jueves, octubre 02, 2025

GCEconomics (15) La guerra del dinero




Una política cuestionable
Peseta grande, ande o no ande
Secos de crédito
Conspiradores
Las cábalas de Mussolini
March
Portugal
Los sueños imposibles del doctor Negrín
Dos modelos enfrentados
Dos bandos, dos modelos
La polémica interminable sobre la eficiencia del gasto bélico
Rosario de ventas
De lo necesario, y de lo legal
¿Y si Putin tiene una colección de monedas de puta madre?
La guerra del dinero
Echa el freno, Madaleno
Un mundo sin bancos
“Escuchado en la radio”
El sindiós catalán
Eliodoro de la Torre, el más vasco entre los vascos
Las repúblicas taifas
El general inflación
Bombardeando pasta
Los operadores económicos desconectados
El tema impositivo (y la recapitulación)

 



La operación de traslado del oro español a Moscú estuvo dictada por las necesidades de la guerra, ciertamente. Pero no deja de ser la mayor operación de extrañamiento de la riqueza propia en la Historia de España, empiece ésta cuando empiece. Hablamos de 510 toneladas de oro; 28.500 putos millones de euros, en el momento de escribir estas notas. Nadie le dijo a quienes decidieron esta operación que la pusiera en manos de unos alegres ugetistas de cuestionable formación, de los milicianos que lo transportaron, del médico que supuestamente lo controló todo en Moscú, y del otro médico que controló, en solitario, sin ayudas, sin consejos, sin contrapesos, sin controles, todo ese gasto. Todo eso, la república lo hizo así porque le salió del ciruelo; lo pudo hacer de otra manera.

¿Por qué en los papeles de Negrín sólo figuran las fundiciones y las transacciones? ¿Por qué la república no parece haber exigido nunca que se le documentasen los procesos de fundición y refinado; los de fijación de cotizaciones; los de fijación de precios por material y servicios? ¿Por qué nadie se preocupó por las plusvalías inherentes a la entrega de monedas que en subastas públicas podrían ser vendidas a valores estratosféricos? ¿Por qué nadie se ocupó siquiera de valorar eso en origen, o en destino? ¿Quién vigilaba ese acervo histórico-artístico? Estos graduados en Historia que cada lunes montan en cólera porque un pollo se haya llevado un trozo de vasija de unas excavaciones arqueológicas, ¿no tienen nada que decir sobre esto? ¿Dónde está esa riqueza numismática? ¿La fundió Stalin, o se la quedó Putin?

La escritura de este párrafo es prácticamente contemporánea del Comité Federal del PSOE de 5 de julio del 2025. Y doy este dato porque, escribiéndolo, me he acordado de la frase de María Jesús Montero cuando dijo, horas antes de aquella reunión, en el sentido de que en la misma se iba a producir un “abrazo fraternal”. Y pienso: a lo mejor aquí está el problema. A la izquierda le pasan estas cosas. Como el leninismo, que es su base, no deja de ser catolicismo reciclado, tiende a pensar que todo revolucionario, todo proletario, es, por definición, virtuoso, normalmente en las izquierdas siempre hay cierta dificultad para espotear a los hijos de puta. Pero lo cierto es que en una colectividad humana organizada siempre hay hijos de puta.

Con los años he dado en pensar que Juan Negrín tenía poco margen para ponerse estupendo con la URSS. Tenía que ganar una guerra que no podía ganar, que sabía que no podía ganar; y por eso también sabía que no le podía poner muchos palos en las ruedas a su proveedor de armas. Pero esto va con Negrín; no va con la república en sí. Para que se produjese este abracadabrante ejemplo en el cual la mayor cesión de riqueza propia de la Historia de España se verificase con un nivel tan bajo de conocimiento y de control hace falta algo más que la presión de una guerra. Hace falta el concepto de abrazo fraternal. ¿Cómo nos van a engañar estos tipos, si son, como nosotros, hermanos proletarios? La república, es mi idea, pecó de lo que era: pánfila hasta la náusea. Si entras en una jaula en la que hay un gallo, puedes entrar hasta desnudo si quieres; pero si en la jaula hay un tigre, ya puedes armarte con un buen teaser o algo parecido, o de lo contrario se te comerá por las patas. La república se metió en la jaula con un oso pardo y, aparentemente, todo lo que hizo fue repetirse a sí misma: “no pasa nada; a mí, este animal me quiere un huevo”. El pastón que pudimos perder a cambio de este sobradismo de Teresas Rabales ideológicas, y que nunca recuperaremos, me temo que nunca lo sabremos. Ojo, que se ha llegado a calcular que el valor numismático de las piezas que viajaron a Odesa era treinta veces el valor del oro como tal.

Ni Juan Negrín ni su mano derecha en todo esto, el economista Paquito Méndez Aspe, un piernas king size, explicaron nunca, y yo creo que ya nunca lo van a hacer, por qué los cuatro funcionarios del Banco de España que viajaron a Odesa con el oro, y que no salieron de la URSS en toda la guerra, reclamaron insistentemente ser relevados de sus puestos y volver a España, sin que se les hiciese caso. ¿Tenían miedo de que contasen algo?

A día de hoy, de hecho, todavía no se sabe a ciencia cierta si a estos pobres cuatro tipos los retuvieron en Moscú los soviéticos o el dúo de la bencina de Negrín y su ministrito de Hacienda. Sabemos que, cuando los metieron en el barco, les habían dicho que su estancia en Moscú duraría un mes todo lo más. Sabemos que, pasadas las semanas, estos tipos se fueron a ver a Marcelino Pascua, el embajador, para protestar. Éste les dijo que actuaría de inmediato; pero todavía están esperando (pero, vamos, que eso, en este particular Fernando Simón republicano, es un periodo de retraso average). Cuando llevaban dos meses de misión moscovita, fueron separados y, además, se les colocó a cada uno de ellos un policía soviético que los acompañaba hasta a cagar. Estuvieron así dos años hasta que con la guerra terminada, fueron enviados, cada uno, a Estocolmo, Estados Unidos, México y Argentina. Y no los enviaron a Marte porque España no tenía capacidades espaciales.

Llegados a este punto, y tras haber trazado una descripción general, estratégica digamos, del planteamiento de la GCEXX desde el punto de vista económico, vamos a dedicar algo más de tiempo a ver algunos elementos específicos de dicho enfrentamiento.

Empecemos por la política monetaria. La política monetaria es fundamental en un país o conjunto de países (como los del euro), porque tiene enormes consecuencias, en primera convocatoria, sobre la inflación, y en segunda, sobre el crecimiento económico en sí.

La inflación, que es el crecimiento de los precios, sean éstos el deflactor del PIB o los más conocidos precios al consumo, es el resultado combinado del crecimiento económico y del crecimiento monetario. Imaginemos un país que tiene un solo productor; de sillas, por ejemplo. Ese productor produce sillas con unos determinados costes, que vende al precio más elevado que la demanda está dispuesta a pagar, obteniendo su beneficio. Si el productor gana dinero en cada silla que vende, cuanto más venda, más ganará. Dado que hemos dicho que el país tiene un solo productor (es un modelo simplificado), todos los ciudadanos de ese país trabajan en la fábrica de sillas. Si la economía crece, el productor vende cada vez más sillas. Buscando maximizar su beneficio, tiene que exigir de sus trabajadores más producción. Esto hace que los trabajadores sean más productivos, cosa que se transmite al salario que cobran. Pero si los trabajadores ganan salarios más elevados, entonces en su papel de consumidores pueden comprar más sillas, o más caras. El productor responderá a ese movimiento de la demanda ajustando su oferta: si la demanda puede y quiere pagar sillas más caras, él las venderá más caras. Lo cual le dará la oportunidad de mejorar el salario de sus productores. La espiral se sigue moviendo.

En la práctica, pues, la inflación, que no es otra cosa que el encarecimiento de las sillas, es el fruto de unas mejores condiciones económicas y, esto es lo importante, de la expansión de la masa monetaria, puesto que, si suben los salarios, los trabajadores de la fábrica de sillas tienen más dinero en el bolsillo; sin eso no podrían pagar sillas más caras.

Cuando un Estado quiere controlar la inflación (y todos, salvo los muy subnormales, quieren), tiene, pues, dos opciones: o controlar la producción, que es algo que en economías abiertas y no centralizadas es muy difícil, si no imposible; o controlar la masa monetaria, que, aunque tampoco es sencillo, es más practicable. Ésta es la razón de que el gobierno de la inflación sea cosa, normalmente, de los bancos centrales.

Es obvio que, en una situación como la que se planteó en la GCEXX, lo lógico habría sido plantearse que la política monetaria española se había partido en dos. Sin embargo, como ya os he dicho la convicción de que la guerra sería corta pesó mucho al principio, por lo que este asunto no se planteó.

El conflicto de autoridad financiera y bancaria que os he descrito es el que está en el origen de la guerra monetaria. En los cuatro primeros meses de la contienda, sólo existió en España un signo fiduciario que se podría decir que estaba respaldado por ambos Bancos de España: el republicano, y el golpista. He escrito que “se podría decir” porque, en realidad, lo que estaba pasando no era tanto que ambos bancos hubiesen dicho "yo lo respaldo", como que ninguno de ellos había dicho (todavía) "yo no lo respaldo". Era, pues, un apoyo más por omisión que por otra cosa.

En buena teoría, pues, durante el otoño de 1936, una persona que tuviese la habilidad o la suerte de pasar de zona republicana a la nacional y vuelta, podía pasar con sus pesetas en el bolsillo y gastarlo donde quisiera, con la seguridad de que sus billetes y monedas serían aceptados (como ahora con el euro y los países incluidos en él). Asimismo, puesto que desde el principio lo que pasó en la GCE fue que los nacionales le fueron tomando terreno a los republicanos, cuando esto pasaba el dinero que tenían los residentes en la zona perdida o liberada según cada punto de vista pasaban a formar parte de la masa monetaria controlada por el Banco de España de Burgos.

Como ya os he comentado, en buena medida el primero en darse cuenta de que la guerra sería larga, fue Franco. Y la primera consecuencia de entender que la guerra sería larga fue el planteamiento de la guerra monetaria, verdadero monolito de la política económica de guerra desplegada por el bando nacional.

El concepto es claro: una autoridad monetaria en guerra puede respaldar por omisión la moneda que no controla, porque está en la otra zona, mientras las condiciones económicas de ambas partes son de similar naturaleza. Pero conforme esto se va acabando (guerra larga, una zona aplicando una política intervencionista con propiedad privada, la otra constantemente coqueteando con el colectivismo y la planificación central), eso ya no se sostiene. Por esta razón, el gobierno de Burgos ordenó el estampillado de “su” circulación fiduciaria; ahora los billetes de zona nacional llevarían un sellito, que le diría bien claro a cualquiera que viese el billete que estaba respaldado por Burgos; y si no había sellito, entonces no. De forma automática y esperable, el Banco de España de Madrid reaccionó dejando claro que cualquier signo fiduciario estampillado por Franco había dejado de ser hijo suyo; que él ya no respaldaba esa moneda y que, por lo tanto, en lo que al Banco de España de Madrid se refería, esos papelitos no valían más que los mortadelos. Consecuencia: una España, dos pesetas. El estampillado, en todo caso, duró poco. En cuanto el gobierno de Burgos pudo emitir moneda con sus propios diseños, que por lo tanto era ya distinguible de la moneda republicana, procedió a canjear las monedas estampilladas por las nuevas.

Una de las razones de desplegarse con relativa prudencia en Burgos fue evitar las situaciones de pánico. Se intentó que los hechos evolucionasen de manera que no se llevase a los ciudadanos a creer que el dinero de que disponían no valía nada. La república, de alguna manera, tuvo menos problema con esto; pero, sucintamente, actuó igual. El 19 de julio, el gobierno había publicado un decreto urgente que limitaba de forma drástica la actividad con dinero, aunque decía hacerlo por un breve periodo de tiempo. Ese mismo 19, que era domingo, otro decreto limitaba a 2.000 pesetas la cantidad máxima a retirar de los bancos, también en un plazo breve de 48 horas. Sin embargo, el martes la limitación fue prorrogada cinco días, aunque se abrió la mano para las empresas que tuviesen que pagar salarios.

Una semana después de haberse producido el grito en Marruecos, el gobierno de la república hubo de enfrentarse al hecho de que, tal vez, aquello no iba a durar las 48-72 horas que habían pensado en un inicio. Había que obrar con más profundidad. Un decreto de 26 de julio prorrogaba la restricción de fondos hasta el 2 de agosto (la cosa, pues, comenzaba a proyectarse ad calendas graecas), aunque flexibilizando las medidas para los pagos de empresas, de clases pasivas o de pago de impuestos. A los bancos se les permitían operaciones de compensación, transferencias, giros y abonos entre cuentas de clientes. Se pretendía, pues, evitar la esclerosis en las arterias del sistema económico.

Contrariamente a lo que el gobierno venía a sugerir en sus decretos, que era el pronto levantamiento de estas restricciones, éstas fueron sucesivamente renovadas. De hecho, pronto afectaron también a las cajas de seguridad en poder de particulares, en las que se prohibió el ingreso de billetes y monedas. El dinero que ya estuviera en las cajas sólo podía disponerse si, acto seguido, se ingresaba en una cuenta bloqueada; en otras palabras, el ciudadano podía elegir entre no tener su dinero en la caja de alquiler, o no tenerlo en una cuenta de la que no podía disponer. El límite se elevó a 4.000 pesetas el 16 de agosto, y a 6.000 el 30. A partir de octubre, estas medidas se fueron prorrogando mensualmente, con límites de 1.000 pesetas en cuenta corriente y el 10% del saldo en cuentas de ahorro, con límite de 1.500 pesetas, para cada periodo de diez días. La gran excepción eran los comerciantes, en lo que necesitaren para mantener en pie sus negocios.

La política de la república, en este punto, fue bastante inteligente. Los límites, aunque puedan parecer magros, no lo eran tanto si tenemos en cuenta el valor de la peseta en aquel momento. Personalmente creo que estuvieron bien calculados para permitir que las personas no se dejasen llevar por el pánico y, al tiempo, prevenir una crisis monetaria. Quizás una razón para ello sea que el problema de fondo que se pretendía cauterizar: la evasión de capitales, era un problema que ya existía antes del golpe y, por lo tanto, los gobernantes lo conocían y habían estudiado a fondo cómo enfrentarlo. Ya en marzo de 1936, el gobierno del Frente Popular había establecido serias restricciones a la exportación de oro, plata y divisas. Se limitó la disposición de dinero al salir al extranjero de 1.000 a 500 pesetas, y se limitó el número de viajes posibles. En junio incluso se restableció un juzgado especial para la evasión de pasta.

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