Poco tiempo después de su llegada a Berlín, las relaciones
entre el-Husseini y al-Galiani comenzaron a deteriorarse. En la primavera de
1942, cuando al Africa Korps avanzaba hacia Egipto, las diferencias alcanzaron
el estatus de enfrentamiento.
Ambos dirigentes musulmanes se consideraban tributarios del derecho a liderar la rebelión árabe desde las costas de Palestina hasta las riberas del Éufrates. El-Husseini era quien jugaba aquella carta ante los alemanes con mayor decisión, aseverándoles que era el máximo dirigente de la Nación Árabe, la organización fundada por Sharif Hussein en La Meca, durante la Gran Guerra, para coordinar la rebelión de los árabes contra el dominio turco. Consecuentemente, solicitó a los alemanes el reconocimiento expreso de su liderazgo en el mundo árabe. Al-Galiani, por su parte, fue contactado por los germanos y, al escuchar la historia, afirmó que era una pura patraña, y que el muftí se lo había inventado todo. Las cosas se pusieron tan tensas entre ellos que el ministerio alemán de Asuntos Exteriores decidió nombrar enlaces distintos para uno y otro. Además, se procuró desde entonces que en los viajes o actos no coincidiesen, porque cuando lo hacían la cosa derivaba en una tortura, por la cantidad de encajes de bolillos que había que hacer para que ambos tuviesen el mismo nivel de preeminencia. En el invierno de 1942, el-Husseini comenzó a atacar combinadamente a al-Galiani y a su enlace alemán, el ex embajador Grobba, al que acusó de “atacarme como me atacaron los francmasones” (vamos viendo los diversos puntos en común entre este líder palestino y un general de Ferrol).
Ambos dirigentes musulmanes se consideraban tributarios del derecho a liderar la rebelión árabe desde las costas de Palestina hasta las riberas del Éufrates. El-Husseini era quien jugaba aquella carta ante los alemanes con mayor decisión, aseverándoles que era el máximo dirigente de la Nación Árabe, la organización fundada por Sharif Hussein en La Meca, durante la Gran Guerra, para coordinar la rebelión de los árabes contra el dominio turco. Consecuentemente, solicitó a los alemanes el reconocimiento expreso de su liderazgo en el mundo árabe. Al-Galiani, por su parte, fue contactado por los germanos y, al escuchar la historia, afirmó que era una pura patraña, y que el muftí se lo había inventado todo. Las cosas se pusieron tan tensas entre ellos que el ministerio alemán de Asuntos Exteriores decidió nombrar enlaces distintos para uno y otro. Además, se procuró desde entonces que en los viajes o actos no coincidiesen, porque cuando lo hacían la cosa derivaba en una tortura, por la cantidad de encajes de bolillos que había que hacer para que ambos tuviesen el mismo nivel de preeminencia. En el invierno de 1942, el-Husseini comenzó a atacar combinadamente a al-Galiani y a su enlace alemán, el ex embajador Grobba, al que acusó de “atacarme como me atacaron los francmasones” (vamos viendo los diversos puntos en común entre este líder palestino y un general de Ferrol).
A finales de 1942, los preparativos estuvieron terminados
para abrir en Berlín el Instituto Islámico Central. Fue la escenificación de la
victoria del muftí. Grobba casi no estuvo, puesto que fue trasladado poco
después a París; y al-Galiani fue colocado en un asiento de segunda fila. Los
alemanes, finalmente, habían optado. Ideológicamente, estaban mucho más cerca
del palestino que del iraquí; y las reticencias de los nacionalistas iraquíes
hacia Italia no gustaban en Berlín.
La identificación ideológica entre el muftí y los nazis
quedó bien patente el 21 de abril de 1943, durante una visita de el-Husseini al
denominado Servicio Mundial, sedicente instituto para el aclaramiento de la
cuestión judía. Las palabras de su discurso, amablemente recogidas por la
prensa local al día siguiente, no dejan lugar a dudas: “los judíos pueden ser
comparados con insectos que portan enfermedades. Si están lejos, uno puede
imaginar que son criaturas pacíficas, pero si pican a una persona y le inoculan
la enfermedad, sólo pueden ayudar los remedios radicales”. “Sería una buena
medida”, remachó, “enviar como regalo a los judíos a la casa de quienes los
defienden. En cuanto tuviesen a los judíos en su país, rápidamente se iban a
hacer de los nuestros”. “Alemania”, continúa el discurso, “es el único país que
ha decidido resolver la cuestión judía de
una vez y para siempre. Esto, por supuesto, es del máximo interés para el
mundo árabe. Hasta ahora, cada uno ha luchado por su cuenta, pero a partir de
ahora lo haremos juntos”. Un diplomático alemán que trabajó destinado en Haifa,
Wilhelm Melchers, que fue interrogado por los estadounidenses en 1947, les
declaró que el-Husseini “no hacía secreto del hecho de que deseaba ver a todos
los judíos muertos”.
Y hay algunos indicios de ello en más declaraciones
obtenidas en posguerra. Dieter Wisliceny, el encargado de asuntos judíos en
Eslovaquia, negoció a finales de 1942 un acuerdo para deportar un grupo de
niños judíos eslovacos, polacos y húngaros a Palestina. Fue llamado a Berlín
por Adolf Eichman, quien le explicó que el muftí se había enterado de la movida
y se había opuesto fieramente a ella ante Himmler, quien vetó dicha operación.
Veto que llevó a todos aquellos niños a la muerte. También en diciembre de
1942, cuando el jefe de gobierno rumano, mariscal Antonescu, negoció la
emigración de 75.000 judíos a Palestina a cambio de una jugosa comisión, el
gobierno alemán vetó la operación porque “representa una inaceptable solución
parcial al problema judío, además de
suponer un problema con nuestros aliados en Oriente Medio”. La oposición
palestina también bloqueó un acuerdo con los británicos en 1943, por el cual
5.000 niños judíos búlgaros serían admitidos en Palestina.
Henrich Himmler fue, de todo el entorno de Hitler, quien más
devotamente creyó en las elaboraciones del muftí. Se reunió con él varias
veces, e, incluso, entre las muchas movidas arisóficas y polladas varias que
encargó a sus sufridos subordinados, se encontró un proyecto para diseccionar
el Corán a la coma, en búsqueda de pruebas irrefutables de que el libro santo
de los musulmanes anuncia la venida de Hitler y su misión. Aunque la SS dijo no
haber encontrado nada, Ernst Kaltenbrunner sí que anunció que había encontrado
afirmaciones proféticas que “correlacionaban con la figura del Führer”.
Aquellas afirmaciones provocaron todo un debate, pollas hasta la médula, cuya
conclusión final parece que fue que no se podía identificar a Hitler ni con el
Profeta ni con el Mahdi; pero sí con algunas figuras algo menores, como el
Jesús del Corán o San Jorge. Para que vean los catalanes lo que celebran el día
que se regalan libros y flores…
Pero vayamos con la guerra en sí. En enero de 1942, Rommel
se había replegado a Masa el Brega. El 13 de aquel mes, el Estado Mayor del
Africa Korps decidió que la mejor forma de actuar era realizar una
contraofensiva sorpresa. El día 21, las tropas alemanas e italianas se
emplazaron para el ataque. El día 25, tomaron Msus. Y el 29 dieron el gran
golpe recuperando Bengasi y su puerto. El 6 de febrero, Rommel era dueño de
toda la Cirenaica.
El 16 de febrero, Erwin Rommel abandonó África, volando vía
Roma al cuartel general de Hitler. Allí, probablemente, le insistió en su
obsesión de llegar hasta el Canal de Suez. Tras aquella conversación, en la que
el mariscal pudo comprobar la sintonía estratégica con el Führer, se fue de
vacaciones.
En marzo de aquel año, mientras Rommel estaba descansando,
el jefe de las fuerzas británicas en Oriente Medio, general Auchinleck, estaba
redactando una circular exigiendo de sus mandos que trabajasen la moral de las
tropas para contrarrestar la fama de invencible del mariscal alemán. El 19 del
mismo mes, Rommel regresó de sus vacaciones, y comenzó a planificar una nueva
ofensiva que debería comenzar en mayo. El objetivo era tomar la fortaleza de
Tobruk, no lejos de la frontera con Egipto. Para esta ofensiva, Rommel contaba
con la ventaja, o más bien la no-desventaja, de que los ataques alemanes sobre
la isla de Malta habían colocado la relación de fuerzas áreas en su zona en una
situación más o menos equilibrada. Sin embargo, el punto débil para Rommel
consistía en el hecho de que el Alto Estado Mayor alemán no le daría fuerzas ni
recursos de refresco hasta que las tropas alemanas no consiguiesen avanzar
hacia el Cáucaso en la campaña del Este. Hitler seguía pensando que era posible
ejercer la operación de pinza sobre los británicos, cayendo sobre ellos desde
el norte y el sur, pero lo que se le estaba resistiendo era la invasión de la
URSS.
El 26 de mayo, el Africa Korps inició su ofensiva sobre la
denominada posición Gazala de los británicos. La batalla duró varios días, pero
los resultados fueron muy provechosos para los germanos. El día 1 de julio, los
británicos abandonaron la ciudad de Bir Muftah; y el día 10, tras una lucha
encarnizadísima, caía Bir Hakeim. La posición Gazala se disolvió y el VIII
Ejército británico tuvo que volver grupas y entrar en Egipto. El día 20 comenzó
el ataque final sobre Tobruk, tras un bombardeo aéreo masivo. En la mañana del
21 los últimos defensores del fuerte, sudafricanos, se rendían. El botín para
Alemania fue fastuoso: miles de prisioneros de guerra, tanques, munición,
gasolina. Churchill calificó la derrota de Tobruk como una de las más amargas
de toda la guerra.
No obstante, las cosas estaban cambiando. El primer ministro
británico llamó a Washington, y Franklin Roosevelt respondió ordenando el
traslado inmediato de 300 carros de combate al norte de África. Los alemanes
hundieron con un submarino este envío en el Atlántico, y EEUU respondió
enviando otros 300 en un buque rápido.
A finales del verano, los alemanes se estrellarían contra
estos tanques. Pero todavía quedan cosas por contar.
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