de los
punjabíes. Estos dos reyes, padre e hijo, se las arreglaron pues
para construir un pequeño imperio a partir de un reino de relativa
poca importancia como era la Bactriana original.
Toda
esa híper actividad que observamos en los bactrianos durante los
años que abrochan los siglos III y II antes de Cristo contrasta con
lo que parece ser una inactividad en el flanco de los partos. Arsaces
III, quien como hemos visto reinaría más o menos una década más
tras su acuerdo con Antíoco, y su hijo Priapatio, o Arsaces IV,
contuvieron en el primer caso las ínfulas guerreras que una vez
tuyo, mientras que en el segundo probablemente se dejó llevar por la
estabilidad del país para optar por no meterse en líos.
La
cosa, sin embargo, cambiaría con la llegada de Arsaces V, es decir
Fraates, hijo de Priapatio. Fraates, probablemente espoleado por los
años de paz que había vivido su reino, las posibilidades de
expansión que ofrecía una zona en la que el poder teórico
seléucida cada vez se percibía menos, y las consecuencias que
probablemente había traído la paz en términos de recursos
disponibles, decidió que había llegado el momento de ampliar la
finca. Entonces se fijó en los mardianos, que no eran unos
alienígenas con frenillo sino los componentes de un pueblo bastante
poco desarrollado pero muy levantisco que estaba radicado en algún
lugar de la cadena de los montes Elburz. A Fraates dominar a aquellos
tipos le llevó varios años. Fraates I (o Arsaces V, como prefiráis)
parece haberse aprovechado, para estas acciones, del hecho de que en
el torno sirio seléucida se encontrase en ese momento Seleuco IV
Filopátor, un rey bastante poco dado a las acciones bélicas y que,
por tanto, siendo quien tenía que haber protegido a los mardianos de
la agresión parta puesto que eran súbditos suyos, no parece haber
hecho ni poco ni mucho por ellos. Es probable también que juzgase
que una expedición de defensa de los mardianos podría suponer que
finalmente la saliese más caro el collar que el perro, pues, como he
dicho, se trataba de un pueblo de bastante poca importancia, así
pues Filopátor y sus asesores, probablemente, concluyeron que ni él
perdía poder, ni los partos lo ganaban, en el caso de que les
permitiese invadir a aquel pueblo.
Este
análisis, sin embargo, casi nunca es cierto. La ambición por trozos
relativamente pequeños y poco importantes de tierra o pueblos que
dicen poco a la civilización presente y su balance de poder, sin
embargo, no suele ser más que un ensayo de ambición. Fraates
aprendió en la expedición contra los mardianos que su espada era
fuerte y que la actitud de quien tendría que presentarse como
contrapoder a sus ambiciones reculaba. Así pues, puso los ojos en
una provincia conocida como Media Rhagiana, formalmente adscrita a
Media. Aquí ya hablamos de palabras mayores pues, tratándose como
se trataba de una región bañada por varios ríos nacidos en los
montes Elburz, era un lugar extremadamente fértil. Fraates, sin
embargo, habría de morir en el año 174 antes de Cristo, tras apenas
siete de reinado, sin haber puesto aparentemente un pie en aquel
territorio que sin duda había soñado con conquistar.
Aunque
parece ser bastante claro que Fraates tenía, en el momento en el que
se sintió morir, varios hijos mayores de edad que, por lo tanto,
podían sucederlo, decidió legar el trono a su hermano Mitrídates,
conocido como Filadelfo (o sea, amante hermano). Como siempre
hablando de Historia Antigua, cada uno puede tener la conjetura que
le parezca. La mía es que este movimiento tuvo que ver con la
perfecta coordinación que debió de existir entre ambos hermanos
(algo que atestigua el sobrenombre de Mitrídates) y el hecho de que
Fraates había llegado a la conclusión de que él sería mucho mejor
ejecutor de las políticas agresivas que, sin duda, quería llevar a
cabo. Y la verdad es que demostró tener un ojo de muy buen cubero,
pues, en realidad, el reinado de Mitrídates I es, probablemente, el
más importante de la Historia de Partia.
Mitrídates,
a pesar de haber accedido al trono en un momento probablemente no muy
temprano de su vida, como casi siempre le ocurre a los reyes que lo
son sucediendo a hermanos, se vio beneficiado por un largo reinado de
treinta y cinco años, muy poco común para la época. Tiempo más
que suficiente para el proyecto de Fraates, su hermano, que él
compartió, mediante el cual una antigua provincia seléucida, no muy
grande además y tampoco de grandes recursos como siempre le ocurre a
los pueblos montañosos, se convirtió en un floreciente imperio.
Por
geografía, por recursos, casi se diría que por tradición, Partia
estaba llamada a ser una provincia en las afueras de un imperio sirio
seléucida que, desde luego, tenía sus centros de poder colocados en
emplazamientos muy distantes. Su destino by default
habría sido el de conformar una región básicamente pobre y de
pocos recursos, situada en medio de la dinámica bélica casi
permanente entre pueblos situados a este y a oeste de su
emplazamiento; una especie de Polonia seléucida, pues, y con las
mismas consecuencias, esto es, la frecuente pérdida de partes de sus
territorios en la almoneda de las paces firmadas por esas potencias
cercanas.
Lejos
de ello, sin embargo, Partia habría de convertirse en un poder en sí
misma, en un poder reinante sobre los reyes de la zona, y cuando la
Historia hiciese llegar al área al nuevo primo de Zumosol, Roma, le
presentaría batalla con orgullo y eficiencia.
Y
todo esto, de alguna manera, empezó con Mitrídates I, un tipo con
una capacidad fuera de lo común para manejarse en los terrenos de
eso que hoy llamamos las relaciones exteriores.
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