Los nacionalismos existentes dentro de España, excepción
hecha de eso que el debate actual ha dado en llamar nacionalismo español
(concepto que es una entelequia: el nacionalismo español, entendido como
oposición a otros pueblos de España, podrá existir ahora, pero no se rastrea en
el pasado), son fenómenos bastante modernos. Para desgracia entre quienes
quieran buscan un paralelismo estricto entre las pretensiones nacionalistas
existentes en España y el famoso referendo de Escocia, la Historia de España no
recoge episodios en los cuales los reyes establecidos de naciones con los
nombres que hoy llevan los nacionalismos existentes en España fueron vencidos y
humillados por un rey español, o castellano, que consecuentemente sojuzgó a un
pueblo que no quería estar bajo su corona. Lejos de ello, los catalanes, junto
a otros pueblos de España por cierto, fueron integrados en el proyecto español
no porque su rey fuese vencido, sino porque se tiró a la reina castellana. Los
vizcaínos, tiempo antes, obligaron a su rey castellano, cuando éste amagó con
convertirlos en posesión inglesa, a jurar solemnemente que jamás los separaría
de la corona castellana. Y los gallegos, desde la instauración de las
peregrinaciones jacobeas, pueden dar por terminados sus serios intentos de
constituirse en nación propia; proyecto para el cual nunca contaron con la figura de un rey propio, perteneciente a una dinastía propia..
No obstante lo dicho, la verdad es que lo que menos
importa de los nacionalismos es el pasado. Lo realmente importante es el
presente; lo que un pueblo siente o no siente en un determinado momento. Si
para ello hay razones históricas más o menos sólidas podrá ayudar, pero en modo
alguno eliminar toda posibilidad de reivindicación. Es precisamente por eso por
lo que los esfuerzos habituales de los nacionalismos por retorcerle el brazo a
la Historia me parecen especialmente estúpidos y deleznables. Dejemos las cosas
del pasado como están, y del presente ocupémonos los que lo estamos viviendo.
Hecha esta primera apreciación, hoy comienzo a escribir
algunas notas sobre el nacionalismo de mi tierra, que es Galicia. Quienes me
conocen bien saben que no soy nada nacionalista, y menos aun nacionalista
gallego. Tal vez ha sido esto último lo que siempre me ha provocado cierta
curiosidad por el fenómeno del nacionalismo gallego, que adopta, en mi opinión
al menos, formas muy distintas del vasco y el catalán, que son considerados los
otros dos nacionalismos históricos (sic) existentes en España.
Hay dos cosas que, a mi modo de ver, diferencian el
nacionalismo gallego de los nacionalismos vasco y catalán.
La primera es que, a diferencia de éstos, es un
nacionalismo que se articula desde la inferioridad. Mientras vascos y
catalanes buscan en sus ideologías el pleno reconocimiento de sus capacidades económicas,
el nacionalismo gallego se basa en sus discapacidades, y en la convicción de que
son fruto de algo que se identifica bastante con el concepto de explotación
colonial por parte de España. En los tiempos del final del franquismo y la
primera democracia, los de mi infancia y adolescencia coruñesas, recuerdo bien
que el tema número uno en tertulias de bar era el dinero de los emigrantes. La
tesis (más que probablemente no exenta de certeza) era: a Galicia se
transfieren montones de dinero que envían los emigrantes (mayoritariamente
gallegos); dinero que, después, a través de las cajas de ahorros que es donde
sus parientes aquí lo ahorran, se va a financiar cosas fuera de Galicia. La
enorme fuerza de este argumento, y la profundidad de sus raíces, tal vez le
explique al lector no gallego la dedicación con que la sociedad gallega se ha
aplicado siempre a tener al menos una caja de ahorros propia, y el trauma que
presenta, en las profundidades abisales del sentir de los gallegos, el hecho de
que vaya a dejar de tenerla (proceso que es, para más inri, coincidente con la desgalleguización del más gallego de los
bancos privados, que no es el Banco Gallego, sino el Banco Pastor).
La segunda gran diferencia es que, y aquí llegamos a un punto habitual de fricción con todos los
nacionalistas gallegos e incluso muchos gallegos que ni siquiera lo son, muchas
veces el nacionalismo gallego no es tal cosa. A mi modo de ver, en Galicia se
confunde mucho el nacionalismo con el regionalismo, el provincialismo, el
comarcalismo incluso. Se confunde el sentimiento de alguien que ama a su tierra
sobre todas las cosas con el de alguien que está dispuesto a llevar ese amor a
la construcción de postulados políticos. Son cosas distintas, se producen a la
vez y provocan que, a menudo, se tome por nacionalismo lo que no lo es del
todo.
Pero vayamos con la descripción del nacionalismo gallego y
su pequeña historia. A decir de algunos nacionalistas gallegos, el sentimiento
galleguista existe desde el tiempo de los godos, cuando los suevos habrían
construido una nación y tal. A mí, la verdad, esta tesis me parece una
conachada. Si los suevos construyeron una especie de imperio territorial, sobre
cuyo nivel de cohesión e identificación la verdad es que la Historia sabe poco,
no fue, desde luego, un imperio gallego. Decir que la dominación sueva en parte
de la península ibérica es el principio de la identidad gallega es como decir
que la forma de ser de los andaluces fue forjada por los fenicios que se establecieron
en Cádiz y que, como todo el mundo sabe, cruzaron el Mediterráneo haciendo eses
porque iban todo el día en el barco bebiendo manzanilla y bailando sevillanas.
Las condiciones orográficas de la estricta nación gallega,
esto es lo que hoy conocemos como comunidad autónoma de tal, sin embargo, sí
justifican un desarrollo propio y particular, ya que la comunicación de Galicia
con el resto de España es bastante compleja. Así pues, yo creo que no se puede
negar que una identificación propia sí que existía al final del periodo gótico
y el comienzo de la dominación musulmana, porque los reyes astures encontraron
problemas para integrar a los gallegos en su unidad administrativa. Como ya hemos contado aquí, sin embargo, esa diferenciación terminó pronto, tras la
hábil utilización de los ovetenses del único elemento realmente aglutinador que
existía en la Hispania no musulmana, que era la religión.
Poco o nada se puede exhibir en términos de nacionalismo
gallego, mucho menos separatismo, hasta el siglo XIX, que es el gran siglo para
estas ideas. Vamos a situarnos en 1840, en la posguerra carlista. Una vez
conseguido el cese de las hostilidades, la tensión en la sociedad española
provocada por las fuerzas progresistas se hace mayor. El enfrentamiento entre los
postulados moderados y los democráticos se hace patente en la regulación de los
ayuntamientos, que los progresistas quieren más abiertos a la sociedad de lo
que Palacio está dispuesto a admitir. En apoyo del progresismo, en toda España
se crean espontáneamente juntas locales. La de Santiago de Compostela se forma
el 24 de julio de dicho año, y de la misma forman parte dos destacados
activistas demócratas gallegos: el abogado Pío Rodríguez Terrazo y el médico Hipólito Otero, acompañados por un montón de estudiantes entre los cuales
destaca un poeta, Antonio Neira de Mosquera. En septiembre, la situación se
radicaliza más con el pronunciamiento militar en casi todas las ciudades
principales de la región y la multiplicación de estas juntas locales. Todas estas
juntas, en un proceso bottom-up que
ya hemos visto durante la guerra de la independencia, crean una Junta Superior
Central de Galicia que se convierte, por propia voluntad, en el gobierno de la
región. Pero, una vez más lo diré, no hay que confundir las cosas; en este
caso, no hay que confundir nacionalismo con progresismo, porque aquella Junta
Central se intitula gobierno de Galicia en tanto en cuanto no exista un
gobierno español de corte
progresista.
En las elecciones de 1843, los progresistas ganan con
claridad en Galicia y, de hecho, en Santiago designan a Rodríguez Terrazo
miembro de la Junta. En Lugo se constituye, de nuevo, una Junta Central de
Galicia, que colabore con una Junta Central de España en la creación de un
gobierno progresista en todo el país. En su empeño por hacer de la Historia lo
que le interesa, el nacionalismo gallego ha pretendido, en no pocas ocasiones,
que en aquella reunión de Lugo, Antolín Faraldo habría propuesto que se votase
la independencia de Galicia. Más verdad es, sin embargo, que Faraldo ni
siquiera estuvo allí. De hecho, el progresismo gallego fue víctima de las
divisiones internas en su movimiento en toda España, que acabaron por favorecer
el ascenso de los moderados.
Dicho esto, no se puede negar que los sucesos animados por
el fin de la primera guerra carlista, esto es la agitación progresista en toda
España pero con centros de movimiento muy importantes en Galicia, fueron el germen
de lo que se ha dado en llamar el provincialismo gallego. El centro de esta
formulación ideológica es sin lugar a dudas Santiago de Compostela, hecho que
no debe de extrañar si se tiene en cuenta que los estudiantes universitarios
fueron un elemento fundamental del mismo. De hecho, el epicentro del
provincialismo puede situarse en la Academia Literaria de Santiago, una
institución cultural organizada por un militar de ideas avanzadas, Domingo Díaz
de Robles. Allí encontramos a los Faraldo, al poeta Neira de Mosquera, Antonio
Romero, Augusto Ulloa, José María Posada, Leopoldo Martínez Padín, y otros
nombres que conforman el gotha del
primer galleguismo. Sin olvidar, aunque no fuese propiamente miembro de la
partida, al historiador José Verea y Aguiar, casi el primer teórico que introduce una
interpretación total de un pueblo gallego de raíces célticas, y en quien Neira veía
algo así como el iniciador de la identidad nacional gallega. El mejor discípulo
de las ideas de Verea será Antolín Faraldo, el verdadero iniciador de la
tendencia decimonónica de buscar en la Historia los argumentos a favor de la
instrumentación de una nación gallega.
Faraldo, en efecto, escribe incesantemente sobre la
materia en la prensa progresista compostelana. Y Leopoldo Rodríguez Padín
escribe una Historia de Galicia
diseñada en el mismo sentido. Debe decirse, en todo caso, que estas
elaboraciones, que ya se apoyan claramente en la especificidad idiomática,
tienen su sentido. Galicia, en la primera mitad del siglo XIX, como ocurrirá en
otros diversos periodos de la Historia desde entonces para acá, es una región,
digamos, des-considerada en el resto de España. En general, pasado el puerto de
Piedrafita, las personas tienden a pensar que Galicia es responsable de su
propio atraso, y conceptúa a los gallegos como personas por lo general
incultas, escasas de ambición y de habilidades (obsérvese, sin ir más lejos, lo
fácilmente que este mismo mito social se trasladará, en unas décadas, a otros rincones del mundo,
como Argentina). Por ello, las elaboraciones sobre todo de Faraldo tienen que
ver con la idea de una Galicia gobernada por sí misma, pero tienen que ver
también con la pulsión de vencer esa diferencia secular en contra de la región
gallega. Su Grande Obra se concreta
en la realización en Galicia de infraestructuras que la sacarán del subdesarrollo,
pero casi tanto como de eso habla de la necesidad de unificar previamente los
poderes dentro de la propia Galicia. Y sabía de lo que hablaba: décadas
después, según cuenta Murguía en su libro sobre Alejandro Chao, éste último,
excelentemente bien situado entre las fuerzas progresistas gobernantes en
Madrid, diseñará un inteligentísimo proyecto para la construcción de un
ferrocarril que comunicará Vigo con la meseta, proyecto que, además, se
autofinanciaría; y que sin embargo, tal y como reconoce en su libro el propio
señor De Castro de la señora Murguía, se fue a la mierda porque los
ayuntamientos de las poblaciones por donde tenía que pasar la vía no se
pusieron de acuerdo. El provincialismo gallego, pues, no sólo, yo diría que ni
siquiera fundamentalmente, ataca las agresiones de Madrid; sino las concepciones
excesivamente particularistas existentes en la propia Galicia. El enemigo de
este primer nacionalismo gallego, si así se lo puede llamar, no es España, sino
Galicia.
El 2 de abril de 1846, en Lugo, se produce un
pronunciamiento progresista más, en este caso del comandante Miguel Solís. Como
es bien sabido, a las ideologías les va bien ganar las revoluciones, pero mucho
mejor perderlas. Tras sucesivas peripecias, los sublevados son derrotados y
fusilados, el día 26 del mismo mes, en Carral. A partir de ahí, el nacionalismo
gallego ya tendrá algo siempre fundamental para alcanzar el corazón de las
masas: mártires.
El pronunciamiento de Solís no fue sólo un pronunciamiento
militar, pues los civiles que actuaban en el campo progresista-provincialista
colaboraron con él. De hecho, Manuel Rúa Figueroa, otro conspicuo fundador de
la Academia Literaria de Santiago, fue nombrado alcalde de la ciudad
catedralicia. Y el gobierno de la Junta Central gallega fue entregado a
Rodríguez Terrazo, bajo la secretaría de Faraldo. La mala noticia para el
nacionalismo gallego es que esta Junta Central llegó a discutir, diseñar, e
imprimir, un programa de gobierno. Léase. Por cada referencia explícita a la
independencia de Galicia que se encuentre, la Xunta regala una mesa de comedor.
Tras la derrota de 1846, el movimiento provincialista
queda básicamente descabezado, a causa de la muerte de algunos de sus miembros,
el exilio de otros, y la emigración geográfica e ideológica de otros tantos,
que se van a Madrid a hacer política. Sin embargo, Neira, Martínez Padín y
Alberto Camino crearán el Liceo de la Juventud de Santiago, sucesor de la
extinta Academia Literaria, horno en el que se cocerá la segunda generación de
provincialistas: Manuel Murguía, Aurelio Aguirre, Eduardo Pondal, Luis
Rodríguez Seoane, los hermanos Antonio y Francisco de la Iglesia, o Rosalía de
Castro.
Y es en esta segunda generación donde la identificación de lo gallego ganará momento, como veremos pronto.
¡Uy, Uy, Uy! Cómo circule este artículo por determinados foros se puede pontar una trifulca de campeonato.
ResponderBorrarYa puestos, voy a dejar mi granito de arena: En mi opinión, el problema del nacionalismo gallego es que, en realidad, los gallegos nunca hemos sido una "nación" (sea lo que sea eso) sino, más bien, una (o cuatro) confederación de tribus y dichas cabilas tienen intereses opuestos y no se llevan demasiado bien entre ellas (Bien sabemos en Vigo que nuestro peor enemigo son los "Turkos") De hecho, la desastrosa "galeguización" (que consistió en pasar de tener dos cajas de ahorros gallegas a no tener ninguna) de las cajas de ahorros se hizo contra la oposición de la Ciudad Olívica.
"Los vizcaínos, tiempo antes, obligaron a su rey castellano, cuando éste amagó con convertirlos en posesión inglesa, a jurar solemnemente que jamás los separaría de la corona castellana."
ResponderBorrarDebido a mi ignorancia, pregunto:
1.- ¿que es convertirlos en posesión inglesa ?
2.- ¿con que rey paso eso?
Pedro el Cruel, durante la guerra civil que libró (y perdió) con Kiko de Trastámara.Tratado de Libourne.
BorrarMuchas gracias.Mirare lo del Tratado y las concesiones que allí haya, era totalmente desconocido para mi.
Borrar"La Historia de España no recoge episodios en los cuales los reyes establecidos de naciones con los nombres que hoy llevan los nacionalismos existentes en España fueron vencidos y humillados por un rey español, o castellano, que consecuentemente sojuzgó a un pueblo que no quería estar bajo su corona"
ResponderBorrarEsto es falso. ¿Hacia donde se expandió el Reino de Asturias en el siglo VIII? ¿Hacia el sur? No. Hacia el oeste, conquistando Galicia por la fuerza. No sería hasta el siglo X que Galicia tendría un rey propio.
"Y los gallegos, desde la instauración de las peregrinaciones jacobeas, pueden dar por terminados sus serios intentos de constituirse en nación propia; proyecto para el cual nunca contaron con la figura de un rey propio, perteneciente a una dinastía propia"
Permíteme discrepar con esto, como señalé más arriba. En el año 982 tuvo lugar una revuelta que tuvo como resultado la proclamación el 15 de octubre de Bermudo II como Rey de Galicia. Bermudo terminaría por ser (también) Rey de León, por lo cual es conocido históricamente. Su hijo Alfonso V, aunque también sería "Rey de León", se crió en Galicia y reinó desde ella la mayor parte de su vida. Su hijo Bermudo III, de hecho, perdió parte del territorio de León a manos del rey pamplonica Sancho Garcés III, así que también reinó desde Galicia. Sería el último de esta dinastía de reyes gallegos de León. El siguiente rey de León, Fernando I nombraría a uno de sus hijos, García, como Rey de Galicia. No le duraría mucho, pues Galicia fue conquistada por sus hermanos Sancho y Alfonso, que se dividieron Galicia entre ellos. A partir de entonces, el Reino de Galicia quedaría para siempre integrado con el de León.
Que conste que no soy nacionalista en absoluto (que sí gallego), pero hay que documentarse un poco mejor a la hora de escribir sobre el pasado. Entiendo la postura que quieres defender, pero no se debe permitir que la ideología se infiltre retorciendo la historia. Eso mismo de lo que acusas a los nacionalistas, es lo que tú has hecho en esta entrada.
Si repasas el contenido de este blog, descubrirás que su autor es tendente a interpretar el mito jacobeo como un elemento de propaganda destinado a integrar a los gallegos en la monarquía pelagia. Pero de ahí a afirmar las cosas que afirmas tú hay un trecho. Bermudo era un rey tan gallego que, cuando prevaleció por la muerte de Ramiro... ¿Declaró que Galicia-norte de Portugal por fin era libre de León? Pues no: fue rey, ojo, de León.
BorrarHay que distinguir, en mi opinión, entre un rey gallego defendiendo a su nación, de lo cual no hay; y un rey que se apoya en los gallegos en su guerra por un objetivo mayor (Bermudo).
Lo que hay en los nacionalismos que a mi me parecen históricos, como Irlanda o Escocia, son reyes que guerrean por su independencia. Lo que hay en los nacionalismos españoles son guerras por objetivos superiores en las que algún contendiente se apoya en gallegos (Bermudo) o catalanes (archiduque de Austria)
Borrar" la Historia de España no recoge episodios en los cuales los reyes establecidos de naciones con los nombres que hoy llevan los nacionalismos existentes en España fueron vencidos y humillados por un rey español, o castellano, que consecuentemente sojuzgó a un pueblo que no quería estar bajo su corona."
ResponderBorrar¿Y la conquista de Navarra por Fernando el Católico?
La conquista de Granada, Mallorca o de los reinos de Taifas se salva con el truco de "naciones con los nombres que hoy llevan los nacionalismos existentes", pero no es más que un truco.
Pues vaya ejemplo que pones, no es por nada.
BorrarEn primer lugar, la voluntad de la monarquía navarra de permanecer como navarra (a la irlandesa o escocesa, digamos) queda un tanto cuestionada por el hecho de que la reacción navarra al imperialismo español fuera echarse en brazos de Francia.
En segundo lugar, a Navarra le fue tan mal tras esa invasión que no dejó de ser reino hasta 1841 y cuando dejó de serlo pasó a ser provincia aforada, en los términos de la Ley Paccionada que hasta Franco respetó y algunos de cuyos preceptos sólo han quedado derogados tras el amejoramiento (ojo con el palabro) del fuero ejercicio en la Constitución del 78. Botas así ya las querrían muchos países sobre su cuello.
Y, en mi opinión, lo que es mucho, pero mucho más que un truco es observar los episodios de la Reconquista como intentos por parte de una nacionalidad, la castellana, de imponerse sobre otras, como la granadina (sic).